La Casa de la Diferencia: feminismo, eugenesia y exterminio (Primera entrega)

La Casa de la Diferencia: feminismo, eugenesia y exterminio (Primera entrega)
3 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

Leonor Silvestri comparte intuiciones políticas y personales sobre el entrecruzamiento de diversidad funcional, discapacidad, capacitismo y eugenesia, vehiculizado por el feminismo actual.

Por Leonor Silvestri para La tinta

Los feminismos han creado la axiomática más contundente que las mujeres lato sensu y no sin conflicto, hayan oído jamás. Mi cuerpo es mío. Mi cuerpo, mi decisión. La biología no es destino. La libertad comienza por el vientre. Lo personal es político. No fueron frases para ilustrar remeras confeccionadas por mujeres oprimidas en talleres clandestinos y explotadas en fábricas legales. Se trataban de aforismos a desarrollar de manera práctica y vital, concretamente en la cotidianidad de las que se reclamaban feministas tanto como aquellas que -aún- no. Así, en esa conflictividad, negada, invisibilizada y temida, la lesbofeminista afro-descendiente Audre Lorde acuñó una de las frases favoritas del movimiento que se empezó a definir como “la casa de la diferencia”.

No obstante, así como muchos de esos enunciados fundacionales de la vida contemporánea de muchas de nosotras no llegaron a la vida concreta y material de otras de nosotras, la casa de la diferencia ha sido tolerada en tanto la diferencia no sea tan diferente. En tanto la diferencia pudiera ser dotada de una forma física y un actuar humanista y humano.

La discapacidad como diferencia

No es la primera, y probablemente no será la última vez, que el feminismo debe repensarse para devenir los feminismos. Así como las lesbianas increparon a Friedan que las denominó “la amenaza violeta”, injuria de la que se apropiaron; así como luego las afrodescendientes tuvieron algo que decirle no solo al feminismo heterosexual sino también al blanco (lésbico y no); así como más tarde las trans, las queer, y las intersex hicieron sus entrecruzamiento; también las chicanas, y las descoloniales, las originarias, las migrantes, las musulmanas, las trabajadoras sexuales, se sumaron al debate para complejizar (mucho más que incluir y ampliar) esa casa de la diferencia.

Cuando los feminismos (muchos incluso de los mencionados arriba) han tenido que lidiar con otras formas de vivir, sentir, o verse, esas que tienen un diagnóstico médico, un certificado de discapacidad, o tal vez no, en general el material a discutir comienza a ralear. Esto sin perder nunca su tono victimista, condescendiente, piadoso, apenado, su subjetividad de “pobrecitas las anormales” al punto tal que (mientras quiero creer que ninguna feminista insulta con un “negra de mierda”, y tantas se reclaman lesbianas políticas) la identificación con la “discapacidad” como categoría necesaria para el análisis material de los feminismos aguarda en el estante de las diferencias sentidas como enfermedades que hay que curar o evitar.


Porque la diferencia es aceptable en tanto y en cuanto aceptemos que algunas diferencias, por ejemplo las diferencias que la corrección política ha denominado “diversidad funcional”, sea tolerada como inferior o un mal o calamidad por la cual sería mejor no pasar o a reparar, de ser necesario mediante un aborto selectivo, usualmente para que no sufra, tal es su excusa.


La discapacidad es esa deshonrosa experiencia, cuyas potencias nadie reclamara, pero de la cual todo el mundo se compadece sin registrar que la compasión es una de las formas de hostilidad que se sufren mucho más que un cierto tipo de corporalidad con ciertos requerimientos singulares, más o menos, específicos y en distintos grados de incordio.

La discapacidad no es responsable de que se considere como pasivas, impotentes y poco atractiva a aquellas personas que presentan una variación visible sobre el estándar de normalidad que los feminismos han de tolerar. La discapacidad no es responsable de que ciertas personas henchidas en su capacitismo no puedan soportar la experiencia del dolor ajeno y pierdan el sentido de la propia vida ante él, que probablemente estaba perdida de antemano.

El feminismo logró, paulatinamente, lo que el marxismo: su sola enunciación, enunciarse como “feminista”, es condición suficiente para que una persona sea una hada revolucionaria de la bondad y el amor que viene a sanar el mundo haga y diga lo que sea. Desde la utilización de paradigmas discapacitantes hasta la creación de un proyecto de ley estigmatizador y eugenésico contra la diversidad funcional.

Pero, ¿podemos afirmar que la discapacidad existe en sí misma? Y de ser así, ¿qué operaciones están realizando los feminismos con este tema?

Elijo luego existo

Uno de los elementos claves sobre los que se asienta nuestro occidente capitalista es el derecho a elegir. No importa que año a año las elecciones demuestren que en el mejor de los casos una selecciona de la góndola de la participación política aceptable el único producto al cual quedó lo político reducido: el voto entre un muffin, una magdalena o un cupcake; entre un wafle, un panqueque o un crepe. Importa poco el ejemplo reciente catalán y su referéndum. Tampoco es de interés si ya el post-estructuralismo ha demostrado in extenso que el yo soberano que puede elegir es una gestión, o si, subyugadas, elegimos nuestro propio sometimiento, si consentimos y colaboramos en nuestra propia opresión.


Los feminismos rara vez se detienen a revisar sus postulados. Por eso, mientras se apele a la “libertad” de “elegir” en lo que respecta al aborto debemos todas acríticamente apoyar (categoría ésta la de la elección que no siempre funciona para sostener las vidas de aquellas que desean ser trabajadoras sexuales, casualmente), cual lógica bolchevique, o seremos sometidas al vilipendio de contrarrevolucionarias, pro-vida, antiabortistas, aunque sepamos que el deseo es una construcción, que el yo una ficción, y que finalmente, ya para ponernos spinozianas, sepamos que juzgamos algo bueno porque lo deseamos y no deseamos algo porque lo juzgamos bueno. Es decir, juzgamos que “mientras sea sanitx/a/e” puede haber una maternidad deseable, deseada, empoderadora y hasta subversiva.


En nuestras regiones, mentes brillantes que añoran imprimir su página en los anales del feminismos autóctono han desarrollado una estrategia para, supuestamente, obtener la legalización del aborto, lo cual ya a priori supone la legalidad como el mejor paradigma posible, y el hospital y el estamento médico como el mejor sitio y el mejor personal con la mejor capacitación para llevar adelante dicha tarea. La estrategia puso sobre el tapete sin demasiado recelo la creación de una serie de causales que vistas de refilón parecen todas muy aceptables: riesgo de vida de la persona gestante, embarazo producto de violación, y grave malformación del feto, de este lado de la cordillera; del otro lado, más sutiles, por ende más insidiosas: inviabilidad fetal.

En otras regiones (esas que son pudientes porque saquearon estas donde se nos niega el acceso a la interrupción de un proceso biológico no deseado) donde el aborto que ya fue aprobado hace rato (sin necesidad de esgrimir causales) ciertos grupos feministas desde hace un tiempo prudencial (por citar un solo ejemplo, el grupo berlinés Rote Zora desde los años 70) sabe bien que el aborto selectivo y las pruebas prenatales inciden de manera directa en la opresión de las personas así llamadas discas además de ser una trampa que en nada empodera o emancipa a ninguna mujer. Por lo pronto, una mujer con síndrome de Down se sentó frente a la presidenta Merkel y la increpó acerca de por qué en Alemania es legal interrumpir un embarazo de tercer trimestre si y solo si el feto es Down y en ningún otro caso.


El solo hecho de que exista la noción de causal “grave malformación” crea per se una serie de efectos que incluyen la devaluación in situ de las vidas que ya existen de las personas con discapacidades, el desaliento de visiones menos desesperanzadoras de la vejez, la culpabilización de aquellas personas que decidan continuar con su gestación pese al diagnóstico (a quienes se castigará por desobedecer el subyugamiento médico haciéndolas de manera individual responsables por el sostén de esa vida en las gestiones neoliberales) y por supuesto el refuerzo del poder médico que es en última instancia el encargado de trazar la frontera entre quienes son sanos -y por ende merecen todo-, y quienes son enfermos -y por ende o se someten a ser curados, si existe la cura, o mejor no nacen, puesto que las condiciones sociales (todas) se convierten en decisiones personales con soluciones biomédicas-.


Pero ¿en qué términos se percibe y presenta al personal médico esa elección que recae luego sobre el útero gestante como único responsable del apoyo, el sostén y obviamente de la decisión? ¿Cuáles son los condicionamientos y presiones sociales para elegir un destino que nadie elige, que nadie alaba, que nadie celebra, y que todo el mundo teme y utiliza de insulto? El destino disca en última distancia es el destino de nuestro paso por este mundo en tanto y en cuanto vivir significa deteriorarse, ser vulnerable, descomponerse, fragilizarse, ser mortales.

Lucien-Obesson-Leonor-Silvestri-disparo
Foto: Lucien Obesson

El aborto selectivo es percibido socialmente, entonces, no solo como una estrategia potable para hacer ingresar el aborto a la legalidad sino también como el encargado de curar una enfermedad, o evitar afrontar lo que carece de cura, cuando se trata de una condición. Y si no se trata de una enfermedad y no tiene cura supone entonces la creación de condiciones sociales para esa habitancia singular. Como se cree que no es posible, y también, aunque no lo diga nadie, que ser disca es un espanto, una atrocidad, un error de la naturaleza, entonces, conviene borrarla del mapa.

Asimismo, las pruebas prenatales, necesarias para estipular qué feto está gravemente malformado y cuál no, sirven para obtener recursos gubernamentales para montar instalaciones en épocas de recortes presupuestarios para asistencia médica (cualquier parecido con las estrategias actuales para anular la atención médica universal en esta región y su liasón con que no nazcan más onerosos problemas no es pura coincidencia, sino una demostración de cómo los poderes y sus estrategias se entretejen, y cómo a veces quienes redactan leyes están al tanto de qué cartas jugar en el juego de los tronos -la carta recorte presupuestario estatal, tercerización y subsidio de empresas privadas siempre son bien recibidas-).

Como anillo al dedo calza, entonces, la causal grave malformación en estos momentos donde el plan es retirar el acceso universal al hospital y al estamento médico que este país garantizaba, mal que mal, y que de haber sido vehiculizada so pretexto de ahorrar dinero o purificar la especie (aunque ese sea su sustrato) no habría sido tan bien recibida como lo es algo que viene bajo la etiqueta de “feminismo”, “legalidad” y “derecho a elegir”. Es decir, mientras la causal “riesgo de vida de la gestante” es humanitaria, y “violación” es pura lógica con la que no podríamos estar de acuerdo; “grave malformación”/“inviabilidad fetal” responde a intereses económicos, por caso gestiones políticas, y no se equivocan quienes la postularon como estrategia porque es muy plausible que una gestión gubernamental (dígase de la línea política que se diga) se interese sobremanera por todo lo que le sirva para reducir gastos de manutención de gente inservible para acríticamente incorporarse a la línea de producción del capitalismo. Ya nos lo advirtió Foucault, el poder que se reconduce tras un aparente proceso revolucionario se vuelve doblemente insidioso, y en esta neo-lengua orwelliana donde el bien hace mal, las partidas presupuestarias dedicadas a la selección de quiénes deben nacer y quiénes no, serán invertidas en costosos exámenes prenatales genéticos, pero jamás en asistencia sanitaria de toda índole que harían de esas vidas (y las vidas anudadas a esas vidas) un lugar placentero. Así, las pruebas prenatales, muy promocionadas por las semiosis de género, instituyen el miedo a lo diferente, pese a que más del 90% de las “graves malformaciones” se producen durante o después del nacimiento (desde envejecer hasta accidentarse, pasando por los protocolos gineco-obstétrico-neonatoligicos que hoy son rutina), y son la excusa perfecta para que solo existan mano de obra eficiente producida a bajo costo a partir del equipamiento familia.

Habitualmente, a quienes apoyan, esgrimen y alientan las causales (todas) suelen echar mano, cuando interpeladas por su eugenesia capacitista, de que en una familia promedio (es decir, clase media, más o menos blanca, más o menos occidentalizada, más o menos académica, más o menos europeizada como la de la feminista promedio que piensa esas causales y las redacta en una ley para “ayudar” a las otras mujeres -obviamente las discas no están en el debate sobre la causal que las afecta de manera directa-) la carga de cuidados de una persona con discapacidad recaen sobre las mujeres, lo cual es (para este tipo de familias) innegable e indudable.


Por eso, conviene llamar a la reflexión a aquellas tan preocupadas por la sobrecarga de las mujeres como cuidadoras naturales dentro del dispositivo familia, que se ofenden ante la ineludible demostración de que sus argumentos son eugenistas, que las pruebas pre-natales sirven tanto como para que los cuerpos con útero seamos no solo los encargados de procrear el ejército de trabajadores y de reserva funcional y solidario para el capitalismo, gratis, es decir, las famosas tareas por amor sobre las que nos advierte Federici; sino también, gratis y por amor para que obremos de gerentas de recursos humanos y seleccionemos al personal adecuado para insertarse sin problemas en la cadena de trabajo del capitalismo, tal cual explica Johana Hedva en su marketinero Teoría de la mujer enferma.


¿Será acaso que ciertos fenómenos no pueden ser abordados sin un análisis crítico, que dicho sea de paso, los feminismos supieron tener, del dispositivo familia y de la reproducción humana? ¿Será que no es posible una simplificación tan flagrante como “grave malformación del feto por el bien de la mamá oprimida por las tareas realizadas por amor” sin tener en cuenta otros factores que se interceptan, como ser qué es considerado humano y quiénes deben ser preservados y cuidados en sus singularidades (desde animales hasta discas, pasando por máquinas) dentro de ese dispositivo llamado “familia”?

En el más antropocéntrico de los mundos hasta hoy, donde un bosque y toda su biosfera es susceptible de ser incendiado por intereses inmobiliarios, por qué no producir de manera automática, vehiculizada por ideas de bien e igualdad democrática y derechos ciudadanos, la distópica fábrica familiar de obreros sanos. Es de público conocimiento que uno de los grandes medidores que traza la línea entre adaptados, adaptables, inadaptados, sanos y enfermos es su capacidad de producir dentro y bajo las lógicas postuladas por el capitalismo.

La semana que viene la Segunda entrega. Hasta entonces.

Florencia-Di-Tullio-Leonor-Silvestri-01
Foto: Florencia Di Tullio

*Por Leonor Silvestri para La tinta.

Palabras claves: aborto, feminismo, Leonor Silvestri

Compartir: