La peor de las violencias
Por Horacio Machado Aráoz para La tinta
El domingo pasado, el Sr. Lanata ha dado una muestra más de hasta dónde llega su viraje ideológico (sin retorno). También, de su capacidad para conjugar pedantería extrema con ignorancia supina y maltrato. Pero lo realmente grave es que la nota que el Sr. Lanata presentara en su programa de televisión, interrogando al comunero mapuche Facundo Jones Huala, fue una obscena exhibición de la violencia epistémica que -hasta el día de la fecha-se puede ejercer desde quien se cree propietario exclusivo de la Razón.
No se trató apenas de mala praxis profesional. Más que eso, fue una muestra emblemática de cómo opera, desde la raíz, la violencia sistémica que históricamente se ejerció y se continúa ejerciendo sobre las culturas que, desde hace más de quinientos años, se vieron forzadas a re-existir en los márgenes de lo hegemónicamente instituido como lo Humano (pseudo)universal. Porque la violencia sistémica de la razón colonial, esa razón presumidamente blanca, opera expropiando ab initio la humanidad del otro. Es el primer acto de la violencia; la que, en principio, habilita las formas más manifiestas y salvajes de violencia física y la que, luego, las justifica y naturaliza.
Se trata así de la peor de las violencias; esa que desde la ignorancia se ejerce en nombre de la Razón y de la “superioridad” cultural; esa que -bajo la concepción burguesa de la libertad de opinión y de ‘prensa’- se continúa arrogando el derecho de decir barbaridades invocando a la “civilización”. Violencia racista. Violencia deshumanizada y deshumanizante.
Pero la violencia epistémica es también absolutamente contradictoria: porque atribuyéndose el monopolio del saber, es, como tal, práctica de ciega ignorancia que se ejerce desde el arbitrio del poder. Pretendiendo ‘dejar de manifiesto’ la ignorancia del ‘indio’, el Sr. Lanata dejó expuesta su propia ignorancia.
Ignorancia, no de sofisticadas investigaciones antropológicas (que las hay), sino de la más elemental lectura de la Constitución política del país en nombre del cual habla. Ignorancia del origen y el proceso histórico geopolítico de formación de esa entidad que ‘primero’ se llamó “Virreinato del Río de la Plata”; luego “Provincias Unidas del Río de la Plata” y que finalmente decantó en lo que hoy se conoce como “República Argentina” (invariablemente portando en el nombre la mirada del colonizador; lo que el colonizador buscaba y le interesaba -lo único- de estas tierras). Ignorancia respecto a que ese artefacto colonial llamado “Argentina” ocupa apenas los últimos doscientos años, de una larga decena de miles ya, que en estas tierras hay cultura(s); que en estas tierras hay historia: pueblos-tierra cultivadas.
Ignorancia también que naturaliza la más elemental y cuestionada de las convenciones del mundo occidental: la de la propiedad privada. Grosera naturalización, la del domingo, de un periodista que se supone culto, instruido, perspicaz… Como si la historia de la propiedad privada no ocupara apenas una ínfima porción espacio-temporal de la historia humana; como si no hubiera, aún hoy, pueblos y prácticas culturales que mantienen y se sostienen en base a formas comunitarias de uso y producción de sus territorios… Como si cualquier estudiante recién iniciado en las ciencias sociales no supiera que la historia de la propiedad privada es una historia que “chorrea lodo y sangre” por doquier; no sólo en las zonas coloniales del sistema-mundo, sino también en el primer centro del imperio, en las tierras de la llamada “acumulación originaria”.
Ignorancia, en fin, de la fenomenal crisis civilizatoria que, como especie, atravesamos; producto justamente de la mundialización hegemónica de esa dicha “civilización” que Lanata defendió como la “única” realmente existente; como la “superior”. Tal vez el Sr. Lanata no escuchó hablar de los peligros del Antropoceno, del calentamiento global, las crisis hídrica, energética, alimentaria, climática en la que nos hallamos inmersos. Tal vez su ego sea tan grande que no le permite ver siquiera el estado del mundo en el que vive. (Su trayectoria como periodista, ayer fundador de un diario que fue ejemplo de periodismo crítico, hoy showman dilecto del establishment, bien grafica la parábola decadente que ha trazado la humanidad bajo el yugo de Occidente).
Si fuera sólo suya, si se la guardara sólo para sí, su ignorancia no sería de preocupar. El problema es que la dispara en múltiples direcciones, desde las armas más poderosas del sistema, contaminando la noósfera de nuestros días. Ejerce, así, cotidianamente, impunemente, la peor de las violencias.
*Por Horacio Machado Aráoz para La tinta. Foto de portada: Santiago Filipuzzi.