Envases del patriarcado

Envases del patriarcado
3 agosto, 2017 por Redacción La tinta

“Cuando hay una nena adentro también es Ni una menos” dijo Esteban Bullrich. Pero no es el único que sólo ve el “adentro”, y nos convierte en envases, en meras incubadoras, depositarias del deber ser del patriarcado, dice Marta Dillon. Y explica porqué el aborto legal es, desde hace mucho, una deuda de la democracia, que se cobra vidas concretas, en especial, de mujeres pobres.

Por Marta Dillon para Revista Anfibia

El presidente de la Nación lo destacó este mismo año como el autor de una transformación educativa revolucionaria y sin embargo Esteban Bullrich no teme mostrar su ignorancia: “Cuando hay una nena adentro también es Ni una menos, porque la están matando”, sentenció y no estaba hablando de un caso de trata, ni de trabajo esclavo, ni siquiera de maltrato infantil. Estaba hablando de aborto. Sacó esa frase como si mostrara el ancho de espadas en una mano de truco cuando le repreguntaron sobre la contradicción de estar a favor de la “campaña Ni una menos” y no considerar a las mujeres pobres que ponen en riesgo sus vidas por la ilegalidad del aborto.

Lo dijo con la seguridad y la soltura de quien cree haber encontrado el espejito de goma del que hablan las nenas concretas en los recreos, ese que rebota y explota al contrincante; pagado de sí mismo, olvidó las normas del lenguaje y del sentido.


¿Adentro sería el cuerpo de una mujer? ¿Adentro porque no se anima a decir útero? ¿Adentro porque nuestro cuerpo es como una botella que se destapa y se vacía?  Adentro, dice el ex ministro y ahora pre candidato a senador, para dejar en primer plano una única subjetividad puesta ahí donde no hay sujeto. Una nena no es un feto y un feto no es una nena aun cuando los avances genéticos puedan descubrir los pares de cromosomas que indicarían un sexo femenino.


Esa objetivación del cuerpo de las mujeres, esa expropiación de nuestros deseos, nuestros planes de vida, nuestras decisiones es lo que sostiene la ilegalidad del aborto cuando lo que está en juego es la voluntad de la gestante.

Hay que ser una víctima para acceder a la interrupción de un embarazo no deseado, haber sido violada o exponer los riesgos para la salud que supone seguir adelante con esa gestación. Y ni siquiera así, porque siempre estará la sospecha de que esos riesgos no son tantos, sobre todo si se trata de ponerle el cuerpo a la maternidad. A Ana María Acevedo, en Santa Fe, la obligaron a seguir embarazada y no le dieron ni analgésicos fuertes ni quimioterapia para tratar un cáncer cruel de mandíbula que terminó matándola; es que había que proteger al feto. Después el Estado provincial fue obligado por organismos internacionales a pedir disculpas, pero Ana María estaba muerta –y el fruto de su gestación también.

Frente a tamaña imposición moral sobre el cuerpo de las mujeres, la definición de salud integral de la Organización Mundial de la Salud que consideró la Corte Suprema de la Nación en su fallo “F.A.L.” –las siglas que identifican a una joven discapacitada y violada- que ordenó organizar protocolos para la atención de abortos no punibles –abortos legales-, esa definición pareciera ser más una pretensión suntuaria de irresponsables que no quieren asumir sus “errores” y pagarlos por el resto de sus vidas convirtiéndose en madres aunque no quieran o no puedan. La maternidad, ese estereotipo de la maternidad que usan los fanáticos (y fanáticas) religiosos es pura entrega, incondicional y sin lugar para atender a la propia salud ¿Así será como explican que el 40 por ciento de los hogares argentinos tengan como única “jefa” a una mujer?

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Nuestro deseo, nuestras posibilidades, nuestras decisiones; eso no cuenta. ¿El test de embarazo dio positivo? Pues entonces te convertís en envase, lo que hay adentro cuenta más que vos. No importa la edad que tengas, pueden ser 15 o 12; puede ser que ya tengas hijos o hijas, puede ser que no quieras tenerlos, convertida en el afuera de ese adentro serás poco más que cáscara, albergue en el mejor de los casos, un sujeto borrado detrás del protagonismo de una revolución celular, un embrión, un feto.

Claro que esto no es para todas, se lo dijeron al ex ministro en la entrevista y de ahí salió su bravuconada. Las que pueden, las que consiguen fácilmente las recetas y el dinero para comprar el misoprostol –que según la denuncia que presentó al inadi María Elena Barbagelata, el mismo lunes en que Bullrich hizo su curiosa adaptación del movimiento popular Ni Una Menos, cuesta en Argentina un 2746 por ciento más que en Francia– o tienen la posibilidad de pagar un aborto quirúrgico, ellas (nosotras) sí pueden decidir. No tienen por qué enfrentar el temblor de tener que demandar un aborto no punible, o el temor de usar pastillas conseguidas en el mercado clandestino, o enfrentarse con la negativa que en una y otra farmacia se recibe cuando se va, con receta y todo, a buscar el medicamento. Ni la ley ni la clandestinidad son parejas para todas. Para algunas es un escollo o un secreto, para otras la muerte o la cárcel.

¿Por qué será que está tan extendido el uso de análisis genéticos para determinar enfermedades congénitas entre las usuarias de la medicina privada? ¿Para saber a qué atenerse o para abortar? ¿Alguien ofrece, en los hospitales públicos, este tipo de análisis para mujeres de sectores populares? Este es el tamaño de la hipocresía, esta es la distancia claramente discriminatoria entre las mujeres con recursos y las mujeres pobres.


Porque abortar, abortamos en todas las clases sociales. Y cuando esa decisión está clara, determinada, no habrá razón en el mundo que nos haga cambiar de opinión, ni la clandestinidad ni el riesgo de vida, porque es toda la vida por delante la que se pone en juego cuando se impone una maternidad forzada.


Dijo otra cosa Esteban Bullrich en la misma entrevista en que pretendió doblarle la mano al movimiento #NiUnaMenos que cada vez que sale a la calle demanda por el aborto legal y denuncia el femicidio con responsabilidad del Estado que supone cada mujer muerta por aborto clandestino –el año pasado se contaron oficialmente 55 muertes. Dijo que había que brindar anticonceptivos y educación sexual “para prevenir”. Es curioso que lo diga él, que desarticuló las capacitaciones docentes masivas, le quitó jerarquía al Programa Nacional de Educación Sexual Integral y no invirtió ni un solo centavo en publicaciones que puedan acompañar la ESI. Es curioso si pasamos por alto el sentido único que encierran esas dos palabras asociadas a educación sexual: para prevenir. Pero la ESI es mucho más que prevención, es brindar herramientas para vivir una sexualidad gozosa, libre y segura, es abrir la conciencia a todas las formas de ser y de amar, al respeto por la diversidad corporal, sexual y familiar. Todo eso que habla del deseo, de la libertad, todo subsumido a prevenir un peligro sin retorno: el embarazo. Por no adentrarnos en las infecciones de transmisión sexual que a juzgar por el modo en que se está atendiendo la salud de quienes las padecen –como la hepatitis o el vih-, con faltantes o retrasos en la entrega de medicamentos y reactivos para el tratamiento tampoco parecieran tener retorno.

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Los números del aborto no son oficiales, se calcula que se practican 500 mil al año. La enorme mayoría se realizan en la clandestinidad, en muchos casos con el acompañamiento feminista que brindan las organizaciones de mujeres y lesbianas. Otros tantos se practican en consultorios amigables donde se entienden las causas del aborto legal –que ahora se festejan en Chile mientras las causales consagradas por ley en nuestro país son más amplias, ya que acá no se habla de “riesgo de vida” si no de riesgo para la salud y existen desde 1921. Hay otros números del aborto, menos espectaculares pero contados en primera persona y que son el emergente de un dispositivo de disciplinamiento para las que se animan a decidir sobre sus cuerpos: los dos años que pasó presa Belén en Tucumán por un aborto espontáneo, la judicialización de una historia similar en Usuhaia, el embarazo forzado de un feto inviable para una niña wichi violada en Salta, la médica que en Chubut está siendo juzgada por haber atendido un aborto no punible. Estas historias son las que denuncia el movimiento #NiUnaMenos, esta manera de inocular el terror de terminar presa o muerta por exigir o hacer uso de un derecho.

Por canchero, Bullrich dejó su misoginia al desnudo y su torpeza disparó en tuiter la consigna #AbortoLegal para colocarla, hasta bien entrada la tarde, en el primer lugar de la lista de trending topics argentinos. El mayor repudio vino por parte del movimiento feminista, de referentes de partidos de izquierda, de gente del común alarmada por la brutalidad de los dichos del ex ministro y ahora precandidato a senador en la provincia de Buenos Aires por la alianza Cambiemos. Muy pocas voces se alzaron desde la principal fuerza opositora en ese distrito y eso es lo más preocupante. Porque Bullrich no es el único que deja de ver a la mujer cuando hay un proceso de gestación para sólo ver el “adentro”. Que nos convierte en meras incubadoras, depositarias del deber ser del patriarcado.

El aborto legal es una deuda de la democracia, como viene repitiendo la Campaña Nacional por el Aborto legal, seguro y gratuito cada una de las seis veces que presentó su proyecto de ley en los últimos doce años. Esa deuda no es abstracta, se cobra vidas concretas de mujeres, sujetas de derechos, con planes propias, con deseos, que ya eran madres en muchos casos, amigas, hermanas, estudiantes, trabajadoras. Por todas ellas, por las que no volvieron de la clandestinidad, es que hay que dar el debate de una vez en ámbitos legislativos y consagrar el derecho de todas a la libertad y la autonomía, a decidir sobre nuestros cuerpos. Cómo queremos, con quién queremos y cuándo queremos.

*Por Marta Dillon para Revista Anfibia. Foto: M.A.f.I.A.

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Palabras claves: Esteban Bullrich, legalización del aborto, Patriarcado

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