El azote permanente
Los azotes en la espalda quebrada del peón deberían ser prueba suficiente para quienes confían que con leyes y reformas se garantizan derechos para los que nada tienen, lo único garantizado para ellos y ellas es el estado de excepción permanente.
Por Diego Castro para Zur
Aquí una muestra de la descomposición de nuestra izquierda, creer que estas situaciones son excepcionales, y que se corrigen puntualmente.
Mientras, en otra estancia, otro peón sufre el desprecio de sentirse cosa poseída como el tractor, la tierra o la vaca. En la otra punta del país una mujer es asesinada por ser cosa poseída por un macho. En otro grado, pero bajo la misma lógica para el trabajador en la oficina, o la tejedora maltratada en el taller, el pibe pobre en la esquina de su barrio azotado sistemáticamente por la policía de la normalización. Así para peones, mujeres, pobres, jóvenes, trabajadores/as, así las cosas para la mayoría, la vida es pura excepción.
No hay explotación y dominio sin uso de la violencia concreta o potencial. En esta oportunidad es con el azote visible de un rebenque, en otras con la amenaza de perder el trabajo, o no tenerlo, o con los millones de arbitrariedades que soportamos cotidianamente producto del poder desigual, cada uno en su vida, como si fuera obra individual, culpa nuestra.
La derrota comenzó cuando empezamos a creer que la explotación y la dominación pueden ser mejoradas, apaciguadas gradualmente, comenzamos sin saberlo a justificar grados, niveles, formas, a justificar condiciones (objetivas y subjetivas) para salir de ella.
Cabe preguntarse si la espalda del peón, multiplicada por cientos en pantallitas, hasta el hartazgo del rebenque, ha logrado hacer espejo en las millones de injusticias cotidianas, o simplemente es concebido como un caso anómalo por su gravedad, como el orden y la propia dominación quieren presentarlo, desde la ARU al Ministro de trabajo, pasando por algún sindicalista que prefiere confiar religiosamente en el estado de derecho de los propietarios como principio y fin de su tarea, y así negociar el límite del abuso y la violencia.
La espalda marcada del peón debería ser muestra suficiente, emergente irrefutable de la barbarie cotidiana en la que viven muchos, muchas. Pero el discurso normalizador de que todo va bien, ahora viene de la izquierda también, la derecha siempre lo quizo así, la pregunta es quién pone el ya basta!
Cabe preguntarse, preguntarle, a la izquierda que todavía vive o a los que no toleran las injusticias y quieren cambiarlas, sea cual fuese su nombre: ¿La gran apuesta de las luchas emancipatorias es mejorar, supone solo un «progreso» en las relaciones de dominación?Cuando nuestro ideal es una tarea infinita, solo deviene en política de la espera, para que se den las condiciones de un «situación revolucionaria» que, desde luego, nunca llega.
Las marcas en la espalda del peón, no son del siglo XIX, el medioevo, o el atraso superado por la racionalidad moderna, son simplemente las marcas del capitalismo, del sistema de los propietarios. En nosotros está creer el verso del opresor, de que el capitalismo supone la libertad de los trabajadores y que ella se concreta en una relación de mutuo acuerdo entre patrón y empleado, entre dominador y dominado, entre opresor y oprimido.
Pocas veces tenemos la oportunidad de darnos cuenta de lo contrario y la espalda marcada del peón es prueba irrefutable, dónde radico su libertad a ser azotado, en qué mutuo acuerdo se expresó su dolor. ¿Lo veremos? o creeremos nuevamente en la anomalía que es la regla.
*Por Diego Castro para Zur / Fotos: Tina Modotti.