Cartas de amor y huellas en las paredes de la ESMA
Tras la novedad del hallazgo de un mensaje de Hernán Abriata en una pared de la ESMA «H.A. Mónica te amo», La Retaguardia entrevistó a Mónica Dittmar, que recibió aquel mensaje 40 años después. En la charla con Diego Adur, cuyos tíos permanecen desaparecidos y compartieron cautiverio con Abriata, Mónica contó además que recibió una carta de su compañero en cautiverio, que aquí publicamos, de manos de uno de los guardias.
Por Diego Adur para La Retaguardia
Hernán Abriata está desaparecido desde el 30 de octubre de 1976. Hernán y Mónica fueron compañeros de vida. Se conocieron de chicos, estudiaron y trabajaron juntos. Los dos fueron a la Facultad de Arquitectura donde iniciaron su militancia en la JUP (Juventud Universitaria Peronista). Se casaron a principios de 1976 y ya vivían juntos cuando Hernán fue secuestrado de su departamento en Belgrano en un operativo comandado por Mario Alfredo “Churrasco” Sandoval, quien se presentó como Subinspector de Coordinación Federal. Hernán Abriata estuvo en la ESMA desde donde pudo contactar a Mónica a través de una carta y llamados telefónicos. Gracias a sobrevivientes, especialmente Carlos Loza, de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, la familia de Abriata pudo reconstruir el destino de Hernán. Hoy, la lucha de ellos y de todos los que peleamos por la Memoria, la Verdad y la Justicia está enfocada en la extradición de Sandoval desde Francia para ser juzgado en la Argentina.
Un gran amor de chicos
“Con Hernán nos conocimos desde chicos, éramos compañeros de la escuela secundaria. Nuestras dos familias trabajaban juntas, teníamos una farmacia en común. Teníamos una relación de mucho compañerismo. En 1976 nos casamos. Habíamos formado nuestro lugar. Teníamos nuestro ámbito familiar. Además, éramos compañeros de la Facultad de Arquitectura. Nos conocíamos mucho. Conocíamos nuestros sueños, nuestras ideas. Habíamos armado un proyecto de vida: esta idea de cambiar una sociedad en función de poder repensarnos un proyecto de vida común. Las sensaciones de estas vivencias y de Hernán no son nuevas. Cuando uno tiene esta relación tan fuerte con otra persona, aunque esté desaparecida, está cada vez más presente. Te compromete en todo: desde hace unos años hemos empezado los juicios, hemos empezado a encontrar más pruebas y han podido testimoniar sus hermanas, que no lo habían hecho. Hay una relación muy profunda”, comenzó relatando Mónica con un brillo especial en los ojos que demuestra que ese amor sigue intacto, y que muestra la fortaleza de esta mujer.
La semana pasada, Carlos Loza contó a La Retaguardia en una emisión de Oral Y Público, que habían ido a reconocer una inscripción de Hernán en una pared de Capuchita, el altillo de la ESMA donde compartieron cautiverio. Se trataba de un mensaje de amor para Mónica. Quise saber cuáles fueron sus sensaciones al encontrarse con una prueba tan tangente, no solo del amor que Hernán le tenía, sino para constatar su presencia en ese centro clandestino de detención. Mónica es arquitecta y docente de la Facultad de Arquitectura. Sigue siendo una militante férrea; tiene un programa en Radio Asamblea, La Voz de las Comunas, y participa de grupos de apoyo que organiza el Hospital Pirovano en distintos lugares. Por supuesto, continúa impulsando los juicios a genocidas con presencia, testimonios y, como en este caso, pruebas. El primer acercamiento a descubrir esta inscripción surgió el 29 de junio de 2016, cuando en un Curso Presencial que organizó el Ministerio Público Fiscal volvió a visitar la ESMA:
“El año pasado hicimos una visita desde la Fiscalía que se ocupa de los alegatos de la Megacausa ESMA. La fiscal Mercedes Soiza Reilly, una fiscal con una fuerza y una convicción arrolladora, que convoca, está y va, hizo una especie de Seminario desde la ESMA convocando a parte de la Justicia y convocó a algunos familiares. Fuimos con Carlos Loza, sobreviviente de la ESMA, y varias hermanas de Hernán. Hicimos una recorrida donde Carlos nos iba contando y relatando cómo era todo ese circuito, por dónde entraban, cómo los ponían en el sótano, los llevaban y todas las distintas instancias. En función de eso repensamos los lugares y los espacios donde estaba cada uno. Subimos a Capuchita y Carlos dudaba si estaba en aquella esquina o en la otra. Ese lugar de terror te desubica en el espacio y en el tiempo. En ese momento yo hice alguna foto y vi algo escrito. Había una marca que decía Mónica, que es mi nombre. Entonces le saqué una foto. Me di vuelta y Laura, que es la hermana (de Hernán), dijo: ‘¡Mónica, dice Mónica!’. Pasaron tantas Mónicas, pensé, que quedó ahí, pasamos a otra cosa. Carlos también dijo que era del otro lado (donde había estado Hernán) y quedó ahí, seguimos. Yo no lo volví a hablar ni a pensar. Preferí evitar la cuestión personal y enfocar las energías en traer a Mario Alfredo Sandoval de Francia”, casi que gruñó Mónica, con una firmeza admirable.
“Este año –continuó- hace menos de un mes, el 12 de junio, Carlos me dijo que había una compañera del Archivo de la Memoria de la ESMA que conoce particularmente el caso de Hernán. También me conoce a mí, tuvimos un acercamiento y me acompañó en el juicio. Cuando estaba en Capuchita comenzó a ver estas marcas que dicen Mónica. Con otras chicas, vieron otras marcas, con otra luz. Sacando los papeles esos (las pancartas informativas y señalizaciones) empezaron a aparecer otras gráficas. Entonces lo llamaron a Carlos y él me dijo a mí: ‘Vamos’. Quedamos para el lunes 12 de junio. Fui con la cabeza bien en frío. Cambió bastante la situación interna de la ESMA. Realmente se vive un clima de bastante opresión. Hay una huelga de trabajadores de ATE y hay mucho control policial. Hay sectores que se han modificado e intervenido. Este sector, la parte de Capuchita, está más protegido. Cuando empezamos a ver con las luces, aparece: ‘Mónica’ y abajo ‘Te amo’. Era la letra de Hernán. Es la misma letra que está en las cartas. En la última carta que me mandó está escrito igual. Después hay A-A-A, que podría ser Abriata. ¿Podría ser? Y sí… las evidencias son claras. Soy yo. No me sorprende. La vida con Hernán era tan en común…”, expresó con una sonrisa tan grande que me hizo sonreír a mí también.
Este descubrimiento en una de las paredes de Capuchita fue muy movilizante también para mí, por una razón egoísta. Mis tíos, Claudio Adur y Bibiana Martini, fueron secuestrados del departamento donde convivían el 11 de noviembre de 1976, y siguen desaparecidos. Por testimonios como los de Carlos Loza y otros sobrevivientes pudimos saber que estuvieron también en Capuchita y compartieron cautiverio con Hernán. La aparición de estas pruebas gráficas me da la esperanza de que, quizás, haya algún escrito de ellos por allí que puedan acercarnos a conocer las sensaciones durante su detención.
El aporte de Carlos Loza a preservar la Memoria
Tanto en los casos de Hernán como en los de Claudio, Bibiana y tantos otros, los recuerdos de Loza son de suma importancia para realizar conexiones y situar a nuestros desaparecidos en algún sitio. Esos aportes nos ayudan a entender sus historias y sus destinos. En las visitas que realizaron a la ESMA, Mónica, las hermanas Abriata y muchos más, lograron revivir el recuerdo de Hernán a través de las palabras de Carlos: “Carlos nos fue llevando a cómo era la vivencia en ese momento y adónde estaba Hernán. Nos quedamos cuatro horas sentados en el piso de Capuchita y Carlos contaba dónde estaba cada uno: ‘Yo estaba acá. Hernán estaba atrás, en la última ventana. Al lado estaba Bibiana (Martini). Al lado estaba Claudio (Adur). Al lado de Claudio estaba (Mario) Salvatierra’.
En el testimonio que dio Salvatierra cuenta como conversaban internamente, que Claudio le hablaba sobre los griegos y el mundo clásico, filosofaban (Salvatierra se refirió muy emocionado a esas conversaciones como “un método de salud mental, de supervivencia para no torturarnos más de lo que vivíamos allí. Era como una cura, para protegernos”).
Carlos estaba del otro lado del tanque (de agua). Desde las ventanas que dan para el lado de los edificios, Hernán le contaba que veía la marca Gillette en una esquinita. Él decía que estaba en la ESMA. Del otro lado estaban Rodolfo (Picheni), Oscar (Repossi) y en la otra parte de la U, sobre Av. Libertador, estaba este otro muchacho Jorge Mendé. Carlos cada vez nos contaba más cosas, sin preguntarle. Estábamos en un lugar frío, húmedo. Estuvimos sentados en el piso y él hablando, contando. A veces a uno le cuesta preguntar para no interpelar al otro, que en este caso es un sobreviviente. Es muy difícil saber hasta dónde podes preguntar. Cada uno llega de distintos lugares. Mi vida está signada con estas cuestiones que hacen a la militancia desde que era joven. De distintos lugares y distintos momentos, pero este compromiso sigue siendo el mismo. Más en este momento, para que sigan los juicios y conseguir más pruebas. El compromiso es ese”, aseguró. Mónica le tiene un enorme aprecio a Carlos.
Y Carlos se involucró de una manera absoluta en el caso Abriata, con dedicación, pasión y optimismo. Fue Hernán quien le dio a Carlos esperanza dentro de tanto horror. Cuando se conocieron, Abriata le aseguró que él y sus compañeros iban a salir porque llevaban capuchas de otro color: “Poder tener la mente pensando en el otro era la vida misma. Estaban en esa situación y se entregaban. Como este compañero que estaba ahí, Mendé, que lo terminaron matando a golpes. Son distintas maneras de sobreponerse ya sea al dolor o a la muerte. Hernán tenía estos recursos porque veía esta posibilidad: ni bien entró Carlos, Hernán le dio un respiro de vida. Le dijo que iba a salir. Le dio la esperanza de pensar esa posibilidad”, contó Mónica y es algo que Loza jamás olvidó. Tanto que su hijo lleva el nombre de Hernán.
El secuestro
El encuentro con Mónica fue en un bar atestado de gente y muy ruidoso, pero su relato me llegaba de una manera tan penetrante que fue lo único que escuché. Me contó sobre su vida juntos, su militancia y sobre el secuestro de Hernán; la impunidad con que se manejó Sandoval, presentando un carnet con el cargo y la fuerza a la cual pertenecía, era inmunda. Pero más adelante eso traería consecuencias al genocida: “Teníamos la casa familiar en Superí y Olazabal, una casa grande y amplia. Vivía la familia Abriata y mis hermanos. Con Hernán nos habíamos casado hacía unos meses, en febrero del ’76, y alquilábamos un departamento en Elcano entre Conde y Superí. Era un lugar que no era conocido más que por el padre de Hernán que nos había traído unos muebles. En general, no lo conocían nuestros compañeros de la facultad. Habíamos tomado algunas medidas de seguridad por las dudas. De todas maneras, nosotros hacíamos una vida normal, trabajábamos en la farmacia y yo seguía estudiando.
Hernán había dejado de estudiar hace un año. Militamos en la JUP de arquitectura. Hernán entró en el ’74. Yo había entrado en el ’70 ya estaba por recibirme. Habíamos formado un grupo de compañeros y amigos. Él entró a Arquitectura y en el ’75, entre otros compañeros, por cuestiones de seguridad decidieron no seguir con la cátedra donde estaban, la cátedra de (Mario) Tempone. Tempone también fue desaparecido. Era un compañero montonero. Un tipo que trabajó en villas, muy relacionado al trabajo social y de viviendas. En función de eso, Hernán había dejado de ir a la facultad, pero seguía en contacto con los compañeros. Sabíamos que a algunos los habían ido a buscar.
Cuando Sandoval llega, presenta un carnet verde de Subinspector de Coordinación Federal. Me lo presenta a mí directamente. Eso fue un viernes, madrugada de un sábado, a las dos y media de la mañana. Era un departamentito de dos ambientes. Llegan ahí, a Elcano, y entran unos veinte tipos más o menos, con el padre de Hernán. A mí me ponen en una esquina y me tapan. A Hernán le dicen que saben que él estaba en la joda de la Facultad de Arquitectura.
Teníamos armas y muchas cosas de campamento porque a Hernán le gustaba ir de caza. Se llevan de todo y cuando se están yendo, (Sandoval) me devuelve el reloj de Hernán y me dice: ‘Para que no digan que nosotros robamos. Esto es una cuestión de rutina. Mañana en Coordinación Federal van a tener información’. Me muestra el carnet como Subinspector de Seguridad. Está la foto. Él estaba vestido medio de fajina. Los otros estaban disfrazados. Entre ellos había un tipo que… seguro que es (Ricardo) Cavallo. Mi hermana lo reconoció más, en el operativo en la otra casa. En Superí habían quedado custodiando a mis hermanos y a la familia de Hernán que estaban ahí. También se había presentado con el carnet. Mi hermana tiene memoria fotográfica. Ella tenía 14, 15 años. Era militante de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Estaban re asustadas porque pensaban que las iban a buscar a ellas, a Juliana (Abriata) y a Claudia (Dittmar). Había una situación de mucho nervio. Los recuerda perfectamente. Lo testimonió. Está en la declaración”, relató Mónica con una entereza que yo no podría ni asimilar. Claudia Dittmar, escribió un libro: SubVersiones: Memoria, crónica y militancia de una adolescente en la Argentina de los ’70. Tengo un ejemplar, obsequio de Mónica, lo que me demuestra como la lucha por la defensa de los derechos humanos, a veces, se lleva en la sangre.
Cartas con Hernán
Gracias a esa especie de don que tenía Hernán para conectar con las personas, logró enviarle una carta a su esposa mediante un guardia. En ella, aseguraba que estaba bien y que saldría pronto. Le confesaba lo mucho que la extrañaba y que imaginaba el reencuentro. Además, le solicitaba una serie de artículos de la farmacia: “La carta fue en la primera semana de diciembre. A mí me la entregó un guardia de Hernán en la calle, casi en la esquina de donde teníamos la farmacia en Salguero y Cerviño. Él había estacionado y me esperó. Sabía a qué hora entraba yo. Teníamos siempre un control sobre quien entraba y quien salía de la farmacia. En ese momento, me para en la calle y me da la carta en nombre de Hernán. Me dice que estaba por salir y me quería dejar eso. Había una lista de cosas que él quería. Me había anotado espuma de afeitar Gillette, hojas de afeitar y tranquilizantes Valium. Me pedía artículos de limpieza.
En la carta me contaba quién era esta persona, que era un guardia muy cercano. Conversaba con él, cocinaban juntos. Me dijo que no dijera nada, que no hablara con nadie. No le dije nunca nada a nadie hasta muchos años después. En ese momento era una situación difícil de entender. El guardia estaba en un auto con una mujer y una nenita atrás, su familia me dijo, y si yo decía algo le iba a pasar algo a la familia y lo iban a hacer boleta. Me dijo que esto lo hacía por Hernán, que le había tomado mucho cariño y esperaba de mí también una carta. Entré al baño de la farmacia y empecé a escribir una carta que le di. La puse en un bolsito y ahí puse todo esto. Salí y se lo di a esta persona”, obedeció, temiendo cualquier represalia.
Más tarde en nuestra charla, Mónica me confesó que creyó vislumbrar un doble mensaje en la carta: Nombraba muchas veces la marca Gillette, que era el cartel que él veía desde el altillo, según contó Carlos muchos años después. Además, le pedía perdón al hermano de Mónica, Jorge Dittmar, algo que ella entendió como un mensaje de cuidado para uno de sus compañeros de la facultad ya que no existía una razón certera para las disculpas con su cuñado.
Todas las cosas que envió, le llegaron. Pudo certificarlo cuando los sobrevivientes que habían estado con Hernán visitaron la farmacia: “Esto le llegó a Hernán. En un momento una chica que había estado con él, se acercó (a la farmacia) y nos dijo que les había dado unas pastillas celestes, que eran las tranquilizantes Valium. Estas chicas que vienen a buscarlo son las hermanas (Julia Noemí y Mónica) Laffitte. Chicas jovencitas de 16, 17 años, que estuvieron en cautiverio con él y estuvieron en una quinta. Ellas vinieron a buscarlo a Hernán a la farmacia, como vino Carlos Loza y Rodolfo, pensando que Hernán había salido. Venían a buscarlo. Las atendió la mamá, yo estaba del otro lado. Les dijo que estaba de vacaciones, en Córdoba. No sabíamos quienes eran. Después empezamos a entender de dónde venían a buscarlo. Iban a largarlo para las fiestas, nos dijeron. Ellas habían salido para Navidad. Nos contaron algunas cosas, pocas cosas.
Carlos mismo nos contó todos los temores que tenía para acercarse a la farmacia; cómo esperó el momento y qué podía decir y qué no. Estaban recién salidos de la ESMA, eran sobrevivientes”, retrató Mónica, tratando de comprender ese horror y el difícil regreso desde las catacumbas. Ella tiene todos los datos en su cabeza. Nombres, fechas y momentos que la ayudan a reconstruir el destino de su compañero: “(A la carta) le puso 20 de octubre, ni siquiera tenía relación con la fecha (de su secuestro). Él me habla de que me vaya bien en la entrega. Yo tenía entrega de Diseño el 10 de diciembre. Fue en esa primera semana de diciembre. Inclusive llamó por teléfono a la farmacia. Yo hablé con él por teléfono para desearme suerte en la entrega. Los datos de esa semana y de fin de noviembre es un poco lo que queremos reconstruir con Carlos también en función de estas pruebas nuevas. Pensar con quién estuvo y cruzar los testimonios de otros familiares o personas que han tenido acercamientos o algún tipo de relación. Es lo que queremos seguir investigando con las pruebas”, anunció esta mujer que no piensa bajar los brazos.
Conjeturas acerca de su desaparición
Hernán Abriata estaba en Montoneros y era un cuadro bastante importante y visible de la Juventud Universitaria Peronista, pero Mónica me dio otras razones por las cuales puede que Hernán no haya salido nunca de su cautiverio. “Son conjeturas” me aseguró, pero al venir de una mujer que se ha movido tanto –de hecho nunca paró- parecen estar bastantes cercanas a la verdad: “En esos momentos estaban esperando otro caso, otra situación. En esa semana de diciembre hubo un allanamiento en una casa en Belgrano donde habían encontrado documentación. Había datos en esa documentación que estaban relacionados con Abriata, con el tío Abriata. Hernán tenía un tío Contralmirante de la Marina (Oscar Francisco Abriata). Ahí aparecían datos de este tío en relación a las fuerzas armadas. Querían ver que conexión había y Hernán estaba dentro de esa espera de datos, información y documentos que no tenía que ver con la situación de Carlos, por ejemplo. Estamos hablando de los movimientos estudiantiles, en este caso la JUP. Hernán tenía más relaciones como cuadro de Montoneros. Hay cosas que todavía no podemos unir, pero que están presentes” dijo y esa última palabra retumbó en mi cabeza 30 mil veces.
*Por Diego Adur para La Retaguardia / Foto de portada: Paula Lobariñas