El hombre que invadió Estados Unidos
Por Renán Vega Cantor publicado en Izquierdos Humanos
En las tormentosas relaciones de América Latina con Estados Unidos, desde cuando este último país se hizo independiente hemos aguantado su continuó asedio, agresiones, invasiones, ocupaciones e intervenciones de toda índole, directas unas y encubiertas otras. Desde comienzos del siglo XIX, Estados Unidos ha invadido en repetidas ocasiones a los países situados al sur del Río Bravo. México, Haití, República Dominicana, Cuba, Colombia, Panamá, Puerto Rico, Nicaragua, entre otros, han visto mancillada su soberanía nacional y han soportado la intrusión en sus territorios de la «gleba de morfinómanos», como llamaba César Augusto Sandino a los marines yanquis.
Son tantas las agresiones que nos han dispensado los Estados Unidos, que su sola enumeración llena varios volúmenes. Por esa misma frecuencia, a veces queda la impresión que una invasión o intervención más (llámese Plan Colombia o Plan Puebla-Panamá) ya no es noticia. Lo extraño estriba en lo contrario, en que sea América Latina la que invada a Estados Unidos. Es como si sucediera como en el viejo chiste: noticia no es cuando un perro muerde a un hombre, la noticia es cuando un hombre muerde a un perro. Y algo así fue lo que sucedió hace exactamente un siglo, el 9 de marzo de 1916.
Ese día, por primera vez y única en la historia, hasta ahora, Estados Unidos fue atacado e invadido por unas cuantas horas desde territorio latinoamericano, más exactamente desde su país vecino, México. No era el primer ataque que soportaba Estados Unidos, pues en la guerra de 1812, Inglaterra ya lo había hecho. Pero eso se había efectuado como parte de una guerra convencional y por una potencia mundial y en ese sentido no tiene mucha gloria ni interés. Lo de 1916 fue algo completamente distinto, los invasores eran latinoamericanos, mexicanos para más señas, y su ataque no tenía precedente alguno. Después tampoco se volvió a presentar un hecho similar.
En esa ocasión, un grupo de 500 hombres armados, bajo la conducción del líder revolucionario Pancho Villa, atacó la pequeña población de Colombus, situada en Nuevo México, en la zona fronteriza con México. Columbus era un pequeño poblado, en un campamento militar, en donde vivían menos de 800 personas. Ese poblado era como un chorizo, una sola calle larga, en donde se encontraban las tiendas, un banco y un hotel.
Al grito de «¡Viva México! ¡Mueran los gringos!», el contingente de guerrilleros mexicanos incursionó en Colombus a las 4.45 de la mañana del 9 de marzo de 1916. Pancho Villa tenía sus razones para atacar a los Estados Unidos, que incluían desde cuestiones personales hasta asuntos estratégicos. En términos personales, no admitía que un traficante de armas, residente en Columbus, y de nombre Samuel Ravel, le hubiera negado la entrega de unos rifles Springfield que ya le había pagado. Le indignó saber que en la ciudad de El Paso (Estados Unidos) hubieran sido asesinados una veintena de mexicanos en una forma brutal, cuando el carcelero les prendió fuego. Pero las razones fundamentales de un militar nato, y de un estratega consumado, como lo era Pancho Villa, iban más allá de sus consideraciones personales.
La razón de fondo por la que decidió invadir a Estados Unidos fue la de rechazar el apoyo que el gobierno de Woodrow Wilson le había dado al gobierno constitucionalista de Venustiano Carranza, porque creía que esto significaba el fin de la soberanía mexicana. La alianza entre los dos gobiernos implicó en la práctica, que Estados Unidos abasteciera de armas a los constitucionalistas y permitiera el uso de su territorio para que por allí se movieran sus tropas, con lo que se facilitaba el ataque contra las tropas de Pancho Villa. A raíz de estos sucesos, Pancho Villa publicó un manifiesto el 21 de noviembre de 1915 en el que denunciaba que el precio que se debía pagar por el apoyo estadounidense a Carranza era «la venta de nuestro país por el traidor Carranza».
En el mismo sentido, en una carta enviada a Emiliano Zapata le manifestaba: «La venta de la patria es un hecho, y en tales circunstancias […] decidimos no quemar un cartucho más con los mexicanos nuestros hermanos y prepararnos y organizarnos debidamente para atacar a los americanos en sus propias madrigueras y hacerles saber que México es tierra de libres y tumba de tronos, coronas y traidores».
Con su ataque a Colombus, Villa pretendía romper las buenas relaciones entre Estados Unidos y el gobierno constitucionalista. Con ello también buscaba la reconstrucción, en medio de la reacción nacionalista, de su ejército (la antaño poderosa División del Norte), que estaba seriamente diezmado y había sufrido importantes golpes de parte de las tropas leales a Carranza.
El ataque de las huestes guerrilleras comandadas por Pancho Villa fue bastante desordenado, lo que permitió la rápida respuesta de las tropas yanquis, así como de los civiles que se encontraban en el poblado. Uno de los errores más costosos fue haber quemado un hotel, un hecho que facilitó la ubicación de los atacantes. El enfrentamiento duró seis horas, al cabo de las cuales los villistas recogieron sus heridos y regresaron a México, capturaron 80 caballos, 30 mulas y 300 fusiles. El saldo final del ataque, sobre el que existen discrepancias entre los historiadores, fue de 17 militares de los Estados Unidos muertos, junto con diez civiles y cerca de 80 villistas murieron. También fueron capturados 7 de ellos. Colombus quedó destruido, y las primeras imágenes del día mostraban un lugar en ruinas y en llamas.
La respuesta de Estados Unidos, como era de esperarse, fue brutal. Para perseguir a Pancho Villa se organizó una cacería, como las típicas del Lejano Oeste: se le puso precio a su cabeza, se le calificó como un vulgar bandolero, y se le persiguió durante cerca de un año, como parte de la llamada Expedición Punitiva que encabezó el general John Pershing. La persecución se dio en terreno mexicano, en un caso típico de invasión territorial. Pero los Estados Unidos no pudieron alcanzar su objetivo de capturar vivo o muerto a Pancho Villa. La cacería del revolucionario popular fue un fracaso estrepitoso para los Estados Unidos, por la tropa que se dispuso, cinco mil hombres, los costos de la misma y la inversión en armas y equipos, de un ejército con unidades de caballería, infantería y artillería y un escuadrón aéreo de ocho aeroplanos.
Eso sí, como suele ser frecuente en las intervenciones militares de los Estados Unidos, la incursión les sirvió para probar nuevas armas y tácticas bélicas, que muy útiles les serán en guerras posteriores. Sobre los invasores, los mexicanos afirmaban, con ese humor que los caracteriza, «¡Entraron como águilas y se van como gallinas mojadas!».
Pancho Villa se convirtió en el símbolo de la resistencia popular a la invasión y su imagen adquirió una notable connotación nacionalista, como defensor de la soberanía territorial de México.
Para nuestra América, siempre humillada y ofendida por el imperialismo, la incursión de hace un siglo al territorio de los Estados Unidos por Pancho Villa es un hito histórico memorable. Siempre debería recordarse como ejemplo de independencia y dignidad. Seguro que en otras condiciones, en un continente unido y soberano, el 9 de marzo sería un día festivo, y la estatua de Pancho Villa estaría presente en las principales plazas de todas las ciudades de nuestro continente, como forma de rendir tributo a la memoria del único que se ha atrevido a atacar a los Estados Unidos en su propia casa.
*Por Renán Vega Cantor publicado en Izquierdos Humanos