A 70 años del Bogotazo: cuando la historia se mezcla con el realismo mágico y la revolución
El 9 de abril de 1948 se desató en Bogotá una rebelión social violenta, endurecida por la desigualdad, la discriminación y una fuerte presión imperialista. Fue ese mediodía bogotano en el que a quemaropa y por la espalda se dio muerte al líder del Partido Liberal y candidato presidencial, Jorge Eliécer Gaitán, suscitando así fuertes manifestaciones y enfrentamientos entre partidarios liberales y conservadores, lo que produjo una salvaje represión policial dejando un saldo de al menos tres mil víctimas fatales.
Por Gustavo Díaz para La tinta
Este hecho es conocido como “El Bogotazo”, revuelta que marcó un punto de inflexión en el relato histórico de Colombia, y que hoy se conmemoran 70 años.
A unas pocas cuadras del magnicidio, Gabriel García Márquez se enteraba por un compañero de la pensión en la que vivía que acababan de matar a Gaitán frente al café El Gato Negro.
Seis días antes del atentado arribaba a la capital colombiana con veinte años Fidel Castro, líder estudiantil y delegado de la Universidad de La Habana a un congreso estudiantil convocado como una réplica democrática a la Conferencia Panamericana. En la agenda personal del escritorio de Gaitán estaba anotada la cita de encuentro con el cubano en la hoja correspondiente al 9 de abril: “Fidel Castro, 2pm”.
Nacido el 23 de enero de 1903 en el popular barrio de Las Cruces de Bogotá, Jorge Eliécer Gaitán era el hijo mayor de Eliécer Gaitán Otálora, liberal que se dedicó a la venta de libros usados y de Manuela Ayala, maestra de escuela, mujer progresista que impregnó al joven de ideas de avanzada. Vale aclarar que dada la época en la que nació Gaitán es difícil la exposición de datos con absoluta precisión. Existen dos documentos con distintas fechas, una partida de nacimiento del 30 de enero de 1903 y una de bautismo que data del 26 de enero.
De muy joven Gaitán comenzó su compromiso con la militancia política. Apoyó la candidatura por la presidencia del poeta pionero del Modernismo en Colombia, Guillermo Valencia; fue el orador contra el presidente Marco Fidel Suárez; organizó sociedades literarias y fue parte del Centro Liberal Universitario.
Ya para 1924 se tituló como doctor en Derecho y Ciencias Políticas con la tesis titulada “Las ideas Socialistas en Colombia” que incorporaba postulados marxistas en su lectura de la realidad, evidenciando la enorme importancia que primaba en Gaitán sobre las reivindicaciones sociales y económicas de la clase trabajadora para elevar integralmente al pueblo de Colombia.
Cuando la historia es realismo mágico
Luego de haber hecho el doctorado en Italia en la Real Universidad de Roma, regresó a su natal Colombia y en 1928 fue elegido como congresista donde denunció el accionar premeditado de los militares en los crímenes cometidos en lo que fue la Masacre de las Bananeras: fusilamiento de miles de trabajadores que estaban en huelga exigiendo condiciones laborales dignas, donde el Ejercito intervino a plomo en defensa de la multinacional de estadounidense United Fruit Company.
La historia oficial se encargó de minimizar el número de víctimas de la masacre, pero en el libro Cien años de soledad de Gabriel García Márquez se plasma este hecho histórico en cifras y torna significante el terrorismo y la desaparición de personas por parte del Estado, a través del realismo mágico en la novela.
García Márquez, que nació un año antes de la Masacre de las Bananeras, expresó de manera narrativa lo que denunciaba Gaitán décadas atrás.
Así vivió José Arcadio Segundo Buendía la histórica represión:
– ¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!
Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla. El niño vio a una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo (…)
Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y solo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo (…)
Ya para 1939 Gaitán fue elegido como magistrado de la Corte Suprema de Justicia y en 1940 fue nombrado como ministro de educación; en el tiempo que duró su gestión desarrolló planes en contra del analfabetismo, para democratizar la educación y la cultura. La mayoría del pueblo colombiano estaba convencido de que Gaitán era su digno representante en el poder. El líder liberal tenía ideas en pro de los intereses de los más desposeídos, sobre todo los campesinos, y buscaba quitarle los indignantes privilegios a la oligarquía.
El encuentro que no se dio entre Fidel y Gaitán
El mediodía del 9 de abril de 1948 estaba lluvioso en Bogotá cuando Gaitán terminaba de almorzar con sus colegas y se dirigía a encontrarse con un joven estudiante de derecho de origen cubano llamado Fidel Castro, con quien tendría una entrevista en motivo del Congreso de las Juventudes Latinoamericanas. La cita nunca se daría porque Juan Roa Sierra, ejecutaba por la espalda al líder liberal, quien iba a morir en la clínica central una hora después.
Años más tarde Fidel Castro contaría en varias oportunidades que de insurrecciones populares de tales características él no conocía más que las impresiones de su imaginación que le habían dejado los relatos de la toma de la Bastilla, como uno de los días más gloriosos de la Revolución. Y agregaría que en Bogotá, en aquel día trágico, nadie dirigía porque había muerto el líder.
Es paradójico que a unas pocas cuadras, en la pensión de la calle Florián, Gabriel García Márquez se enteraba de la muerte del líder de los liberales, y quien podría saber también que años más tarde se entablaría una amistad cercana entre el escritor y el líder revolucionario de Cuba.
El asesinato de Gaitán provocó una reacción popular muy violenta y una feroz represión gubernamental conocida como “El Bogotazo” dejando más de 3000 muertos y dando inicio a una época de la historia colombiana conocida como La Violencia, que duraría hasta 1958.
Sin embargo las consecuencias perduraron en el imaginario colombiano, a través de los conflictos armados librados por el Estado contra los grupos armados de izquierda, los paramilitares y los carteles del narcotráfico; y así en uno discursos Gaitán profetizaba: «Ninguna mano del pueblo se levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo hace el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal.»
*Por Gustavo Díaz para La tinta.