Diciembre: Sur, macrismo y después
Por Redacción La tinta
Es 10 de diciembre de 2019, día marcado en el calendario desde hace meses, posiblemente años. El último día del presidente Mauricio Macri a cargo del gobierno nacional. Se va el peor equipo de los últimos cincuenta años que se jacta, entre sus mayores logros, de haber finalizado su mandato. «Nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno”, afirmaba el ex ministro de Finanzas Nicolás Dujovne allá por 2018, cuando no se divisaba en el horizonte la posibilidad de perder las elecciones en primera vuelta.
Se va el peor gobierno democrático de la historia argentina moderna y deja a su paso un país con 40,8% de pobreza y 8,9% de indigencia -según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA-, lo que significa que el gobierno de Cambiemos incrementó la pobreza en 10 puntos en cuatro años: casi 5 millones de personas.
Inflación, megadevaluación del peso y destrucción del salario real; desindustrialización y desempleo; endeudamiento exterior y co-gobierno con el Fondo Monetario Internacional; aumento de la represión y construcción de enemigos internos; negacionismo de la dictadura cívico-militar; y un irrisorio presupuesto -$11,36 pesos por mujer- para ejecutar la Ley 26.485 de prevención, sanción y erradicación de la violencia machista en un país donde cada 36 horas hay un femicidio. Son tantos los sinsabores de estos últimos 4 años que se hace difícil nombrar cada política, cada momento, cada palabra con la que nos han avasallado, avergonzado, violentado y hambreado.
Pero es 10 de diciembre y llegó el momento de brindar por el “Macri ya fue”. Alzar las copas por las resistencias que mantuvimos estos años, porque la política del miedo y la mano dura no lograron derrotarnos. Fuimos y somos parte de la confluencia de fuerzas que lucharon para que no arrasen con todo.
Mañana es 11 de diciembre y las luchas y los conflictos sociales seguirán allí. En Argentina y en la región.
Desde aquellos primeros días de octubre en que nos llegaban ecos de las revueltas en Ecuador hasta hoy, una ola de estallidos, golpes de Estado y avance de la derecha en las urnas nos obligó a ampliar la mirada y a ubicarnos, a recordarnos, como parte de una América Latina en disputa.
Y, en ese punto, las imágenes de la Argentina, a partir de ahora, se complejizan, se entretejen y se bifurcan. A simple vista, el mapa dibuja un país que se inclina hacia el progresismo (con las connotaciones históricas de este término) en una región que se dirige -al menos, sus gobernantes- hacia el lado opuesto.
En Chile, el gobierno de Sebastián Piñera lleva más de un mes “en guerra” contra el pueblo, reprimiendo el levantamiento popular y desnudando que la dictadura de Pinochet nunca terminó de dejar el poder. En Bolivia, un sangriento golpe de Estado dejó en evidencia que el racismo y el fascismo gozan de buena salud, aún durante la era progresista, y que los errores o flaquezas de la construcción del MAS durante todos estos años se está pagando con la sangre de quienes se oponen al gobierno de facto. En Paraguay, los movimientos indígenas y campesinos sangran bajo la represión extractivista. Un Brasil donde el fascismo avanza sobre las conquistas populares de la mano de Jair Bolsonaro, la cara visible de un entramado político que destituyó a la ex presidenta y orquestó el arresto de Lula, el principal candidato de las últimas elecciones. Y un Uruguay que cierra un ciclo de años de progresismo y consagra en las urnas a un nuevo gobierno de derecha conservador.
Pero hay mucho de la imagen de la Argentina como la isla progresista del momento que no encaja, no cierra. Porque, si hacemos zoom en ese mapa, también aparecen los macristas enfurecidos con el resultado electoral, los sectores del campo organizados y su amenaza a cualquier medida que perjudique a la histórica oligarquía del país. Y si la lupa avanza un poco más y recorremos algunas de las figuras que integran el equipo del nuevo gobierno, así como muchas de las alianzas y prioridades anunciadas por Alberto Fernández, vemos que tampoco la Casa Rosada estará los próximos cuatro años completamente exenta de las derechas que acechan dentro y fuera.
Mirar para atrás siempre ayuda a ubicarnos en el futuro. Recuperar los últimos cuatro años que nos encontraron unidxs frente a un enemigo común del pueblo será fundamental: cuidar las amistades y alianzas, reforzar la organización y sostener los ideales. Como así también será necesario no olvidar lo aprendido y recordar los errores de antes para no repetirlos: la vieja política, la fragmentación de luchas durante el kirchnerismo, las banderas postergadas por las urgencias electorales.
Mauricio y Cristina; Mauricio y Alberto; no son lo mismo. No es igual el Kirchnerismo de la década del 2000 en relación al Albertismo que hoy empieza. Y tampoco nosotrxs somos lxs mismxs que hace diez años, que hace cuatro años. Muchas cosas cambiaron.
Se anuncia el comienzo de otra época: otras violencias, otros peligros, otros desafíos nos miran de frente a quienes caminamos el abajo, que nos organizamos y creemos en la construcción de un mundo más justo. Nuestras luchas populares y feministas se vuelven más importantes que nunca para interpelar al nuevo gobierno. Bien sabemos que -y es lo que nos sostiene día a día-, en este mapa que vemos y que se está reconfigurando, los territorios siempre siguen y seguirán impregnados de movimientos de defensa de los bienes comunes, de búsqueda de justicia ante las violencias patriarcales, coloniales y extractivistas, de horizontes de soberanía y de luchas por la dignidad.
* Por Redacción La tinta / Imagen de tapa: Lucía Prieto