Guerra, ¿qué guerra?
Desde hace un tiempo, un conjunto de intelectuales y numerosas voces dentro de los movimientos sociales y populares anti-sistémicos, venimos advirtiendo, con notoria insistencia, en un hecho cada vez más preocupante por la dinámica frenética con que los poderes del mundo predisponen el escenario para la confrontación mundial: insistimos, para quien quiera escuchar, que estamos en guerra.
Lógicamente nadie quiere saber nada con asumir una premisa tan dolorosa, nadie quiere vivir en guerra. Y sobran los ejemplos de quienes en medio de las confrontaciones más brutales de la historia humana, continuaron su “vida normal” casi como si nada sucediera (o al menos ellos creyeron poder vivir en esa mentira sin salpicarse con la sangre que regaba la tierra). Así sucedió con gran parte de la población civil durante las guerras mundiales, con grandes sectores de la población civil latinoamericana durante el Plan Cóndor, y actualmente sucede en Tel-Aviv, o en las grandes ciudades colombianas que votaron por continuar en guerra porque creen no sentir cotidianamente esa brutal carnicería que el imperialismo despliega desde hace más de 50 años en las selvas y campos del país hermano.
Incluso dentro del “campo amigo”, la mayoría desoye las voces de alarma. Están quienes toman a la ligera las angustiadas advertencias, y optan por hacer de cuenta “que nada sucede” más allá de la coyuntura, y que la violencia que nos rodea mutaría con un retoque institucional o un cambio en el signo u orientación de algún gobierno particular (que puede quizás atemperarlo por un acotado período o, para ser más justos con la realidad, puede envolver la violencia en discursos progresistas que permitan el despliegue de la mafia y la policialización –que es lo mismo- sobre los territorios, mientras habla de derechos humanos y cuentos de hadas); están también quienes prefieren seguir abrazando sus sueños/pesadillas de una normalidad capitalista (siempre violenta), y preguntan en voz alta: ¿Cuándo el capitalismo no estuvo en guerra con los pobres?, creyendo en la posibilidad de continuar con una práctica organizativa y política “clásica”, sin poder explicarse el sistemático fracaso de sus propuestas.
Pero más allá de quienes no están dispuestos a hacer cuerpo una afirmación tan cruda como que estamos en guerra, la realidad no deja de darnos violentas bofetadas que apuntan a señalar que ha mutado la naturaleza misma de la organización social, económica, política y militar del mundo, es decir, estamos en presencia de una modificación no sólo cuantitativa de los modos de dominación, sino que hay un cambio de paradigma profundo desde el que los poderosos del mundo piensan y ejecutan la dominación.
Luego, estamos quienes, con preocupación frente a la parálisis táctica y la desorientación estratégica del “campo amigo”, nos hemos volcado a tratar de comprender en sus fibras más sensibles y estructurales, qué significa “estar en guerra”, y asumiendo la premisa, buscamos librar la batalla más digna que podamos desplegar. Sin embargo, aún entre nosotros, la desorientación reina; y esto quizás porque una vez asumido un hecho tan angustiante y dislocante para nuestro presente y futuro, como es la guerra, nos falta aún comprender de qué guerra estamos hablando.
Estamos quienes, con preocupación frente a la parálisis táctica y la desorientación estratégica del “campo amigo”, nos hemos volcado a tratar de comprender en sus fibras más sensibles y estructurales, qué significa “estar en guerra”, y asumiendo la premisa, buscamos librar la batalla más digna que podamos desplegar.
Juan Domingo Perón explicaba en sus Apuntes de Historia Militar, que la organización y preparación del ejército “no se desarrolla pensando ambiguamente en la preparación para la guerra, sino que ello entraña una tarea más concreta: el ejército se prepara y organiza para una guerra determinada”. Y agregaba aún: “esa guerra determinada impone un esfuerzo determinado también, a realizar en un teatro de operaciones determinado” (197: 1934).
Entonces, para poder prepararnos y organizarnos para resistir esta guerra fratricida que están desplegando los poderosos del mundo contra los pueblos , debemos poder desentrañar poco a poco (pero rápidamente) qué tipo de guerra están desenvolviendo, es decir, cuáles son sus dinámicas y premisas más notorias. Y la urgencia tiene que ver con la necesidad de observar un principio “de manual” militar: “los errores que se cometen en la concentración inicial de los ejércitos difícilmente pueden repararse en todo el transcurso de la campaña” (Perón; 211: 1934).
Sin embargo, esta tarea es hoy sumamente compleja, y esto por un motivo concreto: tal como nos advierte Raquel Gutiérrez Aguilar, el nuevo dispositivo de contrainsurgencia que están ejecutando en esta parte del mundo busca generar “una situación en la que no se entienda qué está pasando […] es decir provocar lo que yo llamo una opacidad estratégica”. El despliegue de una opacidad estratégica sumamente violenta, busca justamente una situación de desorientación y parálisis, que entendemos nosotros, es apuntalada por eventos dislocantes que generan un shock social transversal que confunde aún más, encerrando a los sujetos individuales y colectivos en el temor, la desazón y la impotencia. Es Naomi Klein quien muestra y explica de modo detallado, cómo las ideas de libre mercado actual sólo fueron y son posibles de implementar mundialmente a través de impactos en la psicología social a partir de desastres o contingencias, provocando que, ante la conmoción y confusión, se implementen planes que de otro modo los pueblos no aceptarían. Es ese método el que ella denomina “Doctrina del Shock” (2007).
Pero si bien el párrafo anterior puede darnos una primera aproximación a los modos de esta guerra particular, con comprender nuestra incapacidad analítica y realizadora, no resolvimos el problema, sino que sólo nos obliga a adentrarnos aún más en el estudio de la guerra tal cual se está desarrollando en los enclaves más violentos del planeta, utilizados por el nuevo orden mundial como laboratorios. Tomando nota de las afirmaciones de Donald Rumsfled en 2001, cuando expresó que “las técnicas empleadas por los israelíes contra los palestinos podían desarrollarse a gran escala”, es que Gregoire Chamayou (2016) intenta sistematizar el modo en que la violencia se está desplegando a nivel mundial, concentrándose en las experiencias más dramáticas y brutales, como son los ataques incesantes sobre Palestina, Paquistán, Siria e Irak, entre otros.
Así es que Chamayou en su libro Teoría del dron, asegure que “con el concepto de ‘guerra global contra el terror’, la violencia armada perdió sus límites tradicionales: indefinida en el tiempo y también en el espacio. El mundo es, digamos, un campo de batalla. Pero sería más exacto decir: un terreno de caza. Porque si se globaliza el radio de la violencia armada, es en nombre de los imperativos de la persecución. Si la guerra se define en última instancia por el combate, la caza se define esencialmente por el seguimiento” (2016: 56). Lo que el autor nos señala, es una modificación en la naturaleza misma del concepto de guerra, que deja de lado los elementos militares más clásicos para policializarse. La guerra, se despliega ahora desde una lógica securitaria y policial, que identifica “elementos peligrosos”, los vigila y posteriormente aniquila. Esta nueva estructura de violencia la denominan en los centros estratégicos del poder como “cacería humana preventiva”.
Con el concepto de ‘guerra global contra el terror’, la violencia armada perdió sus límites tradicionales: indefinida en el tiempo y también en el espacio. El mundo es, digamos, un campo de batalla. Pero sería más exacto decir: un terreno de caza. Porque si se globaliza el radio de la violencia armada, es en nombre de los imperativos de la persecución. Si la guerra se define en última instancia por el combate, la caza se define esencialmente por el seguimiento.
El nuevo tipo de violencia tiene sus teóricos militares, quienes vienen trabajando de manera acelerada en la elaboración de principios de esta nueva doctrina estratégica. En el 2009, George Crawford, escribió un informe en que proponía “hacer de la cacería humana uno de los fundamentos de la estrategia estadounidense” y convocaba a la creación de una “agencia nacional de la cacería humana”. Con el despliegue de esta estrategia, es que “contra la definición clásica de Clausewitz, esta guerra ya no se piensa en su estructura fundamental como un duelo” insiste Chamayou (2016: 39), y agrega: “el paradigma no es el de dos luchadores trenzados, sino otra cosa: un cazador que avanza y una presa que huye y se esconde”; luego remitiendo a las palabras del propio Crawford cita “en la competencia entre dos enemigos combatientes, el fin es triunfar en la batalla provocando la derrota del adversario”, en cambio un escenario de cacería humana preventiva es diferente ya que “el fugitivo busca evitar la captura, mientras que el perseguidor quiere alcanzar y capturar a su objetivo: el cazador necesita la confrontación para ganar, mientras el fugitivo debe huir para ganar”.
Teniendo en cuenta entonces la modificación en la naturaleza misma de la guerra, Chamayou va un paso más allá y advierte que el mismo tiene consonancia con una modificación en la estructuración social, donde habría un corrimiento en las lógicas de dominación, produciéndose un reemplazo del “vigilar y castigar” foucaultiano, a un “vigilar y aniquilar” propio del modo de violencia actual. En todo este entramado, las tecnologías de producción, recopilación, procesamiento y sistematización de datos se vuelven centrales, y entre todas ellas, el dron, como táctica tecnológica que posee un “ojo que dispara”, se vuelve el vértice nodal de la guerra presente.
Luego de explicar los principios guevaristas y maoístas de la guerra por guerrilla, Chamayou advierte que “el dron aparece como la respuesta tardía a este problema histórico (para el imperialismo): vuelve contra la guerrilla, pero según una fórmula radicalmente absolutizada, su viejo principio: privar al enemigo del enemigo.
Un partisano enfrentado a un ejército de drones no dispone de ningún blanco para atacar” (2016: 65). Y tomando las palabras del mayor general de la Air Force Charles Dunlap, completa: “el dron, crea la oportunidad de dislocar la psicología de los insurgentes”. ¿No son acaso estos principios, los mismos que rigen la opacidad estratégica y la doctrina del shock? Claramente sí. Y repreguntamos: frente a un ataque de drones ¿cómo organizarse? ¿a quién disparar? ¿de quién defenderse? ¿cómo hacerlo? ¿en qué momento?. E insistimos: ¿no son las mismas preguntas que no encuentran respuestas en nuestro intento de resistencia en la guerra securitaria y policializada en estas tierras?
Pensar el dron en nuestro teatro de operaciones donde aún no sentimos el zumbido constante de su control y el siempre posible ataque, balanceándose sobre nuestras cabezas, es pensar la mutación de paradigmas, porque con dron o sin él (al menos no de modo constante y masivo), los principios estructurantes de la violencia son los mismos. Prepararnos para la guerra que ya está sucediendo a nuestro alrededor, sobre y dentro de nosotros mismos, es también poder avanzar en su comprensión, no para el análisis pasivo, sino para el desarrollo urgente de estrategias que nos permitan la sobrevivencia, y por qué no, el triunfo, en esta guerra policial en la que somos la presa.
*Por Sergio Job
Referencias:
CHAMAYOU, G. (2016) Teoría del dron. Ed. Futuro Anterior. Bs. As.
GUTIERREZ AGUILAR, R. (2016) entrevista en Marcha Noticias.
KLEIN, N. (2007) Doctrina del Shock.
PERÓN, J.D. (1934) Apuntes de historia militar. Ed. Círculo Militar. Bs. As.