Mendoza: calabozos en la casa de un juez condenado por delitos de lesa humanidad
Luis Francisco Miret, ex juez federal de Mendoza, fue condenado a cadena perpetua en julio pasado. Dos meses después murió. En esta nota develamos los secretos del sótano de su casa, donde fueron hallados calabozos similiares a los del D2, el ex centro de detención más reconocible de Mendoza. Su esposa dice que hubo allí «mujeres guerrilleras», pero todos los protagonistas están desmemoriados o sólo recuerdan que allí había un secadero de bananas. El autor de la nota realizó ayer la denuncia judicial ante el Ministerio Público Fiscal, en la Oficina de Asistencia en Causas por Violación a los Derechos Humanos cometidos durante el Terrorismo de Estado.
Por Eduardo Latino para La Retaguardia
La mirada perdida en el horizonte. Los ojos que penetran el conjunto de vidrios que ofician de gran ventana que apunta directo al control del ingreso y egreso de cualquiera que esté de paso en la casa. Se puede ver cierta nostalgia en los ojos, una mirada que añora tiempos pasados, donde el poder tenía ritmo de dominio y autoridad. La condena es social y masiva. El ex Juez Federal Luis Miret se encontraba detenido por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar. La mirada perdida en el horizonte, son los resabios de una búsqueda de control como último artilugio que pende de un hilo encerado. Un ejercicio diario que busca rememorar tiempos donde la moral dominante era el camino recto. Camino que impuso el rigor de las detenciones ilegales y las desapariciones forzadas como doctrina de eliminación de quien osara pensar y vivir distinto. Una eliminación sistemática de la otredad, bajo el amparo del Estado. Una vigilancia permanente que puso bajo sospecha al menos pensado.
Su rostro firme sigue atento desde el ventanal la brisa que apenas mueve las ramas. Es otoño y las hojas de los árboles del jardín del frente de la casa toman forma de explosión multicolor. Sus ojos atentos miran la puerta y el portón de ingreso grotescamente enrejados. La espera se dilata y la ansiedad comienza a hacerla mover de esa estática figura. De repente, ve que se detienen en la puerta y es la señal que ha llegado el momento de mostrar la casa. El domicilio es Vicente Gil 539 de la 5ª Sección. Barrio que es símbolo de la aristocracia mendocina, en particular en los años ’70. Baja rápidamente y comienza el recorrido. El laberinto comienza a quedar desnudo. Del primer piso, al largo pasillo que comunica a los dos patios interiores y el desfile de múltiples dormitorios en la planta baja, hasta llegar a las escaleras que comunican con el sótano desde la cocina.
Las escaleras parecen resistirse a la visita. La oscuridad comienza a ganar terreno y la sensación de ingresar en un espacio-mundo subterráneo que guarda secretos y dolores se siente en la piel. Se erizan los pelos y el pecho se comprime. Se multiplican los pasos y la compresión ya se siente hasta en la cabeza. La casa parece decir que mejor se alejen de ese lugar, que no son bienvenidos. La mujer de mirada enérgica y belicosa es Nidia Eugenia Leria de Miret. Ella es la dueña de casa. Ella es quien cuenta con desparpajo y seguridad que “allí abajo había un secadero de bananas” y también en los ’70, antes de comprarla: “habían mujeres guerrilleras escondidas en este sótano”.
El laberinto en su sombra
La casa se encuentra entre las calles Paso de los Andes al oeste, y Martínez de Rosas hacia el este. Hacia el norte es colindante con el Gimnasio Municipal Nº1, dependiente de la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza. Según el Boletín Oficial de la Provincia, con fecha 26 de mayo de 2017, la agrimensora Marisa Devicenzi mensuró 465 metros cuadrados del terreno correspondiente al emplazamiento de la casa. Dicha mensura consta según expediente 9245-D-2017 y que se efectuó el 5 de junio del mismo año. Misma superficie que figura en el Registro de la Propiedad.
El primer piso cuenta con tres dormitorios. Un dormitorio con un imponente ropero y dos baños en suite, un gran ventanal que da al jardín de ingreso y otras ventanas que permiten tener vista de los otros dos patios internos. Este era el dormitorio de Nidia Eugenia Leria de Miret y de Luis Francisco Miret. El dormitorio de las hijas al medio y hacia el oeste, y con salida al techo, el dormitorio del hijo. En el medio está el baño compartido para estos dos dormitorios.
La planta baja es el laberinto en su mayor grado de sofisticación. Cuenta con una gran sala apenas se ingresa por la puerta principal, que vincula el jardín frontal y el patio central. A mano izquierda se accede a un largo pasillo que conecta con la cocina y otras dos salas y un baño, que están conectadas con el patio posterior. Entre la sala principal y las salas posteriores se encuentra la cocina, que conecta en la misma planta con dos habitaciones de servicio y la escalera hacia el subsuelo.
En las profundidades de la construcción, hay cuatro espacios bien determinados. Una primera sala a la que se accede por dos vías: las escaleras que dan a la cocina y al pasillo de la sala de servicio o por una fosa de un metro aproximadamente, que se encuentra cerrada por una tapa de lata en el patio interno. La fosa se encuentra en el patio del centro de la casa. Luego hay una puerta en el oeste de la sala, la que permite el ingreso a la habitación donde se encuentra la caldera. Hacia el norte hay una puerta que comunica con un pasillo donde se encuentran dos puertas, que comunican a la vez con dos espacios que podrían ser celdas, que quedan divididas por un muro. En ese espacio se encuentran las tuberías que bajan de la casa hacia las calderas. Frente a éstas, se encuentra la otra puerta, que comunica con una gran habitación, que también da la impresión de ser una celda. Luego del pasillo, encontramos una nueva puerta y se ingresa a la última sala.
Los secretos del sótano
Llego al sótano y las preguntas emergen intempestivamente. El pasillo que comunica las dos salas mayores del sótano, muestra una estética que estremece, casi hasta sentir esa sensación en el pecho que punza sin freno.
Los espacios tienen todo el aspecto de ser celdas. Las puertas de madera maciza, con un espesor aproximado de 15 centímetros cada una y ambas con mirillas donde se puede pasar un plato de comida sin problemas. Lo que llama particularmente la atención es la cerradura que se encuentra del lado de afuera solamente.
Decido visitar el Espacio de la Memoria de Mendoza, donde funcionó el ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio D2. Al encontrarme frente a las celdas, constato que las puertas y celdas son muy similares a las encontradas en el sótano de la casa de Miret. Las diferencias son el material y el espesor. Mientras que en lo que fue el Centro Clandestino las puertas son de metal, las de la casa de la esposa de Miret son de madera, pero duplican holgadamente el espesor de las del ex D2. Las mirillas de la puerta son casi un calco, mientras los mecanismos de cierre, en ambos casos, son exteriores.
Al cerrar las puertas del pasillo, este ambiente se transforma en un espacio hermético, donde el propio ruido de las tuberías de las calderas hace imposible que se escuche cualquier grito humano o ruido que se emita desde el interior.
Si bien la primera sala del sótano es muy prolija y cuidada, la última sala está ambientada como si hubiese funcionado un casino clandestino o una sala de juegos. Lugar donde parece que se jugaba mucho más que al truco. También vale preguntarse, ¿por qué esas celdas y esas puertas junto a una sala de juego, ya entrados los años ’90? Tanto en los diarios pegados en la pared oeste, como la gran placa de mdf con una gran ruleta de casino y la marca de cigarrillos Camel junto a ella, señala que el año 1997 fue tiempo de fiesta. En la pared que da a los fondos del Gimnasio Nº1, aún se conservan unos estantes de vidrio con un espejo y luz en la parte superior, algo bastante similar a lo que se estilaba en los boliches bailables de esa época.
En cuanto a la fosa, la misma tiene un sendero independiente de la casa y está comunicada con la puerta de ingreso. Luego pasa por un pasillo entre el costado este de las sala mayor y la medianera lindante con la casa vecina. La pregunta es ¿para qué esa fosa?, ¿cuál es el sentido de no tener escaleras y que sea tan baja? En el caso hipotético que alguien esté encapuchada o encapuchado, es bastante accesible poder bajar sin tener que por ello sufrir alguna lesión.
Tanto Nidia de Miret como Carlos Fader, uno de los anteriores dueños de ese inmueble, aseguran que en ese terreno había “un secadero de bananas”. Era lo único que había en el terreno según Miret y Fader. Un secadero de bananas que funcionó, al parecer, hasta un tiempo antes de 1979, en una de las zonas más aristocráticas de la provincia.
Susana Muñoz es referente de La Casa de la Memoria y estuvo detenida durante la última dictadura. Con mirada profunda y palabras justas y certeras dice: “esas puertas las conozco, son muy parecidas a las que conocí en esos años”.
Eugenio Paris, es integrante de Ex Presas y Presos de Mendoza, quien se sorprende al ver las fotos de las puertas y comenta: “llaman mucho la atención esas puertas con mirillas y de esas dimensiones. Si esas celdas no fueron utilizadas en los tiempos de la última dictadura, habla de algo que pudo haber pasado en ese sótano durante los años siguientes a la dictadura y no parece nada bueno”. Hace referencia por un lado a las puertas y, por otro, a la sala de juegos.
Mujeres y guerrilleras
La condición excluyente y estigmatizadora. Mujeres y guerrilleras. Una doble vía de aproximación a un odio que resuena aún en la retina de quienes tuvieron el poder. Ser mujeres y guerrilleras son dos categorías que plantean una negatividad y una falta de virtud, opuesta a las tradiciones conservadoras de los sectores dominantes de Mendoza. Alejandra Ciriza y Laura Rodríguez Agüero, en el texto La Revancha Patriarcal. Cruzada moral y Violencia sexual en Mendoza (1972-1979), dicen:
“La particular asociación entre integrismo religioso y aparato represivo del Estado, la presencia de los domínicos y la construcción de la idea de enemigo interno unida a las nociones de ´subversivo, terrorista, apátrida, por fuera de las leyes de la moral y la religión católica´, hizo posible una particular política de represión sexual que generó por una parte la homologación entre militantes y prostitutas, y por otra proporcionó una justificación ideológica a la aplicación de la torturas y violaciones como forma de castigo legítimas”.
Las palabras de Nidia de Miret, que aseveran que había mujeres guerrilleras escondidas, dan cuenta de esa dimensión peyorativa de las mujeres en un contexto político-cultural-social enmarcado en un proceso social en busca de la emancipación. El aspecto negativo está marcado en esa condición: mujeres luchadoras y problematizadoras de los valores dominantes. Eso las convirtió en objeto de las más atroces violencias sobre sus cuerpos y sobre sus existencias.
Según un informe del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), en Mendoza “fueron al menos cinco las apropiaciones de niños durante la dictadura cívico-militar. Hay dos casos resueltos hasta la actualidad y tres siguen sin resolver”. Al menos cuatro mujeres parieron en cautiverio en la provincia y sus hijos e hijas fueron apropiadas. La complicidad civil es una de las líneas que han denunciado históricamente los Organismos de Derechos Humanos en todo el país. El trabajo de Ciriza y Rodríguez muestran las complicidades civiles, donde “las mujeres fueron desmaternalizadas, violadas de manera sistemática, estigmatizadas como ´putas´”.
En ese contexto, toda afirmación sobre mujeres guerrilleras escondidas sugiere algunas preguntas: ¿por qué Miret compra esa propiedad para vivir? ¿Cabe preguntarse si esas mujeres en vez de estar escondidas estaban detenidas-desaparecidas en ese sótano?, ¿cómo supo la esposa de Miret que allí abajo había guerrilleras escondidas?.
Las preguntas se multiplican, como las voces presentes de cada desaparecida, de cada desaparecido.
*Extraída de una investigación de Eduardo Latino para La Retaguardia (ver investigación completa)