De la estrategia sueca a la Villa 31: comparaciones, fantasmas y preguntas
Desde que comenzó la cuarentena, lavaca viene publicando este intercambio entre la periodista Claudia Acuña –integrante de MU- y América Vera Zavala, dramaturga sueca. En las cartas 2.0, estas amigas intercambian experiencias y sensaciones respecto al abordaje del virus aquí y allá. Hoy que Suecia está en boca de todos, conviene releer varias de las cartas y, particularmente, esta nueva como un noticiero en vivo de lo que hoy se anuncia como descubrimiento. La diferencia entre lo que se dice y lo que pasa, entre lo que no se dice y pasa, y entre las medidas recomendadas por expertos y las decisiones políticas.
Por Lavaca
Buenos Aires, Argentina, 6 de mayo de 2020
Querida América:
Aquí comenzó el frío: 15 grados. Te preciso el dato porque sé que eso no es frío en Suecia, pero acá sí, especialmente para Buenos Aires, porque ese termómetro marca el momento en que la ciudad se endurece y en este momento tan extremo, más.
Vengo de hacer las compras por mi barrio y me encontré con una noticia: los comercios minoristas abrieron, a pesar del decreto de cuarentena obligatoria que los obliga a permanecer cerrados hasta dentro de cuatro días, y quizá más, según anticipan.
Abrieron las mercerías, las casas de venta de ropa, los restaurantes, las jugueterías, las mercerías, las zapaterías y más. Todas atienden en la puerta –no permiten el ingreso al local- y colocan una mesita atravesando el umbral, donde apoyan en el lugar más visible un frasco de alcohol en gel. Casi a manera de performance realizan así, de idéntica manera, local tras local, un acto de rebelión social, para presionar sobre los anuncios inminentes de prolongación del encierro.
Debo explicarte, creo, lo más difícil de explicar: cuando el Presidente anunció hace 10 días por cadena nacional que la cuarentena se prolongaba hasta el 10 de mayo, informó que se podía salir una hora por día para transitar un radio de cinco cuadras de tu domicilio. Y especialmente, le habló a las infancias. Les dijo que también estaban autorizadas a salir durante esa hora. Al día siguiente –domingo de sol- vi muchas familias que, manteniendo prudentemente las distancias aconsejadas, salieron del encierro con sus hijos, con barbijos. Pero el Presidente también dijo en aquel mensaje que las modalidades que adoptaría la cuarentena en esta nueva etapa iban a ser dispuestas por los gobernadores de cada provincia y por el jefe de Gobierno, en el caso de la ciudad de Buenos Aires. Mi interpretación es que delegó en esas manos la responsabilidad política de la salida del encierro. No estoy segura, claro. Lo que sí es un hecho es que al día siguiente el gobierno porteño anuló la posibilidad de salir una hora y también, que lo hiciera la niñez. Tengo amigas a las cuales les resultó muy difícil explicarles a sus hijos por qué no podían salir, a pesar que lo habían escuchado de boca del Presidente. Y lo difícil sobre lo ya difícil es un combo muy peligroso. Mucho más en estas circunstancias donde la información clara es vital para obtener consenso social a medidas antisociales.
Ubico entonces ahí la primera rajadura, que fue detectada inmediatamente y con la precisión que solo tienen los oportunistas políticos para calar más hondo. Eso, en nuestro país, es lo que hace la derecha, que sólo leva al ritmo de los errores de aquello que, para abreviar, voy a llamar “progresismo”.
A esta situación que comenzaba a ponerse delicada se sumó, en paralelo, los motines en las cárceles para exigir salir, ante el peligro de una epidemia de coronavirus dentro de los penales. Aquí pesó mucho el segundo problema del discurso oficial que justifica el encierro de toda la población en sus casas: la velocidad de expansión del virus –lo cual es cierto- y su poder letal- lo cual no parece ser hasta ahora tan certero. Hasta el momento, las estadísticas del ministerio de Salud indican que la letalidad del coronavirus alcanza al 6% de los infectados, y, según entiendo de los partes, ha provocado esas muertes en personas con patologías previas. Pero los discursos que circulan –no sólo desde el gobierno, aclaro- señalan que el peligro no está en que la cantidad de infectados colapse el sistema sanitario –principal motivo de esta cuarentena- sino en la letalidad del virus, como hoy mismo leo que el Presidente dijo para responder a la demanda de apertura: “Salir de la cuarentena como reclaman algunos es llevar a la muerte a miles de argentinos”.
Repito: llevar a la muerte a miles de argentinos.
¿Eso representa el coronavirus?
No es lo mismo que decir: “Llevar a que miles de argentinos sean infectados”.
Durante las primeras semanas de la cuarentena el gobierno ha difundido fotos con los hospitales de campaña montados en campos militares y también en un parque temático, Tecnópolis. La más impactante fue la foto de las fosas comunes que ordenó cavar el intendente de Córdoba Capital.
En el contexto de estos discursos oficiales es más fácil comprender por qué el primer infectado de coronavirus en un penal desató un motín. Tengo que aclararte que las cárceles argentinas no son cárceles: son mazmorras atestadas de personas que, en su gran mayoría, están a la espera de una condena. La violencia de esas protestas en las cárceles obligó a jueces, a través de la presentación de un habeas corpus colectivo, a liberar a algunos detenidos. Inmediatamente diferentes organizaciones de víctimas exigieron que no se libere a criminales peligrosos. Y muy especialmente, a quienes estén encerrados por delitos de violencia contra las mujeres. Otra vez el contexto es necesario para comprender este aireado reclamo: la cantidad de femicidios que se produjeron durante la cuarentena, hecho despreciado por la Ministra de las Mujeres en los informes que dio por teleconferencia ante el Senado, primero y ante Diputados, después.
Así las cosas, sumando ingrediente con ingrediente y con el caldo del malestar agitado por fake news salidas de las peores cuevas, estalló un cacerolazo en repudio a la “suelta de criminales, violadores y asesinos”.
Fue ruidoso, muy masivo y muy mal comprendido, según interpreto.
Las aclaraciones del gobierno llegaron tarde y mal. Recién ayer el Presidente precisó que se liberaron solo 300 de las 12.500 personas requeridas, ninguno de los que había cometido delitos graves, y que todas las liberaciones fueron dispuestas por jueces, es decir que no hubo responsabilidad ni del Presidente ni del gobernador bonaerense en estas decisiones. Obviamente estos nombres fueron los señalados por….¿quiénes?
Acá la cosa se complica un nivel más, como sucede en los juegos virtuales. Argentina está negociando con los acreedores financieros –más conocidos aquí como “buitres”, con perdón de los buitres- y eso significa que la oferta del gobierno es no pagar lo que piden y la contraoferta, ya te imaginarás.
Pero como si esto fuera poco, se sumó un ingrediente más: luego de algunos rounds que incluyeron un pronunciamiento de la Corte Suprema sobre si era constitucional sancionar leyes en sesiones realizadas por teleconferencia, el proyecto que propone el gobierno sancionar así es un impuesto a las grandes fortunas. El Presidente lo definió como “una contribución única” que “afecta a 1.200 personas que tienen en conjunto unos 1.300 millones de dólares.”
Repito: 1.200 personas tienen en Argentina y en estos momentos, 1.300 millones de dólares.
Ayer el ministro de Salud informó que la ocupación de camas en terapia intensiva es por ahora del 40%.
¿Falta lo peor o ya pasó?
Lo peor, sin embargo, ya está pasando.
En los sectores más golpeados –pequeños comercios, cooperativas, profesionales independientes ( abogados, psicólogos, etc)- la ayuda del Estado no llega, en otros no alcanza, y a los que llega, no beneficia a quienes debería, sino a los mismos de siempre: sectores enteros de la economía han recortado un 25% los salarios, a pesar de que muchas empresas han recibido subsidios para pagar esos sueldos.
Hay 301 infectados por coronavirus en la Villa 32, de Retiro, donde no hay agua desde hace 14 días.
Repito: no hay agua desde hace 14 días en un barrio donde viven 43.000 personas empobrecidas y en plena pandemia que obliga a lavarte, como mínimo, las manos.
En tanto, un grupo empresario local anunció su asociación con una minera china para explotar un emprendimiento en una zona en la que está prohibida por ley.
La reclusión obligatoria, entonces, se quebró en Esquel, donde cientos de personas marcharon con barbijo y a un metro de distancia para recordarle al Estado que gobierne quien gobierne no a la mina es no.
Y ese mismo día en La Plata docenas de mujeres, con barbijo y a un metro de distancia, se plantaron en la plaza principal para gritar “paren de matarnos”.
Conozco desde hace treinta años a la señora que hoy me vendió clandestinamente un ovillo de lana roja. En todos estos años, jamás hablamos de política ni de ninguna otra cosa que no sean botones, hilos y el número de aguja adecuada para con tal lana obtener tal tejido. Por primera vez hoy, levantándose el barbijo para que pudiera escucharla mejor, se atrevió a cruzar ese límite implícito y me dijo:
—Como pueblo tenemos muchos defectos, muchos, y de política nos comimos varios sapos, pero si de algo sabemos mucho es de economía. No la estudiamos: la olemos.
Y para expresarme qué huele ahora se subió el barbijo.
Es ese olor infecto el que circula ahora por las redes sociales. Me sorprende que en esas cuevas se hable cotidianamente de Suecia, por ejemplo. He leído posteos de intelectuales con prestigiosos posgrados que aseguran sin datos que en Suecia “todos los días cuentan miles de muertos” y también he leído a los más nefastos referentes de la derecha citar a Suecia como ejemplo para alentar el fin de la cuarentena.
También leí un artículo muy interesante publicado en un diario español que analiza el caso sueco en esa doble tensión: criminalizado por ser el único país que sigue otra forma sanitaria y política de enfrentar al virus y, al mismo tiempo, agitado como ejemplo por la derecha más rancia, que no distingue entre un sistema sanitario público de acceso universal de aquellos que sostenemos con mucho esfuerzo humano países empobrecidos por la rapiña financiera que sembró esta brutal pandemia de desigualdad.
Unos disfrutarían que Suecia tuviera millones de muertos, otros celebran cualquier cosa que les permita depredar más.
En el medio estamos vos, la señora de las lanas, yo, millones de nadies, atravesando esta pesadilla con el único contacto humano permitido: el olor.
P.D.: Han pasado cuatro días desde que escribí estas líneas. El presidente anunció por cadena la prolongación de la cuarentena obligatoria hasta el 24 de mayo. Para justificarla, entre otros argumentos, dijo: “Si no hacemos esto vamos a ser Suecia”. Los diarios se llenaron de notas sobre la estrategia sueca. Mucha opinión, poca información. Pero ya es evidente: analizar juntas el camino elegido por nuestros dos países era lo que teníamos que hacer.
Te abrazo.
Estocolmo, Suecia 11 de Mayo 2020
Querida Claudia
Un par de días atrás le mande un mail a mi suegra preguntándole si quería regalarle a Ernesto, que cumple años el 22 de mayo, un ropa muy linda que encontré a un precio muy bueno. En su respuesta me dice que sus ojos se llenan de lágrimas cuando piensa en todos los cumpleaños que pasó con Ernesto y que ahora ni lo va poder ver ni sabe cuándo. Las personas que dicen que en Suecia se vive una vida normal están muy equivocadas. Nosotros también perdimos nuestra normalidad al inicio de marzo, pero sí es cierto que la estrategia sanitaria sueca está siendo debatida en todo el mundo y lo que se dice muchas veces no son equivocaciones, sino historias mal contadas con la intención de crear un mal o buen ejemplo.
¿Por qué el presidente de Argentina le habla a los argentinos sobre Suecia en un discurso sobre la cuarentena? Eso es político.
Mucha gente dice que lo más difícil de la cuarentena no es entrar, sino salir. ¿Cómo se sale de una situación donde se dice que nadie va morir si todos nos quedamos en casa? ¿Cómo salir de casa?
Esta mañana hablé con una amiga (sueca) que tiene un novio (palestino) que vive en Nueva Zelanda. Ella probablemente regrese a Suecia en una semana. Sabe que no va poder regresar porque los ingresos a Nueva Zelanda están por el momento prohibidos. La estrategia de la isla es Corona Cero. La estrategia de Suecia está basada en otro paradigma: temprano o tarde casi toda la población va ser contagiada. Lo importante es que no todo el mundo esté contagiado al mismo tiempo porque el sistema de salud público no tiene capacidad para responder a una demanda masiva. La Agencia de Salud Pública y los epidemiólogos acá hablan mucho sobre un tema calve: una de las varias cosas que son difíciles para enfrentar a un virus así es saber cuándo implementar una medida, porque la medida debe entrar en el momento correcto. A mí me da la impresión (sin ser experta) que Argentina entró en cuarentena muy temprano y por eso las medidas ahora tienen más efecto negativo en la gente, la economía, la salud pública (entendiendo como parte de la salud de la población los femicidios, la salud psíquica, etc.) al priorizar el efecto en el sistema de salud del coronavirus. En Gran Bretaña parece que las medidas fueron implementadas muy tarde, por eso la tasa de muerte es alta. Pero ojo: cuando, por ejemplo, se compara Suecia con los otros países nórdicos, el epidemiólogo Johan Giesecke – uno de los más destacados del mundo- dice que al final de este proceso, que será largo, los países nórdicos van a tener más o menos la misma tasa de mortalidad. El futuro nos contará si tiene razón.
El presidente de Argentina no es el único que se refiere a Suecia. Trump también ha hablado sobre Suecia de manera negativa un día, positiva otro, para al tercer día volver a lo negativo. La extrema derecha norteamericana, que sale a la calle armada para protestar contra la cuarentena, porta carteles que dicen que Estados Unidos debería hacer como Suecia. En los últimos días la Agencia de Salud Pública de Noruega dijo que cerrar las escuelas y jardines habría tenido muy poco impacto. Suecia no los cerró nunca. Sin embargo, no fue una media recomendada por los expertos, sino una decisión política.
El otro día el jefe de las páginas de Cultura del periódico de Gotenburgo Björn Werner escribió una columna bastante humorística que decía que solamente en un país donde uno está acostumbrado a pasarlo tan aburrido se puede aplicar medidas que son tan sostenidas, porque ahora que los países europeos están abriendo la cuarentena, nosotros seguimos cerrados a medias (o abiertos a medias, depende de tu perspectiva). Y claro que tiene razón: en un país tan conocido porque nunca pasan cosas muy dramáticas la estrategia contra el coronavirus también es poco dramática.
Lo que yo me pregunto es por qué en el mundo sólo Suecia sigue otra estrategia. Es decir, por qué existe esta falta de variación para enfrentar este virus.
Ese falta de variación me hace recordar los debates sobre el FMI en los años noventa, cuando la crítica contra los programas de ajuste estructural había crecido mucho. Fue por entonces que Joseph Stieglitz, Susan George o Walden Bello comenzaron a hablar sobre el gran daño que creaba la política de la FMI por su falta de variación, por su falta de respeto a las diferencias de los países, y las diferencias dentro de los países. Los expertos del FMI parecían ciegos y mudos, guiados por una ideología neoliberal que mataba, porque la gente se moría de hambre.
Lo que yo me pregunto es por qué morir de Covid-19 es peor que morir de hambre. No es una pregunta retórica. Si todo el mundo se puede “cerrar” por un virus mortal, ¿por qué no se cerró también ante todas las muertes que produce este sistema? Eso es político.
El otro día hablé con una amiga en África del sur. El problema ahi es que no existe ningún tipo de medidas complementarias a la cuarentena. La gente que no tiene casa, ¿cómo se va a quedar en casa? La gente que vive junto a muchas personas en espacios pequeños, ¿cómo va a mantener la distancia de un metro? La gente que no tiene agua, ¿cómo va a lavarse las manos? Si en Suecia la recomendación de “trabajar en casa” ya revela las violentas diferencias de clase, ¿qué sucede en otros países donde la desigualdad es mucho mayor?
Me han contado que Bogotá la gente con hambre cuelga un lienzo rojo en su ventana.
Es una imagen desgarradora.
Este sábado a Camilo tuvo gripe, y en la noche su hermano le había diagnosticado corona. Cuando estamos cenando me lo dice: “mamá, creo que tengo corona” y sus lágrimas se derramaban por su cara de seis años. Al día siguiente se levantó alegre para jugar al fútbol. Esa es nuestra normalidad.
Besos
América.
*Por Lavaca / Imagen de portada: AP.