Ensayo filo-futbolístico: algo sobre sistemas, moral y «antifútbol»
¿Es posible o si quiera válido justificar políticamente un sistema de juego futbolístico? Paloma Dulbecco nos presenta un breve tratado filosófico sobre esa eterna discusión de bares, de canchas, de asados. Cada futbolero y cada equipo aboga por un sistema, ahora ¿está bien criticarlo bajo la lupa de la moral? ¿A caso no es más apropiado hacerlo como un resultado de la historia y de las identidades que se fueron forjando? Como diría un Marx futbolero, las condiciones materiales de juego y las posibilidades reales de desarrollo son las que determinan la conciencia y la definición de juego –y no al revés. Criticar un estilo bajo criterios morales es engañoso. Todos los equipos quieren ganar, sino el juego no tendría sentido.
Por Paloma Dulbecco para La tinta
¿Es posible o si quiera válido justificar políticamente uno u otro sistema de juego futbolístico?
La pregunta por las justificaciones resulta inescindible de la moral. Precisamente porque la sustancia de esta última para establecer los criterios correctos, no es otra que una madeja, siempre contingente y siempre disputable, de argumentos en juego. Toda justificación asume costos y conlleva riesgos, pero únicamente porque sería impensable e indecible si no mediaran las convicciones. La esfera de lo político directamente no sería posible si no existieran las posiciones, así como la bola enmudecería y no tendría ninguna razón de ser en un campo de juego conformado sólo por semejantes.
Y el fútbol es un claro ejemplo. Requiere el encuentro de dos identidades diferentes, las cuales, a su vez, contienen potencialmente cada una en su interior una amplia variedad de combinaciones posibles a raíz de algo tan esencial como los esquemas de posiciones. Estrategias, tácticas, prácticas, usos y costumbres de juego que en conjunto producen determinada ideología futbolística. Como diría un Marx futbolero, las condiciones materiales de juego y las posibilidades reales de desarrollo son las que determinan la conciencia y la definición de juego –y no al revés. Por ende, bajo ningún punto de vista se trata de una decisión independiente ni aislable del contexto.
En 1965, Osvaldo Zubeldía se convirtió en entrenador de Estudiantes de La Plata, club al que llevó a alcanzar su primer campeonato. En contra de su modalidad de juego, una corriente se valió del apelativo ‘antifútbol’ con la pretensión de descalificar a un equipo que ganó no sólo cada copa que disputó en ese entonces, sino también elogios de la prensa nacional e internacional por su potencia e innovaciones en el juego. Así lo registró el Negro Fontanarrosa en la editorial que escribió en El Gráfico del 21 de mayo de 1968: “marcar con todos sus hombres y en toda la cancha no puede ser ‘antifútbol’. Estudiantes marca, obstruye, impide la progresión ofensiva rival porque su gente está mental, física y espiritualmente preparada para ese esfuerzo y porque sabe que no puede regalar ninguna clase de ventajas. Que su juego sea más sólido que bonito, no basta para llamar ‘antifútbol’ a ese auténtico FÚTBOL de producción masiva y resultados convincentes que hace Estudiantes”.
Es evidente que, en ese entonces y ahora, la acusación de antifútbol es algo que el mundo del fútbol necesita. Sobre todo para que ese mundo del fútbol pueda no llamarse a sí mismo antifútbol. En el sistema del fútbol, así como en el lingüístico estudiado por Saussure, todo elemento surge y se constituye como tal en tanto se diferencia con otro. Ningún elemento está completo en sí mismo, ya que ninguno es una presencia absoluta, aislable de la relación con el resto de los elementos que componen al sistema. Para afirmarse idílicamente como verdadero y correcto, en oposición al otro excluido y cuya propia identidad ha sido construida en tanto chivo expiatorio para no asumir aquella serie de características que se le endilgan.
Pero se trata de una operación que encierra una función paradojal. Al mismo tiempo que deslegitima una forma de juego, la desautoriza y pretende apartarla del plano válido de discusión, la conforma en tanto Otredad, es decir, en tanto una identidad posible de ser reconocida como tal y asumida. Frente a los paladines del verdadero fútbol, de aquel de calidad, importado y/o for export, el Estudiantes del maestro Zubeldía fundó su propia visión del mundo, de jugar y ganar con lo nuestro, con un esfuerzo descomunal en los entrenamientos a doble turno, en las prácticas de pelota parada, y con la consolidación del equipo por sobre las individualidades.
Estudiantes asumió para sí esa exterioridad con la cual fue tratado. El 16 de octubre de 1968, al equipo titular no le importó –o todo lo contrario y por eso jugaron así– que desde las tribunas locales de Old Trafford le gritaran “animals”. Había salido una hora antes del partido para hacer el calentamiento en el campo de juego frente al público inglés. Mejor dicho, a realizar la correspondiente adaptación al terreno hostil, aun bajo una lluvia torrencial. Luego de los noventa minutos de juego, un equipo extranjero dio por primera vez la vuelta olímpica en Inglaterra.
En definitiva, resulta posible criticar políticamente determinado sistema de juego por “resultadista”, “agresivo”, “defensivo”, “tiki-tikista” “posesivo”, “lindo” o “bonito”. Pero hacerlo mediante criterios morales es engañoso. Todos los equipos quieren ganar, sino el juego no tendría sentido. Pretender interponer un límite moral entre aquellos que quieren ganar por cualquier medio y los que no estarían dispuestos a ello (todos estamos recortados por la misma tijera), implica una definición poco promisoria del fútbol. Niega su autonomía y razón de ser en tanto juego, competencia, resultados. Lleva a la construcción de antagonismos a partir de categorías morales. En el fútbol, así como en la política, la moral no debe inmiscuirse. La política y los sistemas de juego futbolístico son conflicto, pero orientado en función de criterios políticos. Criterios que restituyen el carácter contingente de las identidades y las afirmaciones, es decir, histórico, variable, sujeto a la disputa por la hegemonía. Jamás criterios morales porque estos presuponen una única visión con pretensiones universales y conducen a una negación destructiva del otro.
*Por Paloma Dulbecco para La tinta / Desde: Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La música de los domingos»