Hambre
Hambre no es ganas de comer un sandwich, ni ponerse de mal humor cuando se pasó la hora de la comida.
Hambre es otra cosa.
Morirse de hambre, es otra cosa.
Es largo, doloroso y terrorífico.
El cuerpo no entiende, pero activa un plan de defensa, que consiste en empezar a comerse la grasa.
Pero no alcanza.
El hambre sigue. Ese dolor en la panza, que se extiende y se agudiza. Esa sensación de estarse deshaciendo.
Las células descomponen sus propias proteínas, para alimentar al cerebro.
El cuerpo espera, mientras la piel se va secando, el pelo se cae, las uñas se quiebran, la respiración se hace difícil.
Eso se llama catabolismo. Tu cuerpo se come a sí mismo, tratando de sobrevivir.
Los científicos han comprobado que el cerebro sigue funcionando. Sabe lo que pasa. Ve acercarse a la muerte en esos retorcijones de hambre, en esa irritabilidad, que es desesperación.
Así se muere de hambre.
En estas fechas, como dijo la ministra, y en todas las fechas, mientras se pasan la pelota.
Que no es pelota. Es responsabilidad institucional.
Un niño muerto de hambre no es un carnaval, que sucede siempre en determinada época.
Un niño muerto de hambre es un crimen de Estado.
Un fracaso social.
Una aberración.
Ahora, antes y siempre.
*Por Cecilia Solá / Imagen: Colectivo Manifiesto.