¿Y los medios qué?
La línea editorial de los medios hegemónicos es el claro reflejo de una sociedad altamente machista, que oscila entre la indiferencia y el cinismo. ¿Cuál es el tratamiento que le dan los medios a las problemáticas de género?
Marina Abramovic es una artista serbia, que en 1974 hizo una performance obteniendo como resultado un llamativo experimento social. Se mantuvo inmóvil durante seis horas adoptando una postura completamente pasiva, permitiendo que el público hiciera con ella lo que quisiera. Puso 72 objetos sobre una mesa -desde plumas hasta un arma cargada- para que fueran utilizados como a cada cual se le ocurriera. En un principio, los espectadores -ahora en un rol activo- se mostraron tímidos, pero no tardaron en volverse violentos: le dibujaron el cuerpo, le cortaron la ropa dejándola desnuda, le clavaron las espinas de una rosa en el estómago y hasta le apuntaron con el arma. Pasadas las seis horas, Marina empezó a moverse y a caminar buscando las miradas de los participantes. Se fueron todos, ninguno pudo enfrentar la situación, ni siquiera mantener el contacto visual. “Así de fácil puede ser deshumanizar a una persona que no se puede defender”, concluyó.
Lucía Pérez no se pudo defender. La drogaron, la violaron, la torturaron, la empalaron. Murió de un paro cardíaco a los 16 años porque su cuerpo no soportó más el dolor del abuso machista. Pero dejemos los eufemismos para los literatos, que ya todos sabemos lo que es un empalamiento. Y dejemos -también- de naturalizar el análisis banal, mediocre y lleno de menosprecio que hacen los medios hegemónicos en lo que respecta a problemáticas de género -principalmente femicidios- construyendo víctimas culpables de su propia muerte. Medios que nos dicen a las mujeres que es nuestra responsabilidad evitar que nos fajen, nos violen, nos maten. Medios que nos cuentan que hay vidas que valen más que otras, según la construcción que se haga de ellas -construcción que, curiosamente, hacen los mismos medios-. La fiestera a la que le gustaba ir a bailar y disfrutaba de su sexualidad con menos represiones de lo habitual posiblemente se mereciera terminar en una bolsa de consorcio al costado de la ruta. Fue su culpa por ser libre. “Libre”.
A Lucía la mataron el mismo fin de semana que se llevó a cabo el 31º Encuentro Nacional de Mujeres, que incluyó 69 talleres y 140 actividades culturales que más tarde ocuparon 45 cuadras de marcha colmadas por 90.000 mujeres. Los medios redujeron toda esa masividad a un grupo de 20 personas en tetas que pintaron paredes. Una mujer es asesinada cada 28 horas, miles denuncian maltratos físicos y psicológicos por parte de hombres, a Lucía le atravesaron el cuerpo hasta que no aguantó más el dolor, y el eje de indignación ciudadano se centra en un graffiti. Virginie Despentes nos advierte: “Muchas veces, las cosas son exactamente el contrario de lo que nos dicen que son, y por eso nos las repiten con tanta insistencia y brutalidad”.
El lunes 10 de octubre, finalizando las jornadas del ENM, La Nación publicó una editorial titulada “El aborto y la voz de los que no tienen voz”. Desde el cinismo que la caracteriza, la editorial trataba de una movilización realizada en Chile de mujeres embarazadas en contra de la despenalización del aborto que hicieron escuchar los corazones de sus hijos a través de megáfonos conectados a un monitor de latidos fetales. “Cien mujeres embarazadas, algunas de ellas que continúan su proceso de gestación a pesar de existir peligro para su vida o su salud, hicieron un llamado a ‘escuchar la voz del corazón’ de sus hijos todavía dentro de sus vientres”. De nuevo, nos dicen qué vida vale más. Mientras tanto, acá -no en Chile- 90.000 mujeres se movilizaban pidiendo, entre otras cosas, por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito para dejar de morir en la clandestinidad.
Días antes, el 7 de octubre, otra editorial del mismo diario titulaba: “La ley de cupo femenino es francamente discriminatoria”. Se trata de una ley sancionada recientemente en la cual “se establece la obligación de parte de los partidos y las alianzas políticas de completar las listas de candidatos a legislador, concejal y consejero escolar con el 50 por ciento de mujeres a partir de las elecciones del año próximo”. Para La Nación esto es aberrante ya que quienes ocupen esos cargos deberían ser elegidos por idoneidad y no por género, desconociendo -en apariencia- la desigualdad que existe entre hombres y mujeres para acceder a un trabajo digno, salarios igualitarios, oportunidades de participación sindical, entre tantas otras formas de violencia. Sin mencionar toda una historia de sometimiento y dominación ejercida sobre la mujer en todos los ámbitos, incluyendo el laboral.
No se pudo ignorar a las 90.000 mujeres que se encontraron en Rosario, pero tampoco se le dio la entidad que merecía, por eso se corrió el eje y la discusión empezó a girar en torno a la violencia ejercida por las mujeres desnudas que pintaron paredes y “tuvieron” que ser reprimidas. “Lo violento es el control ejercido sobre nosotras, esta facultad de decidir en nuestro lugar lo que es digno y lo que no lo es”, Virgine Despentes vuelve a tener razón. No conviene hablar de la organización de tantas reclamando derechos igualitarios, porque la igualdad amenaza la dominación, y en el capitalismo eso no existe. Incomoda ver a una mujer con poder, haciendo con su cuerpo lo que se le canta la gana porque eso pone en jaque el poder que el hombre tiene sobre ella. Por eso incomodan las tetas, porque es una liberación de la que no se quiere hablar. Salirse de lo establecido siempre molesta, la incomodidad molesta, y en estas circunstancias, si molesta está bien. Acá el único que muestra el torso desnudo es el hombre, y si la mujer lo hace tiene que ser para satisfacción del mismo. Mejor vulnerables, indefensas y sometidas.
A pocas horas de haberse difundido la noticia del asesinato de Lucía se empezaron a convocar marchas en distintos puntos del país. No llamó la atención un femicidio más -de ser así habría que marchar todos los días- sino la brutalidad, el morbo, el ensañamiento, el nivel de insensibilidad, el altísimo grado de violencia, el deseo de verla sufrir. Lo realmente perverso. Pero Lucía no es la única. Que se terminen las horas de pasividad, Marina Abramovic ya demostró lo que pasa si no reaccionamos. Que se salga a buscar ese contacto visual que se quiere evitar, que se hable de lo que no se quiere hablar.
Es mucha la cobardía que se muestra cuando ven que la otra persona sí se puede defender. Si pierden el control pierden el poder que les brinda el privilegio de ser hombres. Si es tan fácil deshumanizar a una persona que no se puede defender, entonces hay que defenderse. Y si incomoda, mejor.
*Por Florencia Montecchia para La Tinta