«Están pintando esa pared por mí»
Comienzo diciendo que iría a la catedral de Rosario y pintaría «mi cuerpo es mío» y «basta de matarnos».
Como hombre lo pintaría.
Lo digo porque la heteronormatividad me hizo doler. Recupero un par de historias al respecto.
Aprendí cuando era chico -no recuerdo ni cuándo ni cómo- que ponerme la ropa de mi vieja y usar sus maquillajes estaba mal. Pero lo hacia igual, cuando mis padres se iban.
De más grandecito, viví el entrenamiento de machito de ir al boliche a tirotear minitas con el contador en la mano como una disyuntiva en la que o hacía eso o no hacía nada; contradicción que no supe resolver y me incliné más por no salir, por quedarme leyendo, escribiendo canciones.
Sublimación le dicen.
Dos anécdotas cuyo valor no radica en que puedan ser generalizables sino en que llaman la atención sobre la multiplicidad de vivencias posibles de la construcción de la identidad de género en contraposición a las reducidas opciones para clasificar esas vivencias.
Muchos modos de ser hombre murieron en mí, sea porque otros los asfixiaron o porque entendí que yo debía matarlos antes que los descubrieran.
Pintaría esa pared para visibilizar la matriz que hoy sigue produciendo esos dolores a otros. Matriz que administra el dolor de constituirse hombre y el de constituirse mujer.
Pero no es lo mismo para un hombre que para una mujer. Porque es sobre la mujer que hoy se coacciona institucionalmente impidiéndole tomar decisiones sobre su cuerpo; porque machitos las matan por ser mujeres, simbólica pero sobre todo físicamente: hay un femicidio cada 30 horas.
Tiempo tuvo que pasar para que incorpore las herramientas para entender mis historias y las de otros.
No fue de mi familia de matriz católica, nacionalista y heteronormativa. Tuve que circular por otros campos de la formación y de la experiencia para poder nombrar, entender y reubicar en mi psique muchas de las aquellas marcas, para reconocer que hay múltiples modos de constituir identidad.
Y no hacemos lo mismo con ese dolor.
Es el colectivo de mujeres el que más está visibilizando esta matriz llamada cultura del patriarcado.
Están pintando esa pared por mí.
Me sale decir, en un arrebato del lenguaje, que lo hacen porque tienen más ovarios de los huevos que yo tengo, pero esa metáfora avícola de medir el coraje en cartones de huevos viene de la misma matriz que me hizo daño. Matriz que enraizada en las palabras, en las metáforas que construimos con ellas, en el mundo que vemos a través de esas metáforas.
El movimiento feminista es una lucha por las masculinidades y por todo el abanico de identidades de género. En algún momento entendí esto como algo evidente.
Pero nada más lejos de lo evidente que la negociación simbólica al interior de una sociedad. Por eso estamos ante una cuestión de orden político que precisa de una intervención del espacio público. Por eso la lucha se da en la calle.
Es un problema político cuando todavía un culto religioso tiene injerencia sobre la política del Estado argentino, cuando un gobierno instala la noción de que el reconocimento de colectivos vulnerados no es un asunto colectivo. Tenemos un Papa que habla de la ideología de género como un virus, de un país donde un obispo le pide al gobierno de turno derogar la ley de matrimonio igualitario, gobierno de turno que -entre tantos retrocesos- desfinancia programas de contención a las víctimas de género y que reprime una movilización como la de ayer en Rosario, la del Encuentro nacional de mujeres.
Encuentro que sólo fue noticia a partir de la represión de ayer. Para que dimensionemos la matriz: hubo 100 mil mujeres durante tres días debatiendo en casi 70 talleres sobre problemáticas reales y urgentes y sólo se difundió que ligaron balas porque pintaron paredes.
Los discursos del sentido común, espejados con los titulares de los medios hegemónicos reclaman: «no pinten la pared, pinten sus casas», «no hagan eso en la calle, la calle es mía también».
Detrás de esta objeción por las formas subyace una concepción de lo público deudora de la propiedad privada, de una concepción individualista de lo social. El foco se pone en lo material y se presiona para recluir el reclamo al orden de lo privado.
Por eso la discusión no puede ser sobre una pintada en una pared sino sobre cómo te criaron y sobre rol del Estado en la protección de los colectivos más vulnerables. Debe ser sobre cómo tu atención es guiada para sólo mirar la pared y no sobre cómo el debate te involucra en lo más íntimo. Discutamos después si la pintada conviene o no al objetivo de la visibilización.
Pero la cosa funciona. La movilización está removiendo fundamentos.
Últimamente estoy fascinado porque en grupos de amigos hombres el cuestionamiento de los modos de ser aparece con regularidad y hay discusiones informadas. Y se suma un ingrediente muy interesante y complejo de analizar: algunos integrantes tratan a las expresiones públicas de los otros en relación a igualdad de género como recursos para conseguir mujeres; una acusación en clave humorística, a sabiendas de que se trata de expresiones genuinas.
Haciendo un análisis -imprudente por lo breve- diré que si bien este tratamiento puede ser entendido como una pervivencia de la óptica patriarcal, es al mismo tiempo un hábeas corpus que permite que ese cuestionamiento se instale en el grupo y comience a operar como modo alternativo de mirar el mundo. Y funciona, porque los modos de comportarse están cambiando.
Cierro sosteniendo que hay que abrazar e impulsar estas movilizaciones que invitan a cuestionar los modos naturalizados de construir nuestra identidad de género, y a estar al tanto de la agenda de luchas que hoy por hoy son críticas para sectores con derechos vulnerados.
*Por César de Medeiros. Fotografía: En Movimiento TV y Fer Leunda