El gesto que no muere
En los ojos abiertos, en la posición de la cabeza y en la del brazo derecho, pareciera que aún hay vida, como un gesto que no puede ser apagado por la muerte. El militar con uniforme de gala le da a la situación una atmósfera de simulacro, de que algo se está mostrando y diciendo. Acostado en la camilla, sobre una pileta de lavar, está el cuerpo de Ernesto “Che” Guevara o, en ese momento, también Ramón, que era su nombre de guerra. Es el 9 de octubre de 1967 en el hospital de Vallegrande, Bolivia. La fotografía fue tomada por el periodista Marc Hutten que asistió ese día junto a una treintena de periodistas convocados por el ejército boliviano.
Por Redacción La tinta
Guevara fue atrapado en La Higuera y ejecutado en la escuela de esa localidad un día antes de que se tomase esta foto, aunque, en un principio, el ejército dijo que había muerto en un enfrentamiento. Hutten era periodista, pero esa siesta también fue fotógrafo, en ese momento, era corresponsal de la agencia AFP.
En la crónica que publicó en ese momento, el periodista cuenta que “fuimos una treintena de periodistas, entre los cuales, solo había tres corresponsales de prensa extranjera, los que acudimos a Vallegrande” y agrega: “Ramón fue herido mortalmente en la batalla del domingo pasado, a unos kilómetros de La Higuera, cerca de Vallegrande. Falleció a causa de sus heridas a primera hora del lunes. Eso es, al menos, lo que afirma el general Alfredo Ovando, comandante en jefe de las fuerzas armadas bolivianas”.
Además, cuenta que a los pies del cuerpo del Che estaban los restos del Chino y el Moro que eran parte de las fuerzas revolucionarias.
Hutten afirma que, en la conferencia de prensa ofrecida por el coronel Saucedo, estaba presente un militar estadounidense que, al abordarlo para entrevistarlo en inglés, este “se vuelve hacia un soldado boliviano para preguntarle en español qué queríamos. Dirigiéndose a mí, añade: ‘no comprendo…’ y se va de allí”.
Cuando le preguntó al coronel sobre ese militar, le respondió: “Sí, es un militar estadounidense, un instructor del centro de Santa Cruz. Vino aquí como observador. Ningún ‘boina verde’ estadounidense participa en las operaciones militares en Bolivia”.
Otra mirada sobre ese día es la de Daysi Rosado que, para ese entonces, tenía tan solo 8 años y vivía con su familia en Vallegrande. Durante todo ese tiempo previo a que Guevara fuese atrapado, la niña escuchó decir a su padre que había 300 soldados por cada guerrillero. Por eso, ella creía que eran gigantes y que el Che era el más grande de todos.
Cuando supo que estaban en el hospital, decidió ir a verlos y, al llegar, se encontró con un centenar de personas que hacían cola para ver los cuerpos. Al estar frente al Che, recuerda que “yo lo miraba y sentía que él me miraba. Lo que pensé es que ese hombre no estaba muerto».
Los militares bolivianos enterraron el cuerpo de Guevara en una fosa común, pero, antes, le cortaron las manos para que no fuese identificado. Recién en 1997, antropólogos cubanos encontraron sus restos, que fueron trasladados a su tumba en Santa Clara, Cuba.
En esa escena de exponer el cuerpo de Guevara, se intentaba mostrar la muerte de algunas ideas, de una forma más justa de entender el mundo. Pero lo que el poder nunca entendió es que las ideas atraviesan la muerte y que ese día nació el Che.
*Por Redacción La tinta