Mujeres en la España revolucionaria del 36
En los periódicos que escribían para o sobre la revolución, en los frentes de batalla, en la retaguardia con tareas indiscutiblemente necesarias, las 500 que se presentaron en el hospital de Madrid el primer día ofreciendo donar su sangre a los heridos, la que se ofició de mecánica del aeródromo, las de los moños azules y pistolas en cinto que organizaron destacamentos de jóvenes, la que recogió el fusil de su compañero muerto, la dinamitera que perdió la mano. Mujeres en la España revolucionaria.
Por Redacción La tinta
“Al salir de su casa para ir al taller, Josefa se vio envuelta en la ráfaga de ira popular. ¡A las armas! Grupos de hombres enrojecidos corrían las calles. ¡A las armas! La voz de la radio multiplicaba la voz magnífica de la ´pasionaria´, pidiendo fusiles para las manos proletarias (…) El día 18 de julio ha amanecido.
Josefa fue con los demás amigos, enronquecida, cantando, respondiendo a los gritos, roja de indignación; la llevan volandas hasta donde se reparten fusiles.
-Uno para mi.
-Las mujeres no necesitan armas.
Insulta a los hombres, se quiere pegar. Una amiga le dice:
-Tu novio anda por la Plaza España.
Sí, pero ella quiere ir con un fusil como van los hombres. Llora. Un obrero la empuja cariñosamente.
-¡Tonta! Los hombres no lloran.”
(María Teresa León, “El Teniente José”, 1936)
María Teresa León fue una escritora española comprometida con su historia, con la lucha de los y las republicanas en la Guerra Civil Española. En algunos de sus relatos, apostó a retratar la imagen de la mujer desde un feminismo militante y generoso, que no distaba de la realidad.
La historia de María Teresa es la historia de muchas, que desafiando los mandatos de una sociedad fuertemente influenciada por la tradición católica y el ejército, excluidas de la “libertad, igualdad y fraternidad” prometidas, fueron parte de una Guerra Revolucionaria, enfrentando también las estructuras patriarcales hacia dentro del bando republicano.
Rosario, Concha, Federica, Mercedes, Manuela, Rosa, Emma, Victoria, Adela, Carmen, Magdalena, María, Aurora, Lina, Teresa, Estrella, Carmela, Isabel, Dolores, Micaela. Miles de nombres. Cada nombre una vida de valentía, rebeldía y pasión. Los recovecos de la historia suelen fijar sólo algunas figuras icónicas, por una fotografía, un escrito, un cargo o puesto determinado.
Así conocemos a Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”, dirigente comunista de míticas arengas republicanas; a la anarquista Federica Montseny, que siendo la primera ministra de España, aportó al proceso definitivo de legalización del aborto; a la rosarina Mika Etchebéhère, La Capitana, que luchó en el frente junto a su compañero, y muerto éste, ella ocupó su puesto siendo la única mujer extranjera que alcanzó el rango de capitán en el ejército republicano; a la jovencísima periodista Marina Ginestá, inmortalizada gracias a la fotografía que le tomó Hans Gutmann en la terraza del Hotel Colón de Barcelona.
Fueron miles, y estaban por todas partes, constituyendo un colectivo despatarrado: las de los periódicos y ficciones que escribían para o sobre la revolución, la de los frentes de batalla, las de la retaguardia con tareas indiscutiblemente necesarias, las 500 que se presentaron en el hospital de Madrid el primer día de la contienda ofreciendo donar su sangre a los heridos, la que se ofició de mecánica del aeródromo, las de los moños azules y pistolas en cinto que organizaron destacamentos de jóvenes, la que recogió el fusil de su compañero muerto, la dinamitera que perdió la mano. Miles de etcéteras.
Guerra Internacional
Suele decirse que la Guerra Civil Española fue una guerra internacional en suelo ibérico. Fue un combate entre fascismo y democracia, entre catolicismo y anticlericalismo. Una guerra de clases y entre diferentes concepciones de orden social. También fue una lucha donde las mujeres volcaron sus demandas por la igualdad de derechos, y el deseo de transformar la estructura patriarcal.
Nada fue casual ni ajeno a un contexto. En el siglo XIX, las luchas de las mujeres fueron en alza. Lo que hoy conocemos como el feminismo de la Primera Ola se gestó en lo que constituía la historia reciente de las mujeres de la Guerra Civil Española. Los ideales de la ilustración habían dejado por fuera a todo lo que no fuera varón, blanco, heterosexual y propietario. Las mujeres quedaron condenadas al ámbito privado y doméstico, como amas de casa y madres, pudiendo sólo firmar un contrato: el matrimonial, que las sometía como propiedad del hombre. Comenzaron entonces a cuestionar las promesas no cumplidas de la democracia rousseauniana, naciendo así el feminismo como un hijo no querido de la ilustración, forjado al calor del igualitarismo.
En diferentes países estallaron revueltas lideradas por mujeres, que con distintas tendencias e intensidades, conformaron colectivos de mujeres que lucharon, en términos generales, por dejar de ser consideradas una masa pre-cívica, por un supuesto orden natural que traslada la diferencia biológica a desigualdad social y política.
Desde la revolución industrial, las cuestiones en torno a la femeneidad y el trabajo asalariado se tornaron importantes. Si bien las mujeres no comenzaron a trabajar con paga en el siglo XIX sino mucho antes, fue en este periodo donde se vuelve un problema discutible. Así la pregunta que se planteaba era si las mujeres debían trabajar remuneradamente, en qué tipo de labores, y cómo influía esto en su capacidad para cumplir sus funciones maternales y familiares. A su vez la Primera Guerra Mundial supuso que en los países intervinientes se incorporaran masivamente las mujeres en dos direcciones principalmente: como parte de la contienda, en servicio sanitario, y como mano de obra asalariada en el trabajo industrial, supliendo la ausencia de los hombres. Si bien el salario y las condiciones laborales eran desiguales respecto a los varones, esto supuso que miles de mujeres escaparan del ámbito privado, se asumieran como trabajadoras y entren en contacto con los conflictos políticos y sociales.
Localmente, en suelo Español, la Segunda República supuso un avance en cuestiones que eran ya demandas históricas. Aunque resultó difícil por el peso de la tradición, una sociedad profundamente católica, y un mundo pensado por y para hombres, el gobierno de Largo Caballero comprendió rápidamente que no podían obviarse las demandas que afectaban a la mitad de la población. Así es que se aprobó el derecho a voto femenino (aunque con límites), el derecho a la educación y la formación laboral de las mujeres. Se impulsó un proyecto que pretendía legalizar el aborto, aprobado después en plena guerra civil.
La revolución rusa de 1917 también fue un espejo donde mirar. Aquellas mujeres trabajadoras tuvieron un rol decisivo en la revolución, conquistando derechos civiles y políticos. La cercanía era directa. En el Diario de Guerra de España, de Mijaíl Koltsov, puede leerse en las anotaciones del 14 de septiembre de 1936, un episodio ocurrido en Toledo, cuando el autor habló con un grupo de mujeres españolas que hacían la cola para proveerse de leche:
“Me muestran un periódico. Se publica una carta de Moscú, de las obreras de la fábrica Tres Montañas (…) a todas las mujeres soviéticas: ´Leemos con alegría en los periódicos que las trabajadoras españolas no sólo ayudan y animan a sus hijos, maridos y hermanos, sino que ellas mismas, además, participan en la lucha heroica por la libertad. Que sepan las trabajadoras de España que nosotras, mujeres del gran país del socialismo, seguimos con tensa atención y emocionadas su lucha y deseamos fervientemente ayudar a las mujeres y a los niños del libre pueblo español”.
La Guerra Civil como revolución
“La mujer entra en el ejercicio de sus derechos humanos; no desde el derrocamiento de la monarquía ni con los primeros mandatos de diputados a Cortes para Victoria Kent y Dolores Ibárruri, sino ahora, cuando la guerra civil ha fecundado el país con una revolución popular democrática, ha abierto las casas, ha arrancado cortinas y biombos, ha revuelto la vida social y privada”
(Diario de guerra de España, Mijaíl Koltsov, anotaciones del 14 de septiembre de 1936)
En los conflictos bélicos las mujeres constituyen una de las poblaciones más afectadas. Además del hambre, la violencia, la tensión de vivir en la intemperie, las mujeres están expuestas a continuas agresione sexuales, violaciones, torturas diferenciadas apoyadas en la moralidad patriarcal, siendo incluso objeto de compra-venta. Los entretelones de la guerra civil española no fueron ajenos a esto. Las mujeres republicanas de las zonas que los fascistas controlaban fueron torturadas y sometidas a vejaciones diferenciadas, por su sexo/género.
Sin embargo, la Guerra Civil Española adoptó también otra configuración. La historiadora irlandesa Mary Nash, quien reconstruyó el rol de las mujeres en la guerra, explicó en una entrevista: “Se puede argumentar que cuando se produce el vacío de poder, cuando se produce un desplazamiento sobre todo de los hombres hacia otros espacios, esta situación abre para las mujeres espacios de mayor libertad. Ya sea el acceso al trabajo, la formación profesional, actividades que hasta entonces no estaban permitidas (…) hubo una movilización absolutamente masiva de miles de mujeres que hasta entonces no habían estado ni siquiera politizadas. En toda la iniciativa de la lucha antifascista, algunas ven a la vez que este es el momento de mejorar su propia situación”. A su vez, argumenta que un conflicto social de estas características permitió un aprendizaje para las mujeres, “parte de su propia experiencia vivida, de su propia experiencia colectiva que marca la posibilidad de generar otras respuestas con respecto a un conflicto determinado, pero también respuestas en cuanto a las mujeres”.
Hubo diversas organizaciones específicas en esa época. Si bien todas tenían similares demandas, tuvieron mucha dificultad para generar un programa feminista común. Una de las mayores diferencias, además de sus partidos u organizaciones de origen, era, tal vez, la mirada que tenían de la guerra que se estaba desatando. Algunas organizaciones marxistas confiaban en que la transformación de las condiciones materiales de vida determinarían la superestructura ideológica, de la que formarían parte las nuevas construcciones de género. Es decir, la emancipación de las mujeres sería un problema resuelto tras la transformación del sistema económico.
Mujeres Libres, organización anarquista autónoma, aunque cercana a la Central Nacional de Trabajadores (CNT), creían firmemente en que el patriarcado y el capitalismo debían caer juntos. En un texto publicado en 1936, en su órgano de difusión, Mujeres Libres N°9, sentenciaron: “Si de verdad queremos la revolución social, no olvidemos que su principio primero está en la igualdad económica y política, no sólo de las clases, sino de los sexos”. Comprendieron la diversidad de las relaciones de opresión, y sin negar la imprescindible reestructuración económica, creyeron en la necesidad de una transformación cultural y un desarrollo de nuevos modos de relación, sin lugar para el autoritarismo y la dominación. Para ellas la guerra era una revolución de varios frentes:
“Nosotras, que somos antifascistas por revolucionarias precisamente, que somos antifascistas no por una simple negación del fascismo, sino por una afirmación de nuestras propias convicciones ideológicas, no podemos separar la revolución de la guerra”.
Carta abierta de Mujeres Libres al Comité Nacional de Mujeres Antifascistas, CNT, 7 de diciembre de 1937
*Por Redacción La tinta.