Darío Sztajnszrajber: «El fútbol es posverdad pura»
Darío Sztajnszrajber vuelve a Córdoba para dar revancha. Antes de su charla sobre «dios» y «poder» habló con La tinta y tiró varios pases entrelineas para pensar desde el fútbol el amor, el liderazgo, los ídolos y la verdad. Vale aclarar que la filosofía, tal como siempre lo recuerda, es el arte de preguntar. Ninguna respuesta alcanza. Si al final de esta nota le quedan dudas sobre su elección de ser hincha de tal o cual club, habrá ganado el partido.
Por Gonzalo Reyes para La tinta
El pasado 16 de agosto Darío Sztajnszrajber visitó Córdoba para desarrollar en la Sala de las Américas la primera de sus dos charlas programadas para este año, en el marco de su ciclo «ABCDarío Filosófico». En aquella oportunidad habló más de tres horas sobre «amor» y «verdad». Para los que se lo perdieron, hay revancha: el próximo 20 de septiembre vuelve al Pabellón Argentina en otra maratón filosófica. Habrá que ir preparados para seguirle el ritmo de juego cuando comience a hablar de «dios» y «poder».
Desde El Diego seguimos apostando al deporte para hablar de muchas otras cosas. En esa aventura, tipos como Sztajnszrajber nos hacen el desafío un poco más fácil. Como jugador de toda la cancha, distribuye filosofía a lo largo y ancho, dando definiciones cortas y al pie y también pases en profundidad, que te permiten, por ejemplo, comprender la posverdad desde el fútbol, al amor por la camiseta con Derrida o el liderazgo de Bielsa en términos marxistas.
Advertencia al lector desprevenido: la filosofía es el arte de preguntar y no el dar respuestas. Por ende, sepa que sus convicciones sobre su decisión de haberse hecho hincha de tal o cual club puede derrumbarse. Después de todo, aprender es también desaprender. Si al final de esta nota se queda con dudas, habrá ganado el partido.
— Uno de los ejes que desarrollaste en tu primera charla en Córdoba fue el «amor». En un momento dijiste que el «amor es literatura», un relato que vamos construyendo para que tenga un sentido según nuestra idea de “amor”. ¿Qué pensas del «amor por la camiseta» según esa idea? ¿Cómo se explica esa «fidelidad» eterna, ese sentimiento intransferible?
— Sí, en mi primera charla hablé sobre el amor y traté de diferenciarlo de las explicaciones más canónicas que lo colocan en un dilema binario sobre si el amor es algo explicable desde la ciencia o desde la metafísica. Yo tomé partido por explicarlo más bien como «literatura» o más bien que el discurso literario es quien mejor puede dar cuenta del amor. En ese sentido es evidente que toda narrativa del amor siempre oscila entre dos polos que tienen que ver con lo que «uno elige» y con «haber sido elegido». Es como que hay una elección autónoma sobre un trasfondo trascendente. Hay un trasfondo que de algún modo estructura nuestra forma de vivir el amor al interior del cual después uno toma lo que uno cree que es una decisión.
Entiendo que de algún modo, esa autonomía tiene claramente límites porque las formas en que se encuentra condicionada nuestra vivencia del amor, no nos permite vivirlo como autonomía plena. Uno encaja en dispositivos previos que ya establecen los modos en que se debe o se puede vivir el amor.
Desde esa perspectiva creo que en el fútbol ese dispositivo tiene mucha más potencia porque está mucho más evidenciado el dogma que atraviesa todo vínculo con el club del que uno es hincha. Entonces se supone que hay un trasfondo no elegido, una especie de «revelación originaria» de la que uno no es consciente y en la que uno ya se encuentra arrojado que es la imposible elección del cuadro de fútbol elegido, como para decirlo paradógicamente. Entonces uno percibe increíblemente en el fútbol casi como una especie de manifestación sintomática -casi como un emblema- de lo que es, como ejemplo, el amor en general. Porque se pone mucho en juego esta idea de que uno no puede deshacerse del vínculo con su cuadro, o que uno no puede cambiarse, o que uno lleva, como dice la canción, el amor por el club «desde la cuna».
Lo que se mama desde la cuna resulta un elemento impropio. O sea, lo más propio, a decir de Derrida, está en tensión permanente con lo más impropio, ya que parecería que lo que más te define a vos como hincha de fútbol no depende de una elección autónoma, voluntaria y tradicional.
Yo incluso para romper con todo ese condicionamiento te digo que en mi caso particular soy un converso. Yo nací hincha de Atlanta y me convertí en mi adolescencia a Estudiantes de La Plata, por lo cual vivo como un marrano el amor de una manera completamente distinta. Absolutamente avalada en este caso por una supuesta elección racional, que evidentemente habrá tocado otras facetas de las que no soy consciente. Digo, todo converso cree que elige de manera independiente, pero en el fondo esa elección también está motivada.
— En la segunda charla que vas a dar ahora en septiembre, tratarás «el poder». Quién tiene el poder en el fútbol: los hinchas (con su pasión incondicional), los jugadores (los trabajadores de la industria) o los empresarios (los dueños del dinero). ¿Hay disputa de poder? ¿Cómo ves la experiencia de la Coordinadora de Hinchas que debaten y se oponen a la idea de S.A.?
— Decir que el fútbol está atravesado por relaciones de poder es en este mismo contexto evidenciar en realidad una ontología del poder desde la cual muchos creemos que la misión de la filosofía es estar todo el tiempo desentramando a ese poder y poniéndolo sobre el tapete. ¿De qué estoy hablando? De que en el fondo todo es poder y que la gran argucia del mismo es encubrirse, solaparse, invisibilizarse permanentemente.
En el caso del fútbol, como en el amor, es evidente. Lo que hace el poder es retirarse o enmascararse en una especie de retiro, mostrando que en todo caso se trata, en el vínculo con el hincha, de un sentimiento noble, digno, íntegro y que no depende de ningún tipo de interés ni de sujeción. Entonces se presenta al fútbol en esa idealización utópica como un deporte caballeroso, donde hay una vocación en juego y donde se intenta recuperar una especie de «creación originaria del fútbol» por fuera de su espectacularización, mercantilización y su naturaleza hoy atravesada por el sistema del capital, propio de la globalización pos industrial avanzada.
Esta especie de intento permanente de recuperar lo amateur del fútbol -no olvidemos que «amateur» viene de «amor»- es parte de la misma ficción que se crea sobre el fútbol. ¿Qué quiero decir con eso? Que no se me ocurre pensar un fútbol en que se pueda diferenciar el deseo del juego de lo que es su industrialización mercantil. Me parece que es al revés: desde la industrialización mercantil se genera este ideal de una especie de naturaleza pura del fútbol. Es lo mismo que pasa en otros ámbitos: la amistad, la familia, la educación, etc. Se busca una especie de origen puro que se supone que luego se contaminó.
Yo creo que el fútbol nunca se contaminó de nada. Siempre fue una relación de poder que fue mutando a lo largo de las formas sociales que también mutaron de sujeción política en la que vivimos. Hoy esa relación de poder está presente en todos lados: en la diferencia abismal que hay entre los clubes ricos y pobres, en la dependencia absoluta que existe de los presupuestos mediáticos, estatales. Me parece que el fútbol representa casi como una «micropolítica» las formas desiguales y asimétricas en las que vive la sociedad sus temas de poder.
— Desde esta sección intentamos que el deporte sea una excusa para abordar otras discusiones. Teniendo en cuenta que la idea de posverdad está en auge ¿qué ejemplo te parece más claro como para explicar este concepto desde el fútbol u otro deporte?
— Está claro que el fútbol es posverdad pura. Porque la clave de la posverdad es la posibilidad que te da la realidad desde su condición amorfa de poder siempre generar de la misma una interpretación. Lo que la filosofía recupera cuestionando la idea de verdad dura, es la posibilidad de un abordaje siempre hermenéutico, o sea interpretativo de la realidad que nos engloba. Entonces la primera pelea que hace la filosofía es contra la idea de que hay lógicas verdaderas y lógicas falsas. Siempre va a evidenciar que detrás de alguien que habla en nombre de la verdad, por ejemplo un director técnico, un jugador o un periodista, se esconde un discurso interesado pero que se hace pasar como verdadero, como la famosa frase «el fútbol que le gusta a la gente» o «jugamos no para ganar sino para pasarla bien», casi como si fuesen un dictum de la realidad y no una de las tantas formas de interpretarla.
Al ser amorfa la realidad lo que genera la posverdad es que aquel que quiere de algún modo justificarse en lo que previamente piensa, siempre va a encontrar la interpretación adecuada para sostener su pensamiento previo. Entonces el fútbol te da siempre la posibilidad de que vos encuentres una «excusa» para terminar siempre ratificando lo que previamente uno quiere seguir creyendo.
Si vos como hincha de River sostenes que los hinchas de Boca juegan sucio, siempre vas a encontrar una escena en el partido donde un foul o una patada más violenta va a justificar esa situación. Lo loco es que no ves que tu equipo hace lo mismo. Lo que haces sesgadamente es siempre considerar la realidad en función de tu interés.
O sea, en este caso lo que luego se le adjudica a la pasión del hincha «que enceguece» es un ejemplo clarísimo de la posverdad. Que no lo veo para nada «ciego» sino al revés, lo veo como una actitud absolutamente racional en pos de sostenerse lo que uno previamente quiere sostener para justificar su lugar y su adhesión a determinado planteo futbolísitico o de identidades.
— ¿Cómo resolvemos las contradicciones de nuestros ídolos? Caso Maradona: el mes pasado Diego proclamó su apoyo a Maduro. Capriles lo trato de millonario que se hace pasar de izquierda. A su vez, algunos lectores de La Tinta que adhieren a la posición de Diego sobre Venezuela han manifestado rechazar otros posicionamientos o acciones de él en otros temas. Otro ejemplo es Messi y Mascherano adhiriendo a campañas de Abuelas de Plaza de Mayo y también mostrándose en fotos con Macri.
— Yo creo que la clave es no mezclar ámbitos y aceptar la fragmentación propia de lo humano que de algún modo se proyecta como fragmentación propia de todas nuestras prácticas. Me parece que no sólo es necesario sino que sería fundamental que no haya una continuidad de criterios en todo lo que hacemos. Porque si no una de nuestras facetas de esa multiplicidad de fragmentos que nos constituyen se terminaría imponiendo sobre el resto.
Ustedes y yo ahora no estamos hablando de otra cosa que no sea de fútbol cuando analizamos cosas de fútbol. Uno puede ser hincha de Maradona como futbolista y no compartir con él posiciones políticas. El problema es que una cosa contamine a la otra. La obra excede al autor, diríamos si hablamos de arte. No le pertenece ni tiene que ver siquiera con su biografía.
A mí no me importa que un cantante sea lo que sea en su vida privada para disfrutar su canción. A otros sí, pero a mí esa asociación no me hace mella. El filósofo que más respeto y que me ha partido la cabeza históricamente es Heidegger que fue nazi. No sólo no tengo nada de nazi, a mí me hubieran metido en una cámara de gas. Sin embargo su filosofía me conmueve pero porque cuando hacía filosofía no hacía nazismo.
Obviamente que cuando encontrás cierta continuidad te quedás un poco más tranquilo. Por ejemplo, a mí me encanta el fútbol de Sabella y lo oigo hablar de política y me encanta también. Pero me encanta el fútbol de Bilardo y lo oigo hablar de ciertas cuestiones de género o de política y no comparto nada. Entonces, no hay una idolatría de alguien en su totalidad. Se te caen todos si es así. Uno le aplaude lo que genera específicamente en el fútbol, por suerte.
— Seguimos con las contradicciones. Hace unos meses participaste de una charla sobre deportes y derechos humanos en la ex Esma. Allí planteaste que tenés una relación ambigua con el fútbol, el cual te apasiona y a la vez lo odias cuando deja en evidencia sus hilachas (corrupción, violencia). ¿Cómo sobrellevás esa dualidad?
— A la dualidad la sobrellevo como sobrellevo la mayoría de las paradojas con las que me peleo evidentemente porque me perturban en las mayoría de los aspectos existenciales de mi vida. Obviamente esa relación dual con el fútbol tiene que ver con todo lo que estamos diciendo hasta acá. Por un lado me siento un hincha apasionado de un equipo y al mismo tiempo haciendo filosofía visualizo todo los yeites que están ahí solapados, que de algún modo condicionarían y degradarían ese apasionamiento que tengo.
Pero lo mismo me pasa cuando entro a un aula y entiendo la decadencia de la institución escolar. Tengo que cerrar la puerta y dar una clase creyendo que estamos cambiando el mundo. Lo mismo me pasa cuando voto y hasta cuando amo, porque no hace falta sostener un ideal absoluto del amor para poder convivir con alguien. ¿No será al revés que uno tiene que asumir esas paradojas, esa ambigüedad y entender que tu pareja con la que construis tu presente día a día también es alguien a la que le rechazas ciertas cuestiones, no estas siempre de acuerdo? Me parece que es al revés y que hay una idealización de una especie de tranquilidad suprema donde todo tiene que ingresar en una supuesta coherencia absoluta que termina siendo nociva porque nos priva de vivenciar todas nuestras diferencias.
— Siendo un confeso bilardista, qué opinas de Bielsa, y como filósofo, qué opinas cuando lo señalan como «ejemplo de la ética» en un deporte que va a contramano de lo que él profesa como principios irrenunciables.
— Soy un confeso bilardista pero no un dogmático, en el sentido de que me prive de visualizar en otros referentes o modelos del fútbol sus virtudes. Habría que separar ahí la figura de Bielsa de lo que es su propuesta más táctica y de trabajo tanto en la cancha como afuera en la composición de grupos.
Yo creo que un técnico es básicamente un líder. En ese sentido los liderazgos tienen diferentes estilos y evidentemente la clave es generar en el otro una transformación. Después hay que visualizar esa transformación con qué objetivo. Los liderazgos políticos por ahí buscan una transformación más emancipadora (en algunos casos). En el caso de los liderazgos deportivos creo que están directamente relacionados con el rendimiento. Son diferentes estilos de cómo inspirar para que un jugador se sienta en su mejor performence para rendir al máximo posible. Creo que el de Bielsa toca elementos más propios de un liderazgo más sensible, más humano, que intenta conocer del jugador no sólo su fuerza de trabajo -en términos marxistas- si no también una totalidad que permita en última instancia que esa fuerza de trabajo rinda. Porque no estamos evaluando a un Bielsa líder de una parroquia o de un grupo de chicos a los que les da una mano, lo hace en función de dirigir un equipo en una competencia fuertemente competitiva, valga la redundancia.
En definitiva, todo ese costado más bien ético es una de las tantas maneras de encarar una competencia que en definitiva se rige por resultados.
♦ Para los que no se quieren perder la charla sobre «dios» y «poder» que Darío Sztajnszrajber dará el próximo 20 de septiembre en la Sala de las Américas de Ciudad Universitaria (de 19 a 22), las entradas se consiguen en Disquería Edén desde $230 + service charge.
*Por Gonzalo Reyes para La tinta