La rebelión de las “criadas” de Nordelta
¿Quiénes son aquellas que, silenciosamente, pasan por detrás de esa pareja que toma sol en una reposera frente a un espejo de agua? Esas que van con un plumero en la mano y un niñe en la otra hacia el horno con la comida que, antes, esas mismas manos prepararon. Son las “criadas”, porque la metáfora de la novela de Margaret Atwood no podría ser más real en ellas: son mujeres que cuidan y garantizan la reproducción de la vida de las familias más adineradas del país, pero no pueden habitar los mismos espacios que les miembres de esas familias, su presencia debe ser invisible. Su importancia, en cambio, es vital para esos mismos hogares. Su rebelión puso, en la escena pública, un debate antiguo, el racismo y la xenofobia que se entrelazan con el rol fundamental que cumplen estas mujeres en nuestra sociedad: son las encargadas del cuidado de la vida humana.
Por Redacción La tinta
Esta semana, el debate fue virulento: más de 70 empleadas domésticas de Nordelta, la zona de barrios privados más adinerada de la provincia de Buenos Aires (y quizás, del país), realizaron un corte de calle en ese mismo lugar que es cuna de empresarios, artistas e integrantes de la farándula local. Reclamaron que el servicio privado que les permite moverse por el barrio y hacia la capital ya no las subía a sus combis y micros. No existe tampoco servicio público de colectivos. ¿Por qué? Porque la exclusividad tiene su costo y la negociación con el gobierno para habilitar una línea que ingrese al predio fue frenada por los propios vecines: un colectivo urbano puede traer “choros”, decían, no “combina” con la exclusividad que se pretende en la zona.
Pero, ¿en qué llegan les empleades al lugar? Un auto es un lujo para trabajadores precarizades, que habitan en villas y sectores marginales de la ciudad. Al parecer, no les preocupa.
Las empleadas domésticas denunciaron que la razón por la que no las subían a los micros de la empresa privada MaryGo era el propio pedido de sus “patrones”, quienes se quejaron de que las empleadas hablan mucho cuando viajan, están transpiradas y huelen mal, e, incluso, hablan en otros idiomas (guaraní y quechua). Hubo una desmentida poco clara por parte del servicio y de los propietarios, pero las empleadas contaron también sus vivencias diarias: cuando viajan en los mismos micros que sus patrones, ellos llegan a poner bolsos en los asientos de al lado para que ellas no se sienten y deben viajar paradas.
Las que nos cuidan
Las contradicciones en esta situación son muy fuertes: no quieren viajar en un mismo micro con las personas que, cotidianamente, habitan sus hogares, preparan sus alimentos, limpian sus baños y lo peor, con aquellas mujeres que cuidan, alimentan y cobijan a sus hijes. Incluso con la desmentida, el racismo y la xenofobia son muy evidentes, las “criadas” deben ser invisibles, e incluso un colectivo urbano que traería lo más popular y trabajador de la ciudad a un lugar que se pretende exclusivo y aislado de ella, es rechazado de plano. Pero, a la vez, ese colectivo traería a esas personas a las que diariamente confían a sus hijes y sus casas.
Causa indignación la contradicción de algunos de los argumentos que salieron a la luz. El desprecio con el que la clase alta segrega a aquelles que diariamente permiten su existencia y cuyas espaldas sostienen el peso de su vida llena de lujos y privilegios. La hipocresía de depositar el cuidado de les hijes en personas que, luego, abiertamente, califican de “chores”, “sucies”. El mismo lugar del que, luego, salen algunos discursos conservadores sobre la familia, el trabajo y la “vagancia”, la meritocracia y el respeto a los “derechos”. Como el de la libre circulación, por ejemplo, cuando sus autos de lujo intentar atravesar un centro citadino prendido fuego por reclamos de trabajadores o intentan salir de su barrio de lujo con calles irónicamente cerradas a la circulación de cualquier mortal.
El racismo y la xenofobia se toman una pausa cuando de tercerizar el cuidado se trata, las familias adineradas prefieren trabajadoras precarizadas, en su mayoría, migrantes, que sirvan como bienes de cambio ante cualquier imprevisto. Consideran que éstas no cuentan con herramientas de negociación. Las somete la crisis económica, la precariedad, estar en un país diferente del que nacieron y las someten también las miles como ellas que hacen cola para tomar su trabajo si algo no les gusta a sus patrones.
Sin embargo, denunciar públicamente estas discriminaciones cortando una calle les permitió acceder a algo que tienen negado por definición: la visibilidad. Se hicieron visibles para el resto de la sociedad, mostrándonos, en primera plana, una realidad que “no se ve”.
Nos mostraron que las mujeres pobres, migrantes (de países limítrofes y también de otras provincias pobres de nuestro país), son quienes realizan las tareas más importantes para nuestra sociedad. Cuando el privilegio le permite a otras mujeres salirse del rol de cuidado asignado por el patriarcado y el capitalismo, otras entran a cumplirlo en su lugar. Pero siguen siendo mujeres y, en este caso, mujeres que se encuentran atravesadas por las más terribles y múltiples violencias y opresiones. Son las “criadas” modernas, mujeres que llegaron para recordarnos que (re)producimos vida incluso cuando no gestamos y, sobre esto, también se ejerce el control social y se reproducen los roles asignados de género.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Eloísa Molina para La tinta.