Pateá como una chica
Unas 30 millones de mujeres juegan al fútbol en el mundo y casi un millón en Argentina: muchas en equipos femeninos y otras tantas en espacios mixtos. Las que llegaron a la selección nacional tuvieron que dar peleas en las casas o en las ligas locales que les prohibían jugar con varones. Ahora esperan por el repechaje para ir al mundial y pelear contras las desigualdades de género.
Por Analía Fernández Fuks para Anfibia
Todos los días a la hora de la siesta Mariela Coronel y su hermano Marcelo abrían la puerta de su casa en la capital de Santiago del Estero, cruzaban la calle agarrando fuerte la pelota y pateaban en la canchita de tierra y pasto a medio crecer. Cuando la mamá se daba cuenta que se habían escapado, iba a buscarlos y los castigaba: no se podía jugar con tanto calor. Aldana Cometti, su hermano Rodrigo y su papá peloteaban en las plazas del barrio porteño de Caballito cuando sacaban a pasear a los perros. Los fines de semana lo hacían en el club y en las vacaciones, en las playas de Mar del Plata. Belén Potassa tenía menos de cinco cuando se ponía la camiseta verde y blanca y acompañaba a Cristian, su hermano mayor, a los partidos del club Juventud Unida de Cañada Rosquín, el pueblo santafecino de cinco mil habitantes donde nació. Entraba corriendo a la cancha como mascota del equipo y cuando el partido empezaba pateaba detrás de los arcos, entre los árboles.
El lunes 16 de abril, durante el segundo tiempo del partido entre Argentina y Colombia, Mariela Coronel, picó la pelota y marcó el 3 a 1 para la selección nacional. Abrió los brazos y buscó a sus compañeras. Aldana Cometti llegó al festejo después de atravesar la mitad del campo de juego y Belén Potassa, con la pechera verde puesta, corrió desde el banco de suplentes a sumarse en la marea de jugadoras. Las tres juegan en la Selección de Fútbol Femenino que dirige Carlos Borrello, y que disputó hasta el domingo la Copa América en Chile. Después de ganar contra Colombia y perder ante Brasil y Chile, quedaron terceras y deberán jugar el repechaje para ir al Mundial de Francia 2019. La cita será en diciembre contra un equipo a definir de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (CONCACAF).
Las chicas de la selección tienen hinchada. En Santa Fe, las integrantes de Las Martas Fútbol Feminista siguieron de cerca los partidos de la Selección. Cuando se reunieron por primera vez en una cancha de fútbol 5 en 2014 no eran más de 15: hoy 50 pibas juegan y organizan movidas para promover el fútbol feminista. En Córdoba, hicieron lo mismo las jugadoras de Abriendo La Cancha, una organización que se formó en 2016 después de participar en el Festival Latinoamericano de Fútbol y Derechos de las Mujeres. Ante la mirada absorta de los tipos que toman café en un bar céntrico de la capital cordobesa, las chicas miraron el partido contra Venezuela por la fase de grupos. Como Argentina ganó, lo tomaron como cábala.
A casi dos horas de la capital santafesina y a tres de la capital cordobesa, en Cañada Rosquín también vieron los partidos de la Copa para alentar a Belén Potassa, la jugadora que lleva doce años en la Selección y es parte del plantel de UAI Urquiza. A los ocho comenzó a entrenar y a jugar los fines de semana en los torneos. En la mesa familiar debatieron si ella podía o no jugar al fútbol. Ganó la postura de la mamá, que no quería repetir lo que había hecho su papá con ella: no dejarla tocar el bandoneón porque no era un instrumento para mujeres. Pero cuando Belén cumplió doce, la liga regional no la dejó seguir compitiendo con varones. Las nenas no pueden jugar con los nenes.
Lo mismo le pasó a la misionera Milagros Otazú, la jugadora más joven del plantel. A los 16 comparte el club y la habitación de hotel con Belén. Milagros se plantó primero frente a su familia para que la dejaran jugar al fútbol y después, cuando a los once entró a jugar al club de Posadas, tuvo que enfrentar a la liga regional para que la dejaran jugar en un equipo masculino. Lo logró. Al principio era incómodo pero se adaptó a ser la única chica entre varones. Ahora integra tres equipos de la selección nacional: el sub 17, el sub 20 y la mayor. Con la misma facilidad con la que se adapta, Milagros también sonríe.
Las historias de Milagros y de Belén, que se cruzan en una habitación donde suena cumbia y se juega al tabú, también son las de muchas pibas. El año pasado Mercedes Rothermel inscribió a su hija Juana en el Club Mercedes pero le dijeron que la nena no iba a poder jugar porque el Consejo Federal de la Asociación del Fútbol Argentino no permite un equipo mixto. La campaña #DejenJugarAJuana se viralizó y al reclamo de la mamá de Juana se sumaron otras madres que pelean en las ligas regionales para que también dejen jugar a sus hijas.
A “Pota”, como la llaman a Belén sus compañeras y amigas, la dejaron afuera de las competencias de su pueblo. Ella armó un equipo de mujeres en el barrio y canalizó su deseo futbolístico jugando al vóley hasta que su mamá Ana María la llevó a probarse a Rosario Central, que sí tenía un equipo femenino. Y quedó. Desde los 14 Belén jugó en San Lorenzo, Santiago Morning de Chile, Boca Juniors, la UAI. Todo lejos de Cañada Rosquín, ese pueblo en el que su familia vendió rifas para costearse los pasajes a Buenos Aires cuando la citaron a jugar en la Selección en 2006.
La tarde del lunes 16 de abril, cuando Argentina le ganó a Colombia 3 a 1, la página de Facebook de la Copa América de Chile alcanzó su pico de visualizaciones: 13 mil usuarios. Los medios hicieron foco en las jugadoras y las redes sociales replicaron la imagen previa al primer partido de la fase final: las 22 jugadoras con sus manos detrás de las orejas imitando al Topo Gigio como pidiendo ser escuchadas. La decisión de hacer esa foto la tomaron juntas durante una sobremesa en el hotel de La Serena, en el noroeste de Chile, sede principal de la Copa. A las integrantes del equipo nacional les había llegado la noticia: Adidas, el sponsor de los equipos de fútbol, había presentado su camiseta y en vez de convocar a alguna jugadora del plantel, contrataron a una modelo. Las jugadoras hicieron público su descontento en el partido contra Colombia pero antes la arquera Laurina Oliveros expresó su repudio en Twitter y las redes estallaron. Al día siguiente del triunfo, la noticia del reclamo llegó a las noticias destacadas y por un rato el “clásico” contra Brasil fue tema de agenda. Los periodistas deportivos se ilusionaron con un batacazo de la mano de “la Messi argentina” y hablaron del “boom del fútbol femenino”.
Las pibas se alegraron pero saben que el fútbol femenino está ahí hace años, que los medios se acordaron de ellas en los últimos dos partidos, que no tienen la ropa adecuada y usan la de temporadas anteriores, que son ellas mismas las que difunden sus actividades, que Estefanía Banini tiene nombre y apellido. Y entonces Belén tuiteó: “No somos 11 ni 22. Somos muchas más”.
Belén no sólo habla de las que están federadas, habla de las pibas que juegan al fútbol femenino en las plazas, en las calles, en barriadas, en villas. Como esas 80 que se juntan desde hace más de diez años en la cancha de la Villa 31 o las más de 300 que durante dos domingos de abril disputaron torneos relámpagos para difundir una liga con perspectiva de género. Esas tantas otras son alrededor de un millón de mujeres que juegan al fútbol en las ligas provinciales, torneos privados y campeonatos de AFA, según datos de la entidad civil Asociación Femenina de Fútbol Argentino (AFFAR). Las cifras no son concretas sino estimativas porque no están sistematizadas ni censadas.
“Deseo ser el presidente de la igualdad de género para el fútbol argentino”, dijo en agosto del año pasado el presidente de la AFA, Claudio Tapia, en el acto donde presentó el Torneo Oficial de Fútbol Femenino de la temporada 2017-2018.
Un mes después de aquel anuncio, las jugadoras de la Selección mayor realizaron un paro y escribieron un comunicado dirigido a Ricardo Pinela, el presidente de la comisión de Fútbol Femenino de AFA, que hicieron público. Decidieron no presentarse a las convocatorias y enumeraron algunas exigencias para con la Asociación, entre ellas el pago del viático de 150 pesos por día que no estaban recibiendo y tener una cancha de césped natural para las prácticas. Hoy consiguieron una mejoría: les pagan 200 pesos por cada práctica; 300 pesos por día previo a viajar a competencias internacionales y 50 dólares diarios durante los torneos en el exterior.
El domingo, después de que Argentina perdiera por 4 a 0 frente a Chile y Brasil le ganara a Colombia por 3 a 0, las jugadoras argentinas recibieron las medallas del tercer puesto entre lágrimas. Claudio Tapia, el que quiere ser el presidente de la igualdad de género en el fútbol argentino, estaba a metros de las chicas pero no se acercó a decirles nada. Ni antes, ni durante, ni después. Ni una palabra. Ni un gesto.
Ese lunes 16 de abril, antes de que los medios pusieran el foco en la Selección femenina de fútbol, Rosa -la mamá de Aldana- fue al estadio de La Serena junto a Magalí, su hija mayor, y se sentaron junto a otros familiares y amigos de las jugadoras. Rosa colgó una bandera de Argentina de las barandas de la platea y otra, firmada por todas las chicas del plantel, se la puso encima del pecho y la falda. Es una de las cábalas. Cada vez que Colombia atacaba, Rosa hacía cuernitos. Al final del primer tiempo, cuando las pibas perdían, Rosa no llegaba a verle la cara a Aldana pero adivinaba el gesto de tristeza cabizbajo.
– Mamá, vas a venir con papá para la segunda fase, ¿no?
El viernes anterior, Aldana le pidió a la mamá que fuera a verla a la segunda fase de la Copa. La Selección había vencido a Venezuela por 2 a 0 y debía jugar el cuadrangular final. Rosa siempre estuvo en la tribuna, desde la primera prueba en Excursionistas a los nueve hasta 2016, cuando su hija se fue primero a jugar al Granada de España y después al Atlético Huila en Colombia. Desde entonces Rosa la sigue por las redes sociales.
– La extraño, claro que la extraño pero ella quiere vivir del fútbol.
Aldana también extraña. A sus ex compañeras de Boca, a la utilera y a la kinesióloga de Casa Amarilla. Extraña tomar mate después de las prácticas. Extraña también al hermano, al papá y a los perros. Pero cuando jugaba en Boca, Aldana trabajaba durante el día en una mercería de Almagro para llegar a fin de mes. En cambio, en España y en Colombia, les pagan un sueldo por jugar y pueden dedicarse completamente a eso. Claro que, a diferencia de los jugadores varones de esas ligas, no son millonarias.
Eso lo sabe bien Mariela Coronel. La que ese 16 de abril frente a Colombia recibió el pase de Estefanía Banini, vio a la arquera adelantada y le picó la pelota, que se metió en el arco y selló la victoria final por 3 a 1. Mientras corría a abrazarse con sus compañeras, cerró los ojos y pensó en su hermana, como cada vez que le pasa algo importante desde 2009. Mariela se tatuó en el hombro un “15”, la edad que tenía su hermana cuando murió. Debajo de las medias que le llegan a las rodillas, sus canilleras también tienen una inscripción que la recuerda. La santiagueña es la más grande del equipo con 36 años y después de debutar en Independiente a los 19, y de jugar en San Lorenzo, en 2007 se fue a España.
– Conseguime un trabajo que yo te juego gratis.
Eso le dijo a las autoridades del Zaragoza cuando tuvo la primera reunión. Mariela nunca había soñado con vivir del fútbol y nunca se había quejado de tener que laburar además de entrenar y competir. Había trabajado en la librería de la Universidad de Buenos Aires y en una panadería durante ocho horas diarias antes de ir a entrenar en los clubes locales. Pero quería otra experiencia, algo que la motivara más. Y se encontró con una liga donde las fechas no se suspendían por lluvia, donde tenían la indumentaria adecuada y donde además podía vivir de lo que hacía.
Las jugadoras que se van del país buscan otras condiciones de juego. No tener que hacer rifas para pagar la ambulancia, la Policía y los médicos que tienen que estar sí o sí en los partidos, autogestionarse un sponsor para abaratar los costos de la indumentaria, pagar la cuota social del club para el que juegan. Mariela es una de las ocho de la selección que viajó a la Copa desde exterior junto con Aldana, Vanesa Santana, Yael Oviedo, Yamila Rodríguez, Agustina Barroso, Estefanía Banini y Soledad Jaimes. Ellas son las únicas que viven del fútbol, que están profesionalizadas y tienen un contrato en blanco. Ellas son las que entre mates y partidos de truco les cuentan a sus compañeras cómo son las experiencias afuera y llaman la atención de todo lo que falta acá.
Treinta millones de mujeres juegan al fútbol en el ámbito federado, amateur o profesional, en el mundo. Sin embargo, los presupuestos destinados por federaciones y clubes al desarrollo del deporte no se condicen con el crecimiento exponencial del fútbol femenino y con el objetivo que se planteó la FIFA de duplicar la cantidad de jugadoras mujeres para 2026.
La Confederación Sudamericana de Fútbol es la federación regional que menos dinero invierte en el desarrollo de este deporte. Según datos del informe de la FIFA, destina 2.462.000 dólares anuales, mientras que la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol invierte 99.113.000 dólares por año.
Noruega y Dinamarca lograron algo impensado hasta para la selección estadounidense de fútbol, la más ganadora en la historia del fútbol femenino. Los jugadores de los equipos nacionales masculinos de los dos países nórdicos decidieron en 2017 que parte de su salario fuera destinado a las jugadoras de selección para igualar sus ingresos. En el país norteamericano a pesar de que el fútbol femenino genera unos 16 millones de dólares anuales y el masculino da pérdidas, las mujeres ganan 40 por ciento menos que los varones. Marta Vieira Da Silva, considerada como la mejor jugadora del mundial actualmente gana alrededor de 500 mil dólares anuales, mientras que Lionel Messi gana 44,5 millones por año sin contar los premios. Es decir, 88 veces más que la brasileña.
Las diferencias existen también dentro de la propia región. Por eso cuando Mariela, Aldana y Belén supieron que habían quedado clasificadas para jugar el cuadrangular final de la Copa América, no podían creerlo, a pesar de haberlo deseado. Sabían que si lo habían conseguido era sólo mérito del trabajo de las jugadoras. Y tenían claro que se iban a enfrentar a tres países que tienen estructuras más sólidas de fútbol femenino, con planteles casi profesionales y que se habían preparado durante tres años para disputar ese torneo. Ellas llegaron con seis días de entrenamiento conjunto y sin haber disputado, desde 2015, más que un amistoso frente a Uruguay en 2017. El triunfo ante Colombia fue una hazaña.
Después de que ese partido terminara, Mariela fue a buscar a Carlos Borrello y solamente le dijo una palabra: gracias. Con ese gol, el primero de su carrera en la Selección, la jugadora sintió que saldaba una deuda que tenía desde hacía muchos años con su entrenador, que la dirigió desde 2003, durante la primera etapa como técnico del seleccionado femenino de fútbol.
Rosa llega a Aeroparque alrededor de las 23.30. Su hija Magalí la espera en el auto. El panel electrónico anuncia que el vuelo proveniente de Santiago de Chile ya arribó. La mamá de Aldana Cometti se junta con el grupo de El Femenino, el único medio que viajó a acompañar a las jugadoras y ofició de prensa del equipo nacional. Otras 20 personas esperan la llegada de las chicas. Cuatro son compañeras de clubes que las esperan con regalos: saben que las pibas están un poco bajoneadas. También está la familia de Adriana Sachs y el equipo de TNT Sports. Las integrantes de Fútbol Militante, un grupo que se formó en el Encuentro Nacional de Mujeres de Mar del Plata 2015 y que juega en Parque Los Andes, llevaron dos carteles en cartón y tinta negra: “Somos muchas más que 22, construyamos fútbol feminista”.
– No pensé que íbamos a ser tantos, las chicas se lo merecen – dice Rosa y aplaude porque la puerta se abre y sale el primer grupo de jugadoras. Su hija la abraza.
– Nosotras queremos ir al mundial y lo demostramos en este torneo. Ahora queda que la AFA demuestre que nos apoya y que quiere que vayamos – dice Aldana Cometti con la misma contundencia con la cierra los ataques rivales.
Aldana se despide de la mamá y se sube al micro con el resto de las jugadoras para irse al predio de Ezeiza. Sabe que sólo así, todas juntas, agrupadas y organizadas pueden cambiar la historia del fútbol femenino. De la misma manera que dieron vuelta el resultado frente a Colombia, en el segundo tiempo de ese lunes 16 de abril cuando después de entrar al vestuario, se miraron a los ojos, en silencio y salieron a comerse la cancha.
*Por Analía Fernández Fuks para Anfibia