La verdad sobre la mesa: miseria de las estadísticas
El telón mediático montado para presentar las cifras oficiales de pobreza en INDEC (interrumpidas en su publicación desde el año 2013) no es improvisado. Los índices y su explicación llegan a escena perfectamente orquestados con los relatos de “antes mentían”, el “sinceramiento” y “la pesada herencia”.
Mauricio Macri viene definiendo la agenda política como si estuviese jugando a la rayuela, trazando a voluntad con su tiza mediática la línea del 1 (32 por ciento de pobreza) y la línea del cielo (Pobreza 0).
No tiene lógica defender los desmanejos estadísticos previos. Si no se parte de reconocer que la suspensión de la publicación de las cifras no fue la mejor opción entre las posibles, difícilmente podamos avanzar hacia la comprensión de lo que está sucediendo. Pero al mismo tiempo, quedar en silencio ante la manifiesta construcción de un mito estadístico puede costar demasiado caro. “Sincerar” los datos sin socializar las herramientas para leerlos no es solamente un error técnico, sino un acto de deshonestidad política.
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Los pobres no se cuentan como se enumeran manos alzadas por la positiva, la negativa y las abstenciones para una moción asamblearia. La estadística no funciona de ese modo. La pobreza se calcula. Se pondera. Se define teóricamente. Pero esto se olvida con facilidad.
Primero se calculan las canastas básicas de cada región. En base a la Encuesta de Gastos del Hogar (ENGHO) se estipulan los hábitos alimenticios promedio y se traza una línea. Sí, como las líneas de la rayuela. Por debajo de esa línea las personas no llegarían a cubrir los consumos alimenticios mínimos y son consideradas indigentes. En Córdoba, para junio de 2016 la Canasta Básica Alimentaria (CBA) para un adulto equivalente está tasada en $1.614.
¿Qué nos permite conocer la línea de pobreza? Justamente eso: cuántas personas no llegan a ese umbral mínimo de consumos. En el caso de Argentina en 2016, un tercio de la población.
Para determinar la pobreza se calcula la Canasta Básica Total (CBT), que incluye además de los gastos alimenticios, los de transporte, vestimenta, vivienda, etc. Este valor también es resultado de un cálculo y se obtiene multiplicando la CBA por el Coeficiente de Engel, que representa la proporción del ingreso gastado en alimentos sobre el total de este conjunto de gastos. En Córdoba, para junio de este año, la CBT para un adulto equivalente está tasada en $3.938. Con ingresos por debajo de esta línea, la persona o el hogar (según corresponda de acuerdo a la cantidad de miembros) será considerada pobre.
Por esta razón no se pueden presentar las cifras como si el INDEC saliera a la calle a contar pobres con el dedo índice. Se realiza una encuesta para saber cómo y cuánto consume la población. En base a esa encuesta se calcula una Canasta Básica Alimentaria y se calcula también un Coeficiente (proporciones de gastos). Cruzando estos dos elementos se calcula una Canasta Básica Total. Recién allí se toma la tiza, se traza la línea y se divide a la sociedad entera en dos grandes grupos: pobres y no-pobres.
Cuáles gastos se incluyen y cuáles se dejan fuera de la canasta, cómo se establecen las proporciones, cómo se relevan los datos: todas son decisiones técnicas, teóricas, políticas. Bajo ningún punto de vista cabe hablar de “realidad” o de “verdades” y “mentiras” .Dos datos complementarios
El primero: la credibilidad del INDEC entre 2007 y 2015 decreció constantemente. El problema estadístico de la gestión anterior tuvo que ver con el cálculo (sí, otro cálculo) del Índice de Precios al que obviamente está atada la valuación de la Canasta Básica (cuando hay inflación, la canasta aumenta). En palabras simples: lo que nadie creía era la manera en la que la gestión anterior calculaba la inflación “oficial”. En base a este punto, se puso en tela de juicio la totalidad del sistema estadístico nacional, sin una sola prueba contundente más allá de discutir la ponderación de este sólo índice.
El segundo: la Encuesta de Gastos a partir de la cual se establece la Canasta Básica para las cifras de pobreza 2016 data de 2004-2005. Nadie en su sano juicio puede pensar que no se modificaron en el país los patrones de consumo en la última década. Es más: existe una Encuesta de Gastos realizada por el INDEC en 2012. La base de datos está incluso publicada en la web oficial de INDEC. Y si la razón por la cual no comienza a utilizarse esta base son las dudas sobre la fiabilidad de los datos del sistema estadístico en esta época, o es un argumento con mala fe o es un error de incompetencia técnica. No sabría decir cuál de los dos prefiero.
¿Qué sabemos?
¿Qué nos permite conocer la línea de pobreza? Justamente eso: cuántas personas no llegan a ese umbral mínimo de consumos. En el caso de Argentina en 2016, un tercio de la población. Las confusiones parten de allí ¿Cuán homogéneo es ese 30 por ciento? No lo sabemos. El informe de INDEC apenas señala cuánto dista el ingreso promedio de los hogares pobres respecto de la línea trazada de consumos mínimos. Al promedio de estos hogares les faltan $4.800 de ingresos para dejar de ser pobres.
Inmediatamente después de la presentación, los integrantes de la flora y la fauna política sintieron la necesidad de salir a pronunciarse al respecto. La referente territorial del PRO, Margarita Barrientos, apareció en los medios proponiendo su solución: “Tendrían que sacar los planes sociales y dar trabajo digno a la gente”. Nadie discute la generación de empleo como una meta de gobierno válida e importante, pero su intervención embarra la cancha más de lo que aclara.
No hace mucho se publicaron las estadísticas de desempleo por primera vez en la nueva gestión ¿Este 30 por ciento de pobres en la sociedad son todos desempleados? No, el índice de desempleo es de 9,3 por ciento y afecta a todos los sectores, pobres o no-pobres, aunque de manera desigual ¿En qué medida afecta la desocupación a los hogares pobres? No sabemos aún ¿Qué se entiende por trabajo “digno”? Seguramente no el resultado de lo que se baraja como una flexibilización de las relaciones laborales desde el sector gobernante.
Por otra parte, ¿qué sabemos sobre el 30 por ciento que está por encima de la línea trazada con la tiza estadística? ¿Cuánto consumen? ¿Cómo evolucionó su capacidad de consumo, de ahorro, su bienestar, su cobertura social en los últimos meses? Poco. No todo se sabe o se resuelve dibujando líneas.
El látigo
Fiel a su estilo, Elisa Carrió sancionó la realidad de estas cifras (a las que, por alguna razón no explicitada, llamó pobreza “estructural”) como un “escándalo moral”, en sintonía con la “bronca” y el “dolor” del presidente Mauricio Macri por el descubrimiento copernicano de la pobreza en el país. Instalar esa clave de lectura resulta cuanto menos preocupante, si no peligroso.
Los escándalos morales han servido históricamente para que ese sector “por encima” de la línea, o bien se conforme, o bien se regodee en la culpa religiosa por todo lo que tiene y no sabe apreciar. Desde el hambre en Biafra hasta la desnutrición en el norte de Argentina las imágenes se volvieron rituales místicos que generan un malestar inmóvil y una culpa morbosa que no sirve de cimiento político alguno.
No se espera de una gestión de gobierno que se “sienta mal”, sino que actúe y en dirección consecuente. Para lo otro ya existe la religión.Otra vez la burra al trigo
No había pasado ni un día de la publicación de las cifras y el presidente en funciones declaró a la educación como el arma fundamental para bajar la pobreza. Elisa Carrió también lo acompañó en esto. Sigue siendo confuso, ¿de qué hablamos? ¿De qué educación? ¿Del presupuesto educativo? ¿De las paritarias docentes? ¿De la inclusión educativa? Hay un punto que es evidente, y es que, si la educación es la respuesta para todo, seguramente no es la respuesta para nada. Y no porque no sea relevante, sino porque se la utiliza como excusa. Contra el delito, educación. Contra el desempleo, educación. Contra la violencia, educación. Este es un pecado que comparte también el progresismo más naif.
Y es que, en última instancia, se trata de una medición de ingresos y de cálculos de gastos. No es que los ingresos y la educación no tengan nada que ver entre sí, pero definir los problemas políticos como problemas “culturales” o “de educación” es un modo elegante de esquivarle al bulto. En esta coyuntura, hablar de educación evita discutir salarios, asignaciones sociales y jubilaciones (ni hablar de los precios de los servicios públicos).
En el fondo, estamos hablando de pobreza, cuando debiéramos hablar de desigualdad.
¿Por qué hablamos de pobreza?
Los medios hegemónicos madrugaron el año preparando el caldo de cultivo para esta discusión. Me gustaría llamar a la postura que sostienen como “el caso Bill Gates”.
Maximiliano Bauk en una nota de La Voz del Interior desarrolla el siguiente argumento: Bill Gates es rico, pero no a costa de los pobres, porque la economía no es un juego de suma cero. Que uno tenga mucho no quiere decir que esa diferencia es lo que le falta al otro ¿Por qué? Porque la riqueza se crea ¿Cómo?
“[…] este astuto magnate creó riqueza en donde antes no la había, cuando fundó Microsoft. Sació de esta manera una necesidad en los consumidores antes insatisfecha. No nos arrebató nuestro dinero ni nos obligó a comprar algo que no queríamos. Sus productos son comprados sólo por quienes quieren hacerlo, de modo que ambas partes ganan. Por un lado, él obtiene una determinada suma de dinero por producto y nosotros un producto que valoramos más que esa determinada suma de dinero, ya que de lo contrario no hubiéramos realizado intercambio alguno”.
No es necesario llegar al extremo de arrojarle el concepto de plusvalía por la cabeza para discutir su argumento. Tampoco es necesario recordarle los juicios por monopolio que se realizaron contra Microsoft. No hace falta, fundamentalmente porque la trampa del argumento se confiesa a continuación: “La desigualdad es natural al hombre y es muy importante que exista, sobre todo en materia económica, ya que en ella se reflejan las distintas valoraciones de los consumidores, premiando a los que más necesidades humanas sacien. Lo que ha ocurrido con este asunto es que gran parte de la clase política corrió el eje del debate, ya prácticamente no se habla de pobreza sino que esta palabra fue reemplazada por desigualdad. De esta manera se hace responsable a los ricos por la lamentable situación de miseria, mientras que dirigentes políticos se quitan un gran peso de encima”.
Los ricos y la dirigencia política, dos mundos separados por una línea tan clara –y mediáticamente dibujada- como la de la pobreza. La desigualdad es tan natural al hombre como la transparencia es natural a la estadística.
El peligro es creerles que optar por hablar de desigualdad implica automáticamente adoptar una postura populista o izquierdista. Contra eso, a principios de año y en un contexto muy lejano al argentino, el economista liberal Paul Krugman escribió un artículo para el New York Times titulado “¿Es necesaria tanta desigualdad?”. Allí el autor destruye el mito de la igualdad como desincentivo para el crecimiento económico. Krugman sostiene (con datos) que los países más igualitarios del mundo no sólo crecen económicamente, sino que alientan a tomar riesgos e innovar en tecnología y producción, dado que cuentan con redes de contención y estructuras de seguridad social para volver más viable la toma riesgos económicos.
Ocultar las elecciones políticas como cuestiones “técnicas” es una vieja estrategia de la derecha. Develar lo político y lo conceptual detrás de la estadística es una constante responsabilidad intelectual. La cuestión es que la riqueza no solamente se crea, sino que se apropia. Y de lo que se trata, es de discutir no sólo cómo y quién la produce realmente, sino además cómo y quién se la apropia.(*) Por Gonzalo Assusa para La tinta.