Hacer(se) varón

Hacer(se) varón
18 mayo, 2018 por Redacción La tinta

Allá por mediados de siglo XX Simone de Beauvoir escribía que “no se nace mujer”, indicando que las características sociales de las mujeres no eran biológicas o naturales, sino que se aprendían en el proceso de socialización, y eran acordes a determinadas pautas culturales. Preguntarnos por la masculinidad es necesariamente pensar en ese “hacerse varón”, en la internalización de normas reiteradas desde la cultura dominante, en la equiparación de una característica biológica/genital, a un modo de habitar el mundo y a una determinada configuración de sus relaciones con les otres.

Por Redacción La tinta

“Creo que la masculinidad obligatoria es una carga para los hombres y los chicos, en muchos sentidos, y se paga un alto precio por ella de muy diversas formas, desde el daño físico extremo a uno mismo hasta la extrema violencia dirigida hacia otros. Sin embargo, es difícil sentirse muy preocupada por la carga que supone la masculinidad para los hombres, ya que muy a menudo se expresa a sí misma en el deseo de destruir a los demás, sobre todo a las mujeres”. 
Judith Halberstam, «Masculinidades Femeninas».

Modelo de masculinidad

Los varones, a lo largo de nuestra socialización nos encontramos con mandatos, creencias y prácticas sociales que nos marcan a fuego: “Comportate como un hombre”; “sé macho”, mientras excluye y desestima otras formas de ser, sentir y vivir la masculinidad. La cultura y la sociedad patriarcal establecen ideas dominantes de cómo serlo, cómo actuar, cómo amar y desear, estereotipos que convencen y encasillan nuestro comportamiento y estructura del sentir en una determinada genitalidad y una determinada forma de cuerpo. El patriarcado, es cierto, nos otorga a los varones privilegios pero nos limita, incluso reprimiendo todo lo que intente desbordarse del molde impuesto.

Hay quienes argumentan que hoy ya no es como antes, que la constitución como hombres es diferente. Sin embargo actualmente la masculinidad social tradicional sigue siendo la estructura predominante y legitimada. El modelo de las identidades masculinas transmitido, opera profundamente aún con los cambios sociales y de comportamiento. Esa masculinidad es la que Luis Bonino Méndez llama “masculinidad hegemónica”, que es producto del doble paradigma: superioridad y heterosexualidad.

Esta masculinidad hegemónica se adopta y reproduce como la norma correcta. Podemos verlo en los medios masivos de comunicación a través de la publicidad, las novelas, los programas televisivos de chimentos, la moda, etc. Así también actúan el barrio, la escuela, la cancha, la familia, las religiones, la justicia, entre otros espacios. Cuando salimos de lo esperado se considera como “lo anormal”, antinatural o enfermos.

Para Rita Segato “el mandato de masculinidad obliga al hombre a comprobar, a espectacularizar, a mostrar a los otros hombres para que lo titulen como alguien merecedor de esta posición masculina: necesita exhibir potencia”. ¿Recuerdan situaciones de sus vidas o de algún primo, hermano o amigo donde otros/as hayan puesto en duda su masculinidad y que ante esa presión hayan tenido que “demostrar” que sí lo eran? Seguramente encontremos miles de situaciones, ahora recordemos: ¿qué implicaba demostrar que sí éramos “un hombre”?

(…)

La “masculinidad hegemónica” se enseña, se reproduce, se aprende. Mayoritariamente de niños y adolescentes fuimos adoptando modelos de comportamientos que nos marcaban qué teníamos que pensar, qué sentimientos podíamos expresar y cuáles reprimir; cómo comportarnos ante las adversidades y cómo marcar poderío. Fueron mensajes, mandatos y estereotipos de género que incorporamos desde que nacimos y a lo largo de nuestras vidas. Frases tan comunes como: “Te quejas como una nena”, “sos un cagón”, “no lo hagas que eso es de mujer” “dale putito, se un hombre de verdad”, condensan ideas de lo que implicaba “ser hombre” en determinados grupos sociales. A su vez este hombre asume la ideología del individualismo de la modernidad, que no necesita de otros, que puede hacerse a sí mismo desde su racionalidad, imponiendo su voluntad, estando en lo alto de las jerarquías.

Los procesos de socialización son múltiples y simultáneos, siempre presentes recordando y reforzando cómo debemos ser y actuar. Distinto del rol subordinado que deben asumir las mujeres en las sociedades patriarcales, los varones nos fuimos acomodando según nuestra conveniencia (porque sí que la tiene) a los roles sociales y en simultáneo fuimos construyendo una personalidad acorde a estos roles. En esta estructura simbólica, nos toca la identidad que, al mismo tiempo que nos oprime, nos permite gozar del poder de la opresión. He aquí la división genérica de poder, donde salimos con ventaja. Es una ideología de la exclusión y la subordinación de lo otro, de lo distinto.


Actualmente el tiempo de los privilegios está puesto en cuestión, ya no nos alcanza con excusarnos ni victimizarnos sosteniendo que somos un producto del patriarcado. Nos llega el momento de elegir con qué quedarnos y qué dejar de replicar para deconstruirnos-reconstruirnos. Es hora de dejar nuestro machito de lado para pensar realmente cómo debemos des-centrarnos para que una sociedad pensada desde el antropocentrismo, pueda realmente comenzar a transformarse.


Aprendimos que ser un “verdadero hombre” era lo opuesto a ser mujer, niñxs, gay o trans, internalizamos y reforzamos la ideología del heterosexismo homolesbotransfóbico. Seguimos creyendo que demostrar afectos y sentimientos es de “poco hombre” porque lo relacionamos como una fragilidad propia de las mujeres. Acaso ¿nosotros no somos vulnerables? ¿no necesitaríamos una red de apoyo emocional? Tuvimos padres que, en la mayoría de los casos, nos enseñaron modelos de crianza autoritarios, distantes y violentos para resolver los problemas.

En la carta de valores patriarcales se enaltece la dominancia por sobre la debilidad, la certeza por sobre la duda, la actividad por sobre la pasividad o la espera, la racionalidad por sobre la espiritualidad y la emocionalidad, se enaltece la eficacia, la voluntad de poder, la heterosexualidad. “Estos valores se definen como «importantes y «valiosos», socialmente, y por serlos, se adjudican a los hombres, ya que según la ideología patriarcal, ellos son los jerarquizados” (Luis Bonino Méndez, 2002).

Aprendimos que los hombres debíamos demostrar nuestra capacidad de conquistar a las mujeres, así como se conquistan territorios, como se la trata a la madre tierra y a los bienes comunes, así despojamos. Avalados por una idea-forma masculina de sociedad, que aunque nos oprime, no nos cansamos de reproducir parados sobre los privilegios. En nuestra cultura conquistar es un valor: hacer visible el poderío, efectuarlo, imponer nuestra racionalidad, y hacernos de un territorio al cual dominar en pleno derecho. Aprendimos que la violencia era una herramienta para decidir por nosotros solos y sobre otros/as. Consumimos una pornografía que glorifica la violación en grupo y la humillación a la mujer. Aprendimos que las mujeres estaban ahí como cosas que debían complacernos sexualmente. Pero alguna vez: ¿nos preguntamos por el deseo y el placer de ellas? ¿y por su libertad de elegir?

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Foto: Colectivo Manifiesto

Esas otras masculinidades

Hasta aquí los trazos gruesos de la masculinidad hegemónica, ese modelo de sujeto jerarquizado en nuestra cultura patriarcal heterosexista. Este fue el hombre que pensó la organización social de las sociedades modernas. Este es el modelo de sujeto predilecto alrededor del cual gira constantemente nuestra cosmovisión occidental. Sin embargo no todos los seres masculinos responden a este patrón. Porque ese varón, que en su genitalidad expresa un poder que le otorga la cultura, está atravesado por otras líneas de fuerza que lo relevan a otros sitios de la pirámide social.


En sociedades heteronormadas, colonizadas y atravesadas por desigualdades de clase, no todos los hombres valen igual. El hombre blanco, profesional, heterosexual, propietario, proveedor está en la cúspide de las jerarquías. Las intersecciones de cada grupo social lo ubicará en distintos lugares de subordinación y poder. Las luchas indigenistas y afroamericanas han dicho mucho sobre el reconocimiento de la violencia machista hacia adentro de sus comunidades, pero la certeza de ser pares frente a las opresiones comunes. Grandes mujeres han echado luz sobre la compleja posición de luchar contra la masculinidad de su compañero, pero también junto a él. Las mujeres kurdas y las zapatistas representan ejemplos contemporáneos, tal vez de una profunda comprensión de las mujeres en relación a las opresiones múltiples.


Género, raza y clase constituyen intersecciones imposibles de obviar si se pretende comprender los nudos de la masculinidad en nuestras sociedades latinoamericanas. “Así, la posición más ‘desventajosa’ en una sociedad clasista, racista y sexista no es necesariamente la de una mujer negra pobre, si se la compara con la situación de los hombres jóvenes de su mismo grupo social, más expuestos que ellas a ciertas formas de arbitrariedad, como las asociadas a los controles policiales” (Mara Viveros Viyoga, 2016). Podría aproximarse aquí el dilema de las masculinidades jóvenes cordobesas de sectores populares, entre las que se registran altos índices de suicidio, un consumo problemático de sustancias cada vez mayor, un salir a buscar sustento para la casa “a como dé lugar”, un ser víctima de fusilamiento policial cada 24 horas. No parece muy aventurado decir que esto guarda relación con la imposibilidad de estos pibes de cumplir el rol de varón proveedor, con la falta de oportunidades laborales y alternativas reales de vida, con la ausencia de espacios de contención emocional para los sujetos más perseguidos por un estado policial que los configura como chivos expiatorios de todos los males actuales.

El modelo de masculinidad hegemónica se agrieta, o porque se construyen modelos posibles que se rebelan al estereotipo dominante, o porque se presta atención a esas otras realidades masculinas que no entran en el molde. Sin embargo, no existe aún otro modelo que tenga un peso significativo, pero ahí están las grietas. Está siendo combatida, confrontada, puesta en cuestión; aunque muchas veces nos cueste muchísimo hacer conscientes la posición de poder y los privilegios que tenemos por ser varones en una sociedad patriarcal, tal vez para muchos de nosotros este sea un momento decisivo.

Para que las masculinidades florezcan como existencias diversas, el primer paso a romper tal vez sea el individualismo. El feminismo nos enseña a construir comunidad como una forma de organización que rompe con la dominancia, con las jerarquías, con el poderío. Es necesario pensar en masculinidades en plural porque existen diversas formas de serlo, como las posibilidades de practicar formas contrahegemónicas o alternativas a la masculinidad hegemónica.

«Existe violencia de género intra-género, y la primera víctima del mandato de masculinidad son los hombres: obligados a curvarse al pacto corporativo y a obedecer sus reglas y jerarquías desde que ingresan a la vida en sociedad. Es la familia la que los prepara para esto. La iniciación a la masculinidad es un tránsito violentísimo. Esa violencia va más tarde reverter al mundo. Muchos hombres hoy se están retirando del pacto corporativo, marcando un camino que va a transformar la sociedad. Lo hacen por sí, en primer lugar. No por nosotras. Y así debe ser» (Rita Segato, lacapital.org.ar, 2017).

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Foto: Colectivo Manifiesto

*Por Redacción La tinta.

Fuentes:
Halberstam, Judith (s/f) Masculinidad femenina
Méndez Bonino, Luis (2002)Masculinidad hegemónica e identidad masculina. 
Segato, Rita (2016) “Pedagogía de la crueldad en un mundo de dueños” 
Segato, Rita (2017) «La primera víctima del mandato de masculinidad es el hombre» 
Viveros Vigoya, Mara (2016) La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación

Palabras claves: feminismo, Masculinidades, Patriarcado

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