La estrategia del miedo

La estrategia del miedo
23 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Por Marta Dillon para Página/12

La semana pasada empezó de manera dramática; los cuerpos acribillados de cuatro adolescentes en una esquina de Florencio Varela pusieron a competir las lágrimas con la lluvia del domingo. Dos de ellas murieron, una más está muy grave, la cuarta parece fuera de peligro vital aunque sobrevivir en un sentido más amplio será una tarea compleja para ese corazón joven.

Imposible no dejar sentada la tristeza, la impotencia, la rabia que anida en cualquier persona sensible. Los números, si es que se puede hablar de números cuando hablamos de vidas, superan las estadísticas que no son oficiales, que nadie cuenta desde el Estado, por las que ni siquiera se conduelen públicamente. Los medios de comunicación reproducen la noticia, muchos además reproducen las imágenes tomadas cuando ni siquiera había llegado la ayuda para las sobrevivientes. No hay pudor. Ese pudor que se reclama para cubrir los pechos de las mujeres aquí no cuenta.

El horror se reproduce con poca o nada crítica frente a esa exhibición obscena. Los medios vuelven a hacerse eco de esa palabra que nos ocupa demasiadas veces: femicidio. Es cierto que la reiteración complica las coberturas, pero la imaginación parece dejar en el camino a quienes podrían aportar a completar la trama social de estos hechos que cortan vidas particulares pero se inscriben en un sistema de dominación que hace posible que varones en singular se sientan autorizados a enseñorearse sobre la suerte de mujeres que creen de su propiedad.

Al contrario, lo que surge de la necesidad de renovar la manera de dar cuenta de los femicidios produce artículos que reclama silencio, que reclama obediencia, que se resiste al cambio, al respeto a la vida y la libertad de las mujeres. ¿Cuál es el “efecto contagio” que podría producir #NiUnaMenos?

#NiUnaMenos es una consigna, un grito común y también un movimiento social que ya tomó las calles una y otra vez, de manera masiva, poniendo en discusión todos los supuestos que condicionan la vida y la libertad de las mujeres, poniendo en discusión el reparto de las tareas domésticas y de cuidado, las diferencias salariales, la feminización de la pobreza. Pone en cuestión los modos en que circulamos en el espacio público, la falsa noción de que cuando las mujeres estamos entre nosotras estamos solas, que nuestra sexualidad está disponible para el deseo de otros y no para nuestra propio goce.

El efecto contagio que produce es la politización de los y las adolescentes en las escuelas, el arribo de cada vez más mujeres, lesbianas y trans a la participación activa dentro de los sindicatos y las comisiones internas de los lugares de trabajo formal, a los grupos de género en los movimientos sociales, en los espacios comunales, en la puerta de las escuelas donde dejamos a nuestros hijos e hijas.

Ese es el efecto contagio que produce #NiUnaMenos, una enorme rebeldía, una toma de conciencia frente a las propias trayectorias vitales que nos vuelca a la calle pero también a revisar las conductas dentro de la familia, en las relaciones sexoafectivas, en las relaciones laborales. Pero en la revista Noticias, que ya ha generado costumbre de tanto insistir en la misoginia, el “efecto contagio” es el que anima a los femicidas.

“Lo que convierte en contraproducente al reclamo de #NiUnaMenos es la postura feminista en un medio que aún no está preparado para ese tipo de cambio. El postulado ultrarradical es antimasculino y eso hace que las mujeres se hagan más rebeldes”, dice uno de los expertos consultados, no cualquier experto sino un psiquiatra que ya fue cuestionado públicamente cuando dos turistas mendocinas fueron asesinadas en Ecuador y el tipo, Hugo Marietán, dijo públicamente –y recibió la condena pública– que las chicas habían buscado su destino de muerte. ¿Por qué ahora se lo vuelve a consultar? ¿Qué pasa con la memoria? ¿Cómo puede ser tan brutal el intento de disciplinar la protesta social?

La protesta social masiva, creativa, vital que ha dado vueltas al mundo y generó inspiración para el activismo en rincones inesperados del planeta. ¿Justo ahora que marchamos juntas hacia un paro internacional de mujeres? No puede ser inocente, no hay buenas intenciones aunque el periodista que firma la nota se muestre inocente en las redes sociales tratando de justificar lo escrito hablando de la responsabilidad del Estado. La elección de las fuentes es una decisión editorial, y esa decisión editorial lo que busca es disciplinarnos.

¿Consultar forenses para hablar de por qué se reproducen los femicidios no es acaso encontrar razones particulares para un problema social? O es considerarnos muertas, anticipar o querer provocar la muerte de nuestras movilizaciones. Meter miedo. El feminismo te lleva a la muerte, dice Marietán y la revista Noticias no duda en reproducir ese discurso, como otras veces puso en posición de sumisión a una mujer poderosa como era la ex presidenta Cristina Fernández. Las imágenes no son inocentes, este tipo de notas tampoco.

Como tampoco puede ser leído como inocente que hayan aparecido en la vía pública pasacalles con la leyenda: “si no sos mía no sos de nadie”. En la cuenta de Twitter del Consejo Nacional de las Mujeres se reproduce el remate de esa provocación, contradice la frase y habla de noviazgos violentos, como si para prevenir primero hubiera que aplicar la estrategia del miedo.

¿Cuál es el mensaje que queda? ¿Son necesarias estas idas y vueltas? Sin duda, no. Porque los y las adolescentes están discutiendo en las aulas y en las plazas otros modos de relacionarse, porque son las movilizaciones y la palabra que hemos puesto en la calle, palabra jerarquizada de mujeres de todas las edades y clases sociales que están dispuestas a decir basta y a construir otro modo de vida.

Pueden seguir intentando muchas formas de disciplinamiento, pero la marea que produjo esta toma de conciencia general que podría empezar con la consigna #NiUNaMenos no va a detenerse. Y si algún efecto contagio produce, no es el del miedo ni del aliento a los femicidas, es el de la rebeldía. Es el del deseo moviéndonos hacia horizontes desconocidos pero que ya estamos acariciando, que ya estamos diseñando.

*Por Marta Dillon para Página/12

Palabras claves: machismo, Medios de comunicación

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