Por Juan Gasparini, de su libro “Mujeres de dictadores” (2002)
Desde el comienzo de su juventud y carrera militar, hasta su muerte en 2013, Jorge Videla fue blanco de la más virulenta condena social, a la que no pudo eludir ni en sus días de libertad cuando reivindicó reembolsos por haber reprimido.
Siempre tuvo a su lado a esa mujer, cínica e implacable detrás de un antifaz de bondad, y que fue la primera mujer que conoció apenas salió del Colegio Militar, cuando tenía 20 años.
Alicia Raquel Hartridge Lacoste conoció al teniente Videla cuando era una joven estudiante de magisterio, cuya madre había muerto de cáncer cuando ella tenía 10 años. Hija de un conservador descendiente de ingleses, nació en Morón, provincia de Buenos Aires, el 28 de setiembre de 1927.
Durante el verano de 1946, antes de que su padre fuera designado embajador en una confusa tarea diplomática, lo acompañó a El Trapiche, un pequeño pueblo de la provincia de San Luis, en el noroeste del país, de bellísimos parajes y con un clima único en la región.
Samuel Hartridge y sus dos hijas mayores, María Isabel y Alicia Raquel, iban invitados a pasar unos días en la casa de vacaciones del caudillo del partido conservador de la provincia, Reynaldo Pastor, quien 20 años más tarde cobraría estatura internacional como embajador argentino en Portugal, durante la dictadura militar que el general Juan Carlos Onganía instauró en 1966, tras derrocar al presidente Arturo Illia. Transcurridas las celebraciones para acoger el nuevo año 1946, el subteniente Videla también llegó al pueblito, desde su destino castrense en Salta, provincia del noroeste argentino, a pasar otro verano en la residencia de descanso que su padre tenía desde el año 1940.
Amigo de los Pastor, Videla tenía la misma edad que Carlos Washington Pastor, el hijo del caudillo, regresado de la Fuerza Aérea y que durante la dictadura de Jorge Rafael fue designado ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Los dos muchachos recibieron expectantes la llegada del invitado con sus dos hijas porteñas y las conocieron en una fiesta de agasajo, en la capital de la provincia. Al hilo de los encuentros furtivos de las vacaciones, el aviador conquistó a María y el subteniente sedujo a Alicia.
Las dos parejas se casaron. Jorge y Alicia lo hicieron el 7 de abril de 1948, después de un año de noviazgo durante el cual el joven pasaba a buscarla por su domicilio en Morón, en los suburbios de Buenos Aires, llevándola a pasear con la autorización de su tío Raúl Calcagno que, ante la repetida ausencia de su padre por sus actividades diplomáticas en el extranjero, oficiaba de tutor junto con su esposa, hermana de la madre fallecida de Alicia Raquel.
Su tía le señaló que Jorge Rafael era muy feo, flaco y narigón, y que le costaba creer que se iba a casar con ese hombre tan poco atractivo.
Contra todos los pronósticos familiares, la hija del recién nombrado embajador en Turquía contrajo enlace, a los 19 años, con el descendiente de una familia de militares de neto corte conservador.
Primera dama
Alicia Raquel estrenó sus funciones de primera dama a las 18 horas del 29 de marzo de 1976. Con Lucas Horacio, uno de sus 19 nietos en brazos, lloró emocionada ante las cámaras de televisión y los fotógrafos en la miranda que permite ver, desde arriba, el Salón Blanco de la Casa Rosada, asistiendo al calce de la banda presidencial de Jorge Rafael Videla. En la ceremonia, Alicia Raquel tenía a su lado a todos sus hijos, salvo a Alejandro, entonces fallecido. Vestida a la moda británica, lucía faldas sobre las rodillas, el pelo corto hasta la base del cuello, y un par de lentes inmensos, exagerados para su rostro delgado y sus rasgos afilados. Supo desenvolverse como figura ornamental del protocolo y se relacionó con todas las esposas de los hombres fieles al presidente. Sin embargo, no hablaba trivialidades, estaba al tanto de las pujas de poder y llevaba los mensajes que su marido no podía comunicar.
Apenas logró que sacaran los restos de Eva Perón de la residencia de Olivos, Alicia Raquel ocupó la histórica posición en el hogar presidencial, en apariencia armonioso y sólidamente constituido. Dejaba que los fotógrafos propagandistas del régimen hicieran su trabajo, retrataran a sus nietos correteando por los jardines, o compartiendo el té por las tardes con amigas, teniendo por asidua concurrente a Elvira Bulrich, esposa del jerarquizado ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz, un matrimonio de la más rancia oligarquía argentina.
Entre otros actos, inauguró el Mercado de Hacienda en compañía del secretario de Agricultura y Ganadería, Jorge Zorreguieta, padre de la futura reina de Holanda, Máxima Zorreguieta, y distribuyó promesas de progreso a la población de Mercedes como si fueran caramelos, zurciendo una postal de la demagogia dictatorial.
Ninguna de esas imágenes ha sido preservada en los archivos presidenciales cuyo desguace, antes de dejar el poder, los militares realizaron con prolijidad castrense. Las instantáneas pueden rastrearse en revistas y diarios de la época.
Alicia Raquel, una mujer cuyo perfil sirve para interpretar algunas conductas del líder de la más atroz dictadura argentina.
*Por Juan Gasparini, de su libro “Mujeres de dictadores” (2002), publicado en Gabitos