El discreto encanto de ser freelancer
Mientras que la CTEP logró un acuerdo para que el Estado transfiera 30 mil millones de pesos a los trabajadores informales organizados y el proyecto de ganancias muestra la inédita alianza entre el massismo y el FPV, los freelancers de clase media conforman un ejército silencioso y flexible que no cesa de crecer al mismo tiempo que parece maniatado a la hora de debatir su situación existencial y el tipo de relaciones que podrían pensarse con respecto al estado. Una radiografía y bastantes preguntas en torno a las rutinas, el crecimiento y las aspiraciones de los emprendedores que no miramos.
La jornada empieza tarde o temprano, según cuán indulgentes seamos con nosotros mismos. No existe código de vestimenta y solo necesitamos estar mínimamente presentables para ir al chino a buscar yerba o a comprar algún vívere olvidado. La oficina es la cama, el sillón, la mesa, y hasta la cocina, alternativamente. Somos parte de la generación freelance, que a juzgar por lo que dicen los “especialistas” —esos académicos cincuentones que escriben sobre fenómenos que no entienden del todo, y los opinólogos con wifi—, está compuesta por jóvenes entre 25 y 35 años.
Los que se dieron cuenta que ya no querían trabajar de nueve a cinco como sus padres, y los padres de éstos. Los que empujados en parte por economías deprimidas, pero también por la necesidad de una mayor autonomía y flexibilidad laboral, consideran el modo “freelo” de trabajo como una prerrogativa aspiracional y proyectual. Otros hablan de “muppies” (término acuñado por la escritora Michelle Miller en su novela The Underwriting), una especie de versión post-crisis, millennial y eco-friendly de los odiados yuppies. Estos muppies están abocados a cambiar el mundo y hacer dinero, son adictos a las redes sociales y expertos en venderse a sí mismos. Algo así como una versión remozada de los vapuleados millennial, acusados de todo menos de trabajadores y responsables.
Aplique o no el nuevo mote, lo cierto es que empoderarse respecto del propio tiempo y esfuerzo, y pensar el trabajo no sólo como “un medio para” sino como “un fin en sí mismo”, es algo más que una fantasía trasnochada de empleado quemado de call center —acaso los feedlots laborales del nuevo siglo. Si este estilo de vida antes podía ser visto con cierta sorna (“Así que sos freelance”), ante la incomprensión crónica de una generación que se curtió con la idea de ponerse la camiseta de la empresa y contar los años de trabajo en un mismo lugar con orgullo, hoy, ser tu propio jefe y pensar que no hay que “trabajar para bancar tu vocación”, sino hacer de tu “vocación un trabajo rentable”, ya es una realidad naturalizada para muchos treintañeros.
Un deporte de riesgo
Aunque en franco crecimiento, hay pocas cifras disponibles sobre el fenómeno en nuestro país. Según el sitio Freelancer.com, en el último año la cantidad de mujeres que se volcaron a esta modalidad creció un treinta por ciento, ya hay más de sesenta mil usuarios registrados, y la Argentina es el país de habla hispana con más usuarios. Si homologamos freelancer al perfil de emprendedor (aunque éste no es siempre el caso), existe algo más de información para alumbrarnos: el 42 por ciento de los emprendedores en nuestro país son mujeres y el 58 por ciento son varones, con una edad promedio de 35 años; el 84 por oportunidad emprende por oportunidad versus 16 por ciento que lo hace por necesidad.
Lo interesante es que aún en este escenario de incertidumbre y desprotección crónica, muchos eligen jugársela. El pensamiento dicta: mejor caer haciendo lo que te gusta, que llevando café y abrochando fotocopias.
En otros lugares del mundo como los Estados Unidos, Canadá o Australia, ya se habla en términos del impacto económico de los freelancers y se considera a la “gig economy” (la economía de las “changuitas”) un fenómeno que mueve cada vez más plata. Sin ir más lejos, en la actualidad hay 53 millones de freelancers en los Estados Unidos, y se proyecta que para el 2020 esta forma de trabajo representará el 50 por ciento de la fuerza laboral. Impresionante si tenemos en cuenta la población de una de las potencias mundiales: 318 millones a la fecha según Wiki.
Pero el joven freelancer debe enfrentar un sistema laboral y legal que no está preparado todavía para sostener como norma una excepción que se ha generalizado. Según estadísticas globales, los trabajadores que tienen hoy entre 18 y 34 años están condenados a tener ingresos menores a los de sus padres, menos posibilidades de acceder a una propiedad que generaciones previas (hola baby boomers), y en algunos países están también endeudados hasta la médula con créditos y préstamos educativos. Si bien esto tiene explicaciones varias que van desde lo económico a lo cultural, es insoslayable que estas generaciones, al menos en términos financieros, tiene un panorama bastante más adverso que las anteriores.
Así y todo, y pese a la verborrea emprededurista de Cambiemos, las dificultades del freelo para hacer despegar una carrera/negocio/proyecto por cuenta propia, se agudizan por no tener aquellas protecciones básicas a las que todo laburante en relación de dependencia supuestamente accede —obra social, beneficios como vacaciones pagas, planes previsionales, facilidades bancarias. Lo interesante es que aún en este escenario de incertidumbre y desprotección crónica, muchos eligen jugársela. El pensamiento dicta: mejor caer haciendo lo que te gusta, que llevando café y abrochando fotocopias.
La falta de protección laboral en condiciones normales del paradigma de trabajo tradicional, no esconde que ser freelancer en este clima económico es lo más cercano a un deporte de riesgo, sólo que sin parapente y con laptop. Nadie te cubre o te paga los días si estás enfermo, no existen vacaciones salvo las que vos decretes y te financies, y lo más cercano a un arreglo previsional es pensar con algo de anticipación y prender velas. Por el contrario las horas suelen ser muchas —en particular si sos tu propio jefe—, con jornadas sin solución de continuidad entre pararse a estirar las piernas y morder un pedazo de pizza fría del día anterior porque no tuviste tiempo de cocinar
Y, claro, no olvidemos que la guita es poca. ¿Te preocupa no saber si el mes que viene vas a cobrar? ¿Tenés dificultades para adaptarte a todo tipo de tarea, desde escribir sobre un tema del que no tenés idea hasta preparar una presentación de marketing online en menos de un día? ¿Tenés el “no” fácil? Y quizás lo más importante de todo, ¿no estás dispuesto a trabajar, trabajar y trabajar un poco más? Entonces esto no es para vos.
Be you own boss, dijo la taza
Un latiguillo que se escucha mucho es que si no tenés autodisciplina, si no sos organizado o sabés trabajar por tu cuenta, mejor ni lo intentes. Y si bien todo eso es importante, se suele omitir que la capacidad de resiliencia ante la incertidumbre y el fracaso, la versatilidad, y sobre todo, la persistencia, son aptitudes claves. Cosas que se aprenden a las caídas y los tumbos. Claro que no todos somos personas descuidadas que eludimos el aseo durante días y vivimos en pijama, trabajando catorce horas diarias. Con el tiempo, y con la gimnasia empírica que ofrece la experiencia, algunos aprendemos a llevar el tan mentado equilibrio vida-trabajo, que se supone es uno de los alicientes fundamentales para elegir esta forma de trabajo.
Estas aclaraciones se hacen necesarias en una cultura que mira de reojo al trabajador cuentapropista o independiente, y se cree menos todavía el cuento del trabajo “mononormado”. Rehuimos del esquema que vimos perpetuado generaciones previas, pero lo hacemos con un poco de culpa, como si no nos mereciéramos diseñar nuestra propia vida, elegir cómo queremos trabajar, crear y vivir. Algo un tanto irónico en plena era del “hágalo usted mismo” y el supuesto millennial entitlement, donde si hemos de creerle a Chris Anderson los makers son la nueva vanguardia, y la palabra “customizar» ya ha sido bastardeada todo lo que era posible y más.
Una encuesta realizada por la Freelancers Union y Upwork, reveló que el 38% de la Generación Y rechaza el “típico cubículo sin vida y el traslado al trabajo” en favor del trabajo freelance. Ninguna sorpresa ahí, si bien una crítica del trabajo tradicional podría apuntar un poco más lejos que a la poca flexibilidad con horarios fijos de nueve a dieciocho, el tiempo que pasamos sobre el colectivo versus el tiempo que podríamos estar viendo Netflix o acariciando al gato, o lo obsoleto de algunas prácticas todavía vigentes (cubículos, marcado de tarjeta, reuniones semanales y actividades corporativas compulsivas). En este sentido, podemos hablar de corporaciones más modernas con mesas de ping pong y bicicletas para los empleados a lo Google, Amazon o GlobAnt en su versión local —en donde se promueve y recompensa entre otras cosas el workaholismo—, que siguen sosteniendo lógicas de trabajo perversas para el individuo y su bienestar. Algo así como estructuras diseñadas para rendir más en términos económicos que creativos, donde la persona se inserta en una maquinaria común y se piensa en base a lo que la entidad necesita por sobre los potenciales individuales. ¿Es la mera flexibilidad laboral, el work-life balance, y otros chiches, lo que nos llevan a elegir trabajar por nuestra cuenta?
Tal vez una de las razones por las que cuesta tanto todavía pensar en términos de trabajo freelance, independiente, autodirigido, es porque no estamos del todo dispuestos a revisar y cuestionar el modo en que nuestra cultura evalúa el trabajo: su significado, el concepto de productividad, la relación entre dinero y trabajo, y el uso de nuestro tiempo, entre otras cosas. Tal vez porque raramente tenemos estas necesarias conversaciones.
Radiografía generacional
¿Dónde y cuándo tienen lugar estas discusiones sobre la vida y el trabajo? En el film Reality Bites (1994), Lelaina y sus amigos de la Generación X lo hacían en autos, en fiestas, en estaciones de servicio en plena madrugada, mientras que en los films de Kevin Smith (Clerks o Mallrats) se la pasaban discutiendo en las extintas tiendas de video o en los shoppings. Para esa generación de llamados slackers, la idea de trabajar en una corporación era el anti-ejemplo, y el escritor/artista el epítome de la realización personal —aunque no siempre económica.
Resulta complicado hoy encontrar estas conversaciones vinculadas al mundo de lo laboral en un sentido existencial y no sólo meramente utilitario, o en términos binarios de “me gusta” o “no me gusta”. Y es que no parecemos haber heredado un gen reflexivo, por eso estas disquisiciones parecen pasadas de moda en épocas de pocos caracteres, escasa presencialidad o historias pensadas para borrarse al día.
Por otro lado, si intentáramos trasladar el ideal de esos cínicos noventas al presente quizás estaríamos más cerca del imaginario del film The Social Network con fiestas en piletas, acciones para los empleados y oficinas con open spaces, como indicadores de todo lo deseable a nivel laboral. Convengamos que la Lelaina de Winona Ryder podía ser insufrible y estar equivocada en muchas cosas, pero al menos parecía intentar hacerse algunas preguntas. Que es más de lo que podemos decir hoy.
Según una encuesta de Nubelo en el rubro IT realizada en España y Argentina hace cinco años, la gente elegía para trabajar start-ups (estilo Facebook) en un diez por ciento; actualmente el porcentaje llega al 33 por ciento. Atentos a los cambios en las aspiraciones y dinámicas la mayoría de estas empresas permite el teletrabajo (63 por ciento según el mismo estudio), como mínimo una vez por semana. ¿Qué tipo de cosas valoran los empleados? El 71 por ciento se inclina por horario flexible, y el 70 por ciento por estilo casual de vestimenta. Luego aparecen otras variables como el salario, planes previsionales y ubicación. Y sin embargo, cuando se les pregunta “Qué significa para ellos el trabajo” una gran proporción de estos jóvenes adultos (46 por ciento) contesta que ve en el trabajo “una posibilidad de cambiar el mundo”, por encima de los que lo consideran “una necesidad” (43 por ciento) o “un simple hobbie” (11 por ciento). ¿Careteada para la foto o realidad aspiracional? Tal vez haya un poco de las dos, pero si algo no se puede negar es que pese a todo los millennials son bastante idealistas.
Liberen al freelo
Movidos por una fuerte sensación —a falta de un base teórica— de que lo previo no sirve y no va más, las nuevas generaciones se tiran a la pileta, decididos a apostar todo, y sin saber que probablemente se terminen dando la cabeza contra la pared. Si llegaste hasta esta parte del artículo esperando leer alguna solución para revalidar tu elección, o al menos algún tip para llegar a fin de mes, lamento decepcionarte. Lo que sabemos es que se hace necesario generar esquemas culturales e institucionales que sustenten al freelancer, una fuerza que crece en el mercado y la sociedad actual. Nuestra generación considera al freelanceo una forma de vida —antes que de trabajo, aunque también lo sea—, y por eso necesitamos entender, pensar y discutir en busca de modelos superadores.
*Por Laura Marajofsky para Revista Crisis.