El precariado: ¿los nuevos descamisados?
Sindicalismo y movimientos sociales. Lo que dejó la larga década, el reacomodamiento de las organizaciones gremiales y los desafíos frente al macrismo.
Lo hemos dicho ya en otras columnas: no somos afectos a pensar que la historia se repite, al menos que no sea bajo la modalidad de la farsa. No simpatizamos con las idealizaciones del pasado porque consideramos que si las grandes figuras y momentos de la historia no nos sirven para inspirar nuevas rebeldías sólo funcionan como una gran máquina muerta que oprime como en una pesadilla el cerebro de los vivos (pensar que todo pasado fue mejor es reaccionario porque no ayuda a medirnos de manera audaz con las tareas y desafíos del presente). Ahora bien: ¿toda esta diatriba significa que no podamos tomarnos la licencia para elucubrar algunas equivalencias, pensar ciertos modos de ligar el presente con el pasado? Para nada, porque somos de los que pensamos que la escritura es parte del movimiento que puede contribuir arrancarnos de la humillación a la que nos expone día a día el sistema social, económico, político y cultural en el que estamos inmersos, como alguna vez supo señalar David Viñas, en algún texto perdido y olvidado por el torbellino de la posmodernidad que ha arrasado a nuestras letras nacionales.
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“La historia suele tener más imaginación que nosotros”. La frase, escrita alguna vez por Karl Marx, es vieja, pero cobra actualidad en el nuevo contexto argentino. En la era Macri ni los movimientos sociales, ni las organizaciones gremiales, ni las estructuras políticas partidarias parecen quedar indemnes de esta necesidad acelerada de pensar qué está pasando, qué ha pasado para que estemos como estemos… ¿sin capacidad de reacción? Los más pesimistas se preguntan por qué, si se suponía que el pueblo argentino estaba tan “empoderado” como se decía, eso que de modo genérico podríamos denominar como “macrismo” ha podido avanzar sobre los sectores populares con la velocidad en la que lo hizo, al menos durante el primer semestre del año. Los resultados los pasamos de largo en estas líneas, son de público conocimiento, ya que a veces los números abruman. Otros, entre el pesimismo y la culpa, ya no se preguntan sino que sostienen que el reverso de la “década ganada” es la precarización, no solo del trabajo sino de la vida en general (“no hubiese sido tan fácil expulsar de sus trabajos en el Estado nacional a tantos trabajadores si hubiesen estado en otras condiciones laborales”, comentan muchos al pasar).
Un fantasma recorre la patria, podríamos decir, otra vez parafraseando a ese viejo barbado. Ya no el fantasma del comunismo, sino el de las vidas precarias, que parecen haber llegado a la Argentina contemporánea para quedarse. Los más optimistas aluden a la baja de consenso social que atraviesa la figura presidencial, a los efectos reales del plan económico sobre el bolsillo del laburante, a las protestas que comienzan a multiplicarse por aquí y por allá, al (¿eminente?) paro que la CGT viene anunciando, en fin, a las reservas de dignidad que el pueblo argentino ha demostrado a lo largo de su historia, aún en los peores momentos. Este cronista agrega que a veces recordamos la mitad medio vacía del vaso de nuestras memorias de mediano plazo, y que así como las Madres de Plaza de Mayo parecen ser una “excepción” de resistencia a la última dictadura cívico-militar, sin embargo, la lucha obrera contra la dictadura (que para la clase trabajadora fue “terrorismo económico” desde el mismísimo inicio del Proceso de Reorganización Nacional), comenzó el mismo 24 de marzo de 1976, y se sostuvo durante esos largos siete años.
“Somos los descamisados, somos los descamiados. Somos de Perón y Evita, somos de Perón y Evita…”.
La canción acompañó numerosas movilizaciones populares. En los ochenta la consigna se entonó con fuerza. En los ’90 parecía más una comedia que un grito de guerra. En el entresiglo ya nadie la recordaba y los jóvenes-viejos de la “década ganada” la repitieron casi como lección escolar. El año 2003 funcionó como bisagra en la historia del peronismo, porque consagró su retorno tras “los años menemistas”, pero también, durante una década de luchas populares en donde, por primera vez en 50 años, los grandes ausentes fueron los nombres de Perón y Evita.
Diciembre de 2001 funcionó como una suerte de certificado de defunción del neoliberalismo como modelo de Estado, lo que no implica que “enclaves neoliberales” no se hayan mantenido, e incluso potenciado, durante “los años kirchneristas”. Pero de algún modo, la revuelta de ese fin de año, las potencialidades creativas desplegadas durante el verano que le siguió, fueron el suelo sobre el que un nuevo ciclo de Estado pudo instalarse y sostenerse durante la larga década, incluso contando entre sus filas con algunos de los movimientos sociales que habían parido la resistencia anti-neoliberal y abonado a la crisis de representación que se había llevado puesto al conjunto de la dirigencia, incluso a la sindical y la política peronista, de la que emergieron luego Néstor y Cristina Kirchner como expresión de lo nuevo. El vínculo con los sindicatos son parte de otro cantar: la CTA esperó en vano ser la “pata gremial” del nuevo proyecto político, la CGT siguió siendo durante algunos años la “columna vertebral” de ese nuevo “peronismo transversal” y la ruptura entre el gobierno kirchnerista y los sindicatos no dejó como saldo un renovado proceso de organización gremial y una nueva camada de dirigentes sindicales sino un corrimiento de las organizaciones formales de los trabajadores hacia la derecha y un enorme vacío de organización obrera hacia el interior del “movimiento nacional y popular”.
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Un día después de que numerosas organizaciones sociales marcharan desde el Obelisco e instalaran en Plaza de Mayo un “Acampe por Trabajo, contra el Ajuste y los Tarifazos”, y a tres días de realizarse la jornada de reflexión del Encuentro Mundial de Movimientos Populares en la cede de la CGT, hoy los trabajadores de la salud, docentes y estatales protagonizarán un paro nacional, con acompañamiento de otros gremios enrolados en la CTA Autónoma y las tres organizaciones que hicieron la marcha de San Cayetano: la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y el Movimiento Barrios de Pie.
Como en la década del 90, también ahora los trabajadores de la salud, la educación y sobre todo los del Estado, vienen estando a la cabeza de los reclamos y las protestas. No es para menos, si se tiene en cuenta la situación de precariedad a la que están expuestos quienes trabajan en el ámbito de la salud pública, el constante y sostenido proceso de lucha llevada adelante por los docentes durante todos estos años y la situación de los estatales durante el primer semestre de este año: según la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), se contabiliza que 11 mil trabajadores fueron echados del Estado nacional y 50 mil en instancias provinciales y municipales, de los cuales unos 12.000 fueron reincorporados (sobre todo en estas dos últimas instancias) luego de intensas medidas de lucha libradas por el gremio.
Pero los movimientos sociales no solo “acompañan” la protesta gremial, sino que han ido mutando su práctica… y su lenguaje: ya no hablan de planes sociales, de planes de empleo, de subsidios, sino de la necesidad de declarar la emergencia social, de que quienes desarrollan sus “tareas laborales” en la informalidad perciban un “salario social”. Los sindicatos, a su vez, reacios a la organización popular nacida en los territorios, han vertido declaraciones inéditas para lo que hace a su historia reciente, como la de Juan Carlos Schmid, integrante del Triunvirato de la CGT Unificada, quien manifestó: “hay una nueva composición de la clase trabajadora, con millones de compañeros que no tienen la dignidad del trabajo. Nuestra tarea es tender un puente con ellos y este es un paso vital”.
Las tensiones no son pocas, por supuesto. Los movimientos sociales y el sindicalismo no solo están atravesados por la macro-política, las internas de los aparatos partidarios, centralmente el peronismo, sino también por cuánto “quedar pegados o no” al “francisquismo”. La figura del “papa peronista” no es menor en el presente de un pueblo atravesado por toda una historia continental de adhesión al cristianismo, y toda una memoria ligada a cierto giro de los católicos en América Latina: los sacerdotes del tercer mundo, la teología de la liberación, los curas obreros como el argentino Carlos Mugica e incluso guerrilleros, como el colombiano Camilo Torres Restrepo. Pero tampoco ese pasado, ni los gestos de Jorge Bergoglio en el último tiempo borran de un plumazo el papel que ha jugado la iglesia en el genocidio perpetrado, ni sus posiciones respecto de temáticas de las “minorías” hoy ampliamente expandidas socialmente, como pueden ser los derechos de los homosexuales, o el tan controvertido del derecho al aborto.
Lo cierto es que muchas organizaciones sociales han entendido que resulta necesario avanzar en niveles de unidad, por un lado, y por otro, en niveles de reconversión que tienen que ver con el nuevo momento, no solo político sino económico (no es lo mismo organizar una gran masa de desocupados que una gran masa de trabajadores precarizados). Reivindicaciones como el salario social (y su complemento de “aguinaldo”), el acceso a una obra social e incluso cierto reconocimiento de su labor diaria, siempre al límite con la ilegalidad, resulta central. Pero también, son muchos los que saben que la dinámica sindical es mucho más reglada, más vertical, más “representacional”, más integrada a ciertas reglas del juego de la democracia parlamentaria a la que muchos movimientos han combatido sin empachos, reivindicando la democracia de base y protagónica, la acción directa, la radicalidad de los métodos de lucha. Qué pasará con esas tensiones lo iremos viendo, seguramente, en el transcurrir de los próximos meses. El paro nacional de la CGT, de producirse, definirá posiciones. ¿Será lanzado con movilización? ¿Activo? ¿Lo transformarán en activo los movimientos sociales? ¿Con qué niveles de radicalidad? Son preguntas que quedan pendientes, como pendiente parece quedar la promesa de Mauricio Macri de dar respuestas favorables a los problemas más urgentes de los argentinos.
Eso sí: ya hemos pasado el invierno
Por Mariano Pacheco para Revista Zoom