Trump contra todos: cuando el deporte no es sólo espectáculo
Estados Unidos es históricamente “la” gran potencia deportiva y líder en los últimos medalleros olímpicos, a excepción de los disputados en Asia cuando la política jugó para no ir a Moscú 1980. Desde hace 40 años el país viene desarrollando hacia adentro tres grandes formatos que aseguran el show como parte central. Con el tiempo, las injusticias del país empezaron a tener voz en el fútbol americano, el básquet y el béisbol. Hasta Manu Ginobili apoyó la ola de protestas. Con el retorno de las temporadas regulares el fenómeno Kaepernick estalló y Donald Trump le declaró la guerra.
Por Anibal Abt para La tinta
Los Estados Unidos tienen, en el Dream Team de básquet, su ícono deportivo fuera del país en deportes de conjunto. A nivel individual, sólo por nombrar un par de casos, cuenta con el nadador Michael Phelps, el máximo ganador de medallas olímpicas. Sólo con su cuerpo en el agua consiguió la friolera de 23 oros.
Pero no sólo tiene a Louis como el Amstrong reconocido… también está Lance, el ciclista que se dopó sistemáticamente para que su cuerpo tolerara las exigencias de cada triunfo en los Tour de France. Lo ganó en pista siete veces y terminó perdiendo cada uno de sus títulos.
Hacia afuera, la gran potencia deportiva mostró siempre su poderío en los Juegos Olímpicos modernos, como mínimo haciendo podio en el medallero final. En los últimos, se impuso en todos a excepción de los disputados en territorios asiáticos. Por considerar que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) invadía ilegalmente Afganistán, en plena Guerra Fría la dirigencia política desistió de ir a Moscú 1980.
Hacia adentro, el “sueño americano” comenzó a incluir al menos tres o cuatro formatos deportivos, de conjunto, consumidos por las franquicias privadas. La existencia de clubes sin socios, sino con dueños. El capitalismo al poder, en el deporte también.
Desde el megashow ecuménico que significa el “Super Tazón” que se resuelve año tras año en la Liga de Fútbol Americano (NFL), pasando por la inclaudicable NBA, más el tradicional Liga Mayor de Béisbol (MLB) y el torneo de Soccer, que logró ubicarse como el único país que no llama fútbol al fútbol. Figuras de todos los colores brillan aquí y allá.
Antes de ser presidente (después también), Donald Trump vio al deporte siempre como una posibilidad de negocio: invirtió en 17 campos entre el norte americano y Europa; se supo que aportó dinero para llevar alguna que otra pelea de boxeo y artes mixtas y, en los ’80, hasta intentó conformar una liga paralela a la monopólica NFL de fútbol americano.
En plena década del ’90, un Mauricio Macri joven declaró haberse “dejado ganar” algún partido de golf durante algún encuentro en el que coincidieron con negocios.
Pero ese brillo, asimilado con los beneficios que se le deben conferir a los deportistas, como la libertad, comenzó a ser visto de reojo por el presidente. El particular presidente no se bancó que el jugador de los 49ers de San Francisco de fútbol americano, Colin Kaepernick, comenzara a “faltarle el respeto” a los mayores símbolos patrios estadounidenses: el himno y la bandera.
En contexto: la NFL se juega con buena parte de subsidios otorgados por el Ejército (la US Army), quien impone tales condiciones antes de cada partido. Kaepernick, en soledad, comenzó a arrodillarse cuando sonaban las estrofas del himno, en protesta por el racismo trasladado a unas fuerzas de seguridad que no dudan en asesinar jóvenes afroamericanos.
Para Trump, “los números del rating están muy por lo bajo” en la NFL, a excepción del momento en que suena el himno, cuando la gente tiene la TV encendida “para ver si el país es respetado” por los protagonistas.
Particular fue el caso en el mismo torneo de Antonio Villanueva, en tierras norteamericanas, un exmilitar que llegó a estar en Afganistán, hoy jugador de los Steelers de Pittsburgh. Su equipo había resuelto permanecer en los vestuarios por el himno pero salió al terreno de todas formas. Su cara llenó livings entre los seguidores de Donald Trump, pero Villanueva salió a pedir disculpas, dijo que aquella no era su intención y hubiera apoyado a sus compañeros, los negros.
De paso, también vía twitter, Trump rompió con una tradición de tradiciones: que todos los campeones de los mayores espectáculos de las ligas deportivas sean agasajados en la Casa Blanca.
Si hasta Guillermo Barros Schelotto posó con Obama, en ocasión del festejo con el Columbus Crew. La “duda”, ahora, la planteó Stephen Curry, figura de los Golden State, quien hizo que el mandatario “suspenda” el acto.
En el Media Day, jornada que avizora la próxima temporada de la NBA, el mandatario se ligó desde un “vago” que lanzó LeBron James hasta unos conceptos del DT Gregg Popovich, calificando a Estados Unidos como “una vergüenza mundial”.
Emanuel Ginóbili, camino a arrancar su temporada 16 en los San Antonio Spurs, consideró “muy valientes” los reclamos y validó el hecho de que, al tener una cámara enfrente, un deportista de élite comparta y reclame por injusticias de las que son parte otros que tienen “los mismos orígenes, historias, o crianzas, y no tienen la oportunidad de decirlo”.
Paralelismo sin paralelos
Imaginemos a Matías Suárez o Pablo Guiñazú, por caso, portando una bandera al momento de sacarse la foto previa a un partido oficial. El pedazo de tela recuerda que en Argentina, todos los días, hay casos de gatillo fácil. Al reclamo por el abuso policial lo ve, en vivo, Mauricio Macri, quien en su intimidad abre la aplicación de Twitter en su IPod.
“Hijos de puta” escribe en referencia al hecho el hijo de Franco. El hecho se replicará y hasta Fernando Gago usa una igual. Ni que hablar el bicampeón plantel de San Lorenzo en plena Liga Nacional de Básquet. Marcelo Gallardo dice que el país es “una vergüenza nacional” y Leonardo Ponzio tilda de “vago” a Macri.
Salvando las enormes distancias, que transitan desde lo socio-económico-cultural, pasan por el territorio (cuatro veces superior), la cantidad de habitantes (tiene nueve veces más que Argentina) y llegan a detenerse en la pasión con la que se vivencian los deportes, eso es lo que ocurre en un convulsionado Estados Unidos.
Lo que parece también estar en suspensión, es la identificación del presidente con los habitantes de esas tierras.
*Por Anibal Abt para La tinta