La prensa como vocera de la cultura de la violación
¿Por qué el periodismo, en general, blinda y encubre a los violentos? ¿Por qué posan la sospecha sobre las mujeres? ¿Qué tiene que pasar para que el “mundo del fútbol”, un club o una asociación de fútbol tomen medidas? Las integrantes de Red de Mujeres, Natalia Garavano y Sabrina A. Cartabia, reflexionan sobre la condena a Alexis Zárate y su cobertura mediática.
Por Natalia Garavano y Sabrina A. Cartabia para Latfem
Hace unos meses, frente a la denuncia por violencia machista contra Ricardo Centurión -en ese entonces jugador de Boca Jrs.-, se abrieron algunos interrogantes que hoy resultan útiles para mirar el caso de Alexis Zárate. ¿Por qué el periodismo, en general, blinda y encubre a los violentos? ¿Por qué posan la sospecha sobre las mujeres? ¿Qué tiene que pasar para que el “mundo del fútbol”, un club o una asociación de fútbol tomen medidas? Cada caso que toma estado público nos permite pensar y esbozar algunas explicaciones. Para la segunda pregunta, quizás tengamos alguna respuesta.
El último lunes 18 de septiembre, el Tribunal Oral en lo Criminal Nro. 1 de Lomas de Zamora, condenó Alexis Zárate -—jugador de Independiente actualmente a préstamo en Temperley— a 6 años y 6 meses de prisión por el delito de abuso sexual con acceso carnal. La sentencia aún no está firme, motivo por el cual el jugador seguirá libre e, incluso, podría salir a la cancha. Sin embargo, esto no será así porque el Club Atlético Temperley decidió licenciarlo por tiempo indeterminado.
Lo que pasó la noche del abuso ya es historia conocida. Giuliana se fue de un bar de Quilmes con su novio de entonces desde hacía 2 años, Martín Benítez, también juvenil de Independiente. Aún cuando Giuliana sugirió ir a un albergue transitorio para tener mayor intimidad, Benítez le insistió con ir a la casa de Alexis Zárate, en Wilde, porque al otro día tenían que ir a entrenar temprano y le quedaba cerca del predio. Giuliana accedió y aún se culpa por eso. Llegaron al departamento,estaban solos, tuvieron sexo y se durmieron. Un rato más tarde, llegaron Zárate y Nicolás Pérez, otro ¿jugador? que vivía allí. Zárate entró al cuarto donde estaba Giuliana en ropa interior a buscar un cargador para su celular, un gesto que incomodó profundamente a la mujer. Pero lo peor vino después. Mientras dormía con su novio, Giuliana se despertó sobresaltada. Alguien estaba abusando de ella, la estaba penetrando. Era Zárate. Benítez, ¿dormía? Ella se levantó, quería huir de ahí y Pérez quiso evitarlo. Logró salir y se fue hasta su casa, donde al día siguiente, le contaría a su familia lo ocurrido.
Lo que siguió en los días posteriores, sólo profundizó el acoso: mensajes de su pareja pidiendo que no haga la denuncia porque no quería “tener un quilombo en el club”; mensajes de Pérez justificando a Zárate porque estaba borracho, pidiéndole disculpas. Incluso recibió propuestas para “arreglar”, es decir, recibir plata a cambio de silencio e impunidad. Pero ella eligió otro camino.
Giuliana Peralta inició el proceso con una denuncia hace 3 años y medio, dos días después de haberse perpetrado la violación. Durante ese tiempo, Zárate siguió jugando al fútbol -pasó de Independiente a Temperley- y Benítez también. Para ella, en cambio, las semanas siguientes fueron mucho más difíciles: se sometió a exámenes ginecológicos, hisopados, protocolos para casos de abuso sexual, recibió inyecciones, pastillas, el caso se hizo público y así se profundizó el calvario revictimizante. Lo poco que se habló del asunto en los medios, la puso a ella en el centro de las críticas: “gato”, “botinera”, “buscafama”. Lejos de los micrófonos, en los asados entre amigos, en las redes sociales, en los foros de los diarios deportivos, la sospecha también se posó sobre ella “¿cómo se fue a meter en un departamento con tres tipos?”, “Esta quiere guita”. Recae sobre ella la sospecha como si inventar una violación fuera fácil, grato, y lanzara a alguien a la fama, con el estigma social que eso supone. En fin: nada nuevo bajo el sol. La duda y la sospecha, sobre nosotras, que harto conocemos. La condescendencia y la justificación, con los violentos y abusadores. Nadie afirmaría que un varón se coloca en una posición de riesgo de ataque sexual si se queda en un departamento solo con tres mujeres. En cambio, en el caso de que sea una mujer la que ingresa a un departamento de varones, el riesgo existe y la mirada se invierte. Siempre la culpa es nuestra. Tenemos la culpa de que nos violen. Porque el patriarcado supone que si pasó es porque, de alguna forma, lo provocamos.
En la lectura que se hace de la víctima y sobreviviente, los medios tienen una incidencia central. Tanto en la prensa gráfica, como en radios y TV, asistimos a un derroche de estereotipos que pusieron a Giuliana, pero también a todas las mujeres como colectivo, en el lugar de la sospecha.
Por caso, con enorme ligereza Ari Paluch le preguntó al abogado de Zárate si ella era una “chica fiestera” o si estaba alcoholizada. ¿Por qué se hacen ese tipo de preguntas? ¿Qué se busca? A través de la introducción de ese tipo de cuestiones se busca deslegitimar a la mujer que denuncia y justificar al violador en lo que damos en llamar “pacto social de machos”. Porque supongamos que aún cuando la chica haya aceptado ir al departamento, estuviera alcoholizada, y fuera una chica “fiestera”, el límite es el consentimiento. Si una mujer dice que no es no. Y si está durmiendo y no puede decirlo, también es no. Venga de una chica fiestera o de una que jamás haya pisado un boliche.Si ese “no” no se respeta, entonces estamos en presencia de una violación. No tiene otro nombre: es violación.
Por medio de esa pregunta recurrente se introduce una clasificación de las víctimas. Se traza una diferenciación entre quienes pueden negarse y las que no pueden decir que no. Las chicas “fiesteras” deben aceptar todo, pierden su autonomía para rechazar una propuesta, no se les permite decir que no. Por lo tanto, el cuestionamiento de Paluch, cargado de misoginia y mala intención, apunta a cuestionar la posibilidad de no consentir de Giuliana y, en consecuencia, a la violación en sí misma. Este entramado social, como afirma la feminista y escritora francesa Virginie Despentes, supone que existen determinadas mujeres que “cogen como conejos”, entonces esto le permite al violador acomodarse en su conciencia de que esa relación sexual no consentida no fue violación. Pasa todo el tiempo. El pacto social de machos explota en forma recurrente la vulnerabilidad de las mujeres para cometer ataques sexuales y justificarse en que nosotras no somos “santas”. Esto permite a los varones denominar el hecho de otra manera, adornandolo con otra descripción. Por ejemplo, “estaba demasiado borracha” o “es una fiestera y en realidad le gusta tener sexo siempre y en cualquier circunstancia”, “si se quedó sola con un grupo de varones está obligada a tener relaciones con todos”, no puede decir que no. Es así como nos expropian de la posibilidad de decidir cómo, de qué manera, en qué circunstancias y con quien tener sexo, eso es la violencia sexual.
La prensa actúa como vocera de la cultura, una cultura que se encuentra cuestionada por una creciente conciencia social y política que señala y denuncia los privilegios del machismo. Sin embargo, esas fisuras críticas al orden imperante aún no logran romper el dique de contención de las violencias. Las mujeres seguimos siendo las investigadas cuando denunciamos.
El fantasma del “algo habrás hecho” nos sobrevuela siempre. De esto no se salva ninguna. Ni siquiera la víctima “perfecta”. Toda mujer está sospechada de ser provocadora de su “desgracia”, sobre todo las adolescentes. Basta recordar que Melina Romero, víctima de un múltiple abuso sexual y femicidio, fue caracterizada como una “fanática de los boliches que abandonó la escuela secundaria”. La que sale a la calle para divertirse se convierte en la responsable de ser atacada, está expuesta a todo. Mientras tanto, el lugar más peligroso para las mujeres es el hogar y las personas más peligrosas son sus parejas o ex parejas. Así que, a la luz de estos datos, aunque no nos guste la noche y nos metamos en la cama antes de las diez, igualmente la violencia machista nos puede atacar dentro del lecho conyugal. Y todas sabemos lo difícil que es probar la violación dentro del noviazgo o el matrimonio.
El privilegio machista justifica a los varones: nosotras los provocamos. Ellos no pueden contenerse y desbordan testosterona. Esta naturalización que encierra una explicación pseudo biologicista los deja tranquilos. Ellos no toman la decisión de ser violentos o abusadores, es la naturaleza provocada por las mujeres y, por lo tanto, parece ser inevitable. Le puede pasar a cualquiera y eso no los convierte en merecedores de reproche social. Bajo ese paraguas, la corporación machista se cierra sobre sí misma y esto se refleja en los medios de comunicación pero también en nuestros grupos sociales. El machismo vive en nosotrxs y es una decisión política, práctica y consciente desterrarlo o continuar reproduciendo sus principios, que degradan, violentan y excluyen a más del 50% de la población del mundo.
Mientras el periodismo hace papelones a la hora de cubrir la noticia, estigmatizando a Giuliana y preocupándose por el futuro profesional del violador o por cómo “se cagó la carrera”, el Club Atlético Temperley ha tomado algunas acciones concretas que merecen ser mencionadas. Primero, desafectó a Zárate de la concentración para el partido de ayer. Pero además, ayer por la tarde, el presidente Alberto Lecchi, dio una conferencia de prensa en la que explicó, entre otras cosas, que el club licencia a Alexis Zárate por tiempo indeterminado. Por otra parte, dos de los jugadores más experimentados del plantel, Leonardo Di Lorenzo e Ignacio Bogino, expresaron ayer por la tarde en el programa radial “Final de Juego” la voluntad de concientizar a los jóvenes del plantel sobre violencia de género. Esperemos que esto no sea un mero enunciado y que los dichos se vuelvan una realidad. En un contexto atravesado fuertemente por la violencia y la misoginia, como es el mundo del fútbol, este tipo de acciones tienen un peso simbólico importantísimo.
Entonces, ante la pregunta de qué tiene que pasar para que un club reaccione ante un caso de violencia machista, la respuesta, por ahora, parece ser: violación condenada por la justicia. Una denuncia, por el momento, no es suficiente para que un club tome posición y se expida con responsabilidad sobre el asunto. Las palabras de las mujeres aún no tienen peso. Siempre están sospechadas, incluso cuando la justicia las avala con una condena. ¿Por qué la violencia se tiene que perpetrar sobre nuestros cuerpos para que se tomen medidas? ¿Por qué no implementar acciones preventivas? La respuesta de Temperley puede ser un primer paso en esta dirección. Esperamos que se mantenga y profundice. Al menos es un mensaje para el mundo del fútbol. Un mensaje que todos los clubes, y el periodismo especializado, deberían recoger.
*Por Natalia Garavano y Sabrina A. Cartabia para Latfem. / Fotografías: Colectivo Manifiesto.