En la cancha, sos otra

En la cancha, sos otra
5 octubre, 2017 por Redacción La tinta

¿Y si ser estable emocionalmente resulta lo mismo que ser estable fisiológicamente? ¿Y si estar con la mente en equilibrio obliga al cuerpo a estar en equilibrio? ¿Y si los protones y los electrones se compensan? Eso es morirse. Así se muere la gente. No todos lo saben por supuesto, pero nosotras las farmacéuticas conocemos muy bien el tema, nosotras sí sabemos que el equilibrio tiene sólo un camino y un destino: desequilibrio – compensación – equilibrio – muerte. Yo no me quiero morir todavía. Menos que menos en la cancha.

Por Vanesa Diambra

Tengo la misma edad que el mayor goleador mexicano de la historia. A diferencia de él, todavía no pienso en retirarme, no por la edad para ser honesta sino porque vivo a seis cuadras del lugar en el que entreno y esto es muy cómodo para mis débiles articulaciones y ganas de ejercitarme en invierno. En coherencia con las dos cosas que más me gustan hacer -comer y hablar- soy de Boca. Sí, ya sé que decir esto es lo mismo que decir que mi color preferido es el azul y mi número el cinco, no dice nada. A menos que explique que soy de Boca porque mi papá es de Boca y ser de otro club no estaba permitido en casa. “Para vivir acá tenés que ser de Boca”, decía. En realidad, por un tiempo fui de River y esto sí dice bastante de mí. Sobre todo si cuento que fui hincha del millonario porque me había enamorado de un repetidor de sexto grado que seseaba y además de sesear y ser repetidor de sexto, era de River. Como nunca quiso ser mi novio a pesar de mi insistencia, volví a ser de Boca al poco tiempo. No se puede decir que no lo intenté. No se puede decir que no intento las cosas, una y otra vez.

Cuando el gol no llega, por ejemplo, no dejo de intentarlo una y otra vez. Soy insistidora, perseverante, aún a sabiendas de que el tránsito de Plutón no lo va a permitir, de que no funcionará, aún a sabiendas de que la pelota no va a entrar y no va a entrar. También soy aguantadora, y esto sí es una terrible contradicción con lo poco que puedo aguantar la pelota en mitad de cancha. “Aguantala un poco más ahí, dale”, me piden mis compañeras y mi técnico. Pero no puedo, aguanto todo menos la pelota.


A la pelota me la quiero sacar de encima como a los pensamientos de madrugada sobre la vejez, la soledad y la pobreza: rápido, sin mirar para otro lado. Por eso en mi mesa de luz nunca falta un clonazepam -en comprimidos o en gotas- pero en la cancha nada de eso; en la cancha me permito ser frontal, loca, desquiciada, emocionalmente desequilibrada. Por suerte. Por suerte y porque no puedo jugar rivotrilizada, claro.


A veces pienso que el día que crezca, que madure, el día que en el trabajo me asciendan de gerenta a directora, el día que pase de jugadora a capitana, el día que tenga mi casa propia, me case y tal vez adopte un niño de Haití, temo que por fin seré equilibrada emocionalmente, estable y esto me llena de miedo. ¿Y si ser estable emocionalmente resulta lo mismo que ser estable fisiológicamente? ¿Y si estar con la mente en equilibrio obliga al cuerpo a estar en equilibrio? ¿Y si los protones y los electrones se compensan? Eso es morirse. Así se muere la gente. No todos lo saben por supuesto, pero nosotras las farmacéuticas conocemos muy bien el tema, nosotras sí sabemos que el equilibrio tiene sólo un camino y un destino: desequilibrio – compensación – equilibrio – muerte. Yo no me quiero morir todavía. Menos que menos en la cancha.

Es cierto que a veces fantaseo con la idea de que un pelotazo mortal en la mollera o en el lóbulo frontal me deje tumbada en el piso, seca, inmóvil. Imagino todo lo que pasaría alrededor: mi hermana Belén, que juega en el mismo equipo que yo, gritaría sin posibilidad de llamar a una ambulancia a la vez que pensaría en la colección de perfumes que está por heredar; el organizador del torneo, Alan, enviaría al instante un mensaje a las capitanas de los otros equipos informando lo que acaba de pasar; Anuka arrancaría al instante la búsqueda de mi reemplazo como nueve de área; Cecilia filmaría todo para subir a las redes sociales; Sol se encargaría de llamar a la ambulancia, de calmar a Belén, de explicar a Alan cómo quedaría el fixture, de pagar la cancha y organizaría parte del velorio con mis padres. Bebu miraría todo desde el arco hasta la llegada de la médica del SAME, a quien se intentaría levantar mientras un RCP en vano intenta devolverme el desequilibrio.

Tal vez por eso, tal vez por ese miedo a la estabilidad repentina, a la mismísima muerte, es que en la cancha pego gritos desaforados, pedidos desesperados a Dios de que la pelota entre, por Dios que entre, al cielo, al sexo de mi madre, a mi abuela muerta. De vez en cuando hasta me revuelco en el pasto sintético y se me caen lágrimas de furia. Sos otra, Vanesa en la cancha sos otra.

* Por Vanesa Diambra / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La Música de los Domingos»

Palabras claves: feminismo, Fútbol Femenino, literatura

Compartir: