Caño al patriarcado
La sección #ElDiego inaugura este jueves un espacio que deseamos y creemos necesario. Con pluma en mano y botines ajustados, presentaremos relatos y ensayos que nacen como esas jugadas bien de potrero: desde la rebeldía y la alegría. A través del taller de escritura y lectura “La música de los domingos”, Analía Fernández Fuks nos traerá algunas de esas invenciones hechas por pibas que juegan al fútbol, aman el fútbol y entienden como una necesidad y un desafió el quebrar la voz hegemónica de las identidades masculinas que hacen a este deporte, cuyas prácticas y consumos legitiman a diario la violencia machista. “Tomar la palabra y contar también es nombrarnos, es decirnos partícipes y protagonistas del mundo futbolístico. De este, del que estamos deconstruyendo y re-creando.”
Por Analía Fernández Fuks para La tinta
«La música de los domingos» es un cuento de la escritora argentina Liliana Heker. A comienzos de año tomé el nombre de ese relato para llamar así al Taller de escritura y lectura sobre el mundo del fútbol que dicto desde ese entonces. Algo de lo sonoro, del folklore, de la siesta, de la hinchada, de la familia y del barrio se mezcla en ese nombre. El fútbol aparece como un hilo invisible que une todo eso. El taller explora esos universos que conforman el mundo futbolístico, que a su vez los atraviesa, los construye, les da forma.
Los textos que serán publicados aquí fueron creado por lxs integrantes del taller a partir de consignas (y por supuesto, a partir de romperlas). En todos ellos, además, hay una potencia: muchos de ellos fueron escritos por pibas, pibas que juegan a la pelota, pibas que deciden también reflexionar sobre la propia práctica y sobre sus experiencias. Quebrar la voz hegemónica de las identidades masculinas, de ese fútbol profesional, que muchas veces es legitimador (no por el deporte en sí sino por clubes, futbolistas, prensa etc) de la violencia machista, es también una necesidad y un desafío. Tomar la palabra y contar también es nombrarnos. Es decirnos partícipes y protagonistas del mundo futbolístico. De este, del que estamos deconstruyendo y re-creando.
Caño al patriarcado (Por Stephanie Simonetta)
Arrancás sacando de mitad de cancha, como cualquier partido. Solo que sabés que este no es cualquier partido. Al principio te van a subestimar, pero ya estás acostumbrada a eso. Te van a marcar de lejos, con alguno de esos comentarios sobradores que ya escuchaste una y mil veces como “a ver, explicame la ley del offside”.
Ahí vas a meter el primer caño.
Se van a calentar un poco y te van a ir fuerte con el argumento biologicista: “El fútbol es un deporte violento, de roce, de choque, hay que tener fuerza, es cosa de hombres”. Pero vas a poner el cuerpo para retener la pelota, como lo ponés todos los días cuando te toca hacer el mismo trabajo que un tipo por menos plata, cuando volvés del laburo y te esperan las infinitas tareas domésticas de las que te hacés cargo vos sola, cuando te gritan cosas en la calle de noche y apurás el paso lista para salir corriendo si hace falta. Vas a poner tu cuerpo bien firme, aunque haya sido educado para ser dócil y sumiso.
Vas a avanzar por el lateral gambeteando micromachismos una y otra vez: la cosificación cuando te silban desde la calle mientras estás jugando, el descrédito de tu opinión cuando comentás un partido, la reproducción de estereotipos cuando en navidad a tu hermano le regalaban botines y a vos, una muñeca. Vas a seguir corriendo con la pelota atada, apoyándote en tus compañeras, haciendo paredes, escuchando sus indicaciones desde el fondo para evadir los mandatos impuestos. Porque sabés que podés contar con ellas, porque les confiarías la vida, porque por algo son un equipo. Porque tenés la certeza de que, juntas, pueden ganar este partido.
Cuando el rival se quede sin chicanas ni argumentos, cuando dejes pintados a todos sus volantes, van a apelar a otra táctica: la de achicar espacios. Los defensores van a salir a marcarte bien de cerca para relegarte al espacio privado- el doméstico- al que pertenecen las mujeres desde la Edad Antigua: ¿a quién se le ocurrió que podías adueñarte de la cancha, apropiarte de lo público? Lo eficiente de esta estrategia es su sutileza. No te van a decir que no podés jugar al fútbol, sino que te será imposible contar con el tiempo libre para eso, ya que se te sobrecargará con tareas reproductivas y de cuidado que te recordarán cada día que tu rol es ser para otros, nunca para vos misma. Estás para asistir, no para meter goles.
Pero para ese entonces vos ya vas a haber clavado un pique en diagonal y vas a haber llegado sola al borde del área despejada. Vas a cruzar la línea sabiendo que alcanzaste el lugar más peligroso del campo de juego. Aquel donde se disputa el sentido del fútbol, donde un deporte netamente machista y patriarcal puede resignificarse y constituirse como trinchera para poner en práctica la sororidad, visibilizarla, fortalecer la lucha feminista.
Vas a escuchar a tu tribuna -aquella que creías vacía- gritándote palabras de aliento cada vez más fuertes.
Solo queda el arquero que, en la desesperación frente a la pérdida de privilegios, va a salir de lleno a faulearte, a acosarte, a gritarte “puta”, a tocarte el culo porque está convencido de que puede hacerte lo que quiera sin que le cobren penal. Pero vos llegaste hasta ahí con todo tu esfuerzo y no pensás ni un segundo en achicarte. Muy tranquila le vas a hacer frente para después amagar, enganchar y picar la pelota hacia al arco.
Gol. Golazo.
El grito de festejo va a salir de lo más profundo de tus entrañas, como un rugido que ha sido postergado por años, décadas, siglos. Es un grito de guerra, de furia, pero también de esperanza. Un grito que se funde con el de tus compañeras y el de todas las otras mujeres del mundo que, al fin y al cabo, forman parte del mismo equipo.
*Por Stephanie Simonetta. Taller de escritura y lectura “La música de los domingos”.