¡Aquí está la rosa, baila aquí! Claves de un análisis clasista de conflictos “sin clase”

¡Aquí está la rosa, baila aquí! Claves de un análisis clasista de conflictos “sin clase”
8 agosto, 2018 por Redacción La tinta

Por Candela de la Vega y María Alejandra Ciuffolini para Hemisferio Izquierdo

Lo siento. Si no se está en una iglesia, no hay por qué temer a la herejía.

Raymond Williams,
“Literatura y sociología: a la memoria de Lucien Goldmann”, 1971

Introducción

La característica fundamental de nuestro tiempo es una expansión global de la sustracción capitalista que tiende a ocupar la totalidad del espacio social de tal forma que se borran las fronteras entre la explotación dentro del “tiempo del trabajo” -en un sentido restrictivo- y el “tiempo de la vida”. En su contracara, las contradicciones sociales que esta expansión conlleva y reproduce, explican la expansión constante y simultánea de luchas que resisten y que proponen dinámicas productivas, sociales y políticas alternativas.

Para un pensamiento crítico, estos conflictos inscriben y renuevan la categoría de lucha de clases que, en la mayoría de los casos, se nos presenta desde una complejidad oblicua, móvil y también paradójica. En este plano, no es menor el riesgo que abre el hiato entre, por un lado, una férrea convicción teórico-política de inscribir estas resistencias como puntos de fuga de formas de dominación capitalista; y, por otro lado, cierta reticencia de utilizar una analítica clasista para enfrentar un evidente giro discursivo de esas luchas por desvestirse de lo que, alguna vez, fue “un lenguaje clasista” o más explícitamente, una “identidad clasista”. Es que, ciertamente, gran parte de los procesos de movilización política de los últimos 30 años en nuestra región comenzaron, se expandieron y consolidaron desde necesidades, percepciones y formas de subjetividad política a las que las clásicas organizaciones basadas en una identidad de clase no dieron lugar o tiempo, o simplemente, no dieron cuenta de ellas (pensemos, por ejemplo, las luchas por los derechos humanos, por el trabajo, por el ambiente, por la tierra, entre otras).


El anunciado “fracaso” de la clase en la década del ’90, y de su proyecto transformador y revolucionario, se tradujo en un desplazamiento del paradigma marxista como base de la reflexión intelectual, en favor de otras aproximaciones con alto consenso y difusión en el ámbito académico internacional que sitúan la categoría de “acción colectiva” como objeto central del análisis. Nos referimos a las teorías de los “nuevos movimientos sociales”; la teoría de las “estructuras de oportunidades políticas” y de la “movilización de recursos”; y, por otro lado, las seductoras derivas teóricas sobre la “biopolítica afirmativa”, sobre la “multitud”, o sobre la “democracia radical”, que redefinen la condición de lo social, y con ello, del sujeto político.


Por ejemplo, los análisis disponibles sobre luchas ambientales en Argentina confirman –con adaptaciones o relecturas– la fuerte influencia que tienen los paradigmas teóricos dominantes de la “acción colectiva”, por lo que, no es de extrañar que conceptos como “repertorios de acción”, “ciclos de protesta”, “formas de organización”, “identidad”, “oportunidades políticas”; se introduzcan –de manera más o menos reflexiva sobre su estatus epistemológico– en las investigaciones empíricas sobre luchas y colectivos ambientales. En tanto herramientas teóricas, tales perspectivas han apoyado, en términos generales, la comprensión de aspectos centrales en relación al surgimiento y aparición de estos colectivos en lucha.

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A pesar de ello (y salvo las lecturas donde son estructurantes los conceptos de la geografía brasilera que se muestran más abiertos a una perspectiva clasista), la importante penetración de las propuestas analíticas de la “acción colectiva” y de los “nuevos movimientos sociales” ha contribuido a re-producir y naturalizar un alejamiento –si no es que un rechazo explícito– de la teoría marxista como referente teórico para dar cuenta de los vigentes procesos de movilización social y política. Por si fuera menor, lo anterior se conjuga con un infrecuente –inexistente, para ser provocadoras– registro de la autorreferencia o autoidentificación en términos de clase por parte de los mismos colectivos u organizaciones ambientales.

Así, ciertamente resulta una anomalía la preferencia del análisis para explicar la emergencia y lucha de colectivos y organizaciones ambientales desde una perspectiva explícitamente marxista –esto es, un enfoque de clase. Resaltamos que es sintomática justamente porque en general, existe un amplio consenso en señalar, por un lado, la lógica capitalista que se asocia a la emergencia y lucha de las organizaciones y colectivos ambientales; y, por otro, la preocupación por el alcance de los cambios que proponen, motorizan o, de hecho, ya ponen en ejercicio.


Alejado de un enfoque clasista, el análisis de los conflictos y luchas ambientales se dispone, casi por obviedad, a diferenciarse con lo que se entienden son luchas “propiamente de clase”. Aquí, es peligrosa la sombra del supuesto respecto de la cuestión ambiental o ecológica (junto con las cuestiones de género) como una de las temáticas sobre la que más se ha aceptado su condición “diferente” respecto de las luchas clasistas. No podemos dejar de advertir que esta reproducción acrítica que reivindica la “diferencia” o “especificidad” de los sujetos colectivos involucrados en luchas ambientales, se traduce en la instalación –a priori– de nuevas fronteras o miradas esencialistas y estigmatizadoras entre los distintos modelos de lucha y sus expresiones identitarias y organizativas.


Pero, además, en su contracara opera un prejuicio que consagra que solo las “clases populares” o “pobres” son acreedoras de un enfoque que las relacione con sus condiciones de vida. Este planteo lógicamente concluye que un análisis clasista no debería usarse para analizar sujetos colectivos o movimientos que son heterogéneos e inconsistentes desde el punto de vista posicional u ocupacional, o que no elaboren sus demandas e intereses de lucha en términos estrictamente salariales/laborales. Es obvia y dañina la confusión entre, por un lado, los movimientos o la acción política clasista, que se autodefine y autoreconoce como clasista; y, por otro, el análisis clasista de los movimientos, sujetos colectivos, o, en general, de la acción política en nuestras sociedades actuales.

La tesis de este artículo puede ubicarnos en las fronteras de una herejía: involucradas desde hace más de una década en el análisis de diversos procesos de resistencia en la Provincia de Córdoba, Argentina, creemos que es ciertamente posible abordar la estructuración de estas luchas –y de otras– desde una perspectiva clasista. Uniéndonos al coro que componen otras propuestas actuales, lo que aquí desplegamos es un intento -incompleto, seguramente- de recuperar, fundamentar y desarrollar ciertas claves teóricas apropiados para el estudio de procesos concretos e históricos de lucha, a partir del supuesto central que asume la vigencia de las formas de conflicto de clase en nuestras sociedades actuales.

La apuesta por la pertinencia de un abordaje clasista para los diversos y múltiples procesos de lucha y movilización política en nuestras sociedades latinoamericanas no resulta una tarea fácil, incluso dentro del conjunto de lecturas marxistas y sus recuperaciones contemporáneas. Los consensos y ejercicios interpretativos se bifurcan cada vez que se reconoce que en la misma obra de Marx no hay un concepto definitivo de clase, en sentido estricto, pues nunca llegó a desarrollar en términos sistemáticos una teoría de la clase. Si bien es posible encontrar en su obra definiciones que insisten en las clases como grupos constituidos –y por ende, una línea de investigaciones e interpretaciones posteriores que sobre esa mirada se asientan–, no son menores las referencias a la clase como resultado de la lucha de un sujeto que asume para sí un interés colectivo y configura sus posiciones y estrategias en el mismo proceso de conflicto. Esta última, es la línea que proponemos reivindicar y reelaborar, pues a vistas de las transformaciones del sistema capitalista, es pertinente entonces recuperar la potencia política e interpretativa de las categorías centrales de la explicación marxiana.

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Tal elección implica un distanciamiento con aquellas posturas sobre la clase que, para explicar las formas de conciencia y de lucha de los sujetos, parten de una traducción lineal y automática de ciertas posiciones o lugares en estructuras socioeconómicas, en tanto restricciones o límites externos y fijos. Esta mirada sobre la clase no ha sido para nada periférica dentro del marxismo y ha recibido críticas por ser un enfoque “sociológico”, “estáticos”, “topológicos” o, a fin de cuentas, un enfoque “estructuralista” sobre la constitución de sujetos en lucha.

La crítica hacia este tipo de perspectivas puede ser resumida y agrupada en tres argumentos. En primer lugar, la clase no sería más que una respuesta automática que, en el plano de la constitución subjetiva, asume la coerción estructural sobre los grupos sociales –análisis que son más cercanos, en todo caso, a los tradicionales estudios sobre estratificación social. En segundo lugar, su bloqueo respecto del carácter móvil, contingente o histórico de esas estructuras y emplazamientos. Y, en tercer lugar, prevalece en esta interpretación una visión reificada de la clase que es definida y a la vez se define a sí misma como un grupo con cierto tipo de atributos estables ligados a una “colocación” dentro del sistema (organización sindical, lucha por el salario, identidad con el Estado de Bienestar, etcétera), dando cuenta no sólo una “realidad objetiva” sino de una construcción ideológica que opera, se reproduce y constriñe a los mismos sujetos que se nombran como clase.

Por el contrario, y desde una mirada que rescata la posibilidad y el horizonte de la acción política de los sujetos, nuestra propuesta elije reubicar la noción clase dentro del proceso y del campo antagonista de lucha para explicar su emergencia y constitución. Reconociendo la influencia tripartita de Marx, Gramsci y Thompson, lo anterior nos lleva a destacar dos claves conceptuales e interpretativas indispensables: la clase como proceso en constitución y la clase como lucha antagónica.

La clase como proceso en constitución

La clase, desde la perspectiva aquí propuesta, enfoca en el proceso que hace a su constitución como tal. La clase siempre involucra un movimiento complejo y no lineal, que se desarrolla en el marco de un conflicto, esto es, que se define a partir de una situación controversial y en el que se establece claramente antagonistas y/o adversarios.


El objeto de la disputa inscribe en la relación capital/trabajo, como relación que, en sociedades capitalistas, prefigura las maneras en las que los sujetos acceden a sus condiciones de vida y entran en diversas relaciones sociales. Usamos la palabra prefigurar, siguiendo a Raymond Williams, a fin de resaltar que la relación capital/trabajo si bien “determina” las relaciones entre los sujetos, no lo hace como una fuerza externa o pre-existente que controla absolutamente sus respuestas, sino como una fuerza que fija los límites de las acciones posibles.


Comprender la naturaleza de esta “determinación”, parte de considerar que la forma de relación entre capital/trabajo no existe por sí misma, sino como forma pervertida o fetichizada en una multiplicidad de relaciones cuya condición previa –y continuamente reproducida– es el divorcio del trabajo de sus medios y condiciones. Esta separación se manifiesta cualitativamente de diversas maneras y, muchas veces, de formas no directamente aprehensibles en la experiencia más inmediata y concreta de esas condiciones materiales de existencia. Así, relación capital/trabajo atraviesa, separa, y produce, de manera antagónica, vidas, espacios, relaciones sociales y prácticas concretas e históricas; donde cada uno de esas unidades reales son unidad y síntesis de múltiples determinaciones.

Esta centralidad de la relación capital/trabajo en la organización de las relaciones sociales exige, asimismo, rechazar cualquier comprensión restrictiva del mundo del trabajo. En su lugar, proponemos tratarlo en su sentido más amplio, como un proceso por el cual los hombres y mujeres se configuran o resisten a esa dinámica de producción explotadora de cuerpos y recursos. Justamente, la especificidad del punto de vista marxista es su énfasis en la producción y reproducción de las condiciones materiales de existencia, en tanto contradictorias condiciones sociales, política, culturales, religiosas, etc. De ahí que la totalidad de la práctica social se encuentre bajo el influjo del campo magnético de la relación capital/trabajo y sus efectos sobre las condiciones de vida.

Visto así, pierden horizonte los calurosos debates que se dirimen por si la relación capital/trabajo es la única que estructura el resto de las relaciones de dominación; o si, por el contrario, este papel lo ocupan otras relaciones y contradicciones –otrora despreciadas como “superestructurales” o “culturales” – como lo son las de género, de raza, religiosas, etc. En la medida en que en una formación social y en un momento histórico dado, todas estas fuerzas se presenten estructurando, produciendo o mediando las condiciones materiales de existencia inmediata para los sujetos en relación a otros sujetos, son, en consecuencia, “básicas” y no meramente “superestructurales”.

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Este conjunto complejo de relaciones sociales en las formaciones sociales capitalistas hace a la distribución desigual y conflictiva de recursos, cuerpos, lugares y trayectorias; habilitando así –potencial o actualmente– antagonismos y contiendas de intereses y grupos. En este marco, el proceso de constitución de clase es un devenir posible, más no un destino ineluctable. Es decir, las contradicciones que son inmanentes a las relaciones sociales capitalistas “disponen” o “crean las condiciones” a participar de una lucha política, son potencialmente “conflictivas”; pero ni el conflicto ni la lucha política se disparan automáticamente en cualquier momento o espacio. La comprensión de la clase, en tanto sujeto político, es siempre un estado potencial cuya condensación como tal depende tanto de las tensiones estructurantes de las relaciones sociales, como del proceso de subjetividad política que se despliega y desarrolla a partir de las contradicciones y los conflictos que de ellas se disparan.

Desde aquí, entonces, se entiende las advertencias de Gramsci para quienes el estudio de la clase no debe abordarse desde una perspectiva de sujetos constituidos, sino más bien como un espacio heterogéneo y disgregado de sujetos en constitución, pero también en re-constitución o des-constitución.

“La historia de las clases subalternas es necesariamente disgregada y episódica: hay en la actividad de estas clases una tendencia a la unificación, aunque sea en planos provisionales, pero esa es la parte menos visible y que solo se demuestra después de consumada” (Nota “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos”, del Cuaderno 25, 1934).

La clase como relación de lucha

La categoría clase supone que, como decíamos más arriba, su configuración como tal es siempre al interior de una relación social, y, por lo tanto, no se puede aprehender más que a través de una relación, y, de manera específica, en una relación de lucha con otros. La clase sólo aparece, como sujeto político activo, cuando sostiene una lucha común que atañe a condiciones de vida también comunes:

“los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase” (Marx y Engels, La ideología Alemana, 1845-1846).

Los términos “clase” y “relación de clase” son intercambiables, refieren a un tipo particular de relación, específicamente, a una relación de lucha. Dentro de una misma unidad conceptual, la clase no es un a priori a la lucha ni tampoco se alcanza definitivamente a través de ella; pero es en la lucha donde y cuando las clases se constituyen, reconstituyen y, por supuesto, también es en la lucha donde las clases se destruyen o desaparecen. En esta línea, Juan Carlos Marín sugiere que no se trata de encontrar qué es lo primario: si las clases o su lucha, sino de entender que el proceso mismo de formación de una clase o, el proceso mismo de su desarrollo, pre­supone no sólo la génesis y la formación de clases sociales; sino que la génesis y el desarrollo mismo de las clases sociales, es la forma en que se expresa el enfrentamiento entre ellas.

Este carácter antagonista de la constitución clasista adquiere un sentido específico y distinto a la recuperación que de este concepto han hecho otras perspectivas teóricas -como las de Laclau y Mouffe, la de Melucci o la de Negri. Aun resaltando el carácter no pre-fijado de cualquier identidad, lo que constituye el carácter antagonista de la formación de la clase remite indefectiblemente al modo en que la relación capital/trabajo atraviesa y constituye condiciones de vida y de lucha para los sujetos. A costa de comprender de manera errada la naturaleza del sujeto clasista, cualquier definición sobre su (in)constitución no puede sustraerse de esa condición de formación al interior mismo de las contradictorias relaciones sociales capitalistas.


Por esta constitución antagonista y procesual, la clase no puede considerarse como el despliegue lineal de una identidad pre-existente; tampoco es un punto de partida, un estado o una cualidad o atributo ya dado de ciertos sujetos, y no de otros. Asimismo, se descartan los intentos de identificar ciertas características que se correspondan con etapas de “evolución” o “progreso” lineal, desde una fórmula universal y única, aplicable a cualquier lucha social, en cualquier tiempo y lugar. Más aun, es trunca la empresa analítica que pretenda buscar algún punto temporal a partir del cual pueda decirse ‘aquí hay una clase’, para asumir, con total seguridad, su existencia posterior, o incluso, su inexistencia anterior.


Las implicancias que ello tiene para analizar los procesos de composición, des-composición o re-composición de la clase son evidentes si pensamos como sugiere Thompson, que la clase nunca “es” completamente, sino que “va siendo” o “se hace siendo”. La clase no se produce de una vez y para siempre, y a una “hora determinada”: se produce muchas veces; se pierde y se encuentra de nuevo; tiene que ser afirmada y desarrollada, continua y prácticamente, en el desarrollo de su acción política:

se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí está la rosa, baila aquí! (Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1851-1852)

No siendo un proceso lógico sino inmerso en el tiempo histórico, la dinámica de formación antagonista de la clase sólo puede observarse a través de un periodo temporal ciertamente extenso que permita reconocer distintos circuitos de desarrollo. El análisis diacrónico de la acción política concreta de los sujetos, y de las relaciones de lucha en las que entran, es imprescindible cuando no surgen exactamente de la misma forma, cuando “no hay ley” para su emergencia y trayectoria. Ello le da a la clase una condición de acontecimiento, impredecibilidad o suceso que desnuda y desafía las relaciones sociales de su tiempo y abre el presente hacia un “otro” presente/futuro posible.

¿Y ahora? ¿Dónde está la Rosa?

Hasta aquí, hemos propuesto ensanchar la mirada restrictiva de la clase, para darle un alcance que la acerque a todo campo de lucha en donde intervengan y se opongan unos agentes contra otros por el control de la producción y distribución de condiciones de existencia material. Si la relación capital/trabajo se configura antagónicamente y atraviesa la totalidad de las prácticas sociales, produciendo consecuencias para toda la estructura de poder político y social, es imposible considerar luchas o conflictos aislados en donde esta relación se anule. Ello justifica por qué no debemos quedarnos con los límites estrechos que definen a la clase simplemente como aquellos que se encuentran empleados en el capital contra la dinámica salarial.


Con su énfasis en el proceso de formación de la subjetividad clasista, lo anterior nos permite pensar en formas de constitución de clase que podrían ser aprehendidas a simple vista como «imperfectas», “impuras”, «parciales”, «erróneas» o “poco efectivas”. Por eso, en última instancia, el mayor potencial de esta analítica es la superación de esquemas dualistas sobre las condiciones subjetivas dentro de capitalismo: conciencia/falsa conciencia; racionalidad/irracionalidad; clase en sí/clase para sí, etc.


Si los llamados “nuevos movimientos sociales” recuperan cuestiones –la paz, el ambiente, el género, etc.– que no son o no fueron inquietudes incorporadas o apropiadas por las organizaciones de clase más clásicas o tradicionales, ello no implica que en esos problemas no operen o se anulen las formas capitalistas de organización social, o que pueda hablarse de una “superación de la política de clases”. Justamente esa condición refractaria o condicionada en la que aparecen o se expresan estas cuestiones o problemas en las formas de organización política es una consecuencia misma de la dinámica del orden social y político capitalista. Con un escenario así planteado, la clave clasista resuena en mayor o menor medida en todos los procesos de colectivización, agrupamiento, desagrupamiento, cohesión o fragmentación, en los que haya involucrado alguna forma de antagonismo en relación con las condiciones materiales de vida. Sería un error, luego, buscar la clase solo en los grupos que se autodenominan “clases” o realizan invocaciones clasistas. Hacerlo restringiría la propia firmeza del pensamiento crítico sobre poder de clase y la identificación con potenciales agentes de solidaridad de clase.

Tampoco tiene ya sentido describir clases “en declive”, en contraste con clases “en auge”, para atribuirles un monopolio de interés o fuerza revolucionaria de una manera fija, pre-definida o esencialista. Lo que es o no una clase es el origen de las discusiones interminables acerca de movimientos de clase y de no-clase; de lucha de clases y de “otras formas”; de alianzas entre la clase trabajadora y otros grupos; de pertenencia o no pertenencia a una clase, etc.

Esta lectura no permite comprender que, por el contrario, la lucha entre clases permanece inherentemente imprevisible, y entonces, en la medida en que aparecen o se manifiestan conflictos entre grupos, resulta pertinente interpretarlos como el resultado de la propia lucha de clases y no como la emergencia de clases preestablecidas, en una no menos preestablecida verdad teórica y política que nada tiene que ver con el pensamiento crítico y emancipador.

*Por Candela de la Vega y María Alejandra Ciuffolini para Hemisferio Izquierdo

Palabras claves: capitalismo, Conflictos Ambientales

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