El discreto encanto de la agroburguesía

El discreto encanto de la agroburguesía
16 septiembre, 2016 por Redacción La tinta

Abandonemos la antigua figura del productor rural aislado. Olvidemos también la ajada imagen de los grandes oligarcas terratenientes. Un nuevo sujeto dinámico, conformado por corporaciones latinoamericanizadas, pequeños empresarios con sueños de modernidad y mucho capital financiero, se enorgullece con su propia revolución productiva. Acaparamiento de tierras, posgrados en agrobussiness y el viejo sueño de un estado de papel.

 

E l gaucho emprendedor del siglo veintiuno tiene un eslogan que resume su propia quimera del oro: la segunda revolución de las pampas. El empresariado “agroinnovador”, como gusta llamarlo la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), se siente artífice de un modelo de desarrollo infalible, generador de “lógicas de derrame” que benefician a todos los argentinos. Por arriba eslabonan polos de excelencia tecnocientífica (biotechs y nanotecnologías, maquinaria, agroquímica), y por abajo consolidan cadenas alimentarias y de servicios.

El gobierno de CFK, sacudido por el “conflicto con el campo” apenas asumió su primer mandato, elaboró un Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial 2010-2016 cuyo enfoque compartía la visión promovida por esta entonada burguesía, que apunta a la intensificación de la producción de commodities. Entre las primeras medidas del ingeniero Macri al frente del Estado nacional se cuenta la reducción de retenciones para el sector, que es percibido como la vanguardia del empresariado vernáculo. ¿Cómo se generó el consenso político en torno a este modelo? ¿Cuáles son sus bases sociales y qué proyecto de sociedad anhela?

Empresas golondrina

La concentración productiva fue siempre el rasgo dominante en la campiña argentina. Por eso los protagonistas del agronegocio contemporáneo aparecieron en la escena mediática como los protagonistas de una original “democratización” en los territorios de la oligarquía terrateniente. Como le gusta decir a Grobocopatel, “el factor de producción más relevante ya no es la tierra. Cualquier persona que tenga una buena idea y buen management puede sembrar”. Pero hay más: estos nuevos emprendedores agrarios fueron los principales proveedores de los dólares que el Estado requirió para sanear la economía luego del default de 2001.

A diferencia de la patria financiera y de los parásitos contratistas, la opulencia ruralista se pone el traje de motor genuino del desarrollo nacional y animador de un denso entramado de negocios en el interior del país. Héctor Huergo, ingeniero agrónomo y director del suplemento Clarín Rural, entrevistado por crisis, afirma: “el productor es el capataz de una línea de montaje a la que concurren just in time los elementos necesarios para producir… Pero la base es lo que hacen desde los Monsanto hasta los Profértil, los Vassalli y los Pauny, que son fábricas nacionales de tractores, más John Deere, más los que traen las sembradoras y los que inventaron el silo-bolsa. La clave son los agentes generadores de competitividad que todos los días están superándose”.

Entre las megaempresas que aseguran esa competitividad se encuentran Cresud, MSU, Adecoagro, Calyx Agro, y hasta hace poco, Los Grobo Agropecuaria y El Tejar. Algunas de ellas son recién llegadas a la actividad agropecuaria, aunque la mayoría tiene una larga trayectoria en el sector. Ninguna tiene vínculos con las tradicionales familias terratenientes que dominaron la etapa del primer modelo agroexportador (hacia fines del siglo diecinueve). Además de soja, son las más grandes productoras de maíz y trigo del país, y ocupan posiciones relevantes en ganadería, arroz o algodón.

Poco a poco estas megaempresas se expandieron a países del Cono Sur, e impulsaron una estructuración global de su organización productiva. A partir del desborde transfronteras se convirtieron en verdaderas plataformas vinculadas a la producción de cultivos “multipropósito”, esto es, cultivos que sirven a diferentes necesidades (alimenticias, energéticas y hasta de resguardo financiero). El proceso de translatinización no solo estuvo asociado al fortalecimiento del eslabón agrario, sino que acompaña el avance de estos grupos hacia el control de la cadena de valor con vistas a capturar las mejores oportunidades de negocio para cada eslabón, según el contexto nacional. Ejemplos: en 2008 Los Grobo venden acciones a un fondo brasilero, lo que le facilita la obtención de créditos del Banco Nacional de Desarrollo de ese país; El Tejar trasladó en 2010 su centro de operaciones a Brasil, luego del ingreso de un fondo de inversión inglés.

agronegocios-hundirnosLos movimientos expansivos de El Tejar y Los Grobo expresan la centralidad que adquirió el componente financiero dentro de la lógica del agronegocio. Este proceso de capitalización de las estructuras societarias con base en el agro originó compra de tierras, tanto en Argentina como en otros países: tal es el caso de Cresud, que en 2006 adquirió parte del capital de Brasil Agro, haciéndose en ese país de más de 150 mil hectáreas y entre 2007/8 adquirió casi cien mil hectáreas en Bolivia. O de Adecoagro, grupo en el que participa el financista Georges Soros, que según datos de 2010, manejaba a través de distintas sociedades alrededor de 270 mil hectáreas, la mayoría propias, en Argentina, Brasil y Uruguay. Se trata de dinámicas que no pueden comprenderse por fuera del fenómeno de acaparamiento de tierras para la producción que se da a escala planetaria.

En el caso argentino, las megaempresas fueron uno de los principales vectores que encontraron los capitales especulativos financieros para su desembarco en el mercado de tierras. El pasaje del manejo de campos de terceros (vía arrendamiento o diversas modalidades de asociación con los propietarios inmobiliarios) a la adquisición de tierras por un lado, y la intervención de capitales internacionales en el directorio por el otro, son dos fenómenos que en los últimos años reconfiguraron el gerenciamiento y acrecentaron el peso de estos capitales en el negocio agrícola. Ejemplos de ello son el caso de MSU, donde un fondo holandés adquirió parte del capital accionario en 2009, momento que coincidió con la compra de cerca de cien mil hectáreas por parte de la empresa; El Tejar, que vendió el 45 por ciento de su paquete accionario al fondo londinense Altima Partners y el quince por ciento a The Capital Group; la adquisición del nueve por ciento de las acciones de Cresud a través de operaciones de bolsa por parte del fondo de inversiones estadounidense Leucadia; o el ingreso de un fondo soberano de Qatar en Adecogaro.

Traeme sudamérica

El otro rasgo de este negocio es su transectorialidad. Los grandes productores de commodities en el país conforman verdaderas telarañas económicas, cuya dinámica no se comprende si la analizamos solo en términos de integración vertical o de intensificación productiva. Las inversiones en diferentes eslabones de las cadenas de valor no siempre siguen la lógica de un encadenamiento técnico (control de la materia prima y del procesamiento, por caso), sino que aprovechan aquellos espacios de alta rentabilidad. Para ello es necesario ser lo suficientemente flexibles para entrar y salir.

Veamos ejemplos concretos: Adecoagro compró en 2008 la empresa La Lácteo asociada con la canadiense Agropur, una de las líderes mundiales del agronegocio, con el propósito de afirmarse en la cima global en el que venía invirtiendo con la puesta a punto de tambos propios. Apenas cinco años después, en 2013, y luego de que Agropur vendiera su parte de La Lácteo, Adecoagro también se deshizo de sus acciones. Mientras tanto, mantiene en Argentina molinos arroceros y producción de oleaginosas y cereales, y desarrolla en Brasil la producción de etanol.

CRESUD por su parte, se asoció con la empresa de la familia Uranga que posee 8300 hectáreas en la región pampeana y que se orienta a la producción de specialities (lentejas, arvejas, maíz pisingallo). Esta asociación le permite incursionar en un mercado chico pero donde se pueden obtener significativos diferenciales de precios. Ya en 2004 se había asociado con Cactus de Estados Unidos para la producción intensiva de ganadería (feedlots), en realidad para brindar el servicio a terceros en una suerte de all inclusive para ganado. Y un poco más tarde, con Tysson Foods en la compra de un frigorífico que estuvo a punto de cerrar en 2012. En Paraguay, donde desembarcó a mediados de la década de 2000, CRESUD se vinculó con la empresa Carlos Casado: comenzó asesorándola para luego asociarse en la compra de 21 mil hectáreas, sociedad a la que en 2008 ingresó el grupo español San José (cuya principal actividad es la construcción).

Translatinización, financiarización y transectorialidad conforman entonces un dispositivo que apunta a minimizar la influencia de las condiciones climáticas, políticas y jurídicas. El manejo del riesgo es uno de los “activos” fundamentales, que juega como carta de presentación ante los mercados financieros. En palabras del gerente de una de estas megaempresas: “Cuando yo me presento a vender el proyecto en Londres, no puedo llevar una carpeta solo con Argentina, porque me dicen: ‘no, traeme Sudamérica’. Les tengo que mostrar Uruguay, Brasil, Paraguay, les tengo que mostrar oportunidades de la mano de la diversificación política”. La flexibilidad constituye una de las principales fortalezas de este negocio para ajustar costos y maximizar inversiones. Al consolidar posiciones en diversos escenarios nacionales, logran eludir restricciones normativas (la ley contra la extranjerización de tierras o el impuesto a las exportaciones conocido como “retenciones” en Argentina). O, al contrario, beneficiarse con ellas (ley de puerto libre en Uruguay; créditos para el agro otorgados por la banca pública en Brasil). Por otra parte, pueden maximizar sus inversiones y desplegar estrategias comerciales en función de las coyunturas económicas.

La escala y la organización corporativa altamente profesionalizada, con estrechas conexiones con las principales empresas de agroinsumos (alianzas horizontales), se conjugan para darle un salto de competitividad a la agricultura argentina. Su éxito se nutre de la innovación a la vez tecnológica y conceptual: la visión del agro como negocio requirió de un nuevo paquete tecnológico (semillas transgénicas + glifosato + siembra directa), pero también de un gerenciamiento de tipo “red de redes”, de la financiarización del negocio agrícola y de un posicionamiento global de la clase empresaria.

agronegociosBloque histórico inorgánico

Junto a las megaempresas conviven en la pampa gringa emprendimientos agropecuarios medianos y pequeños, que aseguran casi la mitad de la producción. Si bien es heterogéneo, este conjunto social está articulado con mayor o menor cercanía a la dinámica del agronegocio y eso lubrica parte de su fortaleza. Se trata de la burguesía con residencia rural, que adhiere ideológicamente al modelo que promueve el agronegocio y afirma que los problemas de hoy serán solucionados por las innovaciones tecnológicas del mañana, aun si fueron originados por los inventos del pasado. La comunidad imaginada que este universo pequeño burgués comparte con las megaempresas globalizadas, proyecta un país cuya prosperidad depende del sector agropecuario y cuyo enemigo radical es el Estado intervencionista.

A diferencia de los big players, estas empresas se circunscriben a la geografía argentina, recurren al arrendamiento para lograr la escala competitiva mínima y acuden a los servicios agrícolas para tercerizar buena parte de las labores productivas. Buscan inversores privados, generalmente pequeños ahorristas profesionales que persiguen un rédito más o menos rápido, y mantienen el carácter familiar de la propiedad.

Para constituirse en el sucesor del chacarero y del terrateniente, el agrobusinessman necesitó conducir un proceso de acumulación primitiva, durante el cual no solo consiguió el control sobre los recursos naturales sino que también acumuló el capital social, cognitivo y moral que le garantizaría la sustentabilidad política del modelo. ¿Cómo lo hizo? Solicitando la colaboración del espacio académico y mediático.

La comunidad académica y técnica proporcionó los saberes expertos requeridos por los nuevos procesos y productos, dictando la norma científica que protegió de las críticas a los actores económicos. Fue fundamental el rol desempeñado por los masters, posgrados y especializaciones en agronegocios para la formación de recursos humanos. Entre los más renombrados hay que señalar la oferta de posgrados de la Facultad de Agronomía de la UBA, de la Pontificia Universidad Católica Argentina y de la Universidad Austral. Por su parte, muchos científicos asumieron la tarea de explicar que la tecnología de siembra directa ayudaría a conservar el suelo. También aportaron su autoridad para relativizar el peligro que el glifosato representaba para las poblaciones rurales. Y argumentaron, enfáticos, que la biotecnología era una inmejorable oportunidad para subirse al tren de la modernidad que el país había perdido con el fracaso del modelo desarrollista basado en la industria.

En paralelo, surgieron nuevas instituciones y tanques de pensamiento, como Acsoja, Maizar, Argentrigo, los clusters tecnológicos como Indear, surgido del acuerdo entre Bioceres y el Conicet, junto a oenegés como Darse Cuenta y Producir Conservando, que asumieron la dirección ideológica del sector en sintonía con las evoluciones del capitalismo mundial.

Las alianzas políticas y mediáticas de este gran conglomerado empresarial lo transforman en el sujeto económico clave de la Argentina. Su alegre figura pisa fuerte en los despachos donde se discuten las coordenadas de los tiempos que vienen.

 

Por Carla Gras y Valeria Hernández, para Crisis. Fotografía: SubCoop.

Palabras claves: agronegocios, bienes comunes, economia, extractivismo

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