Una Rosa para la primavera por venir #1: Rosa Luxemburg en nuestra historia
“No hay insulto más grosero o calumnia más infame contra la clase obrera que la afirmación de que las controversias teóricas son sólo una cuestión para ‘ácadémicos´’. (…) Únicamente cuando las amplias masas trabajadoras empuñen el arma afilada y eficaz del socialismo científico habrán naufragado todas las inclinaciones pequeñoburguesas. (…) Entonces será cuando el movimiento se asiente sobre bases firmes”.
Reforma o revolución, 1900, Rosa Luxemburgo.
“Una Rosa para la primavera por venir” es nuestro pequeño aporte para que el canto de Rosa Luxemburgo no se deje de escuchar e incomode a quienes queremos pensar y construir mundos nuevos hoy, como ella lo hubiera querido. Este canto está plasmado en su tumba con la firma de un “Zwi-zwi”, haciendo referencia al sonido de un pájaro que anuncia la primavera por venir.
Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una mujer que combinó pensamiento y militancia de una manera admirable, fue marxista, feminista, ecologista, internacionalista y una llama que encendía (y enciende) grandes debates en todos los movimientos revolucionarios, sociales y sindicatos a los que concurría o con quienes establecía una relación.
En el aniversario número 100 de su femicidio, desde La tinta, agradecemos a quienes nos brindaron sus conocimientos en los temas que decidimos desarrollar en este dossier. En el mismo, debatiremos sobre su importancia para la historia del socialismo; formación política y pedagógica; debates para las luchas actuales en Argentina; los aportes a los feminismos; la crítica de la economía política para entender el desenvolvimiento del capitalismo; y las formas organizativas de la clase trabajadora.
Con esto, no esperamos más que promover una serie de debates necesarios que ayuden a recolocar a Rosa y su legado en el lugar que siempre le ha correspondido: al lado de las inagotables y variadas luchas de los oprimidos y oprimidas del mundo para la primavera por venir.
Una Rosa para la primavera por venir #1: Rosa Luxemburg en nuestra historia
Por Alberto Bonnet para La tinta
Para bien, a veces, para mal, otras, debemos asumir la historia entera de la lucha de los trabajadores por su emancipación como nuestra propia historia. Aunque la asumamos, desde luego, con beneficio de inventario. ¿Cuál es la posición de esta mujer, nacida en 1871 bajo la estrella roja de la Comuna de París y bautizada Róża Luksemburg por sus padres polacos, en esa historia nuestra? Partamos de esta pregunta.
Rosa Luxemburg goza, en nuestra historia, de una posición privilegiada. Esto es así porque Rosa la roja fue uno de los cuadros que más temprana y lucidamente advirtieron y combatieron la deriva reformista que estaba adoptando el socialismo alemán en cuyas filas militaba. Y, en la medida en que la socialdemocracia alemana era el eje alrededor del cual giraba el socialismo de la II Internacional en su conjunto, que estaba adoptando el socialismo sin atributos nacionales, a fines del XIX. A la luz del desastre al que nos condujo ese socialismo –desastre que, acaso, sea, visto retrospectivamente, nuestra mayor derrota histórica-, la posición privilegiada de Rosa la roja en nuestra historia se impone por sí misma. Y se impone para ponerle nombre a la esperanza de que, incluso en medio de semejantes desastres, otra historia hubiera sido posible entonces y, acaso, siga siéndolo en nuestros días.
No importa tanto, en este punto, su crítica del revisionismo de Bernstein, es decir, de quien se había atrevido a decir que la socialdemocracia debía hacerse cargo, en la teoría, del reformismo que estaba adoptando en la práctica. La herejía del Bernstein de 1896-99 fue condenada por casi todos, tanto por aquellos que rechazaban en serio el reformismo como por aquellos que se limitaron a recordar que ese reformismo “se hace, pero no se dice”, por la propia Luxemburg y por Kautsky, por Lenin y su maestro Plejánov, por Parvus, Guesde y tantos otros pobladores de aquella esquiva ortodoxia cuyos puestos fronterizos cuidaban nada menos que los agentes de Kautsky. ¿Cuál fue su posición en medio de semejante muchedumbre? Reforma o revolución. La oposición consecuente a la deriva reformista en curso, desde luego, pero aún no una posición completamente diferenciada.
Las cosas cambiarían muy pronto. El movimiento de huelgas políticas de masas que se extendió por diversos países europeos entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Alemania incluida, y, especialmente, la huelga revolucionaria que sacudió a Rusia en 1905, comenzaron a modificar el escenario. Luxemburg, junto con Liebknecht, Zetkin, Roland-Holst, Pannekoek y otros, comenzó, entonces, a exigir que las direcciones del partido y la internacional, cada vez más sumidas en su cretinismo parlamentario y sindical, adoptaran explícitamente la estrategia insurreccional de la huelga política de masas. El resultado era inevitable: hacia 1910, Luxemburg ya estaba irreconciliablemente enfrentada con la propia ortodoxia kautskyana y ocupaba una posición completamente diferenciada dentro del movimiento socialdemócrata. Para apreciar la peculiaridad de esta posición en aquella coyuntura, téngase en cuenta, por ejemplo, que Lenin se vanagloriaría en 1918 de haber denunciado una presunta “renegación” de Kautsky… “desde el principio de la guerra”.
Este temprano y lúcido enfrentamiento de Luxemburg con la deriva reformista del socialismo europeo, sin embargo, plantea un interrogante. Cuando Lenin se enteró de la votación unánime de los diputados socialdemócratas del Reichtag a favor del presupuesto de guerra, pensó que el estado mayor alemán había falsificado el Vorwärts. Luxemburgo, ciertamente, estaba mejor preparada para entender este acto vergonzoso como el punto culminante de aquella deriva reformista previa (entendimiento que no alcanzó, sin embargo, para evitar que semejante acto la arrojara al borde del suicidio). Pero, tanto antes como después de ese 4 de agosto de 1914, Luxemburgo permaneció en las filas del partido que cometió ese acto vergonzoso. Así como el propio Liebknecht, el único entre los catorce diputados disidentes que se atrevió a romper la disciplina del bloque en la votación. O como Haase, otro de esos disidentes, que, en su calidad de presidente de dicho bloque, debió encargarse de leer la infame declaración del partido: “En la hora del peligro, no vamos a abandonar a nuestra Patria”.
En efecto, Luxemburg insistió en seguir ocupando, durante la guerra, su posición de pre-guerra como crítica interna de la socialdemocracia. Había, entonces, otra posibilidad. Pannokoek y los tribunistas holandeses, por ejemplo, ya habían convertido su igualmente temprana y lúcida denuncia del reformismo socialdemócrata en una ruptura organizativa en 1909. Luxemburg, en cambio, permaneció en las filas del SPD hasta comienzos de 1916 y, a través de la Liga Espartaquista, en las filas del disidente USPD hasta fines de 1918. La correspondencia entre Luxemburg y Roland-Holst ayuda a entender la diferencia entre estas estrategias espartaquista y tribunista: Rosa temía en general, y especialmente en medio de las represivas condiciones impuestas por la guerra imperialista, que una ruptura organizativa los condenara a un mayor aislamiento respecto de las masas obreras. Su estrategia rindió algunos frutos. La oposición a la guerra fue cobrando impulso con el correr de los meses y de la sangre, y Luxemburg, Liebknecht y los demás espartaquistas, en la medida en que pudieron esquivar aquella represión, lograron organizar protestas, coordinar con otros grupos internacionalistas, etc. Socialismo o barbarie. La posición consecuentemente internacionalista adoptada por Luxemburg siguió siendo una posición privilegiada dentro de nuestra historia, pero siguió siendo una posición socialdemócrata de izquierda.
Las cosas volverían a cambiar drásticamente hacia el final de la guerra, con los estallidos de la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución Alemana de 1918. Sin embargo, el asesinato de Rosa Luxemburgo, en enero de 1919, convirtió su posición dentro de la nueva etapa de nuestra historia que se estaba gestando en un asunto mucho menos evidente. Sabemos claro que Luxemburg adoptó una posición semejante a la adoptada por la mayor parte de los partidos, fracciones y grupos que habían combatido la deriva reformista de la socialdemocracia en la pre-guerra, así como su deriva patriotera durante la guerra: apoyo a la revolución soviética, organización de nuevos partidos comunistas (integración de la Liga Espartaquista en el KPD) y a jugarse la vida por el movimiento de auto-organización revolucionaria de los trabajadores en curso (impulso a los consejos de obreros y soldados de la Revolución de Noviembre). Pero las reservas de Luxemburg ante la estrategia seguida por los bolcheviques en Rusia impiden asimilar sin más su posición en esta nueva etapa de nuestra historia a la que acabaría ocupando, más tarde, el comunismo ortodoxo.
¿Hubiera adoptado Rosa la roja, frente a la nueva ortodoxia comunista que se impondría en esta nueva etapa, una posición crítica tan temprana y lúcida como la que había adoptado frente a la ortodoxia socialdemócrata? Quizás. Sus asesinos nos privaron de saberlo. Pero aún así, después de que el socialismo realmente existente se convirtiera en barbarie, no podemos dejar de asociar nuestra esperanza de que otra historia hubiera sido posible, y, acaso, siga siendo posible, con su nombre.
*Por Alberto Bonnet para La tinta.
Compiladores del Dossier
Pablo Díaz Almada. Docente FCE UNC. Integrante Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE)
Gonzalo Ávila. Estudiante de Lic. En Economía, integrante del Encuentro de Organizaciones (EO) y del Colectivo de Pensamiento Crítico en Economía (CoPenCE)