Un viajero de la luz aymara
Damián Ayma Zepita produjo durante más de casi cuatro décadas un denso corpus fotográfico sobre la vida rural, las tradiciones y la cotidianidad de los pueblos del altiplano boliviano. De origen aymara, su herencia lingüística le permitió un acercamiento y una conexión genuina con sus fotografiados y el paisaje.
Por Redacción La Tinta
Ayma nació el 27 de septiembre de 1921 en el Machacahuyo, del ayllu Kollana, localidad Santiago de Toledo, provincia Saucarí, Oruro, en el seno de una familia humilde. Sus abuelos eran trabajadores agrícolas por lo que él desde muy chico ayudo en esos quehaceres, que lo acercaron y le dieron conocimiento sobre las tradiciones de esta actividad. En una entrevista en 1989 recordó sobre su infancia “Hasta los 12 años no conocía qué era la letra, no conocía el castellano y hablaba solo aymara”.
Hacia 1936, debido al trabajo de su padre, se trasladó hacia el centro minero de Colquiri donde comenzó a trabajar como ayudante de perforista y es allí donde descubre lo que sería su pasión. “De muchacho inquieto compré una cámara y hacía revelar con un orureño, Francisco del Carpio”, recuerda y agrega que en una ocasión el laboratorista demoro en entregarles unos rollos, entonces debió ir a buscarlos y allí se maravilló con las técnicas de revelado.
Por motivos laborales decidió emigrar hacia Argentina, en donde en 1948 se inscribe en curso de fotografía. Comenzó a trabajar como ayudante de laboratorio en la Casa Lutron Company de Buenos Aires, luego de perfeccionar su técnica en 1950 vuelve a su tierra natal donde comienza su viaje y el desarrollo de su gran obra.
El trabajo de Ayma cuenta con alrededor de 18.000 fotografías, de una calidad técnica y un manejo lumínico que por momento recuerda a su par peruano Martin Chambi. Recién en 1989 el Museo Nacional de Etnografía y Folklore de Bolivia toma contacto con el fotógrafo y su obra, que luego de la muerte de Ayma 1989, pasaría a ser parte de su archivo.
En estas imágenes se muestran la vida de los trabajadores en las minas, las fiestas de los pueblos, el carnaval, las cosechas, las festividades religiosas, retratos, etc. Que más allá de lo técnico, se puede ver el interés genuino y la capacidad de observación de alguien que era consciente de que estaba registrando experiencias de gran densidad cultural y etnográfica.
En las fotografías de Ayma está la mirada de un par y no de un extraño. Según recuerda sus hijos, su padre siempre afirmaba “Las fotos van a servir en algo a la raza que pertenecemos: aymaras, quechuas”.
*Por Redacción La Tinta
**Fuente: La Razón