La Córdoba de la Virgen del Rosario y los contrastes
El pasado domingo 1 de octubre, dos marchas congregaron a miles de personas en el centro de la ciudad: la marcha por la aparición de Santiago Maldonado y la procesión por la Virgen del Milagro. Dos escenarios disímiles y diferentes, juntos el mismo día, la misma tarde, en la misma Córdoba. Los contrastes son fuertes, y muchos. Son la ostia y el choripán, las dos caras de esta ciudad.
Por Sofía Jalil para La tinta
“Córdoba celebra nuestra Señora del Rosario del Milagro. Domingo 1 de octubre. 17:00. Procesión y Misa solemne de Santo Domingo a la plaza Vélez Sarsfield”, dice el banner colgado en la iglesia de los miles de mosaicos. Mientras, el tradicional corredor de las masas cordobesas es una platónica peatonal (y qué hermosa que es Córdoba sin autos, principalmente en un área central).
En la intersección de Deán Funes y General Paz, el viento arma y desarma, forma remolinos de basura con pedacitos de papeles lilas y blancos. Un grupo de seis personas permanecen frente al templo. Tres de ellas están paradas, tres de ellas en sillas de ruedas. Llevan ramos con rosas sanguíneas junto a flores blancas y pálidas rosadas.
Una voz cubre la extensión desde la neurálgica intersección de las avenidas Colón y General Paz hasta la plazoleta Vélez Sársfield. “Hace 425 años, como testimonio de su amor pastoral… “, dice mientras pasan jóvenes en bicicletas, skates o caminando. Muchos llevan la imagen de Maldonado en sus cuellos, otros rosarios. Un hombre con un sobretodo negro y un pucho armado entre sus dedos, frena, hace la señal de la cruz, prende el cigarro y sigue su vuelo.
“Caminar juntos”, continúa la voz y de fondo se escuchan los pájaros cantar, avis rara en el centro de la ciudad, y la avenida… sólo es una gran peatonal. A lo lejos, el eco de un murmullo da forma a los miles marchando por Santiago Maldonado, un desaparecido con vida pero no por la Santísima Trinidad, sino por Gendarmería Nacional.
Las personas que transitan la desolada vía se mueven en sentidos contrarios, algunos van hacia la derecha, otros para la izquierda, no hay medios. Algo así como nuestro caminar político: un péndulo oscilante, vacilante, interminable, inagotablemente indeciso e impreciso.
Esta característica no es excluyente de nuestra incipiente identidad e, incluso, invita a cuestionar la cosmovisión argentocéntrica.
Capaz en algo Jesús y Santiago se parecen –más allá del cabello largo, aspecto despojado y la intensidad de sus miradas- y es que el Cristo bajó al mundo para dividir, mientras que preguntarse por el paradero de Maldonado también ahonda ciertas “grietas”.
“No crean ustedes que he venido para establecer la paz en este mundo. No he venido a traer paz, sino pleitos y dificultades”, se lee en Mateo 10:34, según la “Traducción en Lenguaje Actual” (TLA) del versículo. Otras versiones quitan “pleitos y dificultades” por “espada” o “guerra”.
De una u otra forma, desde la orilla de la teología, Jesús llama a la decisión y a hacerse cargo del peso de la elección. Al mismo tiempo, preguntarse, responder, hablar, comentar o imaginar dónde podría estar Santiago Maldonado, genera posiciones diversas.
En estas cuestiones, parece que no hay puntos medios: o es blanco o es negro. No hay matices grises, ni marrones. Elegir el traje que mejor siente. Las escrituras dicen que Jesús murió y resucitó en espíritu hace más de 2 mil años. Santiago desapareció hace dos meses y apareció en calles, escuelas, redes sociales, medios hegemónicos, plazas argentinas, uruguayas, catalanas, francesas e incluso austríacas, en el esquivo de los gobernantes, en el trabajo, en la mesa familiar, entre los amigos que se preguntan “¿y vos qué pensás de Santiago?”, responden “no quiero saber más nada sobre Santiago”, retrucan “a Santiago lo desapareció Gendarmería”, alegan “es contra de Macri”, reflexionan “tiene mi misma edad”.
Al igual que hablar de religión, pocas veces las aguas quedan mansas cuando dos o más debaten puntos de vista de la realidad que, muchas veces, representan LA verdad. Así, en mayúsculas. Una frase recientemente (re)escuchada y enormemente evitada, toma forma sustancial, junta nervios, cartílagos y esqueleto para ser una entidad en sí. Sí, tenés razón, todo es político.
Y la Virgen ¿se pregunta por Santiago?
Los católicos celebraron el 425 aniversario de la Virgen del Milagro. Se montó un escenario frente a la plazoleta Vélez Sársfield y fue ocupado por montones de curas, párrocos y obispos, todos de blanco radiante y dorados.
“Ámense los unos a los otros”, dice uno e invita a dar la paz. Afloran sonrisas, besos y apretones de mano. Nadie se acerca a este ser con cabellos alborotados. Suenan unas canciones y luego el sepulcral silencio para continuar con la misa a cielo abierto.
Le pregunto a una monja de qué se trata la procesión y me responde bajito: “Hace 425 años llegó, dicen que primero al Callao del Perú, la imagen de la Virgen, y de ahí a Córdoba”. La mujer es menuda, vive y trabaja en un colegio de zona sur. Le digo que no entiendo de qué Virgen se trata y me dice que de María, la madre de Jesús. Tomo noción de que Córdoba tiene casi la misma edad que la Virgen (444 años) y que muchas hermanas llevan un velo que cubre sus cabellos y no genera tanta controversia como la hijab.
Gabriela está sentada en la ochava de un conocido restaurante, justo frente a la plazoleta, con su hijo Alejo quien “prefiere estar en McDonalds que en la misa”. “Yo me quedo acá porque mi mamá fue a comulgar, y yo no. Hace años que no me confieso”, dice. También le pregunto por la Virgen. “Es bueno salir un domingo para que la gente se mueva y den gracias por la salud y esas cosas”, responde. “¿Maldonado? Pienso que se cayó a un río, o algo así. Para mí la Cristina está atrás de todo esto… me da bronca, salió en una misa con la imagen de Maldonado”.
A pocas cuadras, miles de ciudadanos, organizaciones de DD.HH. y partidos políticos marcharon desde General Paz y Colón para culminar en la esquina de Chacabuco e Illia. Los contrastes son fuertes, y muchos.
El aroma a chorizo asado es el preludio perfecto para sumergirse en la marea popular. Y no son sólo aromas, sino también vibraciones que cruzan el espacio y despiertan un “qué sé yo” de movimientos viscerales: son el bombo y el platillo, trompetas y coros lejanos.
Son cámaras al cuello y rosarios. Son cuerpos danzando a la par de ojos cerrados, torsos inclinados e incluso arrodillados. Banderas de “Nunca más” flamean al mismo tiempo que imágenes de la virgen coronada y súper dorada. Son mujeres enlazadas con otras mujeres. Son hombres afeitados versus hombres barbados. Mientras algunos regresan la imagen sagrada a la iglesia, otros forman rondas de mates, puchos y algo más.
Son predominantemente mayores, son mayoritariamente jóvenes. Son llaves de autos, son bicicletas cuyas patentes llevan la cifra “30.001” dibujada en cartón. Es la culpa del “algo habrán hecho”, es la responsabilidad del Estado. Son los zapatos y las zapatillas. Es la ostia y el choripán. Las dos caras de esta ciudad.
Son cordones de policías, son hombres con chalecos de Radio María. Son los elegantes obispos y duques eclesiásticos vestidos de blanco, es el “Toto” López preguntando “¿Dónde está Santiago Maldonado?” Y una multitud cuestionando, mientras la otra está rezando.
* Por Sofía Jalil para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto