Los ex y el futuro
Conocemos de memoria el camino de los ex presidentes de Estados Unidos: una Fundación, plata, honores, y gira por el mundo los que tienen algo para decir, como Clinton o Carter. ¿En Argentina los ex presidentes se van a su casa, se van a la cárcel, adónde se van?
Se van a donde nunca se fueron: a la política. En Argentina los ex presidentes pueden volver, quieren volver, no dejan la política y la política no los deja a ellos. No hay “suéltame, pasado!”, por más que el clima de la sociedad promedie un “tiempo cumplido”. El único ex presidente que se fue a la casa fue Fernando De la Rúa y no hace falta aclarar por qué. (Por supuesto que los radicales no le niegan a nadie un homenaje en el Lalín, una noche en el museo con mariscos y Valmont.)
¿Qué hizo Alfonsín cuando abandonó Balcarce 50? Lideró el radicalismo hasta el fin de su ciclo vital, y fue tan líder que fue el límite del crecimiento del partido tanto como el mito viviente que le dio oxígeno y sentido. Como Alfonsín era histórico, el partido fue histórico. Pero tan histórico que se quedó sin presente. Desde el pacto de Olivos hasta el acuerdo con Lavagna en 2007, tejió para hacer del partido una presencia constante, que no pusiera la frutilla del postre pero sí la harina o la crema. En 2007 regaló quizás su última mejor frase para justificar el acuerdo con el ex ministro de economía peronista: “el hombre sin partido, para un partido sin el hombre”. Era una confesión: si Alfonsín se aseguró la vida del partido también se aseguró que fuera sin un “hombre”, sin otro “hombre” que no fuera él.
¿Qué hizo Menem? En términos políticos (de la gestión de su figura, no hablo del país, al que dejó en terapia intensiva): casi todo bien. Dejó perder al candidato de su partido en 1999, que no era “su” candidato, y le devolvió la banda presidencial luego de diez años a un presidente del otro partido con quien podía y pudo negociar, aunque no le ahorró paseos por los tribunales (De la Rúa primero lo necesitó preso, luego intentó aliarse con él). La Alianza finalmente, más que Menem, ganó prometiendo la continuidad del 1 a 1 y la bomba explotó en su mano. Luego de 2001, Menem estaba tan manchado pero no mucho más que cualquiera del elenco visible de la clase política. A Menem lo votaban los ricos y los pobres. La clase media lo odiaba. Y en 2003 obtuvo la primera minoría.
¿Qué hizo Duhalde? Duhalde sí pudo y quiso imponer su candidato peronista a costa de un deseo nunca dicho de retención del poder, pero eligió “mal”, eligió a Néstor Carlos Kirchner, que tenía un proyecto hegemónico y voluntad de hierro. Duhalde fue el peor ex presidente tal vez porque fue justamente presidente sin el mantra grandioso de los votos. El reconocimiento merecido de su transición fue tapado por los tropiezos que lo llevaron por ejemplo a ser candidato en 2011. Se podría haber ido como estadista, se quedó disputando el poder territorial bonaerense. Kirchner mató a Duhalde y fue reciclando al duhaldismo.
Ninguno pudo descansar
el séptimo día para ver su obra
el séptimo día para ver su obra
Kirchner, no hace falta aclararlo, nunca fue un ex. Y murió en la casa del poder.
Pero ninguno de los ex presidentes, como dice Alejandro Sehtman, “pudo descansar el séptimo día para ver su obra”. Ninguno pudo cosechar los frutos de la Argentina que construyó.
¿Qué iba a hacer Cristina? ¿Alguien creyó que Cristina se iría? En una reunión final con el bloque de senadores del FPV, Cristina hizo responsables del propio futuro a cada uno, se ofreció a ser consultada ante cualquier duda puntual, pero dio señales de no pretender retener la conducción del peronismo.
¿Era un cálculo, una verdad, un intento de recuperar la vida privada tras doce años de poder? En tal caso y frente a los hechos consumados de un nuevo gobierno y un peronismo, mitad derrotado, mitad representando provincias, municipios, sindicatos, Cristina no quiso dejar la política pero quiso ser “libre”. No arrastrar las cadenas de un juego de conducción para esa parte del peronismo obligada o deseosa de entablar diálogo y negociación con un gobierno ajeno. ¿Cristina podía conducir las mil negociaciones peronistas de gobiernos locales?
Así había planteado el ejercicio del poder el kirchnerismo: rienda corta y diálogo directo (con tiras y aflojes presupuestarios) con cada municipio o provincia. Estilo que replica Macri: rienda corta y diálogo directo con premios y castigos. Pero Cristina, tras dejar el gobierno, se liberó de cualquier “compromiso territorial”. El repaso de quiénes votan tal o cual cosa con el oficialismo (en el FPV, el FR o las variantes peronistas), también expresa una división de compromiso territorial, no sólo ideológica, en el escenario del gobierno; incluso más allá de las especulaciones maquiavélicas excesivas.
Se sabe que el kirchnerismo tiene un liderazgo intenso y de peso electoral, con Cristina, granítico después de todo lo que le tiraron, y a la vez, que carece de políticos electorales. (Muchos le hablan tanto a Cristina que se olvidan de hablarle a la sociedad.) Por ejemplo: Sabbatella perdió Morón en 2015 y conformó una lista junto a Aníbal Fernández en la PBA que expresó la fórmula de máxima pureza, y que resultó derrotada. Nunca llegó la hora electoral del kirchnerismo más puro.
La militancia gesta participación pero no representación. Así fue siempre la cultura militante. “De lo social a lo político”, se decía en los años 90, y es un camino lento, largo, difícil. El justo reclamo por la libertad de Milagro Sala (cuya arbitrariedad Gerardo Morales deja en evidencia cada vez que habla), ¿se podría plebiscitar? No se construye una mejor sociedad ni a pura militancia ni a puro electoralismo. Fórmulas mestizas para sociedades complejas. (Y tampoco sabemos qué otro sector del peronismo tendría su fórmula electoral exitosa. Fuera de los que miden -CFK, Massa y algunos pocos más- el peronismo quedó un poco entre pampa y la vía.)
Entre las intendencias bonaerenses hay un vaivén de autonomía, apoyo a Cristina, negociación con el gobierno, coqueteo con Massa o Randazzo, etc. Un vaivén que se expresa en grupos que nacen y mueren al canto de sirena de cada momento, pero cuya inestabilidad es marca (por ahora aspiran las intendencias a que, con quien sea, cierren su lista de concejales). Sueños cortos. La medición de Cristina los puede “ordenar” de arriba hacia abajo de nuevo.
Cristina cerrará un año en el que el asedio judicial, el empobrecimiento social y la polarización del gobierno la colocan en un terreno seguro: en el “a todo o a nada”. Y para eso ella hizo algo que le dio más libertad: no le prometió conducción a nadie. Pero todo el campo opositor “se necesita”.
No se construye una mejor sociedad
ni a pura militancia ni a puro electoralismo
ni a pura militancia ni a puro electoralismo
A nadie le alcanza con lo que tiene. Se habla de que tal tiene piso alto pero techo bajo, de que otro no tiene piso aún, pero tendría un techo altísimo, y así. El debate del peronismo es entre maestros mayor de obras de cara a un baldío. Y el PRO es pillo: si la economía le salió demasiado mal, la política le salió demasiado bien. Déficit y “escribanía” fue su fórmula a los tumbos para un año sin segundo semestre. ¿Y por qué? La interna peronista reducida a la PBA, el resto de los peronismos provinciales atendiendo su juego (“libres de kirchnerismo”) y la fragmentación opositora general parecieran incluso atentar contra la idea de lo tan decisivo que sería el 2017. Pese al ajuste, la mala economía, el costo social de un millón y medio más de pobres “como si nada”, se ve un gobierno demasiado tranquilo.
Si el kirchnerismo era un cangrejo que caminaba el presente mirando al pasado (al pasado de los 70, de los 90, e incluso del belicoso 2008), el macrismo hace presente transfiriendo los pagos al futuro: en el pasaje de la plata quemada por la inflación a la lluvia de dólares a devolver en el famoso mediano y largo plazo del que todos hablan pero nadie sabe de qué se trata está la clave del cambio de época. Y así como desde las tribunas de los estadios se grita que pasan los jugadores y los DT pero queda la hinchada, en la calle se sabe que los presidentes pasan pero las deudas quedan. Para ser defaulteadas, pagadas o bicicleteadas. Pero siempre ahí para recordarnos que el tiempo no para.
*Por Martín Rodríguez para Panamá Revista.