La unidad en el aire, a propósito de la última apuesta política de De la Sota

La unidad en el aire, a propósito de la última apuesta política de De la Sota
24 septiembre, 2018 por Redacción La tinta

En estos últimos meses, el nombre de José Manuel De la Sota sonaba como posible prenda de unidad entre peronistas, opositores al actual gobierno de Cambiemos. Un racconto de la trayectoria política partidaria del ex gobernador y un análisis sobre los límites del pragmatismo electoral.

Por Juan Manuel Reynares para La tinta

Ante la muerte, no hay palabras, suele decirse, como evidencia de la insuficiencia del lenguaje para aprehender lo inasible de la vida. Arrancar con esta frase sirve para advertir que lo que sigue es un análisis que no pretende agotar el sentido de lo hecho a lo largo de toda una trayectoria política. Nunca podremos atrapar completamente el sentido de la acción política, por esa obstinación que tiene en reverberar con sus ecos en la historia.

En estos últimos meses, el nombre de José Manuel De la Sota sonaba como posible prenda de unidad entre peronistas, más o menos racionales, cercanos u opositores al actual gobierno. Se completaba así una parábola invisible desde su rol en la consolidación democrática de los ochenta hasta hoy. No obstante, poner el foco en algunos matices de la figura de De la Sota ante el estupor generado por su fallecimiento quizás sea útil para ensayar una interpretación sobre las dificultades que enfrenta el peronismo a nivel nacional, en el preludio del año electoral que se avecina.

Flashes de una vida política

José Manuel De la Sota fue la figura central del peronismo cordobés desde mediados de los ochenta. Su intención de proyectarse nacionalmente también data de aquellos años, cuando convenció a Antonio Cafiero de que lo elija como su precandidato a vicepresidente en las internas que perdió con el tándem Menem-Duhalde. Como ya se sabe, eran años de renovación en que la disputa pasaba por quién era más democrático ante la reapertura electoral y la todavía fresca dictadura cívico-militar. En medio de esa polémica, De la Sota alcanzó el liderazgo del Partido Justicialista cordobés, reuniendo bajo el imperativo democrático a las diversas líneas internas que habían emergido, algunas reforzadas, otras muy debilitadas, de la durísima represión encabezada por Luciano Benjamín Menéndez.


Apenas hecho de ese lugar, el joven De la Sota se vinculó con economistas de la Fundación Mediterránea y otras corporaciones empresariales locales. A través de esas relaciones, dio forma a una de las primeras expresiones de un peronismo que se quería amigable (como extraño sinónimo de confiable) con los mercados, asegurando a diestra y siniestra que el problema de nuestra provincia, y de nuestro país, era la ausencia de reglas claras para la libre empresa.


En esos años de resignificación de la democracia, De la Sota jugó un papel sensible, a pesar de no traducir ese trabajo político en cargos ejecutivos relevantes. ¿Sin De la Sota el peronismo hubiera conjugado su calor popular con la tónica empresarial modernizadora de los tiempos de la caída del Muro? Probablemente. Pero este dirigente, formado en la ortodoxia del peronismo múltiple de los setenta y la metamorfosis de los ochenta, contribuyó en producir esa articulación con una sofisticación que daría sus frutos, en tierras mediterráneas, años más tarde.

Los años noventa fueron de competencia interna. A lo largo de esas turbulentas idas y vueltas, De la Sota logró preservar un nutrido grupo de apoyos, de incondicionales como el hoy miembro de la Corte Suprema, Juan Carlos Maqueda, y, sobre todo, de votos propios. En 1998, pegó el salto. Con la ayuda de Menem, a quien decidió apoyar para la re-reelección, conformó Unión por Córdoba y le ganó al radicalismo encolumnado –a regañadientes– tras el entonces gobernador, Ramón B. Mestre. Esa fue la señal de largada de la consolidación definitiva de De la Sota como jefe del peronismo local. Aquella cuidada imagen de dirigente responsable y consciente de los límites del gobierno ante las exigencias del establishment completó una plataforma electoral que galopaba sobre los aires nuevos del siglo XXI, multiplicando reformas para hacer de la provincia una empresa de empresas eficientes.

La capacidad para hacer frente a la crisis del 2001 sin moverse de sus lineamientos de gobierno le permitió ensayar una nueva proyección nacional. Durante 2002, hizo campaña en el Conurbano Bonaerense e intentó convencer a Duhalde de ser el candidato de su continuidad. Pero los números no lo ayudaron y volvió a la provincia para asegurar el predominio de Unión por Córdoba en las elecciones de 2003. Su segunda administración provincial introdujo un segundo protagonista en la jefatura del peronismo, su vicegobernador Juan Schiaretti, quien ocupó, de allí en más, el rol de adlátere con una progresiva capacidad de acción al ser gobernador entre 2007 y 2011.

La última gestión de De la Sota, basada en el “cordobesismo”, fue el escenario de su nuevo posicionamiento nacional al enfrentarse al gobierno de Cristina Kirchner y presentarse como precandidato presidencial por UNA en las PASO de 2015.

Luego de esa derrota, repitió aquello que había ensayado en el primer gobierno de Schiaretti. Se “retiró” de la escena política y se dedicó, en esta ocasión, a la moda. Pero la intención de alcanzar la presidencia de la Nación no había desaparecido y algunos movimientos, a medias entre las sombras durante los últimos meses, auguraban una candidatura arriesgada: aliarse con el kirchnerismo, convocar al peronismo no kirchnerista y pretender así la unidad del peronismo ante las elecciones generales de 2019.

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(Imagen: Prensa Gobierno de Córdoba)

Lo que queda

Podemos jugar aquí con los tiempos y las distancias, y decir que De la Sota fue un modelo del político que Maquiavelo tenía en mente cuando escribió “El Príncipe”. Dejando de lado cualquier interpretación desde una moral ajena a la política partidaria, el principal dirigente de la historia del peronismo de Córdoba era visto como un genio del pragmatismo. Su tan probada capacidad para hacerse de lugares de autoridad y mantenerlos –dosificando el poder en ausencias y presencias, negociaciones e imposiciones, apariencias y declaraciones de principios– provocaron admiración en propios y ajenos. A ello, se sumaba, aparentemente, la sensibilidad para saber colocar las velas por donde soplaba el viento, adaptando sus propuestas electorales a los sentidos dominantes en cada una de las circunstancias en que debió competir. No obstante, asombrarse ante esa versatilidad corre el riesgo de olvidar que la política, con limitaciones y trasfondos, produce sentidos. Y que las decisiones son maneras de saldar cuentas con una historia que se va escribiendo en la marcha, sin la posibilidad cierta de conocer los resultados de antemano.

Habiendo dicho esto, para profundizar en la verosimilitud de la opción que se vislumbraba en la última estrategia nacional de De la Sota (que pasará ahora a ser material de leyenda en la sección de aquellas candidaturas que nunca fueron), resulta necesario agregar a todo este racconto de la trayectoria política de De la Sota algunos elementos que trascienden la mera estrategia electoral. En la fisura que la muerte abre entre la biografía y la historia, queda un intervalo para analizar la contribución de De la Sota en la construcción de un peronismo “razonable”. Desde el momento inaugural de la segunda mitad de los ochenta a la oposición al gobierno nacional en su último período de gobierno, pasando por la pervivencia de su proyecto durante el 2001, el trabajo político de De la Sota alentó la formación de un actor hoy central en la discusión de cara a las elecciones de 2019. Un peronismo atento a las demandas de los sectores concentrados de la economía nacional, pero también a la estructura socio-económica argentina. Un peronismo que garantice la victoria electoral y, al mismo tiempo, la transformación de aquellas variables que estarían impidiendo la inclusión del país en un repertorio mundial que se presenta como dato indiscutible.


Frente a la brutalidad del gobierno cambiemita y al lado de la evidente rapacidad de la liga de los gobernadores, la propuesta de De la Sota era original y, para algunxs, esperanzadora. No obstante, al tener en cuenta su trayectoria política, quedan más interrogantes que certezas sobre las consecuencias de aquellos diálogos furtivos con el kirchnerismo.


En este punto, no está de más resaltar que De la Sota contribuyó en numerosas ocasiones a la consolidación democrático-institucional del estado argentino. Pero la institución no está nunca despojada de proyectos y, en esa disputa abierta, De la Sota fue uno de los artífices de un peronismo articulado a grandes corporaciones económicas. Un peronismo que se guarde de cometer locuras contrarias a la racionalidad sacrosanta de los mercados. A lo largo de las últimas décadas, contribuyó a reforzar esa propuesta, a estabilizarla. Quizás por eso se opuso tan tenazmente a otro peronismo en el gobierno nacional que, sobre todo desde 2007 a 2015, construía políticamente desde otras tradiciones populares, negociando con otras cartas en el sinuoso arte de gobernar.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

La aparición rutilante de Cambiemos en el horizonte dejó a ese peronismo razonable un poco atontado. Rápido en la lectura, De la Sota avizoraba que sólo la reunión de estas dos variantes del peronismo era capaz de vencer en las urnas a este novedoso partido de derecha. Leía también que su aparente ausencia del escenario nacional le daba un diferencial nada despreciable respecto de otros referentes provinciales del peronismo, para encabezar esa opción. Incluso, quizás, algunas voces dentro del kirchnerismo compartían esa opinión.

Sin embargo, podemos intuir que el pragmatismo tiene sus límites. Al detenernos en la responsabilidad de De la Sota en la configuración de un peronismo moderno y adaptado a su tiempo, cimentada en años de paciente y sagaz labor política, esa mentada unidad exhibe otros aspectos más vidriosos. Las partes convocadas han construido sus estructuras políticas con una densidad específica, declinada en símbolos, memorias y solidaridades disímiles. Traer a la discusión estas diferencias nos enfrenta con la pregunta por las posibilidades de esa articulación. Y con la pregunta final, parcialmente contrafáctica, aunque no inútil, de si la muerte de De la Sota modificó en algo esta encerrona.

* Por Juan Manuel Reynares para La tinta

Palabras claves: elecciones 2019, José Manuel De La Sota

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