¿Dónde están las trolebuseras?
Desaparecidas de pantallas y agendas oficialistas, las conductoras de Trolebuses cesanteadas por el paro de transporte siguen sufriendo las consecuencias del conflicto. Sin ningún ingreso ni indemnización, juntan fondos para las despedidxs, organizan un festejo del día del niño, lanzan una campaña para hablar con lxs usuarixs y enfrentan a patotas de la UTA, mientras continúan esperando una respuesta de la Municipalidad de Córdoba. Desde hace más de dos meses, en una carpa, en las calles, en las paradas de colectivos, un grupo de mujeres defiende su dignidad.
Por Lucía Maina para La tinta
Es una noche de agosto y un trolebús bordea la Cañada, frena en la parada de Belgrano y su conductora espera que suban unxs cuantos pasajerxs. Lxs cordobesxs nos hemos acostumbrado hace tiempo a estos colectivos eléctricos que, con sus rieles de cables aferrados desde el techo y sus volantes comandado por mujeres, desafían las leyes de la gravedad. Así funcionan desde que llegaron a la ciudad de la mano del padre del actual intendente Ramón Mestre, cuando el muro de Berlín cayó sobre la historia: las primeras unidades vinieron de la Unión Soviética, y como la historia no terminó, más tarde se sumaron los coches de fabricación china.
Desde el otro lado de la cañada veo al trole seguir viaje, mientras paso al lado de un perro negro. En la esquina de la plaza de la Intendencia, come los restos de lo que en algún momento fue un festejo de recibida y sus costillas contrastan con el brillo de los papelitos de colores que lo rodean. “La ciudad celebra”, dice un cartel rodeado de bolas navideñas desfasadas de época en medio de la plaza, donde otros perros bien alimentados son paseados por sus dueños. Unos pasos más allá, un grupo de caporales ensaya su baile en la puerta de la Municipalidad y debajo de ellos la veo, ahí está todavía: La Dignidad.
Camino por caminar, y también para buscar en la calle una noticia del pasado. Más precisamente de junio pasado, cuando los y las choferes del transporte urbano de la ciudad decretaron un paro para reclamar por un aumento salarial y por elecciones libres en la seccional Córdoba del gremio de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), intervenida desde hace un año. Después de nueve días de huelga, las negociaciones fracasaron: el resultado del conflicto fue el despido de 183 trabajadorxs de las empresas Coniferal, Ersa y Aucor, y de la firma municipal TAMSE Trolebuses. Ese fue el fin de la noticia.
La Dignidad es una carpa blanca, que por fuera tiene pegado un cartel negro que dice “¿dónde está Santiago Maldonado?”, y adentro cobija a un grupo de mujeres que cierran los ojos en busca de algún sueño. Como cada una de las últimas 70 noches, debajo de esa lona que alguna vez fue blanca, rodeadas de toda esa celebración céntrica y urbana, las despedidas de Trolebuses se preparan para dormir.
Ni los grandes canales ni sus televidentes filmaron esta situación que se repite cada día desde hace más de dos meses; en sus pantallas y redes sociales esas mujeres quedaron allá lejos, en el video de un baile que duró minutos y logró viralizarlas como las trabajadoras que cobran sueldos altísimos y se burlan de “dejar sin transporte a todos los cordobeses”. Pero la vida en común no empieza ni termina en un flash informativo, los conflictos sociales no caben en ningún video viral. Las noticias pasan, los hechos quedan, se bifurcan, marcan personas, tejen relaciones, y escriben ocultamente las noticias del futuro.
El castillo inflable
Sí, en la carpa también hay baile, fiesta y suena el reggaetón. Como en esta tarde de jueves, en la que un montón de niños y niñas celebran su día jugando en un castillo inflable ubicado en la puerta de la Dignidad. Viviana Chiatti está ahí, yendo de un lado al otro con actitud de organizadora entre las mechas rojas y lacias que le bordean la cara y una raya ancha de delineador sobre cada párpado, como un subrayado al revés que destaca su mirada marrón, determinante. Ella es una de las 66 despedidas de trolebuses, que llevaba 25 años trabajando para la empresa.
—A mi me dejaron sin indemnización: sin nada, madre – me cuenta cuando empezamos a charlar en la puerta de la carpa, entre la gente que va y viene- . Yo soy sola, tengo hijos, crío nietos y sin nada me dejaron, no es justo… Por eso tuvimos esto de decir “vamos a festejarle algo a los niños”, porque con la situación que estamos viviendo los despedidos no podemos comprarle nada. Así que por intermedio de la colaboración de la mayoría de los gremios -menos el nuestro, el de UTA- hemos podido lograr este festejo.
Las mujeres representaron el 31 por ciento de lxs despedidxs después del paro, a pesar de que las operadoras de la Tamse representaban solo el 6 por ciento de quienes conducen el servicio público de transporte de pasajeros. Por eso, muchos de sus hijos y nietos son los que ahora están dando saltos en el castillo inflable, reivindicando su niñez en la puerta del palacio municipal.
Le pregunto a Viviana si el resto de las personas despedidas están también participando en la carpa.
—Hay muchos que no vienen o vienen a escondidas porque tienen miedo, porque los tienen presionados; les dicen que si se llegan a la carpa no van a ser reincorporados. Pero nosotros entendemos la presión que le están ejerciendo. Casualmente hoy los hicieron ir a una reunión al gremio y muchos ya no se animan a venir.
Entre mis preguntas, ella aprovecha para inflar un globo azul que tiene en la mano derecha, mientras suena la canción Shaky Shaky de Daddy Yankee y un olor a frito y carne molida invade la carpa. Alrededor todo está en movimiento: un grupo de tres o cuatro mujeres adolescentes venden tartas y tortas; un hombre bajito y canoso pasa al lado nuestro, se da vuelta y se ríe; otro entra cargando una bolsa con pelotas de futbol, y atrás otros dos cargando una caja.
Viviana me explica que hoy todo es gratis, por el festejo, pero que para juntar fondos están vendiendo empanadas todos los viernes, para armar bolsones para los despedidos.
—¡Y la carpa se sostiene también gracias a la colaboración de la gente! Vemos que podemos esperar de la gente como nosotros, los de abajo, que la gente de allá arriba -sigue diciendo, y señala casi como un gesto inconsciente hacia las escaleras que ascienden a la entrada de la Municipalidad, donde unos 15 policías charlan con uno o dos hombres de traje-. Hace 34 días estamos acá esperando, a ver si el señor intendente nos recibe y hace valer el acta que está pegada allá afuera en grande.
El 9 de junio, en medio del paro de transporte y para destrabar el conflicto, se realizó un acta acuerdo que fue, en parte, la que llevó a levantar la medida de fuerza de los choferes, con la promesa de que no habría despedidos ni represalias. En un fragmento de ese documento, que está colgada en la pared de la carpa, se lee: “En este acto se dejan sin efecto las desvinculaciones notificadas en el marco del presente conflicto y se propone reincorporarlos en forma inmediata de acatada la medida, debiéndose reintegrarse en cada caso en horario y tareas normales”. El acta está firmada por el Ministerio de Trabajo de la Provincia, la Municipalidad y el gremio, a través del secretario de Interior de UTA nacional, Jorge Kiener. El 13 de junio el paro se levantó, pero ninguno de los cesanteados fue reincorporado.
Mientras conversamos en la carpa, llega el sonido de cantos y redoblantes de unas 60 personas que están cortando la calle justo en frente. Una mujer alta con rodete me explica que son trabajadores del programa Servidores Urbanos, que están reclamando porque hace tres meses que el municipio no les paga.
«Acá si vinieran los medios periodísticos a ver todos los días las manifestaciones que hay en la Municipalidad, no solamente de nosotros… -agrega Viviana sin terminar la frase-. La gente está muy cansada, necesita comer».
Después, me cuenta sobre la huelga de hambre que hicieron durante 21 días allí mismo en la carpa, hasta que el deterioro de su salud, las recomendaciones de los médicos y los pedidos de sus familiares las obligaron a abandonar la medida.
—La verdad que la pasamos mal, los fríos… Es inhumano lo que nosotros estamos viviendo acá –dice Viviana. En las últimas letras la mirada se le pone acuosa, la baja hacia la carpa iglú que tiene a su izquierda, como escondiendo vergüenzas y tristezas que rápidamente transforma en risas: —No tenemos habitaciones, tenemos estas carpitas y como dos somos gorditas por ahí no entramos. Pero bueno, con la frente alta te lo digo: yo no le hice mal a nadie, reclamé por mi salario, por lo justo que me correspondía y me sacaron la dignidad de tantos años de trabajo.
Afuera, el castillo ya está desinflado y, varios metros encima de la carpa, un cartel enorme sobre la pared del edificio municipal dice: “Córdoba te quiere”.
Odios y oídos
Los días siguen pasando, la carpa también. Y este miércoles 20 de septiembre las trolebuseras tienen, además, dos actividades: el comienzo de una campaña que acaban de lanzar y una marcha hacia la empresa Tamse para pedir la reincorporación de lxs despedidxs.
Durante la mañana, las mujeres acomodan los materiales y se preparan para empezar con la campaña. Antes de salir de la carpa, se cuelgan en el pecho unos carteles con el nombre de la iniciativa: “SOMOS TODO OÍDO #carpaladignidad”. Después, juntan algunos volantes y se ponen en la cabeza unas vinchas con orejas enormes, para ir hacia algunas paradas de colectivo.
—El volante empieza diciendo “somos todo oídos” –explica desde la carpa Erica Oliva, delegada de Tamse, con dos aros grandes color plata que mientras habla se mezclan con las ondas de su pelo castaño-. ¿Por qué? ¡Porque vamos a escuchar al usuario! Lo vamos a escuchar y vamos a ver cuáles son los problemas que ellos tienen. Porque los medios de comunicaciones no nos dieron el lugar a replica, no se informó y se nos culpó todo el tiempo.
El enojo de muchxs pasajerxs y su enfrentamiento con los choferes por la falta de transporte que sufrieron durante el paro fue un eje central del conflicto. Esa situación fue alimentada también por los grandes medios, que redujeron el tema a la ilegalidad de la medida, “los altísimos sueldos” de algunos trabajadores y el famoso video del baile de las conductoras durante la huelga. El intendente Ramón Mestre hizo su parte para aprovecharse del enfrentamiento, entre otras cosas sacando a la calle colectivos con custodia de policías y gendarmes, manejados por choferes nuevos e inexpertos, con varios accidentes e incidentes de por medio.
Las trolebuseras cuentan que a la carpa a veces todavía se acerca gente que está enojada por la medida que tomaron, y repiten una y otra vez que el paro fue la única manera que encontraron para hacer oír sus reclamos.
«Si el intendente y UTA hubiesen querido hubieran podido solucionar este tema de antemano -dice Viviana- pero no lo hicieron y nos enfrentaron a la gente: pobres contra pobres. Nosotros no hicimos nada malo, no matamos a nadie: estábamos reclamando por un salario digno y mejores condiciones de trabajo y no para que nos castiguen de la forma que lo hicieron y generaran tanto odio en la población».
—¿Qué es lo que le queremos informar al usuario? – dice Erica antes de ponerse las orejas y salir con la nueva campaña hacia las paradas de colectivo-. Por qué espera tanto tiempo el colectivo, por qué le van a aumentar el boleto, si están de acuerdo con la frecuencia que tienen, explicarles que las empresas no cumplen con la ordenanza y el señor intendente tampoco la hace cumplir, y todas las falencias que tiene el transporte hoy en día.
Al volante
Esa misma tarde, las trolebuseras convocaron a una marcha y un escrache en la sede de Tamse, y yo voy a tomar el trole para acercarme al lugar de la convocatoria. En la parada está una mujer de rulos rojos y vincha que conversa con otra señora: “Me deja de puerta a puerta este ¡Mejor imposible!” – le dice y se ríe.
La conductora del trole nos abre la puerta. Es una chica morocha que lleva el pelo atado y tirante. Mientras maneja charla con una señora grandota que está sentada adelante.
—A la mayoría las echaron madre e hija. A ella la echaron y no me quiso hablar más… – se escucha que dice en un tono grave de voz, que se mezcla con el rugido del acelerador y los ruidos del tráfico.
—Yo vi el video ese que bailaban salsa o no sé qué -le comenta la señora. Después hace una pausa mientras seguimos avanzando por la calle Belgrano-. ¿Y qué harán ahora para vivir? Sé que hoy se juntaban en la Fragueiro, para pedir…
—POR FAVOR, TRATEN DE PASAR UN POQUITO PARA EL MEDIO –grita la conductora mientras mira con sus lentes de sol por el espejo retrovisor-. Este coche –le cuenta después a la mujer- trae la cola corrida, ya casi choco dos autos… está cruzado mal.
A su alrededor, la mayoría de las personas que se acumulan adelante están mirando las pantallas de sus celulares. Cuando la señora grandota se baja, me acerco a preguntarle sobre el reclamo de sus compañeras.
—A mi me parece que no tendría que haber habido despidos, pero lamentablemente están bien echados, ellos usaron todas las armas legales –me dice la conductora con una seriedad que mantiene en todo momento, y agrega que el paro no tendría que haber durado tantos días, que deberían haber arreglado antes.
Después, mientras alguien desde el fondo toca el timbre para bajarse, me cuenta que la gente todavía está muy enojada por el paro. “Cada vez que se demora un coche o pasa algo, nos vuelven a insultar a los choferes… esto es también por la actitud de la empresa, que sería la Municipalidad en nuestro caso. Ese es el problema, que en esta ciudad la gente es radical, no coinciden con nosotros, le creen a la Municipalidad”, dice mientras aprieta el freno y abre las puertas en un movimiento automático que su cuerpo repite en cada parada.
«Había muchos delegados que querían ir al paro, y ahí están las consecuencias. Yo no los voté a los delegados, ni siquiera fui a votar, pero ganaron porque el gremio está representando con gente de Buenos Aires, que no le interesa nada de lo de acá. Entonces estaban descreídos todos, y ¿qué paso? ellos lograron esto a través de nuestra separación».
La mayoría de lxs delegadxs que encabezaron el paro fueron elegidos por lxs trabajadorxs después de que la seccional Córdoba de UTA fue intervenida por la conducción nacional, encabezada por Roberto Fernández, y ya venían reclamando por elecciones libres en la sede local del gremio. La intervención se produjo en la misma semana en que se dio a conocer que la empresa ERSA adquiría el control del 75% del transporte público de la ciudad. La coincidencia de los hechos, sumada a la lista de denuncias que venía recolectando la gestión de Mestre por los favoritismos hacia la firma -dueña también del 50% del servicio de recolección de residuos-, sugería que el desplazamiento de los representantes cordobeses del gremio buscaba defender los intereses de ERSA, propiedad del correntino Juan Carlos Romero.
Ya estamos a unas pocas cuadras de la concentración y parece que el tránsito está cortado. Un hombre vestido de negro, con actitud y aspecto de inspector, aparece desde la vereda y le hace señas a la conductora, que frena unos metros más allá y abre la puerta.
—¡Te dije que doblaras para aquel lado, mamá! ¿no me viste? –le grita el hombre desde abajo-. Anda derecho a la punta de línea.
La mayoría de los pasajeros nos bajamos ante el cambio de recorrido. “Siempre pasa algo en este barrio…”, comenta una mujer indignada.
El gremio y la empresa
Ya son las cinco de la tarde en la zona de la Plaza Panamericano, donde debería estar avanzando la marcha que pretendía realizar un escrache en la sede de la empresa Tamse para exigirle a sus directivos que respondan diversos pedidos de informes sobre el uso que están haciendo de los subsidios que reciben, la falta de aportes a sus trabajadoras, y reclamar contra los despidos sin indemnización de las personas cesanteadas. Pero en el lugar, solo se ve un tumulto de gente.
En el medio de la calle Mariano Fragueiro al 4000, metros antes de llegar a la firma municipal, un grupo de unas diez o quince personas, la mayoría con camperas negras que dicen Ersa o Aucor en el pecho, grita y suelta golpes a las trolebuseras y a otros despedidos que intentan avanzar, impidiendo el paso a la manifestación.
En el lugar hay tres o cuatro policías que se mantienen mirando a unos metros, sin intervenir. Marcelo Marín, delegado de Aucor y una de las caras más visibles del conflicto, que estaba participando de la medida, termina tirado en el piso. En el medio del enfrentamiento, entre brazos que van y vienen, Viviana recibe un golpe en la cintura. Otras de las mujeres de la carpa y algunos jóvenes que estaban en la marcha intentan frenar la pelea y también reciben agresiones, hasta que empiezan a alejarse y volver por donde venían.
Varios damos vueltas alrededor sin saber qué hacer, intentando entender qué está pasando. Los que están de un lado y del otro de la pelea son despedidos del transporte, en las mismas circunstancias y por el mismo conflicto: quienes frenaron la marcha, son en su mayoría de las empresas privadas Ersa, Aucor, Coniferal, quienes avanzaban para reclamar son en su mayoría de la firma municipal Tamse.
—Están pagos por el gremio, para enfrentar a trabajadores despedidos contra nosotras –me dice Erica cuando la marcha se disolvió y las mujeres empiezan a reagruparse-. El gremio, como Fernández de UTA Nacional nos tiene acostumbrados, ya tiene una patota pagada. Lo que nosotras no entendemos es que gente que está cesanteada de otras empresas como Ersa y Aurcor ¡venga a defender a Tamse Trolebuses! La UTA está usando a los cesanteados para todas estas artimañas con la promesa de que van a ser reincorporados.
Un estudiante universitario que estaba participando de la marcha me dice que entre quienes agredían reconoció algunas caras: eran las mismas que en julio pasado lo habían amenazado a él y a otros jóvenes cuando pintaban un mural frente a la sede de UTA, en apoyo a la lucha de los choferes. “Ustedes los zurditos de mierda; váyanse, se merecen que los fusilen contra un paredón”, les habían dicho mientras los obligaban a retirarse por la fuerza.
Mientras tanto, Viviana, que lleva una campera polar verde con la palabra Tamse en el pecho, vuelve junto a un par de mujeres más para intentar hablar con quienes las agredieron. Empiezan a discutir. Ellos, hombres en su mayoría, les dicen que también son despedidos, y que quieren volver a trabajar, que culpa de lo que ellas están haciendo no pueden. Viviana les responde que no es así, que están todos en la misma.
—¡PARÁ VOS CON LAS FOTOS! –le grita uno a un fotógrafo que está registrando la situación.
A medida que van hablando, el tono de voz de uno y otro grupo va bajando, los nervios se alejan, los hombres van cambiando de actitud, incluso sueltan gestos amistosos, y empiezan a insistirle a las trolebuseras con que se acerquen al gremio.
—Sí, vengan ustedes chicas, que vengan las mujeres mañana a UTA, ¡si ahí estamos nosotros nomas! –dice uno mientras empiezan a saludar para irse del lugar. En el saludo, Viviana abraza a una mujer rubia que está con ellos: “¡Cómo puede ser que estemos así! Después de todo lo que hemos tenido que pasar…”, le dice mientras suelta algunas lágrimas.
—¡VÁMONOS! Vámonos de acá –apura uno de los hombres y el resto del grupo lo sigue, con un par de policías que todavía siguen ahí, mirando pasar la situación. Ya de vuelta en la plaza, Viviana me dice que le pegaron, que le cuesta respirar, y suelta un suspiro mientras se toca la cintura del lado izquierdo. “Nos golpearon, a todas nos golpearon”, agrega otra de las trolebuseras.
—No entiendo, no lo entiendo, ¡están del lado de los empresarios, cuando nosotros hemos dejado nuestras vidas ahí adentro! –dice Viviana-. A nosotros la información que nos llegó es que a esta gente le pagan 20 mil pesos por mes desde el gremio, porque a nuestra carpa se acercan muchos despedidos y ellos mismos nos manifiestan todo lo que está pasando. La UTA viene mintiéndole a los compañeros y ahora los tuvieron que frenar con esa plata. ¡Se tienen que dar cuenta, se tienen que despertar! Y encima esto que parece la represión… ¡ni la policía puede hacer algo!
Unas horas después del enfrentamiento, Viviana sigue con dolores y va a consultar a la clínica del SUOEM: le encuentran traumatismos y golpes internos en la cadera y las costillas, por lo que permanece internada durante dos días. Mientras tanto, las trolebuseras van a la Justicia y hacen una denuncia penal por las agresiones recibidas.
Es una noche de septiembre. Los troles siguen bordeando la Cañada, los perros y la celebración urbana continúan en la Plaza de la Intendencia. Las paredes de La Dignidad recuerdan que Santiago Maldonado sigue desaparecido, y en su interior un grupo de mujeres cierra los ojos una vez más.
*Por Lucía Maina para La tinta. Foto: Colectivo Manifiesto.