«Nací para ser lo que soy»
Por Florencia Ogas para La tinta
Escribir para preguntar-se. Mirar el mundo a través de la duda, lo no dicho, lo ajeno; sentirlo como propio y salir de la aventura sin vendas ni cegueras. La historia de Alejandra Navarro, revela como la resiliencia dibujó las etapas de su vida. Tiene 39 años, egresó de la carrera de Trabajo Social en el Inescer, en Villa María. En la actualidad, cursa la carrera de “Animación Socio-Cultura” en la misma institución. Es Presidenta del Centro de Estudiantes y se define “100 % Cristinista. Nacional y Popular”. Para ella, la Ley de Identidad de Género -promulgada en Mayo de 2012- fue un antes y un después en su vida. El reconocimiento de su identidad autopercibida le posibilitó acceder a la educación superior.
Entonces, ¿por qué escribir sobre su vida? ¿Por qué lectores y lectoras se asomarían a un vida que no es la personal, la individual? El por qué se funda en un deseo: inyectarnos una dosis de proximidad y empatía; acercarnos y leer-nos a través de vidas que deben ser narradas por su fuerza y valentía. Tal vez así, podamos dar batalla a los soldados del odio, los militantes del prejuicio y a la holgazanería que se acurrucan en el miedo a lo diverso, a lo distinto, a lo heterogéneo.
—Contame cómo viviste tu infancia.
—Tengo muy vívida mi experiencia en el jardín de infantes. Hubo un hecho muy puntual que con el paso del tiempo logré relacionar con el contexto político de la época. Yo tenía más o menos cuatro o cinco años, asistía a un materno infantil porque mi mamá trabaja todo el tiempo, una maestra descubre que estaba haciendo de mamá en los juegos que había, por lo cual me besaba con un compañerito. Entonces la llamaron a mi mamá para que se presente con urgencia y le solicitaron de manera imperativa que me lleve a un instituto de salud mental, que quedaba a la vuelta del materno infantil. Ahí me comí más o menos desde los 5 hasta los 10 u 11 años.
Alejandra nació en 1978: la postal de época reflejaba la persecución y asesinatos a quien subvirtiese el orden establecido por los militares. La comunidad LGTBI no estuvo exenta del horror, también sufrió en carne propia la patologización de sus identidades, deseos y cuerpos: “Yo soy clase 78. En el 83 ingreso a este materno y había unos manuales que se les daba a los docentes sobre cómo tratar a niñxs con características subversivas y yo entraba dentro de esas características. El trato fue ese, llevarme a terapia hasta los 10 años donde la visión de los psiquiatras y psicólogos era bastante conductista. Le decían a mis padres que me vinculara más con personas de mi género y de mi sexo. No hubo forma, era inevitable, había algo innato en mí: nací para ser lo que soy”.
Históricamente el género -como interpretación cultural de la diferencia sexual- echó mano del binarismo hombre-mujer como la única forma de estar y ser en el mundo. De allí, se desprenden infinitas ficciones de lo que es y no es ser hombre y mujer. ¿Y que lugar ocupan las identidades no normativas- no binarias en esa coyuntura? Desde los bordes, fueron invisibilizadas y se les negaron derechos básicos: acceso a la salud, educación, vivienda y trabajo digno. Según un informe de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) y la Fundación Huésped, el promedio de vida de las personas trans no supera los 35 años.
Para Alejandra, la adolescencia fue un momento decisivo. “Fui al endocrinólogo en Villa María, me hicieron un estudio de hormonas y todo salió normal. Estaba el mito de muchas hormonas femeninas, muchas hormonas masculinas. El médico -muy práctico- llamó a mis padres y les dijo: ‘A su hijo -porque en ese momento era varoncito, aclara Alejandra- le queda tres opciones: o se pega un tiro, se hace cura o se pone peor de lo que está’. Siempre digo que ni cura ni monja soy, muerta no estoy, así que ahí fue una aceptación plena de mi madre. Más o menos a los 14 años empiezo a vestirme del género que me autopercibo, sobretodo para salir a algunos lugares. A papá le costó y le sigue costando todavía, pero mamá acompañó todo el trayecto hasta que me independicé a los 18 años. Cuando me independizo, empiezo a vivir mi vida más plenamente. El tema era que papá aceptaba todo lo que yo fuese pero en un ámbito privado. No toleraba que me pusiera pollera, si podía andar maquillada, con el pelo del color que quisiera, las uñas pintada, pero nunca una pollera. Eso fue hasta lo 18”.
Año 2012: El grito colectivo de muchxs
Alejandra tuvo un breve paso por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Desde siempre supo que quería ser física nuclear, pero sus padres -de clase media baja- no pudieron costear su formación. Ante la negativa, decidió inscribirse en la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (FaMAF). «Tenias que sacarte todo el maquillaje, recogerte el pelo, ponerte un gorrito de lana, fajarte las lolas, ponerte ropa ancha y venir así. Venia muy bien en el curso de ingreso, lo terminé y cuando empecé a cursar a mitad de año dije basta, porque no podía esta fingiendo ser algo que no era. Para mi era disfrazarme para venir a la facultad. Dejé la carrera hasta que se aprobó la Ley de identidad de género. No podía estudiar en un ámbito en el que no podía ser yo”.
—La Ley de Identidad de Género fue una bisagra.
—Totalmente. Antes de que se aprobara la Ley veía a compañeras que tenían muchos problemas con la policía. En ese tiempo milité lo que era el transfeminismo en Villa María. Cuando sale la ley digo: “Acá tengo que hacer algo para ayudar a mis compañeras”. Porque yo la pasaba regio, nunca viví la situación de mis compañeras de estar en la calle o haber sido echadas por sus padres, no poder cursar los estudios secundarios porque te discriminan en el colegio, no comer, no tener casa donde estar. Eso no lo pase nunca por suerte. Veía que mis compañeras y mis amigas lo pasaban y tenían que prostituirse. Entonces había que buscar una salida para esto, lo primero que encuentro es la carrera de Trabajo Social. El mismo año que me caso, me inscribo en la carrera en Diciembre y en el 2013 la empiezo, porque en el año 2012 se pone en vigencia la Ley de Identidad de Género.
—¿Cómo fue el cursado?
—Marcó un antes y después en mi vida. Yo venía de Ciencias Exactas y para mi era todo blanco o negro. Entendí que las personas te pueden comprender sin ser como sos vos, que podes tener diferentes ideas pero que podes aceptar al otro. Yo no aceptaba a los heteros por ejemplo, porque como los heteros a mi no me aceptaban yo tampoco los aceptaba a ellos. Era la grieta que había entra esas dos cuestiones. Los docentes que tuve fueron excelentes personas -con algunas soy colega- y lxs compañerxs una masa por la calidad humana de esos chicxs. Eran todos jóvenes, en mi grupo eran tres personas mayores de 30.
Ahora tengo 39 años. Pasé por todos los grupos habidos y por haber, durante los cuatro años de cursado, compartí con todos los compañeros la experiencia de no estar con ninguno y realmente fue enriquecedor.
—¿Alguna anécdota?
—Cuando terminé de cursar una de las chicas me dijo: «Mi papá odia a las personas como vos y yo las odiaba hasta que te conocí a vos. Fue abrazarnos y llorar por el aprendizaje mutuo. Entendí que hay personas que pueden sentir ciertas cuestiones con respecto a mi presencia en un espacio y yo que puedo ver también que son prejuicios vanos, que no tienen nada que ver con la realidad. Ambas somos personas y tenemos cosas para aportar.
Un documento elaborado a partir de una Tesis de grado de la Facultad de Psicología de la UNC en el año 2015, el 27, 9 % de los cordobeses y cordobesas tiene un prejuicio alto hacia a las personas trans. “Hay una frase que dice que el patriarcado se casó por la iglesia con el capitalismo. De ahí surgen cuestiones tan viles y terroríficas que no tienen que ver solo con el género femenino sino con todo aquello que se vincula a lo femenino. Estas tres ideologías hacen que las personas trans sean menos que una mujer.” reflexiona Alejandra.
Este año, la Oficina de la Mujer y la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia argentina, dio a conocer el registro de Femicidios de 2016, allí se incorporó por primera vez la variable sexo/ género de la víctima. El informe detalla un total de 254 víctimas en todo el país, cinco de ellas eran mujeres trans y travestis.
«Cuando cada una de nosotras desaparece valemos menos que la bala que nos mata, que el palo que nos pegan, que el ladrillo que nos rompen en la cabeza, o que la cuchilla que nos clavan, somos menos que menos. Ahí viene el prejuicio. Estamos tan visibilizadas en el ambiente como lo peor que puede haber, que no se nos concede otra visión, y después viene la comunicación que genera un estereotipo de lo que es una chica trans».
—Una espectacularización…
—Totalmente. Fijate que hay pocas compañeras como yo que no entramos dentro de ese estereotipo. Entonces me recibí fue el ¡boom!, pero ¿por qué tengo que ser yo el boom? ¿Porqué pude estudiar? ¿Por qué no pueden estudiar mis otras compañeras? ¿Por qué tienen que estar marginadas, algunas viviendo en villas, otras durmiendo en alcantarillas de noche? Porque no tienen donde hospedarse, porque si no trabajan de noche no pueden pagar una pensión. ¿Y el Estado donde está?
—¿Hacia adentro del feminismo, se replican lógicas de discriminación y exclusión de las identidades trans?
—El feminismo que pelea por la igualdad está marcado por el patriarcado. Ahí hay cuestiones muy intrínsecas que hay que ver y revisar, pero no solamente en esos espacios. El otro día me levanté y vi en Facebook que un compañero trans trató de tipo a una compañera trans. Estamos atravesadas por cuestiones patriarcales y no las vamos a erradicar de la noche a la mañana. Es un aprendizaje que tenemos que hacer todxs juntos.
Política y militancia
—Sos Presidenta del Centro de Estudiantes del Inescer, ¿cómo empezaste a militar? ¿Con qué espacio político te identificas?
—Soy Cristinista 100 % Nacional y Popular. Cuando ingreso al Inescer había agrupaciones estudiantiles, pero no había Centro de Estudiantes, ni mucho menos Estatuto. Soy bastante autodidacta y con la ayuda de algunos de mis compañeros logré que se hicieran asambleas individuales, aula por aula, para que se aprobara el Estatuto. La primera elección me presento como candidata a presidenta -eramos una sola lista- . De repente se presenta otra lista y hubo un pequeño problema ideológico. Justo en ese momento me enfermo y me tuve que operar, así que dejé de estudiar debido a la operación y nos bajamos de la contienda política estudiantil. Había ganado el consejo institucional como consejera por Sociales, en segundo año.
Pasaron los años y llegó el período en el que se termina ese mandato. Me quedaban días para terminar la carrera de Trabajo Social y empezar Animación sociocultural el próximo año. Les ayudé a mis compañeros porque faltaban cinco días para el cierre de listas. Me llamaron y me dijeron: «Ale, tenemos que hablar con vos». Bueno, ya voy para la Facu. Llegué y estaban los 15 compañeros. Me dijeron que nadie quería el puesto de Presidenta. A lo que respondí: «Yo me recibo el 6 y las elecciones son el 4. No me hagan esto chicos, me quiero ir tranquila, quiero vacaciones» -se ríe-. «Vos sos a única que puede encarar, la que lleva la fuerza» -le respondieron sus compañeros-. Como nunca le digo que no a nadie, les dije que me sumaran a la lista como candidata a Presidenta, recuerda Alejandra.
De cara a las elecciones legislativas de este año, Agencia Presentes elaboró una lista de candidaturas LGTBI visibles en el país. Del total de bancas que se renovarán en Diputados -127 de 257 integrantes- y en el Senado un tercio de los 72, solo 13 candidatxs son mujeres y hombres trans, mientras que tres son travestis.
—Estamos en época electoral y muy pocas plataformas políticas incluyen las problemáticas de la comunidad LGTBI+ ¿Cuál es tu análisis?
—Incorporan la cuestión de género cuando se habla de violencia, nada más. Es más, ni siquiera la Ley de Cupo Laboral Trans. No podemos desconocer todo lo que se ha avanzado con los modelos de justicialismo en lo que respecta a derechos humanos, es una cuestión que venimos militando -no desde la época de Cristina- sino desde finales de los 70 con el Frente de Liberación Homosexual, que era altamente militante de lo que era el Peronismo.
El tiempo nos obliga a ir cerrando la charla, pero antes le pido una última reflexión; un cara a cara con quien -por alguna razón- llegó hasta el final de esta nota.
“Lo que se aconseja todo el tiempo es que hables con tu familia y le comentes lo que te está pasando. Porque en estos casos, decirle a tu familia que no sos gay y que sos travesti o trans; y que te queres vestir de mujer o te sentís mujer, en algunas familias puede significar la exclusión del hogar y terminar en la calle a los 14 o 15 años. Tenes que armarte de valor y salir al mundo como puedas, porque lo que tenemos las chicas trans a flor de piel es la resiliencia, de sobreponernos todo el tiempo y salir adelante. Hay que hacerse fuerte y lo que siempre aconsejo a todxs, sean lesbianas, gay o trans, es que aprendan a reírse de si mismos, porque lo que más te duele es la risa del otro; y si vos te reís de vos mismo la risa del otro no te afecta. Buscate tus defectos y reíte de eso. Y cuando te quieran decir algo ya no hay psicólogo que te haga falta mi amor”.
*Por Florencia Ogas para La tinta.