“La tragedia argentina, además de ser política, es psiquiátrica”
“Quedan pocos lugares como este”, dice Ricardo Ragendorfer, el Patán, sentado de frente a la puerta -como lo hacen todos los de su estirpe- del bar Aconcagua, en la esquina de Bolívar y Estados Unidos, barrio de San Telmo, CABA. Viejo frecuentador de los tugurios porteños, de los antros y los submundos, Patán reniega de la pasteurización turística que hace que “todos los barcitos parezcan iguales”. “Quedan pocos como este”, carraspea y repite con un café negrísimo en la mano, el Diario Popular debajo de sus anteojos, y un vaso grande con agua a una prudente distancia.
Por Franco Spinetta para Almagro Revista
Puede que Ragendorfer sea, como el Aconcagua, una especie en peligro de extinción. Un periodista de gráfica, meticuloso, exigente, pero también bohemio y solitario. Un renegado encantador, que se siente a gusto con mozos que conocen su nombre y habitués silenciosos y ensimismados entre mobiliarios de otra época, azulejos y whisky.
Conocedor como pocos del adn de las fuerzas policiales y represivas de la Argentina, con varios libros sobre su espalda un poco encorvada -que permitirían hacer un trabajo antropológico sobre la materia-, Patán no frena y sigue escudriñando una realidad que hoy lo tiene obsesionado con la desaparición del joven Santiago Maldonado, presuntamente secuestrado por la Gendarmería tras una feroz represión en la comunidad Pu Lof en Resistencia, partido de Cushamen, Chubut.
—¿Qué pensás que pasó con el pibe?
—Me parece que lo mataron en ese momento, que se les fue la mano. Se sabe que fue visto por última vez en manos de esos tipos y después es todo especulación.
—Conociendo cómo funciona la cabeza de los uniformados y su relación con la política, ¿creés que la ministra de Seguridad Patricia Bullrich sabe y encubre o que no sabe realmente porque le mintió la Gendarmería?
—Por empezar, el mando estratégico del ataque de la Gendarmería a la comunidad mapuche estuvo en manos no de un gendarme, sino del jefe de Gabinete de Seguridad, Pablo Noceti. Es un ex abogado de represores, un apologista de la dictadura. Es un mamarracho. Está a la derecha de Atila. En ese sentido, encubrir a la Gendarmería es medio encubrirse a sí mismo. Por otro lado, a diferencia de otras desapariciones que hubo en democracia, caso (Miguel) Bru, el albañil Núñez o el caso Julio López, este es bastante diferente. Si bien hubo excesos policiales en los primeros dos casos, y en el caso López hubo presuntamente connivencia entre policías y represores condenados, este es un hecho perpetrado desde las más altas esferas del poder. Es bastante significativo: la desaparición forzada de personas es un delito que comienza con la privación ilegal de la libertad de alguien por parte de agentes estatales y se completa con el silencio intencional o la negativa de dar información por parte de las autoridades del Estado. La desaparición de Maldonado cierra como una pelota de fútbol.
—Por el devenir de los hechos, y el resultado electoral, parece que el Gobierno no pagará un costo político en el corto plazo. Ahora, ¿se le puede volver en contra en algún momento?
—Ojalá. Es un delito de lesa humanidad y como tal no es prescriptible. Ojalá que se les vuelva en contra. Dependerá de la combinación de fuerzas entre esta gente y el resto de la sociedad. Por semana se mandan tres trapisondas que en otro momento hubiera volteado gobiernos, incluso la detención de funcionarios. En estos momentos, estos tipos funcionan con una impunidad terrible.
—Hubo una reacción de cierta oposición al Gobierno que, luego de las PASO, parece haber advertido que este proceso puede durar años. ¿Tuviste la misma sensación?
—Estamos viviendo una situación que no se vivía desde 1984 en adelante. Toman medidas bastante burdas, como las escuchas a la ex presidenta Cristina Kirchner. Lo hacen con las llamadas pre-causas, es decir, no hay ninguna causa y –como dicen en la Justicia- “salen a pescar” sobre un tema determinado, pongámosle sobreprecios, en los que estaría involucrado Oscar Parilli durante su gestión. Eso les importa un carajo, y comienzan a detectar conversaciones que les pueden servir para armar nuevas causas judiciales. Entonces se arma un circuito: la AFI te pincha, filtran a los medios esas partes de Cristina puteando y algún fiscal, tipo Marijuán, te abre una causa. Son maniobras burdas, pero hay un porcentaje elevadísimo de los medios que articulan esta operación y un importante sector de la población que se lo cree. La tragedia argentina, además de ser política, es psiquiátrica.
—¿Cómo sería eso?
—Es muy curioso que la gente cuyo destino económico no es precisamente el de los más ricos del país, que padece este tipo de medidas, termine apoyando a estos hijos de puta.
—¿Le encontrás una explicación? ¿No será consecuencia de una pelea excesiva del Gobierno anterior con la clase media?
—No es sólo la clase media. Son sectores populares, también. Los tacheros no son clase media, son clase media baja. Muchos se enganchan por el lado de la inseguridad, que es otra construcción.
—La inseguridad se ha utilizado mucho en la campaña de una manera muy inteligente, lo cual demuestra también que no son improvisados.
—Sí, pero ese es lugar de la posverdad. En mi barrio, la posverdad se llama mentira. Y la mentira hoy es una política de Estado. Estamos viendo cosas alucinantes. Hace poco vi en la tele un corte de vecinos que protestaban desde hacía una semana porque no tenían luz. Uno de ellos, el más vehemente y ofuscado, y el que ponía más ramitas en esa especie de barricada, era un señor que decía que no hay luz porque, debido a lo barato que estaban las tarifas, las compañías no podían invertir. Ese señor pedía a gritos que le aumentaran la tarifa, o sea, una locura. Ese fenómeno también coincide con otro, que ni siquiera es argentino, pero que el Gobierno explota muy bien y tiene que ver con lo que el sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos, llama el “fascismo societal”: un fascismo que, a diferencia del fascismo clásico impulsado por un sector político, es un fascismo pluralista, es decir, el fascismo de los que no saben ni siquiera qué es el fascismo. Los que ven que le roban un celular a una persona, y se levantan para linchar al chorro. Hay toda una serie de actitudes muy violentas.
—¿Cuál es el origen de todo eso?
—Es una mezcla de frustraciones. Los medios no son ajenos a eso, lucran con esto, y son fruto de toda una confusión. Si relacionamos esto con la inseguridad… acá en la Argentina tenemos un índice de homicidios muy bajo: hay 5,6 asesinatos cada 100 mil habitantes. En Río de Janeiro, hay 12; en Guatemala, hay 60; y en cualquier ciudad norteamericana, es superior a la Argentina. Pero del 100 por ciento de los homicidios, el 70 no son en ocasión de robo, son intrafamiliar, intra vecinal, entre personas que se conocían previamente.
—Es decir que la polémica frase “sensación de inseguridad” no es tan desacertada.
—El 60 por ciento de los criminales de este país pertenecen a la parte sana a la población. No son personas del hampa, que están educados en ese ámbito.
—¿Quiénes son?
—El tipo que vuelve de laburar y encuentra a la mujer encamada con otro. Esta es una sociedad muy violenta, intolerante. Si ves las cosas que pone la gente en Facebook, o en Twitter… es impresionante.
—En las redes está muy exacerbado todo. Quizá la despersonalización tenga que ver, ya que si querés, podés crearte una identidad falsa.
—En la cara no se lo dirías por decoro, pero lo pensás. Ni siquiera es un problema nacional, en Estados Unidos, votaron a Trump. Sería temerario tratar de determinar en qué momento del barro de la historia estamos. Pero yo creo que estamos en un momento de más barro que oro, que no te quepa la menor duda. En ese sentido, fijate, yo pienso que el Siglo XX empezó con la Primera Guerra Mundial y terminó con la caída del Muro, del mundo socialista. En consecuencia, si bien los números dicen que estamos en el Siglo XXI, yo creo que no terminó el siglo anterior. Vivimos en una especie de purgatorio de la historia, como si fueran los años previos al Renacimiento.
—Una especie de Edad Media.
—Vivimos dentro del capitalismo, en un período terminal, como lo fue el fin de la Edad Media.
—¿Te referís sólo al sistema económico?
—Económico, cultural, social. Me da la impresión de que vivimos en descomposición. El pasaje de época puede durar 300 años, qué se yo. Hoy vivimos una particularidad que es la desaparición del sujeto revolucionario: hace 50, 60 años, existía la clase obrera. En el trasvasamiento del capitalismo industrial al capitalismo financiero, cambió el sujeto revolucionario.
—Bueno, hoy eso está muy presente en el discurso del PRO, la cuestión del emprendedor como trabajador moderno.
—Se tienen que ir preparando para hacer trabajos que hoy ni siquiera existen, es la consigna. Fijate vos hasta qué punto tienen esa tara, que en el homenaje a San Martín lo definieron como un “gran emprendedor”.
* * *
Cada vez que Patán está por largar alguna concatenación de razonamientos, le da unos golpecitos suaves a la mesa verde de fórmica. Pareciera, de esa manera, ordenar las oraciones que llevan el ritmo en clave de percusión. Va a hablar de la Bonaerense, de la supuesta pelea contra las mafias por parte del Gobierno de María Eugenia Vidal. Y de eso sabe mucho.
—Su llegada a la Gobernación fue tan sorpresiva que yo creo que ni siquiera tenían pensado qué hacer con la policía. Apeló entonces, y nunca mejor dicho, a la herencia recibida. Tomó el modelo que venía de (el ex ministro de Seguridad, Alejandro) Granados, (el ex ministro de Justicia, Ricardo) Casal y (el ex jefe de la Bonaerense, Hugo) Matzkin, con la única diferencia que lo hizo renunciar a Matzkin por razones jubilatorias, pero lo pusieron a este (Pablo) Bressi, que es Matzkin, y a (Fabián) Perroni, que es Bressi. En consecuencia, eso provocó una especie de interna dentro de la Bonaerense debido a cierta ofuscación del comisariato que tenía cifrado en el cambio de gobierno ciertas ilusiones de poder. Al no haberse dado, empiezan a operar. Hoy esa operación se produce adentro y afuera, como el atraco violento a la casa del intendente de La Plata, el achaco violento a la casa del jefe de Gabinete, Federico Salvai, el secuestro de Osvaldo Mércuri… botonear que en la jefatura de La Plata había 36 sobres con 100 lucas… ¡nada! Ese tipo de cosas.
Vidal se agarra de los 36 sobres y lo convierte en la nave insignia de su lucha contra las mafias. No hay ninguna lucha en contra de las mafias. Lo único que hizo fue no tocar las fuentes de financiación de la policía, ni por asomo poner en riesgo el autogobierno de la Bonaerense. Por empezar, una fuerza que se autofinancia, es una fuerza que se autogobierna. De hecho, Ritondo está más cerca de Granados y Matzkin que de la Gobernadora. Por eso ella se va a vivir ahí, al cuartel militar.
—¿No confía en su propio ministro?
—No, no, no. La Bonaerense es un Estado adentro del Estado y disciplinarlos es un poco más difícil que disciplinar a los trabajadores tercerizados del Teatro Colón. Son bravos esos muchachos.
—¿Calificás a la policía como mafia?
—Técnicamente es una mafia. Y es una originalidad argentina. En los países con tradición mafiosa, como la ex Unión Soviética, Italia, Estados Unidos, Colombia y México, las mafias son autárquicas y están en contra del Estado, lo cual no quiere decir que no haya policías corruptos, pero son comprados por los mafiosos. Acá es al revés: la policía compra delincuentes.
—Eso implica también una administración del delito, ¿no? La razón por la cual no hay grandes narcos en la Argentina, es porque el negocio está manejado por las policías.
—Todas las policías hacen de la recaudación a través de cajas delictivas su sistema de supervivencia.
—¿Con qué recaudan?
—De todo. La droga no es la fuente más grande, sino la piratería del asfalto, las autopartes. La droga, acá, es menudeo. Mueve guita, pero no es nivel del cartel de Sinaloa, que se ofrece a pagar la deuda externa del país. Estamos hablando también de calidad, porque si esta gente quisiera exportar su producto a Europa no los meten en cana por narcotráfico sino por defraudación y estafa. Acá, el clan de la familia Cantero en Santa Fe controla, con suerte, una villa. No un Estado. Lo que sí, son organizaciones que van teniendo cierto control territorial, pero no dejan de tributarle a la cana.
—En Santa Fe hubo una ruptura de ese pacto.
—Hubo una ruptura, en cierto momento los narcos rosarinos empezaron a hablar de igual a igual. Fue cuando cayó (el ex jefe de la policía santafesina, Hugo) Tognoli, cuando en Córdoba cayó toda la cúpula de la división narcotráfico. Eso, más o menos, se fue encajonando de vuelta. Lo cierto es que la cana es la gerenciadora y es la única fuerza del Estado que tiene el unívoco poder de regular el volumen de la inseguridad, con la liberación de zonas.
—¿Eso lo siguen haciendo para negociar?
—Sí, por un lado. Por el otro lado, financian al poder político y judicial. La mitad de lo que recaudan se reparte entre la política y la Justicia. Esto lo hacen para que no los jodan.
—En la Ciudad de Buenos Aires hubo un traspaso y la creación de una nueva policía, ¿cambió en algo esa ecuación?
—No. Hay un quilombo bastante grande. La caída en cana de sus primeros jefes, por ejemplo. Cuando (Pedro) Potocar lloraba delante de las cámaras, yo pensaba: “Llora porque lo metieron en cana por algo que hacen todos, este se siente el único boludo”. La única fuerza que no tenía esta estructura recaudatoria era la Metropolitana, pero no porque no quería tenerla, sino porque no tenía inserción territorial. Y esto es muy loco: funcionaba no como una fuerza policial, sino como una milicia de un partido político, el PRO. Estaba creada, formada y conducida por todos cuadros expulsados de la Federal, impresentables que provenían de la dictadura, de las trapisondas más oscuras de la era democrática. La fusión con esos bellos uniformes causó mucho escozor en todos los niveles, desde lo simbólico y lo no simbólico: desde los estratos más bajos, hasta los cuadros superiores. Los tipos no están dispuestos a compartir los negocios con la Metropolitana, en consecuencia se produce una situación ríspida. Esta nueva fuerza es, además, puramente punitiva. Fijate vos con qué frecuencia se viralizan vejaciones, abusos policiales para contra los más débiles.
—Volvió la averiguación de antecedentes.
—Pero de mal modo. En la época de Alfonsín, hasta de Menem, te pedían documentos bien, te llevaban en cana de manera aséptica. Ahora te cagan a patadas. No tienen ningún problema en violar la autonomía universitaria, en entrar a colegios… patear a paralíticos. Están absolutamente desatados.
—El kirchnerismo tampoco modificó la matriz policial.
—Hubo intentos fallidos. Hubo un intento de remediarlo con la Federal después del quilombo del Parque Indoamericano. El gobierno de entonces se dio cuenta de que no era un exceso, sino que era parte de un plan desestabilizador que tenía el mismo esquema conspirativo que lo que había sucedido en Paraguay para desestabilizar al gobierno de Lugo. Una presunta provocación, un reclamo popular que deriva en una matanza, que luego es sustanciada en el Parlamento, donde se le echa la culpa a Lugo.
Acá tenía el mismo sentido. La respuesta fue crear el Ministerio de Seguridad, ponerla a Nilda Garré y empezar una reforma profunda en la Federal que, en algún momento, tuvo que frenarse. El factor contemporizador fue el cachivache de (Sergio) Berni.
Con respecto a la Bonaerense, hubo un intento en la época de (León) Arslanián, que tuvo una idea bastante ingeniosa que fue cortar la ruta del dinero, que va de abajo hacia arriba. Descuartizó el sistema de recaudación y aisló cada departamental y voló la figura de Jefe. La corporación había quedado desarticulada, al menos en su estructura. Esa experiencia se chocó con la siguiente fatalidad: la Bonaerense es como el agua, toma la forma del envase que la contiene. Y lo que hasta ese momento era una empresa perfectamente aceitada al servicio de la recaudación ilegal, devino en una cantidad indeterminada de hordas policiales autónomas que se disputaban entre sí el gerenciamiento del delito en la provincia.
—¿De ahí devienen las policías comunales?
—Claro, son las metástasis del gran cáncer que es la Bonaerense como institución. Las policías comunales, en un país más o menos normal como Suiza pueden funcionar. Pero acá o en el infierno, no funcionan bien.
—Cuando estaban buscando el cuerpo de Anahí, en Lomas de Zamora, la fiscal se encontró con ocho cuerpos enterrados. ¿Cómo puede pasar eso? ¿Está relacionado con la policía?
—Obvio. Fijate el caso Candela, un crimen que en realidad es un vuelto: estaban todos metidos. Fue un ajuste de cuentas en un mundo habitado por piratas del asfalto, narcos, y otras runflas, y la policía si bien no estaba metida en el asesinato, decide encubrir porque descubrir el crimen era dejar al descubierto su relación con todo ese mundo. Ni siquiera el tráfico ilegal de una ballenita de una camisa se puede hacer sin la cana. En la provincia no podés vender ni una tuca, si no arreglás con ellos.
—Siempre queda la sensación de que los casos que no se resuelven, tienen que ver con la participación de la policía. Por ejemplo, ¿qué tan fácil es hacer desaparecer un cuerpo?
—Necesitás una pala. Si la cana está vinculada además con la trata, no hay chances.
—Si efectivamente a Maldonado lo desapareció la Gendarmería, ¿hay alguna posibilidad de encontrarlo?
—No, no, no. Cuando desaparece López, muchos se preguntaron qué logística hay que tener. Te vuelvo a decir: además de la pala, necesitás un chumbo y un automóvil. E impunidad, claro. Ante la desaparición forzada de personas, hay un protocolo. En el caso Maldonado, se trabajó como si fuese una persona extraviada. Acá, insisto, tenemos a un personaje como Noceti, cuyo imaginario bailotea, y no lo digo en chiste, entre la doctrina francesa de la guerra contrarrevolucionaria en Argelia, el método de la tortura, y un fundamento tomista. Un tipo que en los Tribunales ha dicho que en las guerras no convencionales, se deben utilizar métodos atípicos. El control del enemigo interno… en su locura cree que participa de una guerra.
—¿Por qué Noceti estaba ahí? ¿Por qué los mapuches?
—Es un tema que tiene que ver con Benetton, las petroleras. Son un poco problemáticos los mapuches porque están jodidos y tienen sus métodos de protesta. Y de paso son el enemigo ideal, por su precariedad, como para inventar un enemigo interno. Además, están contemplados en la doctrina americana de las nuevas amenazas, que incluyen mapuches, narcotráfico y hasta desastres climáticos. Por otro lado, le viene de perillas al gobernador Das Neves, que tiene muchos quilombos con ellos.
Es una constelación de factores, pero este tipo en particular, Noceti, viene laburando el tema de los mapuches desde hace más de un año. Los tiene acá (se señala la frente). Hubo quilombos escandalosos: el 10 y 11 de enero hubo una feroz represión en la misma comunidad, que no fue tan mediática porque no hubo un desaparecido. Los mapuches son duros, pero van con piedras. Desde los medios oficialistas los pintan como si fuesen del Estado Islámico. La tremenda locura que tiene Noceti lo lleva a decir cosas como que tienen vinculaciones con Pérez Esquivel, con el gobierno anterior y el terrorismo kurdo. Un nivel de delirio bastante importante.
—Viendo el panorama, las operaciones de prensa, el tufillo a servicios constante, ¿pasó antes que estuvieran tan alineados los planetas? Me refiero a la policía, los servicios y la política.
—No. Desde mediados del siglo XX en adelante, en los gobiernos democráticos hubo represión durante el gobierno de Frondizi con el Plan Conintes; hubo represión en el gobierno de Isabel Perón a través de la Triple A; pero desde el regreso de la democracia, salvo la represión delarruísta que dejó un montón de muertos el 19 y 20 de diciembre de 2001, no hubo represión orgánicamente ordenada por el Estado. Ni durante el gobierno de Alfonsín, ni durante el de Menem, salvo en algunas provincias, donde las llevaban a cabo gobernadores. Esto de hoy es absolutamente inédito. Y además reprimen en forma de actos publicitarios, porque ciertos votantes lo aplauden.
—¿Y con respecto a los servicios de inteligencia?
—Están violando de manera sistemática la ley porque hacen inteligencia interna de una manera desembozada. Hubo dos medidas que de algún modo volvieron a catapultar hacia la cúpula de la SIDE a los sectores más duros relacionados con Stiuso. Le sacaron la potestad de las escuchas legales a la Procuración y se las dieron a la Justicia, que es un apéndice de los servicios de inteligencia, así como los jueces provinciales dependen de la Bonaerense. Por otra parte tiene un presupuesto reservado, que se lo habían sacado. En consecuencia, hacen lo que quieren y lo que el Gobierno les pide. Se sienten muy a gusto, además con un pelotudo como Gustavo Arribas, que es un turro para hacer negocios, es un caimán para cobrar coimas, pero de inteligencia sabe tanto como mi tía Tota. Igual que Silvia Majdalani, que no entiende nada. La muestra es el circo que hicieron con Pérez Corradi, con quien negociaron que tenía que mandar en cana a alguien y lo termina mandando en cana a Ernesto Sanz, el principal aliado radical de Cambiemos. Lo que les permite hacer lo que quieren es el grado de impunidad que lograron con el cerco judicial y mediático.
—¿Cuál puede llegar a ser la fisura?
—No lo sé. Están jugando con fuego y en cualquier momento… tenés un Maldonado. En otras situaciones, la sangre política derribó gobiernos: De la Rúa, Duhalde. Es impredecible lo que va a pasar. Desde el punto de vista de la psicología de las masas, puede provocar acostumbramiento o el efecto del caos. Yo pensé, francamente, que una desaparición forzada iba a generar más quilombo. Al día siguiente los votaron como si nada… esto también tiene que ver con el hecho de que las fuerzas opositoras están muy atomizadas y conducidas por gente de mierda, salvo Cristina, desde mi opinión personal.
—¿Fue un poco naif Cristina en todas estas cuestiones?
—Hubo un déficit estructural, más allá de las buenas medidas. No supo construir poder popular. Existía bajo el kirchnerismo el mismo sistema de representación política que existió siempre: punteros, etcétera, etcétera. Bajo el ala de un Estado que por primera vez no jodió tanto a las clases populares y que estaba desinhibidamente a favor de ellas. Pero no era Salvador Allende… con todo el respeto que me merece la mina. No fue poco lo que pasó, después de De la Rúa, Menem; además cayó del cielo: Kirchner se impone en unas elecciones que había ganado Menem. Y todo el mundo se sorprendió con su primer discurso, en el que parecía más progre que toda la sociedad junta. Estaba adelantado. Tomaba café todos los domingos con Horacio González y le decía: “Siento un prudente optimismo”.
*Por Franco Spinetta para Almagro Revista. Foto: Guille Llamos.