Calígula y Trump
Por Atilio Borón para Página/12
El ataque trapero lanzado en contra de Siria por Donald Trump y sus criados británicos y franceses ratifica por enésima vez el acelerado proceso de putrefacción moral del imperio norteamericano, comandado ahora por un Calígula redivivo. El romano es caracterizado por los historiadores como un sujeto cruel, extravagante y propenso a dar rienda suelta a sus perversas fantasías sexuales. En pocas palabras, un personaje desequilibrado, caprichoso y para quien el derecho y la ley eran intolerables obstáculos a sus más profundos deseos. No muy diferente es el Calígula que habita en Washington. Al menos es lo que dice la carta que al inicio de su mandato enviara un grupo de la Sociedad Americana de Psiquiatría al Congreso de la Unión denunciando el extremo peligro que representaba que un sujeto tan desequilibrado como Trump tuviera a su alcance el botón nuclear que podría, en cuestión de horas, poner fin a todo rastro de vida en el planeta Tierra.
¿Por qué bombardear a Siria si se sabía que allí no había habido un ataque con armas químicas? ¿Por qué no se facilitó la labor del organismo que fiscaliza este tipo de amenazas en el sistema de Naciones Unidas? ¿Por qué alguno de los más grandes medios occidentales, por ejemplo El País de España, silencian toda crítica y justifican un ataque criminal e indiscriminado? Respuesta: lo hacen porque son “house organs” de la Casa Blanca.
Hay excepciones: en este caso las noticias de la BBC hablan de un “presunto” ataque que habría ocurrido; o de depósitos militares en donde “presuntamente” habría armas químicas. Una cosa es la presunción, otra la corroboración. Lo cierto es que la irresponsabilidad de Washington tensa al máximo la delgada cuerda de la paz mundial. Rusia lanzó una enérgica advertencia que, dados los antecedentes de Vladimir Putin, sería temerario no tomar en cuenta. China está harta de Trump y su pandilla de cobardes halcones –John Bolton y Mike Pompeo, los más notables– que mandan a matar a miles de personas, ocasionan una guerra que produjo cinco millones de refugiados y siguen disparando misiles en medio de una borrachera de poder desde la seguridad que –¡por ahora!– les brinda estar aislados de los sitios en donde cometen sus tropelías por dos grandes océanos.
Lo que hicieron fue un replay de la agresión a Irak, a Libia y el objetivo es acabar con el más laico de los estados del mundo árabe y uno de los más desarrollados también. Un paso más en el viejo proyecto, del cual no se apartó ningún presidente norteamericano, de destruir todos los estados nacionales de Medio Oriente para que el mar de petróleo sobre el que están parados queden sin dueño y las transnacionales estadounidenses se apoderen de ese recurso estratégico sin nadie que les oponga resistencia. Aunque deban hacer del orden mundial un “orden de m….”, como Trump calificara a nuestros países, y aunque, como antes en Irak, sean millones los que mueran para postergar el inevitable derrumbe del American dream, convertido en una pesadilla mundial. Por eso, ahora más que nunca, es fundamental intensificar la campaña internacional que consagró al día 9 de Agosto (aniversario de la bomba atómica arrojada sobre Nagasaki) como el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad. El drama de Siria nos obliga a trabajar incansablemente para detener toda esta locura belicista.
*Por Atilio Borón para Página/12.