«Descubrí que mi novio era un femicida»
El descenso de Alicia parece no tener fin. Entrar a la madriguera es viajar a un mundo del pasado para resolver el presente. Las dos frases, que podrían ser parte de la ficción escrita por Lewis Carroll, sirven también para contar la vida de Alicia Chamorro. La Alicia de la vida real.
Chamorro tiene 25 años y estuvo, dice, a punto de ser una víctima más de la violencia de género. Se empezó a salvar cuando se le ocurrió googlear el nombre de su novio y supo que estaba involucrado en una causa por femicidio.
Alicia estaba de novia con Martín R., acusado de asesinar a Ornella Ragno en 2013, al caer de un balcón en Lanús. Lo conoció sin saber su pasado. Denuncia que soportó golpes y humillaciones, que tuvo un hijo con él y logró reactivar la investigación del crimen de Ornella. Hoy Martín R. sigue libre y aún la justicia no informó la fecha del juicio oral.
El 10 de febrero de 2013, Ornella Ragno fue asesinada. Cuando la enterraban, Alicia tenía 23 años y una hija de dos años y medio. Era madre soltera. Trabajaba en dos call center para juntar dinero y poder alquilar un departamento. En mayo de 2015 aceptó una solicitud de amistad por Facebook. Era un amigo de sus compañeras de secundaria. Su nombre era Martín R.
“Empezamos a hablar de la misma manera en la que conoció a Ornella, por una charla en Facebook. Nos vimos una vez en Plaza San Martín, me llevó el chocolate que me gustaba y nos dimos un beso. Al otro día me invitó a comer a la casa. Cocinó un pollo al verdeo con arroz. Para mí era todo un chef”, dice Alicia.
Al terminar de cenar R. habló de su pasado. “Me contó que algo lo marcó en su vida, que lo hizo madurar y crecer. Me dijo que una vez invitó a la casa de su abuela a una chica, que tomaron algo en la terraza, y que cuando iban a tener relaciones sexuales se enredó con los pantalones y se cayó. Hasta ese momento no sospeché nada”, explica.
Alicia hizo preguntas y las pocas respuestas le parecieron suficientes. “A la vista era un petisito por el que no dabas dos mangos. Fue frío y evadía preguntas porque decía que le hacía mal hablar. Lo contaba como un accidente. Me dijo `Si me crees, te quedás conmigo e intentamos tener una vida juntos, o te abro la puerta y te vas. No me ofendo´. Y yo me quedé”.
Los gustos compartidos, los amigos en común y sus vidas con crianzas complejas, hicieron que la empatía se potenciara. Alicia fue criada por sus padrinos y R. era adoptado.
Lo primeras peleas fueron por celos y por falta de tiempo para verse. Ella imaginó que algunas inseguridades se debían a los traumas que él sufría tras haber sido criado en dos familias distintas. “Me controlaba a donde iba, me decía que no usara nada apretado, creía que lo engañaba y se enojaba si me veía con mis amigos. Yo pensaba que eso era amor, pero ahora veo como me manipuló y me aisló de todos”, lamenta.
Lo que empezó como una novela se convirtió en un cuento de terror. “A la hora de tener relaciones sexuales él no podía eyacular. Supuestamente estaba preocupado para que yo la pasara bien. Para ese entonces ya estaba enamorada. Pensaba que era lindo como él se ocupaba de mí. Nunca nadie se había preocupado así. Luego de varios encuentros me empezó a morder y de esa forma él lograba eyacular. Me mordía los brazos, los pechos, me dejaba hematomas. Me mordía al punto de sangrar. Le decía que me dolía, le pedía que no lo hiciera pero no se detenía”, cuenta.
Al denunciarlo, los exámenes de los peritos forenses dieron positivo: las marcas seguían allí. Ahora su piel recobró el tono pálido pero ella no olvida.
“Era un cadáver, un cuerpo golpeado. Una muerta en vida. Decía que eran marcas para que los demás supieran que era de él. Además, no podía arreglarme. Decía que lo que engañaba y me golpeaba más”, suma Alicia.
Al mes de noviazgo, Alicía quedó embarazada. La noticia no fue bien recibida por parte de él. Cada vez la mordía más, la golpeaba y llegó a drogarla. “Con el embarazo empezó el calvario. Me echaron de mis dos trabajos. Pasé de leerle un cuento cada noche a mi hija en mi casa familiar, a vivir en una pensión triste y sola. Olivia quedó al cuidado de mi familia. Perdí todo. Y él de vez en cuando me pasaba a buscar, me llevaba a comer o al cine pero siempre tenía que tener sexo con él. Era una obligación. A veces debía ir a buscarlo a la fábrica de cobre donde trabajaba, y sin bañarse me obligaba a practicarle sexo oral”, resume.
Las mordidas cada vez eran más violentas, hasta que llegó a mutilarle la vagina y a orinarla. Su entorno comenzaba a advertirle que no era normal lo que vivía, pero Alicía creía que Martín podía cambiar. “No me gustaba que me pegara. Me daba cuenta que me maltrataba. Le decía que lo quería ayudar, que iba a estar bien, que no me pegara más, que busquemos ayuda, que yo lo iba a acompañar y él me dijo: `Ni siquiera podes ayudarte a vos misma, cómo me vas a ayudar a mi´”.
En la historia de Lewis Carroll la protagonista aumenta y disminuye de tamaño varias veces. Y la Alicia que estaba frente a R. también. Al contar su vida piensa cada palabra antes de pronunciarla y lo asume. Dice que se mantiene alerta y contenida porque no quiere mostrarse débil nunca más.
“Desaparecí dos días de mi casa, no tenía valor de nada. No sabía cómo contar lo que me pasaba. Una amiga le mandó un mensaje a Martín para pedirle que no me maltrate y el respondió que no le interesaba nada, y que `ya tenía una muerta en su vida y no quería otra muerta más´”, recuerda. Pese a todo, Alicia lo volvió a ver y su amiga guardó ese mensaje que meses después será clave para sumarse a la causa por el asesinato de Ornella Ragno.
Con un embarazo de cuatro meses, una hija que ya no veía como antes, sin casa ni trabajo, Alicia no sabía cómo alejarse de Martín. “Sabía que tenía que dejarlo. Pero estaba sola, embarazada, no tenía a donde ir. Mis amigas ya no querían hablar conmigo. En mi cumpleaños, Martín me invitó a dormir a su casa, me obligó a tener relaciones. Yo no quería, y me acusó de engañarlo. Se me tiró encima, me ahorcó, me escupió en la cara, me gritaba ‘por qué me haces esto’ y yo pensé que me iba a matar. No podía dejar de llorar y él repetía ‘vos también te vas a poner a llorar’ y ahí me di cuenta que algo más pasaba”, relata Alicia.
Luego de la tortura de esa noche, R. se disculpó, y le prometió no volver a golpearla. Pero sin darle un respiro a la situación, le propuso ir a Tandil o a Uruguay para abortar, pese al estado avanzado de su embarazo. Ella decidió alejarse de él y pasó la noche en la casa de un amigo.
“Estaba destruida pero recordé que él me había dicho el nombre completo de Ornella. Fui a la computadora, escribí el nombre de los dos y encontré una nota sobre el caso. Me di cuenta que salía con un asesino. Por Facebook rastreé a la familia de Ornella y empecé la lucha por las dos”, dice.
Al día siguiente habló con los padres de su novio: no se interesaron por su dolor, y no le creyeron que estaba embarazada. Su última opción era escapar y pedir ayuda. Llamó al primer lugar que encontró en internet y la atendió Nancy Uguet. La esperaron con una cama para ella. En ese lugar entendió mejor lo que soportó.
En menos de 48hs pasó de enfrentar a la familia de R. a vivir en un refugio y contactarse con la hermana y el padre de Ornella.Les contó lo que había vivido y al día siguiente la acompañaron al juzgado a declarar. También fue su amiga con celular, donde guardaba el mensaje en el que R. hace mención de “su otra muerta”.
El caso estaba a punto de cerrarse. Luego de su declaración aparecieron pruebas que estaban extraviadas: por ejemplo, las uñas de Ornella, que pudieron ser analizadas. En ellas, los peritos encontraron material genético de Martín.
En enero de este año Alicia dio a luz a la beba que engendró con R.. Era una situación difícil para ella. “No quería criar al hijo de mi agresor, violador y además asesino. Y quería que ese bebé sea un símbolo de esperanza. Conocí a la tía de otra chica embarazada asesinada por el novio, y ahora ambas somos la mamá de Cata”, cuenta.
La mujer que hoy cría a Catalina junto a su pareja siempre soñó ser madre. Pero a los 18 años fue obligada a abortar y la intervención complicó el funcionamiento de sus ovarios. Luego de perder tres embarazos en estadíos avanzados, estaba traumada. Incluso vistió y cargó una muñeca de trapo para llenar el vacío de la pérdida. En un mes, Cata cumple un año de vida.
Alicia vive con una amiga en Lanús, a pocas cuadras de la casa donde Ornella murió, la misma en la que se refugia R.. “Lo crucé y nos miramos. Quiero verlo de nuevo en juicio para que escuche todo lo que tengo para decir”, asegura.
Y pese a que no vive en el país de las maravillas, al compararse con la ficción cita el final de la película, cuando Alicia está completa y es quien quería ser. “Es el camino que elegí y luego de que se haga justicia por Ornella, iré a reclamar justicia por lo que sufrí”, dice.
*Por Gisela Nicosia para Cosecha Roja