“Hay que poner en discusión el carácter sexista de la lengua”
La socióloga cordobesa Sol Minoldo participa como editora del sitio web de divulgación científica El Gato y la Caja. Allí publicó junto a Juan Cruz Balián el artículo “La lengua degenerada”, donde argumentó sobre el carácter sexista del lenguaje y propuso estructuras gramaticales alternativas para evitarlo, como el uso de la letra E.
Por Gonzalo Andrés y Ramiro Bisa para Pausa
Ese artículo circuló en forma masiva dentro y fuera del ámbito académico y contribuyó a instalar un debate –que está lejos de terminar– en torno a dos preguntas: “¿Tiene sentido hablar con lenguaje inclusivo? ¿Afecta nuestra percepción de la realidad?”.
El pasado 6 de septiembre, Minoldo dictó en el centro cultural Demos la charla De cómo hablamos a cómo pensamos y hacemos el mundo, que fue organizada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la provincia de Santa Fe.
En diálogo con Pausa, reflexionó sobre las desigualdades de género que existen en el lenguaje, la sociedad y el mundo laboral.
—¿Por qué sostiene que el lenguaje es sexista?
—Desde el feminismo se plantea que cuando hablamos, en general, utilizamos un genérico que es falso, porque implica que supuestamente nombramos a todos pero sólo estamos nombrando a algunos. Por ejemplo, usamos la palabra “hombre” cuando nos referimos al ser humano, o decimos “todos” para mencionar a varones y mujeres. Esto pasa también con las profesiones o los empleos, donde se generan imágenes masculinas, por lo que la mujer no se siente reconocida y no se piensa en esos espacios. Se han hecho experimentos empíricos que demuestran que cuando la mujer escucha esos falsos genéricos no se sienten reconocidas y eso afecta sus expectativas, preferencias e ideas sobre el rol de la mujer. Se reclama que empiece a ser nombrada, para que la mujer también esté presente y sea de alguna manera revalorizada, no excluida sistemáticamente.
—Como alternativa, usted propone el uso de la E, ¿cómo sería?
—El uso de la E nos permite generar un género que sea genuinamente neutro. Es decir, reemplazar el falso genérico. En español, la forma genérica de referirnos a las personas cuando son de un sexo indeterminado (cualquier persona o grupo mixto) es muchas veces la misma forma con la que nos referimos solamente a personas sexuadas del género masculino.
El uso de la E nos permite un genérico que no deja de nombrar a quienes no están incluidos en el género masculino. Nos permite, de alguna manera, poner en evidencia que estamos ante un lenguaje que, en su forma tradicional, invisibiliza a algunas personas. Pero, además, nos permite incluir a todas las personas y no sólo a las mujeres. Se dice lenguaje inclusivo porque no sólo no es machista o sexista, sino que además permite que no tengamos que estar definiendo a las personas por su género. Y si alguien está fuera de esos dos géneros, también se pueda sentir incluido.
Esto se estaba proponiendo casi de forma idéntica, utilizando una “X” para sustituir en los genéricos. Pero esa letra tiene la dificultad de la pronunciación, no tiene un correlato fonético. La E viene a resolver esa dificultad. Pero el problema del uso de la E es que implica un cambio gramatical. No es solamente crear nuevas palabras. Estamos formando un nuevo género, por tanto toda la concordancia que tiene que ver con el género (los artículos, modificadores, adjetivos), se tiene que adecuar. Así que es mucho más difícil de aplicar.
—Implicaría repensar toda la estructura gramatical…
—No toda. En realidad es adaptar las reglas gramaticales que ya existen a este nuevo genérico. O sea, de la misma manera que tenemos concordancia plural-singular y género para los otros géneros, también lo tendríamos para esto. Por ejemplo, si voy a decir “diputades” con “les” en vez de “los o “las”, los voy a conjugar con un adjetivo que termine en E y el pronombre sería “elles”. Habría que crear dos pronombres para el singular y el plural. También está la dificultad de aprenderlo, porque implica ponerle normas. Al incorporarse en un esquema de normas, se complica un poquito más.
—Además es una cuestión de tiempo, quizás lleve generaciones adecuar la lengua a estos nuevos géneros.
—Ni siquiera tenemos garantizado que esto vaya a ocurrir. Podría ser que no arraigue y se deje de usar, como pasó con tantas formas de hablar. Hay lunfardos que sólo los pueden hablar aquelles que pertenecieron a una determinada generación. Pero tiene una utilidad: está poniendo en discusión el carácter sexista y no inclusivo de la lengua. Y estamos visibilizando lo binario de la lengua, que implica no nombrar a todas las personas. Entonces la E tiene un potencial político y simbólico muy fuerte, más allá de que su uso arraigue o no. Porque nombrarla habilita la posibilidad de reflexionar y pensar que puede ser distinto.
—No siempre se dimensionan los efectos que tiene el nombrar. ¿Qué implicaría nombrar a ese como otro, otra u otre?
—Nombrar tiene muchísimos efectos. Para empezar, prácticamente te da una existencia social, cultural y simbólica. Lo que no nombramos somos incapaces de verlo y reconocerlo. Y una vez que tenemos una forma de nombrar algo, podemos ver las diferencias entre cosas que para nosotros no estaban dentro de la misma categoría. Por otro lado, el sentirte nombrado puede implicar que te sientas aludido y perteneciente a un espacio. Y sentir que podes aspirar a ese espacio te puede dar expectativas para ejercer ciertas profesiones u ocupar ciertos espacios de poder.
—Es decir, uno no conoce lo que no nombra. Pero además en estos casos se los nombra con un determinado sesgo de género…
—El sexismo condiciona la manera en que nos entendemos. Tiene que ver con una cuestión de visibilidad y reconocimiento. El hecho de que te cuenten una historia que siempre ha estado ocupada por una parte de la sociedad, y no te puedas sentir parte, afecta incluso tu autoestima. Pierre Bourdieu decía que si yo no puedo nombrarme con mis propias categorías, me concibo desde las categorías de otro. Es decir, me termino poniendo en el lugar que el otro me puso. Nuestra forma de hablar tiene que ver con la manera que nos pensamos. Y eso afecta al modo en que nos movemos en el mundo.
—¿En todo caso se puede pensar que ese sexismo, o las diferencias de género, en realidad son sociales y culturales y luego se manifiestan en la lengua?
—Hay un ida y vuelta. No hay una relación unidireccional. Es decir, no es que la lengua solo está determinada por la realidad social, ni que la realidad social sea determinada unidireccionalmente por la lengua, sino que la lengua tiene mucho que ver con nuestras relaciones socio-culturales, pero a la vez permite (o no) pensar las relaciones sociales de otra manera. Es decir, cuando esas desigualdades sociales se cristalizan en la lengua, ésta favorece a que se reproduzcan.
—Menciona a Bourdieu para hablar de violencia simbólica pero, en términos materiales, esa violencia también reproduce un sistema de dominación o de opresión. Y dice que habría que subvertir simbólicamente a partir de cambios en el lenguaje, ¿qué implicaría esa subversión en términos de lenguaje inclusivo?
—El lenguaje inclusivo es una manera de subversión simbólica de la lengua. El hecho de que hablemos de una forma disruptiva que causa incomodidad o desconcierto ya genera una disrupción simbólica. De hecho, hay quienes plantean que esto si se institucionaliza, dejaría de ser incómodo y perdería su potencial político, porque posiblemente los sesgos se podrían adherir a nuevos usos y ya no nos daríamos cuenta de que seguimos reproduciendo el sexismo.
—Se cristalizaría también ese nuevo lenguaje…
—El lenguaje inclusivo se propone ser disruptivo. De hecho, algunes plantean que el uso de la X como genérico, y su imposibilidad de pronunciarla, genera tanta incomodidad que es parte de lo que la hace efectiva. Pero hay muchísimas posibilidades. No solamente pasan por estas opciones que conocemos, pueden surgir otras formas de subversión simbólica que no necesariamente afecten la lengua. Porque también el sexismo del lenguaje está asociado a los colores: en nuestra sociedad la división masculino-femenino tiene un fuerte correlato cromático. Entonces vestir a las niñas de celeste quizás también sea una forma de subversión simbólica.
—Esto excede al lenguaje mismo. Es decir, ¿cómo una persona se reconoce como mujer o varón: cuando mira su cuerpo o cuando identifica su forma del cuerpo con lo que le dijeron que es ser varón o mujer?
—Nos reconocemos como varón o mujer desde que nos nombran. Y, a su vez, te identificás con los roles que te fueron diciendo que corresponden a tu rol social. Cuando sos pequeña te compran una cocinita y ves que tu mamá es la que cocina, eso lleva a que te identifiques. No es que te miras el cuerpo desde que tenés un año. Las identidades en la sociedad están fuertemente divididas por la categoría de géneros, que supuestamente responden a nuestro sexo. Desde pequeños somos divididos en función de una supuesta identidad sexual. Y digo supuesta porque, si bien esas divisiones entre varón y mujer tienen que ver con la genitalidad, además se adhieren otras cuestiones que no están determinadas biológicamente y que tienen que ver con lo cultural.
—En ese caso, lo biológico pasaría a ser accesorio…
—El hecho de que te vayan censurando el poder sentirte perteneciente a otro género, también te condiciona en cómo te identificás o cómo te sentís. Te censuran la posibilidad de pensarte de otra manera. Eso genera una forma de identidad de un género que no tiene que ver con lo biológico ni con lo reproductivo. Y de alguna manera es prescriptivo sobre las posibilidades de elegir entre la diversidad de roles y de identidades que hay en la sociedad.
—El modo de hablar condiciona la manera de pensar y la lengua es la forma del pensamiento, nuestra cabeza piensa en un idioma. ¿Es posible que el mundo pueda ir adquiriendo otra forma con el lenguaje inclusivo?
—Si el lenguaje inclusivo logra realmente ser incorporado desde la conciencia, permitiría que cuando pensemos en “todes” pensemos en cualquier género y no solamente uno en particular. Podría ocurrir que esta manera de hablar cambie la manera en que pensamos los espacios, cómo son ocupados o que dejemos de poner el género incluso como categoría principal para identificar a quiénes pueden acceder a ciertos espacios. Si lo empleáramos con les niñes, podría implicar debilitar mucho la socialización temprana de los roles, por ejemplo la división sexual del trabajo.
—Si no quiero usar la E, ¿qué alternativas hay para evitar el sexismo del lenguaje?
—Vale decir que nadie te obliga a usar la E, sino que es una alternativa. Y si realmente nos resulta incómodo o difícil usar la E, existen manuales de recomendaciones de lenguaje no sexista, e incluso manuales de estilo para el periodismo, que proponen los usos binarios (todos y todas) o recurrir a palabras que sean genéricos genuinos. Por ejemplo, las palabras “persona” o “individuo” no son falsos genéricos: se usan idénticamente para cualquier género. Se puede utilizar la palabra “persona” más un adjetivo (como ser, persona mayor), o sino en lugar de “los directores de la empresa” decir “el equipo directivo”. Se trata de buscar otras maneras de nombrar los grupos de personas usando las herramientas que ya tenemos. De todos modos, creo que también puede servir el hecho de nombrar otras identidades en algunos momentos, no siempre. Esto es, decir “nosotros y nosotras” al comienzo de un discurso ya alcanza para visibilizarlo en la mente de quien recibe ese mensaje.
Un fragmento de “La lengua degenerada”
Se supone que el género de una palabra (masculino/femenino) no siempre diferencia sexo. Lo hace en algunos sustantivos como señor y señora, perro y perra, carpintero y carpintera, que remiten siempre a seres animados y sexuados. Pero, en general, el género en la mayoría de las palabras no es algo que se agrega al significado, es inherente a la palabra misma y sirve para diferenciar otras cosas: diferencia tamaño en cuchillo y cuchilla, diferencia la planta del fruto en manzano y manzana, diferencia al individual del plural en leño y leña. En ese caso, se las considera palabras diferentes y no variaciones de una misma palabra. Otras veces ni siquiera sirve para diferenciar nada porque muchas palabras tienen su forma en femenino y no existen en masculino, y viceversa. En esos casos, el género sólo sirve para saber cómo usar las otras palabras que rodean a esa palabra. Por ejemplo ‘teléfono’ existe sólo en masculino. No es posible decir ‘teléfona’; sin embargo necesitamos ese masculino para decir que el teléfono es ‘rojo’ y no ‘roja’.
O sea que el género funciona de muchas formas en castellano y no solamente como un binomio para decidir si las cosas son de nene o de nena. Pero lo que vuelve verdaderamente interesante el asunto, por muy gramátiques que queramos ponernos en el análisis, es que el género del castellano tiene siempre una carga sexuada, aunque remita a simples objetos.
*Por Gonzalo Andrés y Ramiro Bisa para Pausa