Las maniobras del juez y la fiscal para diluir el rol de la Gendarmería y de Noceti
La tensión en el Juzgado Federal de Esquel y el estado anímico del jefe del Escuadrón 35 de Gendarmería son claves para la causa.
Por Ricardo Ragendorfer para Tiempo Argentino
Los enviados de Tiempo Argentino llegaron a Esquel en coincidencia con la difusión del polémico informe elevado por la fiscal federal subrogante Silvina Ávila al Ministerio de Justicia para ser remitido a la ONU, donde asegura que aún no hay pruebas para sostener la hipótesis de la desaparición forzada de Santiago Maldonado. Al respecto –y pese al secreto de sumario que pesa sobre la causa–, Tiempo Argentino constató en aquella ciudad una serie de omisiones y maniobras del juez federal Guido Otranto y de la propia fiscal para diluir la responsabilidad en el asunto de los uniformados y del funcionario ministerial Pablo Noceti.
En El Bolsón, mientras tanto, el jefe del Escuadrón 35 de Gendarmería, Fabián Méndez, atravesaba un estado anímico de imprevisibles consecuencias y que inquieta de sobremanera tanto a los altos mandos de la fuerza como a las más altas autoridades políticas.
Por su parte, tres referentes mapuches revelaron aspectos cruciales del operativo en el que fue capturado Santiago Maldonado. Datos que complican a Noceti, además de poner al descubierto el activo rol en los hechos del personal de Benetton.
La reconstrucción
Sobre la ruta 40, a la altura de la tranquera amarilla de la lof de Cushamen, el silencio sólo era atravesado por el filoso silbido del viento. En ese sitio ocurrió el 1º de agosto el ataque de la Gendarmería a la comunidad mapuche. Ahora, en un trapo colgado del alambre se podía leer: «Prohibido olvidar a Santiago». A 150 metros, en medio de una vegetación irregular con arbustos ralos, había una casilla de troncos y chapas; se trataba del puesto de guardia. Desde allí emergieron dos siluetas con caras encapuchadas. Poco después, junto a una fogata que mitigaba el frío andino, comenzó el diálogo con «M», tal como será llamado en esta crónica el vocero del lugar. Su pasamontañas dejaba apenas al descubierto una mirada vivaz. Y con palabras lentas y seguras, desgranó: «Cuando se hizo presente la gente de Gendarmería, nosotros inmediatamente tratamos de resistir allí en la ruta. Cuando ya despejamos el camino y nos obligaron a meternos dentro del territorio pensamos que la represión iba a ceder porque su objetivo ya estaba cumplido». Entonces hizo un largo silencio como si por su cerebro desfilaran las imágenes que estaba a punto de soltar.
Luego, prosiguió: «Las balas de los milicos siguieron sonando sin parar. Nosotros seguíamos resistiendo dentro del territorio. Porque era muy claro que ellos querían ingresar. Hasta que atraviesan un Unimog en la tranquera. Y allí alrededor de seis tiradores son los que se acuestan y empiezan a disparar hacia adentro. Nos disparan mientras uno arremetía con un escudo y lograba romper el candado con una patada. Ahí entran todos corriendo. Y gritan: ‘¡Agarren! ¡Agarren! ¡Tirale! ¡Tirale!’. Nosotros nos replegamos hacia al río.»
Santiago –aseguró– era uno de ellos. Después lo perdieron de vista. Y finalmente, ya desde la otra orilla, se escuchó un vozarrón: «¡Tenemos a uno! ¡Quieto! ¡Estás detenido!».
El encuentro con Soraya Maicoño y Andrea Millañanco –ambas de la comunidad mapuche de Cushamen– tuvo lugar en Esquel luego de que ellas visitaran al lonko Facundo Jones Huala en la cárcel local.
La primera es la mujer a quien la Gendarmería detuvo entre las 11 de la mañana y el atardecer del 1° de agosto a bordo de un vehículo con otra lamien (hermana) en la ruta 40, a la altura de la tranquera del campo de Benetton. Así se convirtió en observadora privilegiada de la retaguardia del operativo.
Y durante la entrevista efectuó el siguiente relato: «A las 13:30 frenó una camioneta blanca que venía de la Lof con Noceti a bordo. Entonces se bajó, le dio la mano a los milicos. Y a mí me dijo: ‘Soy jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad. Si quiero, te puedo tener acá por seis horas.’ Después se fue en dirección a Esquel. A las 17:30 apareció otra vez.» Fue en ese instante cuando fue fotografiado allí al lado de un gendarme.
Soraya también describió la constante circulación entre aquel lugar y la Lof de camionetas con personal de la estancia que, al parecer, hacían tareas de apoyo al operativo.
Al respecto, la otra mujer se refirió a la participación del administrador Ronald Mc Donald, en incursiones anteriores de Gendarmería a la Lof. «Aquel tipo –dijo– fue quien en el ataque del 10 de enero comandó el robo de ocho caballos y una vaca de los pobladores.»
Ellas volcarán el lunes esta suma de circunstancias ante el juez Otranto.
Vericuetos judiciales
Lo cierto es que el juzgado federal de Esquel se ha transformado en otro frente de tormenta. El motivo: la benevolencia de su titular hacia Noceti. Una fuente próxima a su despacho confió a Tiempo que Otranto –amparado en el secreto sumarial– se negó a cruzar las llamadas del funcionario con los oficiales de todas las unidades de Gendarmería en la región y también con sus centrales de inteligencia. La excusa fue: «Tal trámite no se vincula con la investigación.»
También desestimó un pedido de allanamiento a la base logística de esa fuerza en el casco de la estancia de Leleque –luego de que Tiempo Argentino revelara su existencia– con el argumento de que la información periodística «resultaba insuficiente» para acreditar eso. Sin embargo –según aquella misma fuente– él conoce ese lugar, puesto que aguardó precisamente allí la finalización de los rastrillajes en los días posteriores a la desaparición de Santiago.
A su vez la subrogante Ávila tendría como tal las horas contadas por haber desautorizado la línea jerárquica del ministerio público al negarse a pedir la intervención telefónica de los gendarmes.
Mientras tanto, una sensación de alarma atraviesa las oficinas oficiales: el comandante Méndez estaría dispuesto a hablar. El 12 de agosto, después de confiarle a un funcionario de Río Negro que el operativo contra los mapuches «estuvo a cargo de Chubut», un oportuno piedrazo en una ventana de su hogar hizo que la superioridad lo alejara de su familia, aislándolo a él en la sede del Escuadrón bajo la custodia de diez uniformados. Y no por seguridad sino por su silencio. Dicen que ese hombre ahora está muy nervioso. Y que su mutismo es en realidad una bomba de tiempo.
*Por Ricardo Ragendorfer para Tiempo Argentino