Perú: si el amauta viviera
Verónika es la frontwoman de una nueva izquierda que quiere gobernar Perú y casi lo consigue hace un año, cuando estuvo a un tris de competir en el ballotage presidencial con Keiko Fujimori, la heredera del neoliberalismo predador andino. Mientras la derecha reformatea el paisaje de la región, ¿amanece la imaginación política, como en un suspiro limeño, para delinear un futuro posneoliberal y posprogresista a la vez?
Por Mario Santucho y Hernán Maldonado para Revista Crisis
S e sabe que Mariátegui fue una figura fundamental del marxismo latinoamericano en el siglo XX. Menos conocido es que otro Mariátegui, el nieto de aquella luminaria, resultó clave para la resurrección de la izquierda peruana en 2016. De José Carlos el iniciador, mente brillante y original, autor del clásico Siete ensayos de la realidad peruana; al actual Aldito periodista, posmoderno y bufón. Toda una metáfora.
La anécdota ocurrió durante la última campaña electoral. La protagonista fue una joven Verónika Mendoza, candidata del Frente Amplio, alianza de casi todos los grupos y voluntades que se oponen al neoliberalismo. Verónika, de tono apacible y dicción exacta, no asomaba la cabeza en las encuestas. Medía el dos por ciento. Y no se estiraban.
Esa noche era su turno en el programa político estrella, preparado especialmente por las principales cadenas televisivas para acaparar la atención. Mónica Delta, la conductora ecuánime presentó la escena, secundada por el simpático Aldito. Otros cuatro entrevistadores se preparaban para exprimir a la presa. A pesar de la solvencia académica acumulada en sus largos años de formación parisina, donde se licenció de psicóloga e hizo posgrados en antropología, Verónika lucía nerviosa. Y Aldito la quería ver sangrar.
Primero le obsequió ceremoniosamente su libro, titulado El octavo ensayo (Planeta, 2015), que inicia con una pregunta estridente: “¿Por qué detesto tanto a la izquierda?”. El caramelito envenenado contenía dedicatoria: “Con la débil esperanza de abrirle los ojos”. Luego, tenía preparada una estocada letal: “Bonsua chez Veronic, bienvenue a nuestro program, sans emi mesiuj” (sic). El francés chamuscado venía a ser una chicana por la ascendencia europea de la candidata a Presidenta del Perú. Entonces Verónika sacó de la galera una respuesta inesperada: “Allillanchu kashanki Aldo. Sumaq chisi kachun qanqunapak llaqta masikuna, ñañay turaykuna”. La desazón transfiguró el rostro de Aldo: “Merci bonsu”, respondió desconcertado. Y en ese preciso instante la intención de voto de la candidata quechua hablante rebotó como un resorte.
Fuji jato
La clave para comprender al Perú contemporáneo sigue siendo el fujimorismo, que gobernó durante la última década del siglo XX. El país llegó a 1990 no con una crisis, sino con todas ellas juntas: recesión con hiperinflación, emergencia de poderosas economías ilegales, una violencia política sin paralelo en América Latina (por la existencia de un electrón suelto llamado Sendero Luminoso que empleaba sistemáticamente el terrorismo y tenía entre sus principales objetivos al movimiento popular). El neoliberalismo desplegó entonces su hegemonía, ante la complicidad de instituciones quebradas y una sociedad sin reacción. La reestructuración del país fue contundente.
Fujimori aplicó precisas dosis de autoritarismo para disolver cualquier resistencia, autogolpe y asesinatos selectivos incluidos. A tal punto fue eficaz el experimento que Perú pasó a ser uno de los casos testigos de lo que el propio Banco Mundial llamó “la captura del Estado” por parte de redes de intereses oligárquicos, tal y como sucedió en Rusia o Ucrania, naciones que por esa época se daban vuelta como una media y caían de sopetón al baile globalizador.
El modus operandi de la nueva democracia peruana solo crujió cuando saltaron a la luz ciertos casos de corrupción emblemáticos, “destapados” por actores externos al sistema de justicia local. La filtración de los “vladivideos” en el año dos mil, por ejemplo, donde un asesor estrella del Presidente, y jefe del Servicio de Inteligencia Nacional, aparecía coimeando a toda la clase política y económica, incluido los dueños de diarios y canales de TV, terminó por provocar el colapso del fujimorato. Hoy en día el sistema político convulsiona al ritmo de la justicia brasileña y la operación Lava Jato. El último presidente Ollanta Humala recientemente fue encarcelado, mientras los otros dos ex mandatarios del post fujimorismo, el inefable Alan García y Alejandro Toledo, aparecen fuertemente comprometidos.
Otra de las características de la gobernabilidad peruana contemporánea: la elección en comicios transparentes de candidatos que, salvo en la última elección, blandieron programas de cambio del modelo económico. Pero que, una vez llegados a la presidencia, invariablemente se aliaron con los poderes fácticos y dejaron sus impulsos reformistas en la puerta de “la Casa de Pizarro”.
Volante por izquierda
Verónika Mendoza cosechó el 18,85 por ciento en las presidenciales, a solo dos puntos del actual mandatario Pedro Pablo Kuczynski, PPK. Keiko Fujimori rozó el cuarenta, pero era sabido que quien arribara segundo ganaría el ballotage. Quizás en su fuero íntimo, Vero agradece no haber coronado tan temprano. Fuimos a su minúsculo departamento limeño, donde sirve un riquísimo café, mientras responde siempre cuidando cada una de sus palabras.
—¿Pensaste en algún momento que se podía ganar, que podías llegar a ser Presidenta?
—Pregunta delicada. Mira, yo estaba convencida de que había un espacio y una posibilidad para un proyecto como el nuestro. Y tuvimos que poner en tensión a las izquierdas, porque la tendencia en los procesos electorales precedentes había sido asumir la marginalidad en la que estábamos como fuerzas políticas emancipadoras y sumarnos a proyectos más de centro. Esta vez yo sentí que era el momento de presentar una alternativa claramente radical, con planteamientos de cambio profundo. Me pareció que podíamos conseguir un lugar expectante. Y hacia el tercer mes de la campaña los sondeos de opinión señalaban que había una posibilidad real de pasar a segunda vuelta y eventualmente ser gobierno. Creo que estuvimos cerca, y que es posible lograrlo en el próximo proceso electoral, si es que hacemos las cosas bien. Pero llegar al gobierno no es nuestro principal objetivo. Lo más importante es lograr implementar los cambios que nuestro país necesita.
—Suele pasar que quienes acceden al gobierno terminan atrapados por el status quo.
—La experiencia con Humala nos ha dejado importantes lecciones. Él generó muchas expectativas y esperanza en amplios sectores de la ciudadanía. Pero no alcanza con construir una mayoría social que respalde los cambios. Necesitamos además un programa sólido, que se sostenga técnicamente, sobre todo desde el punto de vista económico. La experiencia de los gobiernos de nuestros países vecinos muestra que resulta sumamente difícil, dada la estructura económica de nuestra región, dependiente de la exportación de materias primas y el extractivismo. También precisamos construir una organización política sólida, que retroalimente, debata y cuando haga falta pueda reconducir o corregir rumbos. Es clave que esa organización esté fuertemente anclada en el movimiento social.
—¿No es un obstáculo asumir la identidad de izquierda siendo que el objetivo es crear un movimiento emancipador de nuevo tipo?
—Nuestras principales tensiones en esta última etapa, desde las elecciones de 2016 hasta hoy, han tenido que ver con el debate sobre cómo nos organizamos. No tanto con cuestiones programáticas ni ideológicas, como solía ser antaño. Quienes necesitan controlar el espacio o instrumento político, son parte de una tradición de izquierda que considero hay que superar. Nosotros creemos que hay que abrirse a la ciudadanía: una ciudadanía que, es cierto, tiene desconfianza respecto del partido político como esquema, pero quiere involucrarse y demanda participación. Por eso es fundamental construir un espacio abierto y permeable, lo suficientemente flexible como para que la gente encuentre su espacio sin necesariamente ser un militante absolutamente disciplinado. El reto es salir de la marginalidad y asumir la posibilidad de gobernar, sin que esto signifique abandonar el objetivo de transformar el estado y la sociedad. Nuestro aporte consistió en renovar las agendas, poniendo en el centro algunos temas que solían ser relegados o ninguneados. Las izquierdas siempre han insistido en el debate sobre los modelos económicos pero muy poco en la importancia de la lucha de los pueblos indígenas, el cuidado de los bienes comunes, el problema del cambio climático, la perspectiva feminista, la comunidad LGTBI. Para nosotros son exigencias irrenunciables.
Economía y suciedad
El neoliberalismo en Perú no solo triunfó, también echó raíces y capturó la imaginación de la gente. Amplias capas de la sociedad se incorporaron, material y simbólicamente, a la economía de la deuda y del consumo en los malls que erupcionaron el paisaje urbano. El esquema es similar al que se advierte en Chile, y distingue al Cono Sur que se recuesta sobre el Pacífico: reducción significativa de la pobreza (que aún así, según cifras oficiales, es del 22 por ciento), sin que se modifiquen sustancialmente los términos de la desigualdad social.
En lo que va del siglo Perú fue el país con mayor crecimiento de la región y logró encadenar la financierización noventista con el boom de los commodities. Un ciclo largo comandado por doce firmas líderes, entre las que se destacan los bancos y las industrias extractivas de la minería y los agrobusiness. Sea quien sea la fuerza política que gobierne, este reducido pool de empresas ubica sus cuadros en lo más alto del Ministerio de Economía. Para conservar los estandartes del «éxito»: una presión tributaria del 14 por ciento, muy por debajo del 21 por ciento que promedian los países de la OCDE (organización de países cultores del libre comercio); sumado a un aumento constante de la productividad del trabajo, gracias a la precarización general de los empleos y el apego a formas de organización laboral premodernas, es decir “de avanzada”. Todo ello sobre un telón de fondo salpicado por prósperas economías paralegales, con el narco a la vanguardia, pero en expansión hacia actividades como la minería y la tala de árboles. The Wire en el Callao.
PPK es el primer liberal químicamente puro que llega a la presidencia de la república vía elecciones democráticas. No la tiene fácil. Le toca surfear el estancamiento motivado por la baja en el precio internacional de los productos exportables. Amortiguar la onda expansiva de demolición que emana del escándalo Odebrecht. Y administrar consensos con un fujimorismo dividido y belicoso, que presiona por la excarcelación de su líder condenado por crímenes de lesa humanidad. Todo ello, sin un partido o estructura política que cuide sus espaldas. Y con el principal intelectual de las élites libertadoras de América, su compatriota Mario Vargas Llosa, ejerciendo un puntilloso control de calidad doctrinario desde las tribunas mediáticas más importantes del continente: “Indultar a Fujimori no solo sería una ilegalidad; también, una traición a los electores que lo llevamos al poder”.
“Es evidente que la democracia representativa tal como está configurada en el Perú, tal como está concebida estructuralmente, ha llegado a su límite. Por lo tanto hay que reestructurarla”. La frase pertenece a Verónika Mendoza, quien dedica el invierno a constituir una fuerza política nueva, luego de la ruptura del Frente Amplio en el Congreso, donde la inédita bancada de veinte legisladores izquierdistas padece los rigores del blindaje institucional. Y concluye: “Yo creo que es momento de abrir un nuevo proceso, que no niegue las experiencias ni los aprendizajes de este ciclo de progresismos que pareciera estar cerrándose. Necesitamos imaginar una nueva etapa, superando la dependencia del extractivismo que tanto daño le ha hecho a nuestros países”.
La calma chicha que irradia Verónika contrasta con las dimensiones del desafío que propone. Tal vez sea esa templanza, en medio del estrépito y la bulla, lo que motiva que su figura siga en ascenso. Si el abuelito Mariátegui viviera, quizás modificaría su eslogan: “ni calco ni copia, sino creación estoica”.
*Por Mario Santucho y Hernán Maldonado para Revista Crisis.