Trump, en un búnker, señala al movimiento Antifa como el enemigo a cazar
Las protestas por el asesinato policial de George Floyd se han extendido a todo el país, en un movimiento que ya se compara con los disturbios que, a finales de 1960, impulsaron el movimiento de los derechos civiles.
Por Pablo Elorduy para El Salto Diario
Se abre el telón y se ve al alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, denunciando la presencia de anarquistas en las protestas contra el racismo tras el asesinato, el pasado lunes 25 de mayo, del afroamericano George Floyd. Se cierra el telón y es arrestada Chiara de Blasio, hija del alcalde, por participar en una asamblea no autorizada media hora antes del toque de queda. No se trata de una película, sino de una crisis política que se repite en Estados Unidos: una parte de la población reclama que cese la violencia y los atentados policiales, una minoría intenta aislar a los que protestan y estigmatizarlos para continuar la caza.
Al frente de los cazadores, Donald Trump, que, según informó la prensa, el viernes fue trasladado a un búnker dentro de la Casa Blanca por el servicio secreto. En la noche del domingo, los disturbios en Washington se extendieron a unas pocas manzanas del complejo presidencial. Hasta 140 ciudades han visto cómo se reproducían las protestas desde la muerte de Floyd. En 21 estados se han desplegado las tropas de la Guardia Nacional, y al menos cinco personas han muerto como consecuencia de violencia relacionada con las protestas en Indianapolis, Chicago, Detroit y Saint Louis. Miles de personas han sido detenidas.
Mientras se producían las protestas, Trump volvía a utilizar su cuenta de Twitter como arma en su carrera hacia la reelección. El presidente anunció que Estados Unidos designaría a “Antifa” como una organización terrorista. Al margen de que medios como CNN se han sumado al argumento de que Antifa es una organización estructurada, y no solo una abreviatura de Antifascistas compartida por grupos heterogéneos de activistas, lo cierto es que la iniciativa del presidente todavía no se puede llevar a cabo en Estados Unidos, ya que el país carece de una ley antiterrorista para “grupos” que actúen en el interior.
William Barr, fiscal general del Estado, ha mantenido la misma línea al asegurar que se tratará Antifa “acorde al terrorismo doméstico que ejercen”. Sin embargo, los juristas y expertos creen que las amenazas de Trump son difíciles de llevar a la práctica sin vulnerar la primera enmienda, que protege los derechos de libertad de expresión y reunión.
Antifa, un magma que cobró relevancia en los medios de comunicación estadounidenses durante los sucesos de Charlotesville, de 2017, se interpreta como una reacción plural ante el crecimiento del movimiento alt-right y el supremacismo blanco. El asesinato de la activista antirracista Heather Heyer en esa ciudad del estado de Virginia, supuso un punto crucial en la denuncia de los vínculos del presidente con el fascismo blanco, pero la muerte de George Floyd entronca con la historia de violencia y racismo institucional del país, una práctica de violencia que dura 400 años.
Las protestas, que comenzaron en Minneapolis el mismo 25 de mayo, tras el asesinato de George Floyd, se han extendido a lo largo de toda la semana pese a los toques de queda estipulados por las autoridades. El día 29, un tuit de Trump incendió aún más los ánimos: “Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos”, escribió. Una referencia histórica, que devuelve a Estados Unidos a los conflictos por los derechos civiles de los años 1960. La misma frase fue pronunciada por el jefe de policía de Miami en 1967.
Desde que el viernes Trump lanzase ese tuit, el esquema es similar: las protestas pacíficas se dan por el día; los disturbios, los fuegos y los saqueos, por la noche. Aunque los movimientos tratan de evitar la maniquea división entre “buenos” y “malos” manifestantes. La activista Bree Newsome lo explicaba en su cuenta de Twitter: “No es que táctica y estrategia no importen en absoluto. Pero la narrativa de que cambiamos los resultados protestando de una manera que los opresores aprueban, no es cierta. La estructura de poder intensifica continuamente la violencia en cuanto se lo desafía, todo para mantener la violencia del statu quo”.
Un estudio publicado en agosto de 2019 apuntaba que uno de cada 1.000 afroamericanos muere a manos de la policía en Estados Unidos. La posibilidad de que un joven negro sea víctima de uno de esos crímenes es 2,5 veces superior a las posibilidades de un joven de raza blanca. La violencia policial como causa de muerte entre los jóvenes de 25 a 29 años es más frecuente que las muertes por diabetes, neumonía, y solo está tres puntos por debajo de las muertes por cáncer prematuro.
La situación previa y el recuerdo de otros asesinatos policiales, como el de Trayvon Martin, Tamir Rice (de 12 años), Aiyana Stanley-Jones (de 7 años), se ha unido al impacto de la COVID-19, comparativamente mayor entre la población negra. Un estudio del laboratorio APM explicitaba que los afroamericanos han fallecido en una proporción de 50 por cada 100.000 personas, frente a 20,7 blancos por cada 100.000. 20.000 personas afroamericanas han fallecido como consecuencia de la COVID-19.
El máximo anotador histórico de la NBA, Kareem Abdul Jabbar, ha señalado las intersecciones entre el virus y la situación actual, dado que a la mayor prevalencia de la enfermedad entre la población negra se suma el mayor impacto económico por la pérdida de trabajos: “Precisamente, cuando se están exponiendo las vísceras del racismo institucional, parece que la temporada de caza está abierta para los negros”.
Abdul Jabbar explicó: “No quiero ver tiendas saqueadas, tampoco edificios incendiados. Pero los afroamericanos han estado viviendo en un edificio en llamas durante muchos años, ahogándose con el humo a medida que las llamas ardían cada vez más cerca. El racismo en Estados Unidos es como el polvo en el aire. Parece invisible, incluso si te estás asfixiando, hasta que dejas entrar el sol. Entonces ves que está en todas partes”.
Cornel West, referencia del pensamiento de la Universidad de Harvard, expresó en la cadena CNN su convencimiento de que los episodios de la última semana son la evidencia de que Estados Unidos “es un experimento social fallido”. West se ha posicionado junto con las personas que protestan: “Doy gracias a Dios de que la gente esté en las calles. ¿Te imaginas este tipo de linchamiento y que la gente fuera indiferente?”. Y calificó a Trump como un “gángster neofascista”, aunque durante su intervención insistió en que el problema es que el sistema establecido en los últimos 200 años no tiene capacidad para reformarse a sí mismo.
“Tienes un ala neoliberal del Partido Demócrata que ahora está en el asiento del conductor con el adiós del hermano Bernie (Sanders) y realmente no saben qué hacer”, agregó West, “porque todo lo que quieren hacer es mostrar más caras negras. Pero a menudo esas caras negras también están perdiendo legitimidad: el movimiento Black Lives Matter surgió durante el mandato de un presidente negro, con un fiscal general negro y una Seguridad Nacional negra, y no pudieron cumplir. Entonces, cuando hablas de las masas de personas negras -los negros pobres y de clase trabajadora, marrones, rojos, amarillos, de cualquier color- esos son los que quedan fuera y se sienten tan completamente impotentes, indefensos, desesperados, entonces llega la rebelión”, concluyó West.
La evolución y duración de las protestas es una incógnita y los referentes históricos no permiten saber cómo se sucederán los acontecimientos. Hace seis años, el asesinato de Michael Brown, de 18 años, en Ferguson (Missouri) provocó protestas que se extendieron, con distintas intensidades, durante un mes.
Los activistas y militantes piden que, con efecto inmediato, se detenga a Tou Thao, J. Alexander Kueng, y Thomas K. Lane, los policías que permanecieron junto al agente Derek Chauvin, último responsable del asesinato, detenido el 29 de mayo, cuatro días después de la muerte de Floyd.
*Por Pablo Elorduy para El Salto Diario / Foto de portada: Bill Hackwell