Historia destruida: desastre en el Archivo Histórico de CABA
Por Isauro Blumetti para La tinta
En el siglo XIX, un viajero avispado interesado en las formas de la vida en la Ciudad de Buenos Aires, apenas bajado del barco, podía sorprenderse, por ejemplo, de “cuán estrechas son las calles y bajas las casas”, o ante las características del tráfico “rodado y pedestre” que “excede a cuanto pudiera presumirse”, ya que “no se ha visto pueblo más atrafagado, más cruzado de tranvías, carros, carruajes y carretones, resonando de continuo los cuernos de los conductores y cocheros”, sobre un “empedrado (que) es de granito, pero lleno de baches, que dan lugar a un traqueteo muy desagradable, especialmente si uno va en coche”.
Sin embargo, cineastas, escritores, docentes, investigadoras o investigadores del siglo XXI que quieran documentarse para reconstruir aquellas mismas imágenes hoy no podrían hacerlo. En una época cargada de adelantos cibernéticos, digitalizaciones, normas ISO específicas, sistemas de conservación preventiva de documentos en estanterías móviles, herméticas, a temperatura y humedad adecuadas, y protegidas del ataque de hongos y de todo tipo de agentes patógenos, el Archivo Histórico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que encabeza Horacio Rodríguez Larreta, está al borde del colapso. Tal vez, en el umbral de su cierre definitivo, con sus colecciones de más valor inaccesibles y tiradas en un salón convertido en el “obrador” de las tareas de reforma comenzadas en julio de 2017, cuando las autoridades dispusieron una “mudanza interina” a la sede de Los Patos 2151, en Parque Patricios.
El mismo día de su asunción en reemplazo de Mauricio Macri como jefe del Gobierno de la capital argentina, Rodríguez Larreta presentó el proyecto, aprobado el 15 de diciembre de 2016 como “DECRETO Nº363/GCABA/15”, de rediseño de la “estructura orgánico funcional dependiente del Poder Ejecutivo” de la CABA que, además de disponer la enorme cantidad de “horas retributivas” que cobraría el funcionariado porteño a partir de su asunción, incluyó, entre muchas novedades, a través de una norma posterior, la reconversión de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico en la de Patrimonio, Museos y Casco Histórico, a partir de una fusión que deja al Archivo Histórico y Biblioteca, no solo sin su rango “gerencial”, sino por debajo de una subgerencia de Investigaciones, perteneciente a la Gerencia Operativa de Patrimonio.
Este galimatías administrativo, en concreto, implica quitarle sus funciones específicas, los recursos y hasta la razón de ser a la estructura encargada de “conservar, custodiar, organizar y acrecentar la documentación de valor histórico producida por el gobierno comunal de nuestra Ciudad” y de brindar “servicios de referencia, orientación y acceso a la documentación histórica de la Ciudad compuesta por documentos textuales, manuscritos, cartográficos, hemerográficos”, según lo publicitan las propias autoridades locales. La conjugación en “presente” de esos verbos solo existe en la página web de la Ciudad, ya que, desde hace dos años, nada de eso sucede; investigadores, periodistas y hasta vecinas y vecinos que mantienen la gestión con sus altísimos impuestos, tienen vedado el acceso a los archivos. Con la falta de control gubernamental de las obras de refacción, hasta se produjeron daños de difícil reparación, además de los altos costos que demandarán las mismas.
El obrador de Liniers
El Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires está instalado sobre el inmueble adquirido por el Gobierno local en octubre de 2010, en forma de martillo y con salidas a la calle Bolívar 466 y a República Bolivariana de Venezuela 469. En el lugar, se negociaron los términos de la rendición del general inglés William Beresford, tras la fallida invasión de 1806, resistida por los porteños, con actuación destacada de Santiago de Liniers, quien vivió en el lugar siendo el penúltimo virrey español en el Río de la Plata entre febrero de 1807 y julio de 1809.
El decreto que dispone la adquisición de la propiedad establece una serie de condiciones actualmente violadas en su totalidad, ya que la inversión se justifica en “que no existe en la Ciudad un lugar que reúna las condiciones” que combinan “el valor histórico patrimonial con una infraestructura edilicia que permite desarrollar en un mismo ámbito todas las actividades que hacen a la misión de investigar, difundir y preservar la historia de la Ciudad y sus habitantes”. La propia Auditoría General de la Ciudad señaló, a lo largo de años, las deficiencias en las condiciones de guarda de la documentación histórica.
Entre las críticas recibidas por el lugar, aún antes de la situación cuasi terminal que atraviesa en el presente, figuran “falta de ventilación”, “altos niveles de humedad existentes”, “cambios abruptos de temperatura”, junto a las dificultades que presenta el acceso a la documentación con escaleras de siete metros de altura “no aptas” para ese fin y con riesgo de lesiones para el personal de la repartición. Las denuncias de estos hechos datan de hace más de siete años y cuentan con el aval de la representación gremial.
En julio de 2017, el gobierno de Rodríguez Larreta comunicó la mudanza “interina” a la sede de Parque Patricios, para proceder a una serie de reformas a las que no se adjudicó el presupuesto correspondiente, sino que se acudió al programa de “Mecenazgo” que cuenta con recursos extrapresupuestarios que, en realidad, deben ser adjudicados a proyectos artísticos y culturales presentados por la ciudadanía o por organizaciones sin fines de lucro, y no por el Estado municipal.
Ante la falta de control y de la conducción administrativa, arquitectónica, de conservaduría, archivística y ambiental que requiere un trabajo de estas características, los responsables del mismo decidieron convertir al corazón del museo en el obrador de sus tareas de albañilería y en depósito de todo tipo de enseres y material de descarte, ante el absurdo de que ese espacio de guarda de la documentación histórica no fue refaccionado.
En consecuencia, se alteró el espacio que alberga al tesoro documental, se generó una atmósfera sucia y cargada de polvos nocivos para ese material sensible e histórico; las partículas en suspensión, incluso, dañaron el sistema de cierre de las puertas de acceso al armario modular que contiene la totalidad de la documentación producida en el siglo XIX. El artefacto, conocido como “compactus” en la jerga de los archivistas; en su momento, la gestión Cambiemos no invirtió en la compra de uno nuevo, adecuado a los tiempos y la importancia de lo que contiene. En realidad, la estantería que ahora bloquea el material, a la espera de un arreglo de no más de $ 50.000, fue “capturada” por una gerenta operativa de Patrimonio.
Dentro de ese rezago de otra dependencia, hay documentos textuales y gráficos que cubren temáticas como abasto, agua, alumbrado, calles, celebraciones, comercio, edificios, enfermedades y epidemias, higiene de la ciudad, hospitales, impuestos, industria, parques, paseos, prostitución, sociedades de socorros, terrenos y transporte, que dan cuenta de las acciones del gobierno municipal y de las relaciones mantenidas por las instituciones con los ciudadanos durante los siglos XIX y XX.
A la ciudadanía argentina y a los estudiosos nacionales y extranjeros, se les niega el acceso al que tienen derecho por ley. Los trabajadores del lugar, además, enfrentan los riesgos para su salud generados, según el informe confeccionado y suscripto por personal idóneo de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (UBA) ya en 2008, por una “diversidad de factores”.
Sin resguardar el patrimonio histórico de la Ciudad y la Argentina, y con un archivo convertido en depósito de descartes, el Gobierno de la Ciudad tampoco ha reconocido los derechos que otorga a sus empleados la realización de “tareas insalubres y riesgosas”.
De seguir así las cosas, para conocer el pasado de la Ciudad, habrá que acudir al capítulo digital del portal de la Biblioteca Nacional de España para ver la forma en que Octavio Velasco se fascinaba hace dos siglos con ese “Bois de Boulogne de Buenos Aires” que, para él, fue Palermo; o cómo se indignaba con los “conventillos, asquerosos cobertizos con techumbre de hierro o zinc, a orillas del Plata, entre la Estación Central y el arrabal de la Boca” en que vivían “las clases obreras”, “acuarteladas en miserables viviendas construidas sin cuidado de las leyes de la higiene”.
Lo que sí es seguro es que, si alguno de sus descendientes tiene el mismo gusto por el registro y la crónica, no tendrán acceso a los datos, que existen, que confirman las presunciones de aquel viajero.
*Por Isauro Blumetti para La tinta.
*Historiador argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la).