MoCaSe: entre celebraciones y denuncias, la lucha sigue

MoCaSe: entre celebraciones y denuncias, la lucha sigue
29 agosto, 2016 por Redacción La tinta

En Santiago del Estero son muchas las campesinas y campesinos que resisten, con fuerza y organización, el avance del agronegocio sobre sus territorios, los violentos desalojos y el silencio cómplice de autoridades provinciales fieles a intereses económicos. A continuación presentamos un informe de visita al MoCaSe, Movimiento Campesino de Santiago del Estero, que lucha por el derecho a vivir dignamente en sus territorios.

 

“Un pájaro con una sola ala no vuela, tiene que tener dos y entonces así va más lejos”
Mirta Coronel, MOCASE VC

“Cualquier reflexión colectiva es ya una acción de resistencia,
puesto que la lógica de la guerra permanente busca individualizar
las relaciones y aislar a las personas (marginarlas y encerrarlas)”
Ramón Vera Herrera

Sábado 6 de agosto de 2016. En Quimilí, donde se encuentra la primera central del MoCaSe, 200 kilómetros al este de la capital provincial, se respira aire de celebración, y también de resistencia. El Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSe) cumple 26 años desde su nacimiento como organización.

Allá por agosto de 1990 surgía este movimiento que hoy nuclea aproximadamente a 9 mil familias a lo largo y ancho de todo el territorio provincial. Organizado por centrales y comisiones de trabajo, tiene como principales banderas de lucha: la reforma agraria integral, la soberanía alimentaria, una propuesta educativa para jóvenes y niños de las comunidades, la defensa del territorio y la igualdad de género.

Conocer el MoCaSe es acercarse a la praxis, es ir al encuentro de otras lógicas donde la palabra vuelve a cobrar sentido, donde el respeto y el amor por la familia está presente en cada acto y donde la experiencia se valora y comparte.

Las comunidades del movimiento hablan, debaten y reflexionan sobre una realidad que les exige estar alerta, pero lo que más se observa es el hacer y ser campesino. Resistir es entonces continuar con su modo de vida campesino y defender lo que les pertenece, sus territorios.

Históricamente Santiago del Estero ha tenido una problemática con relación a la tenencia de la tierra, pero en los últimos años ésta se fue incrementando, con el avance de la frontera agropecuaria y los violentos desalojos que muchos pobladores han sufrido de sus propios territorios, donde viven y trabajan desde generaciones.

Frente a esta situación, ¿cuáles son las alternativas? ¿Trabajar una tierra rentada sin producir ya los propios alimentos? ¿Migrar a las grandes ciudades para sumar filas al ejército de trabajadores precarizados? ¿O encarar la resistencia?

DSC_5768De cómo se construyen esos “otros mundos”

El MoCaSe forma parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo – Vía Campesina (CLOC –VC) y de la Vía Campesina (VC).

Como integrante de la VC, movimiento internacional que agrupa a campesinos, pequeños y medianos productores, pueblos sin tierra, pescadores artesanales e indígenas de todo el mundo, trabaja en políticas y acciones concretas que promuevan la agricultura sostenible a pequeña escala en detrimento y como contracara de la expansión del agronegocio.

En este sentido es importante mencionar dos ideas clave frente a las cuales el movimiento se constituye como tal: la reforma agraria integral y la soberanía alimentaria. Ideas que no están aisladas, sino que por el contrario se articulan con toda una serie de acciones y medidas en pos de una verdadera transformación social, desde abajo, donde la lucha no es por la obtención de títulos personales de propiedad de la tierra, sino por el respeto a las leyes de protección de las comunidades indígenas y sus territorios en materia de posesión y propiedad comunitaria.

Al respecto de la reforma agraria integral, Margarita Gómez de la comunidad de Rincón del Saladillo señala: “Es una reforma agraria que se construye en el territorio, pero también es una reforma agraria que se construye colectivamente. Nosotros cuando entramos en una organización pasamos a ser un nosotros, dejamos de ser el “yo” para pasar a ser un colectivo de personas”.

Por otro lado el movimiento apuesta a un cambio de paradigma en cuanto a la producción y comercialización de los alimentos campesinos, a través de la consolidación de fábricas de dulces, quesos, producción, embotellamiento de miel y carnicerías. Se intenta que los productos campesinos lleguen directamente al consumidor a un precio accesible, evitando de esta manera los intermediarios y apostando a una alimentación sana.

DSC_6306Explica Mirta Coronel, de la comunidad Rincón del Saladillo: “A nosotros no nos molesta que se difunda lo que hacemos, lo que defendemos, lo que pensamos, para que se haga más visible la lucha. El campo y la ciudad tenemos que estar unidos. Es el eje que tenemos que seguir, porque sin la ciudad no seriamos nada, y la ciudad sin nosotros tampoco sería nada, porque la alimentación sale de aquí, de la tierra, del campesino, porque los que producen mucho no producen alimentos sino que producen para forraje de animales de afuera, y lo que nosotros hacemos queda en nuestro país, alimentando a nuestro pueblo, con una alimentación sana, no con químicos ni nada de eso”.
Todas estas acciones están articuladas con una fuerte apuesta del movimiento al eje educativo, entendiendo a la educación y la formación política como la columna vertebral de la organización.

A mediados del año 2007 se abrió la Escuela de Agroecología, ubicada en la localidad de Quimili y fruto de una larga historia de educación popular del movimiento. Actualmente acuden a la misma más de 80 jóvenes de Santiago del Estero y otras provincias. Paralelamente se está terminando de consolidar el proyecto de la Universidad Campesina UNICAM Suri, en Ojo de Agua, al sur de la provincia, la cual comenzó a construirse en el año 2010.

Respecto a la importancia de formarse por dentro y fuera de la escuela, Mirta señala: “Tenemos una escuela de agroecología, nuestros jóvenes de cada comunidad están viniendo. Tenemos muchos egresados que están coordinando materias. Este fue un gran logro de nosotros, los viejos, le damos esa valentía a los jóvenes, porque son ellos y ellas las que mañana o pasado van a seguir este camino, y para eso tenemos que dejar formado ese camino, con nuevas ideas, estrategias”. Y agrega: “Nosotros en cada comunidad tenemos que ir aprendiendo de lo que ellos traen. Yo tengo mis hijos que están viniendo a la escuela de agro, y cuando vuelven van trayendo deberes, van trayendo cosas, y bueno yo me pongo a leer y a pensar, y una va aprendiendo junto con ellos”.

El movimiento sabe y entiende que la lucha no la hacen solos, sino que hay que unirse con compañerxs de las ciudades que también se movilizan por la defensa de territorios y alimentos sanos. En este sentido trabajan en coordinación con organizaciones del Gran Buenos Aires, nucleadas también al MNCI, así como también participan en charlas y actividades en escuelas y universidades para difundir el movimiento. “Hablamos con los jóvenes de las escuelas, universidades. Vamos a dar charlas sobre lo que es el movimiento. Nos hacernos conocer, porque a veces en la universidad se estudia, pero en los libros, todo libros, y a veces la realidad en el campo es otra cosa. Muchos chicos que estudian agronomía han venido de pasantía, y han visto otras cosas, se sorprenden de lo que uno defiende, de la naturaleza, la manera que uno produce, que no se necesita agrotóxicos, se puede producir lo mismo”, expresa Mirta Coronel.

DSC_6393Presos en sus propios territorios

Y la lucha es continua. Como dicen desde la organización, hay que estar siempre alerta. Durante la marcha convocada por el movimiento el viernes 5 de agosto en la localidad de Quimilí, las miradas y los gritos pidiendo justicia estuvieron puestos en el conflicto de tierras que atraviesa la comunidad de Yaku Cachi en Bajo Hondo, en un intento de visibilizar en toda la comunidad la violencia diaria que muchas familias campesinas están sufriendo a tan sólo 80 kilómetros de allí.

El empresario Orlando Canido, dueño de la marca de gaseosa “Manaos”, y su mano derecha local, Lachy Letonai, no solo contrataron a una patota de sicarios armados para amenazar de muerte a las familias campesinas, sino que también quemaron sus viviendas, corrales, envenenaron el agua de consumo y mataron animales.

La justicia santiagueña restituyó la posesión de las tierras a las familias de la comunidad; sin embargo, el empresario sigue persiguiendo y hostigando con matones a campesinos, niños, mujeres y personas mayores que resisten por y desde sus territorios, en acampes improvisados y con muy poco, pero con algo fundamental: dignidad, valentía y como se leía en un cartel: con el corazón en lo alto.

En la actualidad la única “seguridad” que la comunidad tiene frente a decenas de sicarios que se pasean en camionetas 4×4, es un puesto policial donde algunos oficiales (sin móvil) “vigilan” que todo esté en orden.

En tiempos turbulentos, se vuelve inevitable y necesario volver a preguntarnos ¿qué carta juega el Estado provincial en todo esto? ¿Qué rol deberían cumplir los medios de comunicación frente a semejantes actos de violencia y abuso de derechos? ¿Qué sucede cuando el gobierno se vuelve un aliado más (tal vez el más importante) de las grandes corporaciones y da rienda libre al desmonte, la imposición de monocultivos y los paquetes de agrotóxicos?

Tal vez es éste el momento en el que se hace más fuerte la necesidad, que Mirta y otrxs compañerxs del movimiento señalaban, de unirse, de trabajar en conjunto el campo y la ciudad, de entender que a pesar de la latitud en la que estemos, las múltiples banderas que levantemos, y los miles de idiomas en los que hablemos, la lucha muchas veces es la misma, y para darle batalla es necesario organizarse, recuperar la confianza y la historia propia, reivindicar también aquellos saberes no certificados y el poder de la autogestión.

Y por último pero no menos importante, salir de la individualidad y de la comodidad del “Yo”, para comprometernos con el Nosotros.

Por Carolina Paula Gómez, para la Revista Superficie

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