Joe Lemonge: “Me salva la voluntad de resistir”

Joe Lemonge: “Me salva la voluntad de resistir”
3 julio, 2018 por Redacción La tinta

Por Ana Fornaro para Agencia Presentes

Dos semanas después de que la Justicia lo condenara a cinco años y medio de cárcel por “homicidio en grado de tentativa” al defenderse de sus atacantes, Joe Lemonge, entrerriano trans de 25 años, acosado desde hacía mucho por tres vecinos, llegó a Buenos Aires. Con apoyo del activismo de la diversidad sexual pudo dejar Santa Elena, el pueblo de 17 mil habitantes donde vivió y padeció toda su vida. Y en el que se seguía cruzando con sus tres agresores.

El 13 de octubre de 2016, según relató Joe primero en la comisaría y después en sede judicial, este grupo de varones se acercó a su casa. Uno de ellos empezó a golpear su puerta insultándolo, como ya había hecho en otras ocasiones.

«Era la cuarta vez que venían al terreno donde estaban mi casita y la de mi mamá. Era de madrugada, yo venía de cerrar el quiosco que tenía y escuché los silbidos y golpes, sabía que se iba a meter. Y se metió. Los otros quedaron afuera, a unos metros. En el medio del forcejeo, yo agarro un arma que era de mi padre, un rifle. Agarro el rifle por el lado del caño como para pegarle y se escapa un tiro que le dio en el cuello. Ahí él se va corriendo y llega mi madre, que vivía a unos metros. Yo le decía ‘qué hice, qué hice’, porque no entendía qué había pasado. Al rato estábamos todos en la comisaría declarando. Yo llevé el arma y conté todo. A Giménez lo llevaron a Paraná en un remís y a los días ya le habían dado de alta. Allanaron mi casa porque los otros tipos decían que yo les había disparado porque no les quería vender droga. Esa fue la mentira que inventaron y que quedó como una verdad. Entonces me procesaron a mí. Me llevaron a un calabozo de La Paz y ahí estuve 7 días. En el allanamiento no encontraron nada, ninguna droga, nada».

Joe cuenta esto desde una de las oficinas de la Casa Trans de ATTTA (Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros) en el barrio porteño de San Cristóbal donde lo recibieron para almorzar. Habla rápido y con entusiasmo: quiere contar todo y el hecho de no estar en prisión preventiva y haber podido dejar su pueblo lo tiene esperanzado.

La Justicia lo condenó pero por primera vez siente que no está solo. Lo asesoran legalmente desde la organización Abosex y cambió de abogado defensor. Ahora es una mujer quien va a defenderlo (es la tercera persona que toma su defensa).


«Vine acá para preservarme. Pero también con la idea de poder vivir y no solo subsistir mientras dura todo esto. Ahora hay que presentar la apelación. El proceso va a ser largo, puede durar un año. Y yo quiero empezar de nuevo. Desde octubre de 2016, perdí todo: mi clases de inglés, mi padre -que falleció-, y mi casa, porque la quemaron».


En diciembre de 2016, después de que Joe llegara de Paraná donde había estado 30 días en prisión preventiva, este grupo de hombre le prendió fuego su casa. Los vecinos fueron testigos. Él se estaba quedando en la de su madre, en el mismo terreno. Estaba allí porque su vivienda seguía revuelta por el allanamiento.

«Ellos pensaban que yo estaba adentro porque les habían dicho que yo había vuelto. Si yo hubiese estado durmiendo ahí, estaría muerto. Los bomberos tardaron una hora en llegar. La casa de mi mamá se salvó de suerte».

Después de ese ataque, su madre, viuda desde hacía poco, profesora de lengua y literatura que siempre fue el sostén familiar, juntó sus ahorros y se llevó a su hijo a una pequeña casa de campo alquilada. Después tuvo que volver a trabajar, las cuentas se acumulaban. Ayudar a su hijo y pagar el abogado privado era caro. Joe dice que cuando se quedaron sin plata, el abogado se fue: faltaban tres meses para el juicio. Joe y su madre se quedaban solxs otra vez. El Estado recién le garantizó un abogado público 17 días antes del juicio oral.

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Foto: Pablo Merlo

Los años difíciles

Joe gesticula y abre los ojos, chiquitos y muy celestes, cuando cuenta de su infancia y adolescencia en un pueblo conservador. A los doce años, se dio cuenta de que le gustaba su compañera de banco y se identificó como una chica lesbiana. Primero le dio vergüenza, después culpa, luego lo aceptó y necesitaba contarlo a sus amigas, que no lo entendieron. Quienes tampoco lo entendieron fueron sus entrenadores de básquet y su club, donde jugaba desde que tenía ocho años. A los 15 tuvo que dejar el equipo. Una tarde de domingo, cuenta, sus propias compañeras lo apedrearon gritándole “tortillera de mierda”.

«También pasó que una entrenadora se ensañó conmigo. Ella es lesbiana y le molestaba que yo no fuera de clóset, como ella. En mi pueblo todas las personas gays son de closet o las que no dicen, ‘discretas'».

A la segregación del club le siguieron ataques en el colegio, donde lo terminaron echando por “machota”, como dijo la rectora cuando sus padres se fueron a quejar por otro ataque, esta vez de un compañero mayor que lo embistió con una moto. Joe quedó estampado contra una pared y solo fue una amiga a socorrerlo. Después de ese episodio, la madre lo cambió de colegio y terminó el secundario en un nocturno.

«Me fueron aislando de todo. Lo que me salvó un poco fue conocer los fotologs y hacerme flogger. Ahí encontré gente más parecida a mí. Como me decían que me parecía a Cumbio me puse Cumbiana de nombre y ese fue mi apodo hasta hace dos años. Podía vestirme como quería y hasta salir a los boliches, lugares donde yo nunca podía ir porque mírame, tan grandote, no sabía ni qué ponerme».

A Joe le salvó la adolescencia esa nueva tribu pero también sus lecturas de la saga “Escalofrío” del escritor Robert Lawrence Stine, sus estudios de inglés, escuchar rock y pop alternativo y seguir siempre el Festival Eurovision.

«También me gusta Rubén Darío y un poco me siento identificado con eso del cosmopolitismo. Yo siempre mirando a Europa y toda su cultura desde una casita precaria de un pueblo perdido de Argentina».

Pudo seguir pero quedan las marcas. Una de ellas es un tatuaje en forma de cruz que se hizo a sí mismo en la mano izquierda. Primero fue una quemadura, después se puso tinta. Era una época muy dura y el dolor físico atenuaba un poco el otro dolor. En esa misma mano tiene un anillo, con otra cruz.

«Es la de San Benito. Dice que cuida de las malas ondas y de la envidia».

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Foto: Pablo Merlo

La novela del pueblo

Cuando a Joe lo detuvieron y procesaron después del ataque de octubre de 2016, lo que salió en la prensa local fue la versión policial que dieron sus atacantes. Y entonces los titulares decían “una docente baleó a un hombre por venta de drogas”.

«Esa fue la versión que instaló el periodismo chabacán y se transformó en la novela del pueblo. Todo el mundo repetía eso y yo me quedé sin nada. Sin trabajo y también sin reputación. Todo lo que había construido desde los 18 años se fue al tacho. Por eso mismo no se visibilizó mi caso hasta ahora. Porque estaba todo sucio. Para la Justicia, para el pueblo y para todos yo era eso que decía la prensa: la lesbiana que vendía droga. Y desde que hice la transición el año pasado y soy Joe, fue todo para peor».

Después de la sentencia, en diálogo el portal El Analista Digital, el fiscal Santiago Alfieri, que había pedido una pena de hasta ocho años, negó las acusaciones de transfobia. “Nosotros desde la fiscalía no desconocemos la discriminación que Joe sufrió durante su vida, de hecho lo tuvimos en cuenta como un atenuante a la hora de considerar la pena. Pero en ningún momento se comprobó que el disparo de Joe se viera justificado por una discriminación de este tipo. No hubo una acción previa, inminente y anterior”.

«Era la cuarta vez que estos tipos me acosaban. Incluso una vez fueron a apretarla a mi mamá y en el barrio todos lo sabían. Sabían que iba a venir por mí. Se la pasan borrachos y drogados por la calle, haciendo nada. Me decían ahora que sos macho viejo sos guapo y te vamos a dar. Pero eso a la Justicia no le importó».

Ahora en Buenos Aires Joe quiere empezar de cero mientras espera la resolución judicial y se conecta con el activismo local. Lo único que tiene, cuenta, son dos bolsitos de ropa y una mochila con pertenencias. El resto ardió aquel diciembre de 2016.

«A veces pienso cómo no quedé loco con todo esto que me pasó. Pero no sé, tengo algo adentro, como una esperanza y lo que me salva es la voluntad de resistir. Me veo trabajando y militando en el futuro. Para hacer algo con todo esto, que le sirva a otras personas de mi comunidad».

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Foto: Pablo Merlo

*Por Ana Fornaro para Agencia Presentes / Foto de portada: Archivo Agencia Presentes.

Palabras claves: Joe Lemonge, transfobia

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