“Hay que seguir caminando, ya no tengan miedo, ya salgan a la calle con nosotras”
Se cumplen dos años de los ataques realizados en Iguala contra los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Dos años de la desaparición forzada de los 43 y del asesinato de otros tres. Dos años de un hito de violencia que sacudió a la sociedad mexicana y destapó cientos de fosas comunes. Recorremos este camino abrazando a sus madres. En la búsqueda de sus hijos desaparecidos su maternidad se politizó, rompiendo moldes, ocupando el espacio público y enfrentando al poder estatal.
El largo aliento
El poder opera con todas sus fuerzas sobre los cuerpos en territorio mexicano. En América Latina nos muestra provocativamente sus diversas máscaras lujosas, que encubren un monstruo gris perfectamente engañoso y dulcemente atrayente. Ese monstruo se llama progreso, se llama desarrollo, se llama daño irreversible en la madre tierra, se llama despojo de las comunidades, se llama Ayotzinapa.
Vidas robadas, vidas lloradas, vidas desaparecidas. Las madres de Ayotzinapa, a quienes les arrancaron los hijos, empezaron un largo camino que enseña a no rendirse, conscientes de que la aparición con vida de sus 43 desaparecidos es la fuerza que las impulsa a salir al mundo, a gritarle al Estado asesino que los devuelva, que no mienta, que les diga dónde están. En estos dos años de lucha, las mujeres politizaron su experiencia de maternidad, lo que se reflejó discursivamente en una ampliación de las reivindicaciones: una lucha que no sólo es por verdad y justicia, sino también por los presos políticos y por las comunidades que están siendo despojadas de sus tierras.
El movimiento de madres y padres de familia, no se diluyó y tiene la convicción de seguir el camino inclaudicable de la lucha por la presentación con vida de los 43 y por los más de 25 mil desaparecidos que se cuentan en México.
Con un gobierno que le apuesta al cansancio, a la falsa creación de una verdad histórica, a la fragmentación y al olvido, estas mujeres no se rinden y siguen llamado a la articulación de las luchas, a la vinculación entre sectores diferentes, a la unidad en la diversidad que pretende un México donde la violencia cese de una buena vez.
Unir fuerzas para seguir buscando
“En un capitalismo que todo lo ha privatizado, las Madres socializaron lo que para la cultura burguesa ocupa el lugar más preciado de la vida privada: la maternidad” (Korol, 2004).
Algunas madres y padres, junto a un estudiante sobreviviente de Ayotzinapa estuvieron en Argentina en mayo del 2015. La “Caravana 43 Sudamérica” pasó por Córdoba, Rosario y Buenos Aires. Estuvieron en la Plaza de Mayo, en la histórica Ronda acompañándose unas madres con otras. Y es que la denuncia de las ausencias, implica también poner el cuerpo y politizarse. Lo que el gobierno de México no tuvo en cuenta, como la última dictadura militar en Argentina, es que al disponer de la vida de los hijos, las madres no seguirían la ruta marcada de las maternidades que nos propone el sistema.
En aquella histórica plaza, en ese encuentro solidario, tomó la palabra Nora Cortiñas hace más de un año, y leyó un poema de Juan Sasturian. Habló de las desapariciones de hoy, de cómo estas siguieron de una manera distinta a la época del terrorismo de Estado, pero con la complicidad del mismo y su responsabilidad completa en algunos casos. Nora Cortiñas nombró a Luciano Arruga, uno de los desaparecidos que con Julio López se convirtieron en el paradigma de que el “Nunca Más” no es una realidad: “Hoy precisamente le entregaron a la familia Arruga el cuerpito de Luciano, le dieron su sepultura familiar. Luchar para decir Nunca más, pero en serio, nunca más”, dijo Norita.
Los mensajes sobre Ayotzinapa invaden cada rincón de México. Pero no son los únicos. Se encuentran al lado de carteles y pintadas que piden justicia por Rubén Espinosa y Nadia Vera, por las mujeres violadas en Atenco, por las mujeres migrantes muertas y desaparecidas. Las Madres de Ayotzinapa, se han encontrado en el camino de sus caravanas con otras caravanas, que transcurren a paso firme, doloroso y esperanzador, como las de las Madres Centroamericanas, que desde hace una década recorren México en búsqueda de sus familiares: se calcula que hay entre 70,000 y 150,000 migrantes desaparecidxs de centro y sudamérica, que transitaban el país para llegar en la mayoría de los casos a Estados Unidos.
Las madres se encuentran entre sí, con la mirada cargada del despojo de sus propios hijos. Todas ellas tienen la fuerza de haber roto el ámbito privado al que la sociedad las relegaba. Del espacio doméstico que muchas de ellas ocupaban, salieron a lo público, a emerger y reinterpretar todos esos sentidos que los modos tradicionales de entender la maternidad tiene. Las madres de mayo, las de Ayotzinapa, las de Centroamérica, las de víctimas de gatillo fácil y tantas otras, todas ellas se miran con la complicidad de quienes comparten más de una lucha y un corazón ardiente de amor por sus hijos.
Las madre de Ayotzinapa nos muestran cómo es que afirmar su identidad desde la maternidad, implica la constitución de maternidades políticas, donde “las respuestas maternas” son “contestatarias y críticas” a las políticas oficiales (Nora Domínguez, 2007).
Por medio de acciones de conmemoración, denuncia y reclamo, caminan pidiendo la reparación del daño, verdad histórica y aparición con vida de los cuerpos de todos sus hijos. Las Madres de Plaza de Mayo nos enseñaron que cuando tomaron la palabra, los hijos e hijas desaparecidas se volvieron hijas de todas las madres, porque rompieron una vez más la división entre lo público y lo privado, y ya el “hijo” no depende del lazo de sangre, sino de la experiencia política.
El poder gubernamental mexicano, de la mano de los medios masivos de comunicación, pueden mentir sobre esos cuerpos desaparecidos. Pueden ocultar la verdad. Puede tener varios rostros. Son estas Madres y familiares, de la mano de las organizaciones sociales que, en cada paso alrededor de una plaza, en Ciudad Juárez, en Oaxaca, en el DF, en esta latinoamérica que nos duele, van echando luz sobre los responsables de las desapariciones a la par que buscan a los hijos de todas.
Que hoy levantan la voz
En el primer aniversario de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, la lluvia permanente acompañó los pasos de quienes marcharon con el dolor, en aquella masiva movilización en el Distrito Federal mexicano que se replicó en muchos puntos del mundo.
Una lluvia que no impidió que se enarbolaran consignas como “Ayotzinapa vive, la lucha sigue”. “Que renuncie Peña Nieto” “Aparición con vida y castigo los culpables”, y uno dirigido a los familiares, que se coreaba con mucha fuerza: “No están solos”. La lluvia hizo sentir más triste el día. Y recordar más aún el día en que se los llevaron; igual de nublado y lluvioso. La lluvia que mojó a miles que salieron a marchar y a exigir por las calles de la capital mexicana la aparición con vida y castigo a los responsables, hizo más fuerte el recuerdo y la presencia de quienes hoy no se sabe dónde están.
Cristina Bautista Salvador es madre del desaparecido Benjamín Ascencio Salvador, de la región de la montaña de Guerrero. Su voz retumbó en cada pedazo del Zócalo y se hizo eco que llegó a territorios distantes. Cristina salió de su casa, se puso en movimiento, tomó la palabra, puso el cuerpo, instaló, quizá sin darse cuenta, un remolino de sentidos que subvierten, o mixturan con otros sentidos, las versiones impuestas del ser madre. Las palabras de Cristina convocaban justamente a levantar la voz, a no quedarse en casa:
“Este es el momento de levantar la voz, para que no les pase, que no se repita, por todo lo que estamos pasando que no les pase nada a sus hijos, los nietos. Es el momento de levantar la voz y cambiar este país, y cambiar el gobierno, que no sigan gobernando. Que en cada país, o en cada pueblo indígena, que ya no permitan entre un presidente. Que deben de ser cada uno de ustedes gobernar, no el gobierno que tiene armas. Nosotros como madres y padres de familia, no cargamos armas pero aún así, nos cierran el paso, no nos dejan salir a manifestar (…) hay que seguir caminando, ya no tengan miedo, ya salgan a la calle con nosotras. Porque debemos de pedir por todos miles que están desaparecidos, por todos los que despojan de sus tierras naturales, por los presos políticos por luchar, hay que exigir libertad”.
A dos años de la desaparición de los estudiantes las madres se mantienen unidas. Han permanecido luchando junto a familiares, saliendo a las calles recorriendo todo el territorio nacional mexicano pero también, realizaron una larga caravana por América Latina y Europa. En el recorrido se han encontrado con muchas historias de otros desaparecidos. El dolor y la rabia, dirían los zapatistas, no cesan. La esperanza no dejará de estar de pie. Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
Fotografías: Débora Cerutti / Video: Barbara Sol Martínez Castillo